IVAN BUNIN LOS ESTUDIANTES
Se santigua Kornachov al pasar por una iglesia de San Petersburgo “San
Arsenio divino y santo quiero ser literato”. Acaba de dejar una novela en la
redacción de un periódico lo que hemos hecho todos un original con miras a su publicación
puesto que soñaba con la gloria literaria. Venga Vd. dentro de quince días le
dice el conserje. La novela es rechazada y el joven estudiante de la bursa (seminario para la formación del
clero ortodoxo) minado por la desesperación y el fracaso, como ocurre tantas
veces, se da al vino y a las mujeres. Vida crápula bajos fondos amigotes que
van desapareciendo, ruina moral en el interior de las alcantarillas de la gran
ciudad. A medida que mengua la bolsa del joven barín (muchacho ruso de familia
aristócrata).
Allá en la aldea en una estancia de una provincia lejana distante muchas
verstas de la gran ciudad, hay una madre que reza por él y pone velas a los
santos para que su querido Tioma apruebe los exámenes y una muchachita con
trenzas Natacha amor de juventud que besaba las cartas que le enviaba desde
Petrogrado besa una fotografía en su mesilla de noche. Pero Tioma se gastaba
todo el dinero que le enviaban de casa en juergas en vodka y en putas.
Asiste a los saraos más caros e ilustres de la ciudad del Neva, pignora los
libros empeña hasta la camisa, se junta con los que conspira y por fin contrae sífilis.
Bunin uno de los grandes maestros de la narración sentimental llena de
melancolía refleja en esta obra como en otras que he leído “La primavera de la vida” “Los colegiales”
con nostalgia y ternura el mundo que se fue poco antes de la Revolución Rusa
y pone el dedo en la llaga: la caída de los Romanov fue obra de la corrupción
imperante de la falta de entropía de la clase esclarecida con los valores
populares.
En esta novelita que se lee en un par de horas hay un pasaje en el último
capitulo cuando el protagonista cuando se cruzan los trenes en una estación el
uno va camino de Crimea y el otro parte hacia Siberia al ralentizarse la marcha
del convoy Tioma mira por la ventanilla y constata que en este tren de forzados
viajaba Ivanov el primero de la clase un amigo de la infancia, “el furgón de Tioma se detuvo frente a un
convoy con las ventanillas enrejadas. Junto a una de las ventanillas había un muchacho
de cabellos negros y ojos de fuego. ¿Dónde he visto yo esa cara? se
preguntó Kartachov.
De pronto el penado que estaba de perfil volvió la cara hacia él. Era
Ivanov. Bajo los ojos no osando mirar a aquel amigo de la infancia al que había
querido tanto” que era conducido a presidio. Tal vez al patíbulo. En cualquier
vida humana en su lucha por la existencia hay un carrefour, un empalme de
caminos. Bunin no nos dice qué ruta va a elegir su personaje aunque lo más probable
es que el joven y bello Tioma acabe siendo también carne de cárcel o de horca.
Tioma es tiorma (en ruso significa
penal) el autor hace un hábil juego de palabras con el nombre del protagonista.
Al fin y al cabo toda la vida es cárcel decía nuestro Quevedo la tierra cárcel
del mar, el matrimonio cárcel del amor al que suele matar y la vida cárcel de
la muerte. Este maestro ruso conoce la vida humana, al margen de ciertas
ingenuidades e inverosímiles de la trama argumental del niño mimado al que
describe, realiza en “Los bursacos” un verdadero tour de force psicológico con una
impresionante mise en scene de la vida y costumbre del Petrodogrado zarista
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