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martes, 28 de abril de 2020

NO NOS MANEARÁN AUNQUE NOS MOVERÁN

Maneaban a los asnos en mi pueblo con una sogas cormas para impedirles el movimiento no fuesen al pasto. Así andamos en este mundo global el que toca la tecla de los pensamientos nos dice lo que hemos de decir escribir, creer o profesar. Están construyendo un sistema para ellos. Su táctica social es el mbeleco. Nos duchan a cada hora con agua fría. Nos recitan sus propios versos que huelen a los tufos y revanchas de horno crematorio... Y quien se mueva no saleen la foto.
 El brollador de las redes sociales, incansable, nos suministra sin para noticias a toda hora casi todas con "bicho" muy intencionadas y como el que no quiere la cosa. A ver quien pica. Esto es un brainstorming un constante la vado de cerebro. Trabajo para Google que no paga o me da el salario del judío
He dejado mi blog principal pero no puedo dejar de escribir porque a mí la acción de juntar frases es como respirar, no he cobrado un duro a lo largo de estos casi veinte años que llevo en esta bitácora. Trabajar para el turco. Esta gentuza ha sumido al planeta en una esclavitud global. Periodistas al paro escritores a hozar.Reverencia la bazofia de Telecinco y nos sirven bazofias en copas de cristal. Dejo detrás de forma irreprochable  una obra selecta hecha y bien tallada. Pero he de agachar cabeza. Tengo que decir yes buana. O a la puta calle.


sábado, 25 de abril de 2020

TIRSO CREADOR DEL MITO DE DON JUAN
Se lamenta Valbuena Prats aquel gran profesor murciano al que los de mi generación, los del 68, tuvimos la suerte de escuchar sus magistrales lecciones de Literatura española en la Facultad de Filosofía de la Complutense- le recuerdo su cara alargada el pelo a cepillo el labio inferior un poco caído y luego bajaba con los alumnos a echar un cigarro, fumaba celtas largos, y beberse después de las clases una caña de tintorro o dos, era un hombre afable y bondadoso, catedrático republicano al que Franco respetó el oficio, ojos llorosos de tanto leer- de lo poco que se estima o se lee a nuestros autores del siglo glorioso. Don Ángel Valbuena Prats yo creo que superaba a Menéndez y Pelayo en ciencia histórica de nuestros clásicos que ya es decir.
Mientras que los ingleses tienen en cartel a Shakespeare todo el año por estos tesos Tirso de Molina a muchos jóvenes no les suena más que de oídas como una estación de metro madrileña. Pero yo me atrevería a decir (y también he leído al Cisne de Avon y a Spencer y a Milton) que toda el teatro inglés cabe en un sainete de Lope. Tanto éste como Tirso como Calderón crearon mundos y pusieron en pie personajes que tipifican al comportamiento. Tirso de Molina es el padre de Don Juan en la persona del “Burlador de Sevilla” que amplificaría tres siglos más tarde Zorrilla en su Tenorio. “Guárdense todos de un hombre que a las mujeres engaña y es el burlador de España”. Vivía en la calle Las Sierpes. “Ir de noche no quisiera por esa calle cruel”. Las Sierpes hispalense, Zocodover toledano, Perchel malagueño, el Potro cordobés, las madrileñas escaleras de San Felipe donde se daba la sopa boba, el Azoguejo segoviano con sus famosos perailes sin nada que hacer. Este ambiente es el mejor caldo de cultivo para la literatura oral tan parlanchina y sagaz que retrata a la sociedad del siglo de oro. Son cuentos y consejas que contaban las viejas orilla de las trébedes en las noches de inviernos, tradiciones y reminiscencias que llegaron de oriente y que sean quizás anteriores al propio cristianismo. La historia del galán y la calavera fue muy popular en la edad y la idea que refleja es luciferina, la de inaceptación de la muerte, el desafío a la divinidad. Los hechos ocurren la noche de Ánimas y el protagonista se salva por los pelos merced a un relicario “que le sirvió de defensa”. Joaquín Díaz el gran investigador y musicólogo haciéndose eco de una versión recogida en las Asturias santanderinas del valle de Tudanca canta así el romance:
“Por las calles de Madrid va un caballero a la iglesia.
Más va por ver a las damas que por oír las completas
Se ha acercado allí un difunto que está en imagen de piedra
Le ha agarrado de la barba y le dice de esta manera:
-¿No te acuerdas capitán cuando estabas en la guerra
Gobernando mil batallas, gobernando tus banderas?
Yo te convido esta noche a sentarte a la mi mesa
El difunto que no duerme en olvido no lo echa
A eso de la media noche llega el difunto a la puerta
Y le baja a responder un criado, ya estaba la mesa puesta
-Criado dile a tu amo que el convidado de piedra
al que convidó en San Francisco viene a cumplir la promesa.
Le acercaron una silla para que se siente en ella
Hace que come y no come, hace que cena y no cena
-Yo te convido mañana a cenar a la mi mesa
El caballero asustado al confesor le da cuenta.
El confesor le responde:
-Hijo comulga y confiesa y lleva este relicario que te sirva de defensa.
Al toque de la oración va el caballero a la iglesia
Ve dos luces encendidas y una sepultura abierta
-arrímate, caballero, ven acá y no temas
Tengo licencia de Dios de hacer de ti lo que quiera;
si no es por el relicario que traes para tu defensa
te habría de enterrar vivo maguer Dios vida te diera
porque otra vez no te burles de los santos de su iglesia”
Tres consideraciones sobre este viejo romance que yo escuché cantar por las calles de Madrid antes de que se instaurara entre nosotros la pánfila costumbres de Jalogüin en la tarde del día de Todos los Santos: tirar de la barba al convidada de piedra. Entre los españoles era un acto de provocación. Al Cid cuando le mesaron la barba saca la tizona y la emprende a mandobles contra los infantes de Carrión los seductores de sus hijas. Don Juan reta a la muerte y pregunta qué es lo que hay en el más allá pues no teme a nadie ni a nada y se pone el mundo por montera. Esta noción habría de traducirla en versos José Zorrilla: “Yo a los altos palacios subí yo a las chizas bajé y en todas partes dejé memoria infausta de mí”. El de Mañara viola a una novicia de vida consagrada (Zorrilla) doña Inés. En Tirso la burlada es doña Ana. Pero los muertos no comen ni beben. El convidado de piedra hace que cena y no cena. Y por último “in extremis” se salva gracias al relicario que le entregó el confesor antes de su entrevista, lo que indica la profunda religiosidad del pueblo español. La misericordia divina resarce la culpa más allá de la culpa del pecador redimido por la sangre del Hijo de Dios.
Don Juan guarda la reja de doña Ana de Ulloa y le vemos pasear arriba y abajo por la calle de las Sierpes a la luz de la luna. “Ir de noche no quisiera por esta calle cruel” dice el gracioso. Beba el cura y los demás con él.
A lo lejos se escucha el tañer de campanas funerales y el ruido que producen los aceros de las espadas entrechocadas cuando dos caballeros se baten por su dama. El honor era lo más precioso para aquella sociedad que lo prefería a la misma vida, a los hijos, a la familia y era un relicario frágil que anidaba en el pecho de las mujeres. Cuando se rompía era preciso lavar la afrenta con sangre. Este es el mar de fondo que late en las comedias de capa y espada, sword and dagger que decían los ingleses pero para el público madrileño que iba a los corrales del XVII eran comedias de enredo o de “atadero” y la leyenda de Don Juan, tan española también lo es. Los autores quillotraban lo suyo, se devanaban los sesos para urdir una trama precisa algo parecido a lo que hacen los que se dedican a la novela negra porque en la sociedad de hoy el “who-d-done-it” sirve para divertir a los ávidos lectores de los libros de intriga a lo Ágata Christie.
Pero coma de mis uvas, Pedroantón, coma de mis uvas, Hernán Alonso. Pero el vino que da a beber el convidado de piedra sabe a pega. La pez de la muerte ha bañado las cubas. Sin embargo nociones tan lúgubres las suaviza fray Gabriel Reyes con el adobo de un mesurado casticismo del fraile algo buscón que conocía el alma femenina: “mujer y callar son dos imposibles”. Al tiempo que traza semblanzas de la vida y costumbres de aquella corte de Felipe IV que conocía a la perfección. El pueblo era muy juerguista y las carnestolendas todas paraban en lo mismo: disfraces. Los caballeros de Flandes calzan botas por encima de la rodilla llegando casi hasta el muslo y sus escuderos marchan detrás con la corma. Mujer y mudanza tienen un principio mesmo, nos vuelve a advertir Tirso de Molina porque las palabras de amor se las lleva el viento y el verde arrayán hace de sus ramas celosías. Al tiempo se burla de los portugueses y gallegos tan “enamoradiños” que se derriten de amor y lloran lágrimas de sebo. El mercedario hablaba a la perfección el idioma de Camoens. ¿Dónde lo había aprendido? ¿También en el confesionario? La lengua lusitana se escuchaba por todos los ámbitos y era la segunda lengua de Madrid. Uno no puede menos de añorar aquellos tiempos cuando las coronas de Castilla y don Dionís latían al mismo son.
El donjuán de Tirso se representaba en los corrales como obra parcialmente cantada. El teatro de tirso arranca de ese venero popular que tiene una impresionante cargazón lírica:
Alamicos del Prado
Fuentes del duque
Despertad a mi niña
Para que me escuche
Decidla que compare
Con las arenas
Mis desdichas de amor y penas
Y pues vuestros arroyos saltan y bullen
Despertad a mi niña para que me escuche
O esta otra:
Al molino del amor
La tierna niña
Alegre va
Quiera Dios
Que vuelva en paz
Toronjil, murta y azahar
En el río de sus pensamientos
Unos vienen y otros van.
Madrid era entonces la corte de los milagros. Apaniguados de provincias vienen aquí a la procura de un momio, una prebenda, un cargo, un enchufe. Hay docenas de conventos donde dan la sopa boba y el de San Gil en el que profesó Tirso debía de ser uno de ellos. De boca de los desarrapados que se acercaban a la claustra buscando un pedazo de pan o algo de abrigo debió de conocer el gran dramaturgo la historia de los licenciados de los tercios de Flandes para los que la gloria de las viejas banderas se habían convertido en una cicatriz que vació su ojo o la bala de arcabuz que les dejó sin piernas. ¿No te acuerdas capitán cuando estabas en la guerra? O la hermosa de gran alcurnia que acabó en meretriz. Nuestro teatro del Siglo de Oro es como un retablo donde se plasman las costumbres los vicios y virtudes del ser español. La briba pulula y al anochecer con el toque de queda se recoge en su apatusco arropándose con viejas mantas o con meros trapos para conjurar el relente que llega de la sierra. Por las calles de Madrid va un caballero a la iglesia… aunque don Juan era sevillano la canción popular de este gran osado y calavera fija la acción del convidado de piedra. Lirio, lirio loco que diría Camoens.
Los españoles inventamos entre otras muchas cosas el mito de Don Juan. Es una pena que la anglomanía de nuestros políticos y toda esa prensa chabacana de curso legal les haya vedado a nuestros jóvenes acercarse a estas fuentes de conocimiento del gran teatro español.
Doña Esperanza Aguirre quiere que nuestros niños piensen en inglés, lean a Jane Austen que es un muermo o a los historiadores británicos que hacen antesala o buscan prebendas calumniando o tergiversando nuestras crónicas desde los reyes godos a la última guerra civil en la corte del rey Juan Carlos plagada de soplones, trincones, busconas que no se cansan de hacer el ganso y de hacer el bobo; entre bobos anda el juego.
Habría que rescatar del arcón del olvido y volver a representarlas las comedias de enredo o atadero de este gran Tirso cuyos diálogos no han perdido el sabor y las ideas chisporrotean en sus versos de poeta desenfadado que vuela la pluma por sus personajes con donaire. Esta literatura te hace sentir el orgullo de ser español y al Burlador de Sevilla yo se lo pasaría por los morros a muchos ignorantes y a esos hispanófobos del terruño trocados en anglómanos que tiran cantos contra su propio tejado.


sábado, 18 de abril de 2020

VOY A ALBA DE TORMES A REZAR EN EL SEPULCRO DE SANTA TERESA


ACOJAMONOS BAJO EL PATRONATO DE STA. TERESA QUE PROTEGE DESDE LA GLORIA A LA ESPAÑA CONVERSA

Harto de disquisiciones, juicios de valor y juicios temerarios a todas horas, hablando del nuevo Cólico Miserere montones de cadáveres sobre la pista de hielo han hecho de la pandemia un casus belli político voy para Alba de Tormes a rogar a la Santa intercesiones y valimientos. Estoy un poco medroso y aturdido.
Otrora,  lo hizo el Caudillo sacando en procesión su brazo incorrupto del que no se separaba. En la creencia de que gracias a la Santa ganó la guerra. Entonces era el flagelo de la conflagración hoy es el Coranvirus, ese bichito invisible que está dejando a la patria sin viejos y a toda una generación de postguerra. Aguantemos el tirón.
Yo estoy en el cupo, pero sané misteriosamente cuando estuve, cual Borís Johnson, a las puertas de la muerte.
Santa Teresa de Ávila ruega por nosotros. Et Sancte Jacobe, adjuva nos.
No quiero entrar en polémicas entre santiaguistas y teresianos aunque la cosa sigue y ya llevamos casi cinco siglos de bandería sobre el tema del patronato. Por mi parte pienso que fueron los dos porque El Hijo del Trueno era judío y  la Bendita monja abulense conversa. A ver si entre los dos nos echan una manita.
Somos gente difícil a la vez tierna áspera a su vez, más papistas que el Papa, más herejes somos que Calvino hiriéndonos con navajazos y soflamas, contrincantes de nosotros mismos a palos con nuestro pasado y maldiciendo nuestra historia lo que ninguno otro pueblo realiza.
Pero vencimos a los comunistas, echamos a los franceses, ganamos al Islam y el Candelabro no nos puede ver, todos nos tienen ojeriza y planean la destrucción de nuestra patria con mentiras y embelecos separatistas.
Esta saña satánica es mucho peor que la Peste China. Viene de la conspiración globalista. Los virus son una nueva forma de destrucción masiva.
Humilde y orgulloso el español no se casa con nadie, generoso con el extranjero, al enemigo abre las puertas▬ síndrome de la traición de don Opas▬, pero al cuñado no le habla por cuestión de pleitos y herencias y al vecino ni buenos días.
Cree que España es lo peor, abomina de lo suyo echa por tierra su idioma siendo uno de los más bellos del mundo, por tierra.
El papanatismo nacional quiere que sus hijos sean bilingües por eso manda a sus vástagos a estudiar a Inglaterra.  Para que hablen “pichinglis”.
Andan al copo socialistas y peperos. El Churches el “agambao” el pie valgo y los dientes cuajados de sarro se entrega a lucubraciones guerra-civilistas. Dicen que está a sueldos de ese semita húngaro que llaman Soros, mas vaya usted a saber lo que hay detrás de la conjura. Esto huele a puchero enfermo.
Con sus proclamas los tertulianos retumban y se hacen eco, y ponen al personal de los nervios. A mí me la bufan.
La mano que acciona el resorte de la diatriba y los enfrentamientos debe darse por satisfecha pues contra las zurdas y las diestras y esto es un guirigay de padre y muy señor mío y a costa de la peste cunde la polémica. Todos quieren mandar. Todos saben cómo curar la pandemia; parece que el diablo ha entrado en el convento.
Soy católico y libertario, aunque no lo parezca. Por eso vine acá, a Alba de Tormes a besar el brazo incorrupto de Santa Teresa. España, despierta.
continuará

ENCOMENDEMONOS A SANTA RITA

CUERPO INCORRUMPTO DE STA RITA (REPLICA) QUE PUEDE VISITARSE EN LA SEO DE ZARAGOZA



SANTA RITA DE CASIA

 

En la alcoba donde yo acaricié mis primeros sueños de la infancia había un cromo de Santa Rita por la que sentíamos profunda devoción en aquella España nuestra de aquellos tiempos. Yo miraba para la espina sangrante de la pasión de Cristo que mostraba en la frente y así me dormía murmurando aquel viejo cantar de santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. O "santa Rita hija de un rey moro que mató su padre con cuchillo de oro, no era de oro tampoco de plata que era un cuchillo de hojalata" .

En las dificultades me encomendaba a ella por consejo de mi abuela. "Abogada de imposibles". Tal vez la dulce santa italiana me sacara de algunos atascos pero mi santo protector es san Antonio de Lisboa, al que siempre traje al pairo con mis movidas y debe de estar un poco harto de mí con tanta petición de socorro. A cada instante le estoy dando la vara al pobre san Antonio. Pero él no le niega nada a este pecador y siempre viene en mi ayuda. Ayer visitando la parroquieta de la Seo de Zaragoza hallé una imagen del cuerpo incorrupto de la santa en una hornacina. La Comunión de los Santos en la que creo firmemente (no tanto como en la cuestión de las Indulgencias que me parece algo algo redundante) es una de las grandes cosas que tiene la SRI. Señor venid en mi ayuda.

Quedé contento y feliz mirando para su frente limpia donde lucía la llaga dorada de la espina con que se santificó. Una gracia de Dios esta visita. Viví un momento celeste muy ufano de pertenecer a una iglesia que se pronuncia valiente sobre la santificación del dolor humano como catarsis y accésit místico. Con nuestras penas, aflicciones, dolores físicos, persecuciones, nos purificamos de nuestros pecados y vamos subiendo peldaño a peldaño la escalera del Cielo llena de abrojos y de dificultades. Es todo lo contrario del pensamiento mundano a día de hoy que huye del dolor porque algunos piensan que cuanto más sufres eres más hijoputa y yo les doy este consejo:

▬Al revés te lo digo para que me entiendas pues el dolor purifica. Sublima tu dolor, hermano.

Creo que Santa Rita, abogada de imposibles, bien pudiera echarnos, tal como va el mundo, una manita.

viernes, 17 de abril de 2020


2020-04-17

LA TUNICA SAGRADA BENE SCRIPSISTI DE ME, ANTONIE. Seguimos al pie de la cruz del Golgota


LA TÚNICA SAGRADA
Cuento de Semana Santa


Esta narración que aquí inserto explica por qué para el creyente cristiano todos los días del año son Viernes Santo y con ello me doy explicaciones a mí mismo de este convencimiento para entonar en la soledad de mi celda la Passio Domini Nostri Jesucristo en texto de los cuatro evangeliarios. Es el núcleo central y el eje de marcha sobre el que gira no sólo la vida cristiana sino también el arte y la literatura. Ningún texto que haya salido de pluma humana tan sublime, tan pleno de registros divinos como la lacónica crónica de Juan al que en el Tetramorfos representan, por eso precisamente, en figura de Hombre y a los otros con rostro de toro, de águila o de león. Se ha producido la gran metamorfosis. De la misma forma que muchos autores protestantes beben en la fuente del VT para justificarse a sí mismo como escritores, ingleses y alemanes sobre todo, centrados en la Biblia, para mí y en esto sigo a los maestros rusos surgidos en la Ortodoxia (Chejov, Dostoyevsky Bunin, Andreiev, Mogol e incluso Gorki) la Passio es el meollo de todo, justifica mi deseo de narrar y de contar cosas. Nunca he perdido de vista el Monte Gólgota y escucho el eco de la salmodia y esa triste melopea de los diáconos que entonaban la historia cantada desde los púlpitos de la catedral de Segovia. Ha sido el impulso que me hizo escritor y lo que me ha convertido en ordenado de Evangelio contra los prevaricadores. A este respecto el cardenal Martín ex metropolita de Milán se hacia una pregunta que a mí se me muestra tan blasfema como capciosa: ¿Por qué el Padre permitió a su Hijo predilecto sufrir tanto? Fue el eterno argumento de los que nunca creyeron en Él, de los que le llamaban falso profeta. Y una pregunta difícil de contestar sin el soporte y las muletas de la fe. Vadeamos ciegos y andamos cojeando por el camino en medio de la gran interrogante, el gran silencio de Dios. Martín, jesuita tuvo que ser y del cupo de aquellos que nos aterrorizaron e increparon o desdeñaron y maltrataron de palabra (estoy pensando en un jesuita vasco el P. Eguillor el prefecto de los Retóricos en el seminario menor de Comillas que era muy malo y nadie me ha pedido perdón nadie me dio explicaciones) y ostenta la soberbia del fariseo y del clérigo encampanado. Su pregunta es un indicio de que la cúpula de la jerarquía purpurada y las mitras coronadas se están cambiando de bando. Mas, Señor, no les imputes su delito. Si ellos se pasan al enemigo, aquí estamos los diáconos. Nosotros no te abandonamos

Antonio Parra
Cunctanter cunctanter. Despacio. Easy easy, dijo el Centurión Cornelio. Nunca le habíamos visto a aquel rudo soldado tan excitado. Estaba hecho un flan como todos y es que el servicio aquella tarde en el Gólgota se las traía. Algo extraño e inexplicable estaba ocurriendo en nuestra unidad que íbamos todos de cabeza, resortes movidos por la fuerza de un sino. Representábamos un papel. Cumplimentábamos un designio. El poder de Roma se supeditaba a las coacciones de un sanedrín y de un tribunal ilegal que iba a dictar sentencia de muerte mediante testigos falsos.
Yo fui testigo de cargo y lo que voy a relatar – que la cera de este palimpsesto no se derrita jamás y que las tablillas de mi encerado remanezca por los siglos de los siglos- fueron hechos verídicos. Contaré lo que aquella tarde del Día de Venus en las idus de abril ocurrió en aquel cotarro a las afueras de la Ciudad de la Paz.
-Um. ¡Qué ironía! Bélica debiera llamarse porque fue erigida como tributo a Marte y todas las tribus y todas las etnias pugnaron por ella opugnando sus muros y enfrentando sus CLADES unas contra otra con gran efusión de sangre. ¿Se puede hacer homicidio en nombre de la deidad?
Éramos conscientes de estar siendo espectadores de un momento deshonroso para la humanidad y a la veces sublime. Maldita sea mi sombra. Hubiera preferido pelear con los partos o estar aquella tarde en el Hades. O con los tracios o los griegos de Macedonia que entregaban como botín de guerra al vencedor vírgenes arrastrapeplos de increíble belleza y de bien ceñidas cinturas. El amor es el premio y el descanso del guerrero, su más codiciado exuvium. Es por lo que se pelea y por lo que se emigra. Sin embargo, en Jerusalén no había tales bicocas. Las judías se depilaban las cejas y cubrían su rostro con un griñón, insultaban a los romanos y algunas utilizaban sus encantos femeninos con instintos homicidas. Muchos de los nuestros perecieron cuando se encerraron solos con una de aquellas Judith como Olofernes en una tienda. Y en el primer sueño les degollaban al grito de muerte a los romanos. Amargo es el pan de esta tierra y el ambiente es hostil. Añoro los huertos y riberas de mi Hispania natal.
Envidiaba a Cuneas nuestro portaestandarte que tenía rebajado el servicio por no sé qué historia de haber degollado a un rabí que le estaba tirando los tejos a su hetaira Pompea. Lo metieron en los calabozos del destacamento y a lo mejor acaban de remate por crucificarlo. No se hará con un cives romanus que defiende el lábaro imperial de nuestro Cesar pero los tiempos están cambiando tanto en esta Palestina de nuestros pecados donde manda la política en la cual los judíos siendo tan arteros porfiados y ladinos son casi invencibles. No hay quien pueda con ellos.
Nunca se avienen a razones. Son implacables y duros de cerviz. No temen a nadie ni a nada y el filo de nuestra espada contra ellos resulta cosa inane. Así que ya digo. Quizás estas razones de las que pongo al lector en preliminares sirven a lo mejor de antecedentes para esclarecer un poco nuestra situación después de una noche como la que pasamos desde la prima vigilia hasta cantar los gallos en el pretorio para destetar hijos de puta idas y venidas los prohombres de la Decapolis y los funcionarios del gobierno provisional y las autoridades religiosas que para colmo dicen llamarse pontífices y sacerdotes de los sumos sacerdotes qué lío vaya una marabunta.
Esta fue una noche en la que escuchamos exclamar al Inocente mientras sudaba sangre en el huerto tristis est anima mea usque ad mortem y de mucho jaleo. La plebe estaba enfurecida y como sin control. Querían condenarle a muerte. ¿Qué mal ha hecho? Un romano no entiende los recovecos mentales que exhiben a toda hora estos legalistas jurisprudentes avezados al escrutinio de la letra muerta y se jactan de conocedores impermeables de la ley por la ley. Una iota de la escritura no se podrá cambiar sin que perezca el mundo. Pues apañados vamos. Nos exasperan nos confunden a los romanos. Son el poder invisible. Vas a pegar un tajo a la cabeza de uno que crees enemigo del Cesar y ya no está. Se ha difuminado. Se esconden bajo las piedras se ríen. Risa y llanto de Israel. Carcajadas que resuenan en la tumba vacía. Lóbregas miradas detrás de los ajimeces de la calle desierta. En esta provincia he temido las emboscadas como en ningún otro lugar de la tierra. Son expertos en la guerra de guerrillas y en los actos terroristas. La tropa anda y no es extraño con la moral vencida.
Pues vamos camino del monte de las calaveras un lugar horrible un osario u hoyo castrillo como el que existe en la oppidum de la cual provengo allá en la Tarraconense de la Hispania. Me dicen el Iacetanus a cuenta del topímico donde vi la luz pues bien allá hay un lugar a la salida de la Porta Cavea donde dejan a merced de los buitres y las águilas los cadáveres de los animales muertos y de aquellos ladrones, violadores asesinos mala gente condenada por los magistrados a perecer sin sepultura pues este Gólgota es eso y acaso peor que el Podium Castellun de la localidad de Jaca.
Da un poco de miedo pasar por este lugar por cuya cima planean las carroñeras y los cuervos hacen ronda huele mal y hay mucha basura en las laderas. Es el peor lugar para estirar la pata. Un sitio impuro para un romano donde se teme a unos dioses familiares de los que se ríen siempre los hebreos y a cuenta de ese odio que sienten hacia lo que ellos consideran idólatras se ríen de nosotros y no desperdician ocasión para mentalmente arrinconarnos mediante engaños y por virtud de sus artes secretas. Hasta no nos consideran personas ni hombres. Somos paganos depravados. Sombras.
Un orgullo de casta sienten que les vuelve del mayor de los fanatismos pues la verdad sea dicha no conozco gente más fanática ni testaruda tampoco más envidiosa. Pues envidian a los griegos a los que imitan en sus costumbres y en su alta calidad intelectiva pero a los que luego tildan de borrachos y de maricones dada la inclinación de sus filósofos al amor de los efebos. Los partos y los medos y los mismos germanos no tienen el corazón tan duro como muestran estos señores de horca y cuchillo la ley en la mano a los que el Inocente llamaba sepulcros blanqueados y razas de víbora. No se calló un pelín y por eso lo elevaron al palo. Una venganza sistemática calculada fría sin precipitación puro cálculo y con toda la alevosía de la cual es capaz el ser humano.
Cunctancter cunctacter decía nuestro capitán por decir algo. Es un británico de casi dos metros pero yo le he visto hoy medroso y acojonado. Tiene el pelo rojizo y por debajo del penacho del morrión de su galea de plumas de gallo y de cerdas de alazán rojizo horribili visu que infunde pavor al enemigo cuando avistan nuestras turmas empenachadas le asoma un cogote lleno de pecas y el miedo a las fuerzas oscuras ese espanto irracional hacia las cosas invisibles e inexplicables ya que tiene de frente a un enemigo muy superior a la de los peanes y los coribantes que conoce las normas secretas del mundo más allá de los astros. El miedo es una palabra que no se escribe en idioma de un legionario romano. Hoy no era aquel hombre que vimos en la entrada de Lutetia hace una par de años o en Numantia. Todo el vexilum rindiendo culto a su prócer estatura. Las escamas de su loriga de oro relucían bajo el sol de Hispania rodeado por una cohorte de pretorianos nubios y de esclavos que arrastraban el peplo y de las mujercillas que traía su cohorte detrás de los lictores con el hacha y las fasces y el orgullo de ser romano como exuvia o botín de guerra acogidas a la sombra de su lacerna y anhelando la protección de su gladium a los sones triunfales de la tuba y del cornu buccinum. Hasta en las caligas trae nuestro Centurium polvo glorioso de todas las conquistas. No me lo puedo creer. Parece obra de brujos o la quemazón de un coruscante rayo que cae súpito en la seca tormenta. Yo soy su decurión y tengo a mi cargo el control de los manipulos del ala izquierda. En mi cohorte hay hastati o lanceros y triarii o de la reserva. La vida es milicia un batallar constante. El honor de Roma lo llevo esculpido en el pecho desde que juré fidelidad al emperador me humillé ante las torques y esparcí la sangre del vítulo con la que bautizó el sacerdote de Júpiter mi cataphracta. Es el ardor de mi brazo. Es el fulgor de mi espada. Fidelidad a Cesar hasta la muerte y lealtad a mi centurión Britanicus. Así le llaman pues viene de Eboracum ciudad al otro lado de las Galias donde se encuentra el vallum o empalizada más al norte cerca de las tierras de los picti con sol a medianoche. Allí en una de las campañas de nuestros tribunos fue hecho prisionero con sólo catorce años por los nuestros cuando Cesar hizo la guerra domu militiaeque por mar y por tierra y nuestras classes atravesando la Támesa en persecución de silures, trinobantes y dumnoni del trans fretum gallicum a cuya estirpe pertenecía se dirigieron hacia el Ousium. De primeras bajo la jusidicción del aquilífero que lo llevó a Roma como esclavo. En la Ciudad Eterna se hizo notable por su fuerza y peleó en el circo como hoplomachus gladiador ante el cossesum o admiración de la plebe que quedó maravillada de sus enormes fuerzas y de la bella disposición de las partes de su cuerpo. Su fama de forzudo llegó a equipararse con la de Ursus y otros espaderos de fama que se midió las tarabillas con un toro de Etruria y lo dobló la testuz en desigual esgrima de hombre contra  Minotauro estrangulándolo haciendo fuerza desde el morrillo a la cabeza. Portentosas vires las suyas. Como cosa jamás vista o de designio de los dioses el propio Augusto que presenciaba la lucha mando venirle a él. Quedas libre, Birtanicus. Las más hermosas matronas le dispersaron su benevolencia y suspiraban por su intimidad. De la misma emperatriz fue fámulo. Pídeme lo que quieras y te lo concederé. Sumo señor dominador yo solo quiero servirte, dijo el esclavo. Entra pues en mi ejército. Manda a mis hombres y que te asciendan a centurión. Fue así como fue manumitido aquel joven de Eboraco y dejó la gleba. Para devenir en miles gloriosus que ganó tierras para el emperador. La crista de su galea flameó por todos los rincones de las provincias desde el río Ibero hasta el Rin. Se distinguió sobre todo en el asalto a plazas fuertes y en las escaramuzas de las ciudades de los germanos y de los helvéticos. Primero fue signífero y después aquilífero. Alférez de Roma no lo hubo mejor marchando siempre en las vanguardias sin temor a los dardos hostiles a la sed y a la nieve a los malos vientos y a los hielos de la noche de guarnición. Conoció todos las castramentaciones de la Tarraconense y la Gallia. Estuvo en Panonia y en el Ponto como portador de las águilas del imperio y de los símbolos de la victoria de nuestra legión. La nuestra es la famosa Legio VII también conocida como la Victrix porque en verdad nunca hemos conocido derrota. Bajó las enseñas insignes de las otras legiones famosas la Macedonia y la Coadiuvatrix hizo la guerra a los bárbaros en sus hombros toda la fuerza del Lacio y en sus pies toda la ligereza de Aquiles alado. Ganó fama de concursator duro en las marchas e inagotable calcando con sus pasos todas las piedras miliares de las vías del imperio. En nuestra hoja de servicios figuran las empresas contra los astures, vacceos, arévacos, autrigones y las salvajes tribus de los bárbaros más al norte. Primero en las Galias y en Britannia. Más tarde en Helvetia y por fin peinamos las márgenes del Danubio desde Panonia a la Dacia. Ahora Palestina que ha sido para nosotros el cometido más arduo de todo lo que aconteció en nuestras vidas. Gracias a la dureza del terreno y a las intrigas del enemigo que es un experto en la guerra psicológica nuestras filas están siendo diezmadas por la deserción. El terror anímico aterriza sobre nuestras empalizadas. Aparte Jerusalén me parece el destacamento más aburrido de los que conozco. Demasiados predicadores. Muchas preocupaciones por las cosas divinas pero aquí los hombres y las mujeres les importan poco. Se utiliza a dios como arma de agresión. Se barajan excesivos pensamientos abstractos y los filósofos y teólogos me parecen iluminados y la gente tolerante y a veces un poco irreverente del ágora ateniense donde no se toman en serio a los dioses incluso tienen un templo dedicado a la deidad innombrada y se hacen grandes juergas y banquetes. Recordaba su visita al Olimpo en tierras de Tesalia donde un dios tirado por un carro en que una cuadrilla de tigres iban al freno se reía de las intemperancias de los mortales. Zeus era un dios con rostro bímano que tenía en su poseer las mismas virtudes y defectos agrandados del resto de los mortales. Aquí no. Los rabinos se lavan quinientas veces al día pero ello no impide la suciedad interior. Me parece que por dentro utilizan poco el pomo de jabón. Hay una mugre que le preocupa a un romano y es la mugre de las almas. En Jerusalén las tabernas (cauponae) están prohibidas a la luz del día lo mismo que los burdeles pero no he visto una ciudad con tantos lupanares ocultos bajo el brillo de la luna y los sórdidos rincones extramuros. Las hetairas dominan la vida de la ciudad y esa es una de las acusaciones que se han formulado contra el Inocente que andaba de acá para allá en compañía de recaudadores extranjeros de gentecilla de poco fuste y sobre todo de mujeres. Esto último no me extraña pues algunas de mis amigas me han confesado que no hay otro hombre más bello en toda Palestina como ese que dicen el Nazareno. Es bello como un griego. Alto rubio de barba bellida y cabellos bien poblados ojos de mirar perfecto un hijo enviado de los dioses tan elocuente en sus palabras como en sus silencios. En mi manipulo se ha hablado mucho de él y es discutido pero todos lo conocen desde los tribunos hasta el último recluta. ¿Por qué quieren matar al Basileus? Porque se creía hijo de Adonai una blasfemia para los oídos de los celosos de la ley. Pero esa no es razón. ¡El dinero! Valiente razón entre judíos. No diré las dudas que me asaltan a lo largo de este relato. Los concursatores o tropa de infantería han seguido a ese hombre en sus predicaciones por Galilea y han tramado de ocultis el ingreso en su sinagoga. Al principio creíamos que era una sinrazón de la gentecilla. Un velite como yo he sido adscrito a la caballería no teníamos por qué mezclarnos en las disquisiciones de la chusma. Tengo autoridad y puedo decir a uno de los hombres de mi batallón ve y va pero el Basileos utiliza otras razones que no son de aquí. Pienso que pertenece a un grado de hombres superiores. No le entendíamos nosotros cuando dijo que vino a traer la guerra. ¿Hablar de guerras a un romano? Estamos cansados de batallar. A los milites nos gusta pelear. Es nuestro oficio asaltar villas talar campos y escalar muros. En mi tierra hispana donde fui reclutado aprendí a manejar las cajas de guerra la brigola el musculus de la zapa y el onager. Nuestros arietes han taladrado mil puertas y bajo nuestras lanzas cayeron por tierra muchos adarves porque para nuestra milicia nunca se oyó hablar de moenia inexpugnable ni cerco que pudiera ser alzado por las armas a no ser por los equus troianus y eso que andando el tiempo diera en llamarse quinta columnas en las que se especializaron los hijos de Israel pero este hombre nos desarme. Sus palabras sobre amar a los enemigos nos han dejado sin argumentos. Metido en un carro de guerra participé en la toma de Iliturgis. Pasamos a la ciudad a cuchillo sin respetar a mujeres niños o ancianos y en Numancia vimos inmolarse a sus moradores. He matado a cientos. La crueldad es nuestra compañera de viaje e incluso en las casas de Roma vi cómo las damas portan consigo un punzón afilado para picar en las carnes de sus esclavas cuando éstas no les eran obedientes. No me apiado pero no me acostumbro a ver morir a un hombre aunque sea mi enemigo. Pero es la ley. Que perezca el hostis para que Roma siempre viva. Una de nuestras diosas nacionales es la cruel Bellona la de los múltiples brazos que ampara a los valientes y ahoga a los cobardes con sus múltiples anillas. ¡Qué me vais a contar! Sin embargo no he sentido tanto miedo a las deidades como en esta madrugada cuando llovía con fuerza sobre las losas del pretorio y caían truenos y relámpagos. Para colmo uno de nuestros flámines militar al destripar las entrañas de un cuervo las pasadas calendas vio augurios desagradables y un mulo de nuestros acemileros montó a una yegua sin aparear y la dejó preñada. Nació un híbrido monstruoso que nos hizo temblar de miedo. Van a pasar cosas. Ya están pasando. Los astros no engañan y el que padree un garañón nacido de burra y caballo se interpreta como el más ominoso de los presagios. Maldigo la hora nuestra Séptima marchó a la Siria a aplastar la revuelta de Israel contra nosotros. Barruntando desgracias me quedo solo pues hace poco en una escaramuza al poco de marchar contra Sidón un dardo perdido me alcanzó el calcañar y me ha dejado el pie yerto. Querían licenciarme pero yo me he negado en redondo a pedir la absoluta. Eso equivaldría a la miseria y a la mendicidad. Me estoy curando las heridas con unas yerbas en una receta que me dio un soldado que había ido a consultar a la pitonisa de Cumas para un caso semejante pero cojeo sensiblemente. Eso me preocupa pero yo no puedo renunciar a mi stipendium ni a mi soldada con la que mantengo a mi mujer Prímula y a mis tres hijos Venancio Claudia y Corvinus que habitan en Bibilis. Seguiré sirviendo al Cesar. Él es mi jefe mi guía mi dux y mi deus. Las pócimas de la saludadora no me vienen mal. Pero si salgo de ésta con vida pienso peregrinar a Delfos y me prosternaré ante la imagen de Afrodita en acción de gracias. Zeus sea loado que no he quedado inútil para el servicio. Además creo que mi centurión me protege. Cree que soy uno de sus mejores soldados. Un dardo enemigo le había dejado el pie yerto. A pesar de su cojera el decurión no quiso pedir la absoluta. Continuaba bajo las banderas del Cesar en el cuerpo del ejército que dependía del gobernador de siria y a las órdenes del preceptor Pilatos. Sentía una veneración religiosa por la figura del emperador que no solo era el jefe caudillo o dux de los legionarios romanos y el Zeus o deus al que se invoca. Para curar su herida acudió a Delfos donde la pitonisa amen de acercarle a los hechos póstumos de aquella tarde horrenda en que sacrificaron al Inocente le receto una hierbas con las cuales la marca de la saeta en su pie fue cerrando poco a poco. Hizo varios sacrificios a Júpiter. Aunque maltrecho no había quedado inútil para el servicio. Aun piuco espuela como decurión del orden ecuestre y pudo cabalgar por Palestina siendo testigo de movimientos de multitudes y de hechos portentosos que se narraban en el entorno de aquel Galileo a los que sus enemigos de la clase sacerdotal hebrea intentaban presentar como enemigo de Augusto. Durante la convalecencia estuvo al frente de una patrulla de funditores (honderos) baleáricos encargados de hostigar con sus tiracantos a las patrullas rebeldes que infectaban las montañas de Judea. Eran grupos de fundamentalistas religiosos a los que denominaban esenios y que formaba una secta que anunciaba la inmediata llegada del Mesías que habría de libertar a Israel. Eran hostiles a roma y muchos de sus cabecillas perecerían en el palo de la ignominia. Jacetanus llevaba algo así como año y medio en el regimiento que el centurión Cornelius comandaba y añoraba otra clase de pelea como por ejemplo, la que había presenciado en las Galias o en las somnolientas guarniciones de Hispania o las estepas de las campañas en el reino de la noche y el hielo contra los escitas al otro lado del Ponto. La guerra contra los judíos tenía un carácter brutal y psicológico con aditamentos espurios de “guerra sucia”. Por otro lado presentía que como enemigo de Roma el pueblo judío era el peor que habían tenido en el Lacio y daba prácticamente la desigual lucha por perdida. Las legiones y al cabo de más de una generación quedaría demostrado tendrían las armas y la fuerza pero la voluntad de vencer pertenecía a Israel. En aquel momento en el que se circunscriben estos acontecimientos la provincia de Palestina que comandaban al alimón Herodes el Tetrarca y el pretor Poncio Pilatos estaban pasando por un momento delicado de gran inquietud social política y religiosa. La paz augusta había desencadenado un movimiento de tregua (indutia) pero dicha tregua era también insegura y la cosa estaba muy revuelta con el reparto de competencias, las sospechas, los recelos y los anuncios de la venida de un verdadero rey de Israel que rescataría a las trece tribus del yugo romano. Cornelio aquel mediodía estaba de un humor de perros. No entendía nada. No entiendo nada. Cunstancter, cunctancter. Iba de acá para allá como un sonámbulo. Se les había pasado aviso desde el pretorio al destacamento para desempeñar una misión que detesta todo legionario romano que se precie: la administración del tormento. Se trataba de un castigo in ápice; primero una flagelación luego escarnio y por ultimo la crucifixión en el Gólgota. El reo un tal Jesús al que fue a escuchar al desierto cuando estuvo franco de servicio. Pese a la herida aun montaba los caballos de Panonia con la solercia y habilidad de los desultores dacios. Picaba espuela y cabalgaba por la provincia en armas patrullando la frontera con Persia e Irania. Hasta Petra llegaron en sus cabalgadas a ofrecer incienso a los dioses. No se agoto la llama y se quemo la resina de un golpe por lo que los sacerdotes que oficiaban aquellos sacrificios lo tuvieron por una mal omen
-Algo va a ocurrir. La muerte del Justo traerá la ruina de Roma, dijo un agorero con las barbas en forma de boca de hacha.
Jacetanos aunque respetuoso con estas cuestiones de la religión no era muy dado a fantasma s ni a predicciones de desgracias pensando que en la vida todas ellas vienen por su cauce y que no somos nada. Sin embargo no desestimaba hallarse el imperio en un tiempo de crisis que acarrearía la resaca de un mar turbulento sobre las costas de roma.
Llevaba año y medio en el destacamento a las afueras de la ciudad santa contemplando en alguna de las muchas guardias los atardeceres prodigiosos del skyline jerosolimitano. Jerusalén quiere decir Salón y esto suena a mis oídos como la más augusta de las ironías; si no, miren la historia, he ahí una ciudad sumida en guerra constante a costa de la idea de un dios que cada uno interpreta a su manera- únicos en el mundo pero muy rapiñaos y mucho mas repentinos que en aquellas zonas de las Galias y de Britania por donde anduvo de patrulla. El rosa de los rayos declinantes de poniente besaba la punta de los cirros y las murallas se teñían de un color ocre que contrastaba con el brillante diamante de las cúpulas bulbo de las torres del templo.
Esto es una guerra sucia. A mí que me vengan con monsergas. Son unos conflictos que no me gustan donde la política se entremezcla con la religión por supuesto. Luego están los judíos un pueblo problemático. El más orgulloso de la tierra también el más levantisco e indomeñable. Ahora estamos en tiempo de tregua (indutia) pero Jerusalén esta revuelta. Es muy complicado. Disquisiciones sobre la llegada del Mesías, orden de prioridades, exenciones, prerrogativas, bulas gentilicias. Dicen que esta al llegar el libertador de Israel que les liberara del yugo romano.
Por eso comprendo la ira de Cornelio. No da abasto. No comprendemos nada. Nadie nos explica que esta pasando. Nos llamaron del pretorio para hacer el servicio más cruel. Primero una flagelación con verbera sayones, escupitajos, blasfemias y todo y más tarde y camino del oscurecer una crucifixión en lo alto del monte y espectáculo nada agradable. El reo un tal Jesús al que muchos conocían pues habían ido a escucharle al desierto. Yo recuerdo su mirada dulce, su sonrisa tierna y su aspecto prócer. Cuando me toco sobre el hombro quede libre de mi cojera. Pero más que de los males físicos le he de agradecer que me alejara de las enfermedades del alma en particular de la melancolía que vengo padeciendo. Siento añoranza de mi tierra oscense allá en las riberas del Ebro con sus campos de cerezos y sus muchos piescales y rosales silvestres (cornata) que rodean en espléndidos y surtidos valles los muros de mi Iacta o Iaca natal. Entiendo porque la cólera del jefe. Me pareció ver asimismo la cólera del dios en estos instantes. Las palabrotas de grueso calibre y los juramentos le salían hasta por el penacho de su galea. Se ha infligido la ley romana. Se ha pisoteado el jus o derecho de gentes. Ese orgullo que siente todo cives romanus ha quedado conculcado y para el arrastre.
-Los judíos nos han vuelto a pisar los huevos, Manlio.
Sus palabras sonaron rotundas y airadas derramándose con eco cruel sobre las baldosas del gazofilacio. Entrábamos entonces los de relevo a hacer guardia en el pretorio. El pretor había pedido refuerzos y los del sanedrín estaban en pie de guerra a causa no se de ciertos dichos o ciertos hechos de este que dice llamarse enviado de Israel. Pedían su muerte a gritos por las calles de la ciudad. ¡Cuan ingrato tornadizo y frágil de memoria es el vulgo! Antes de anteayer se despojaban del manto para alfombrar el camino ad portas de Jesús que entraba en la ciudad a la grupa de un pollino.
-Reo es de muerte.
-¿Qué pecado hizo? ¿Qué crimen ha cometido?
-Se hizo a sí mismo hijo de Yahvé ¿te parece poco?
También el cónsul de Roma estaba visiblemente contrariado. Su prestigio de Licurgo togado y su capa pretexta no quedarían indemnes al cabo de aquel proceso. Pero su serenidad y eso que el gobernador estaba lívido contrastaba con la cara enrojecida de uno de los sumos sacerdotes que se mesaba las barbas en señal de enojo golpea su pecho y se rasgo la pechera litúrgica. ¿Es esa la clase de justicia que hace roma defendiendo a los blasfemos y a los falsos profetas?
Cuando las cuestiones de la res publicas se enredan con las de la religión malo. Mucho hay que temer. Y si Anas se portaba de esa manera no habríamos de perder de vista a su suegro Caifás que echaba espumaradas por la boca se corto las guedejas de judío y ato un nudo de impureza sobre las filacterias. Este es pueblo es muy teatral y ceremonioso. Hacen aspavientos hasta para demostrar su indignación.
-Pon un centinela en cada flanco, Manlio.
-a sus ordenes mi capitán.
Hice como me pedía mi centurión. El lithostros era un mar de gente. Muchos facinerosos barzoneban por el enlosado. Otros eran gentes sencillas a los que las nuevas del tumulto había sacado de sus casas y estaban a la expectativa de lo que pudiera pasar. Por aquellos días la población flotante era bastante numerosa por motivos de la pascua. Tampoco faltaba la chusma ni las mozas de partido que andan siempre igual que el tábano detrás de la matadura de una acémila. Gente desocupada que quería saber y enterarse de lo que pasaba. Jesús ha sido piedra de escándalo y ya digo como era tarde de fiesta había bastante pueblo en los alrededores del castillo. Acababan ce cerrar las tabernas (cauponae) y alli se agrupaba una multitud variopinta de alquilonas cananeas que hacen la carrera por las calles de la Ciudad Santa a la caza de algún ultimo cliente, algún peregrino sin posada o de algún milite de permiso. Cruzaban las calles vagabundas con harta soledad y mucho frío en el cuerpo huyendo del relente de las noches del mes de Nissan en puertas de la primavera pero cuando todavía hace frío en Jerusalén. No faltaban las fregatrices y las señoras de la limpieza y merdellonas solicitas que gustan de hacer corrillos intempestivos con los soldados y dicen frases y largan risas. A cambio de sus ocurrencias estas les lavan la ropa gratis o les llevan la impedimenta y les llevan al cuartel sopa caliente algún estofado y lo demás. Desde que senté plaza de soldado no he visto jamás tanta movida. Este ir y venir. Este apostrofar. Este azacaneo de noticias y despachos de trujiamnes y de correveidiles. Los judíos se ríen y avergüenzan de los romanos que comemos con los dedos y no nos purificamos o lavamos las manos antes y después de cualquier refección.
Me llamó la atención en medio de las befas la insolencia de una de las Maritornes que le hizo sacar los colores a un pobre hombre que se calentaba ad prunas en una hoguera que habían encendido en el patio y que debía de ser amigo del hombre que juzgaban mediante falsos testigos:
-Tú debes de ser de su cuadrilla. Hablas con acento galileo.
Los galileos se expresan con un retintín especial. Es un deje algo paleta que exaspera o causa risa a los jerosolimitanos.
-No me vengas con tontería.
El hombre tenía el pelo rizoso y era corpulento. Su aspecto era el de un pescador a juzgar por las manos encallecidas. Parecía acobardado pese a su prestancia física ante las preguntas capciosas de la fémina. Parecía medroso y muy entristecido.
-Pues las cosas como son. Tú andabas con ese. Me lo ha dicho una compañera que es de por ahi de donde tú y te conoce.
-No sé lo que me dices, mujer.
El galileo presa entonces de un repentino temor entonces abandona el porche. Oímos cantar el gallo por segunda vez y el buen galileo al que dicen Cefas salió del recinto llorando. Era la segunda vigilia próxima al amanecer cuando el masto entona sus albricias triunfal a aquella alborada de quebrantos por tercera vez. La naturaleza se muestra insolidaria frente a los sufrimientos y cuitas humanas como no podía ser de otra forma.
  • Vaya una noche para destetar hijos de puta – le escuche decir a uno de los de mi centuria.
Era el galico Adrianes uno de mis hombres más fieles. También estaba triste. Longinos su compañero de terna junto con Maudilius no hablaba. Estaba de plantón a la salida de la escalinata paseando la guardia y andando sin descanso y amenazando al mundo con su lanza. Como hacia frío tenia subido el borde del capote o paludamentum hasta casi las orejas que le resguardaba del relente de la amanecida. Las plumas de su penacho que eran el orgullo algo cresticaidas parecían advertir de su tristeza. La madrugada no podía ser más melancólica y alli todos parecíamos desterrados. Y un destierro sagrado era el nuestro, Cunctancter. Cunctancter. Así, easy, vayamos paso. Cruzo el cielo de aquella madrugada de viernes de abril una golondrina. También parecía acongojada. Los pájaros en señal de de duelo cesaron en su canto. Roma hace justicia pero nunca asesina.
-En menudo embolado que nos van a meter esos israelitas.
Se cruzaban apuestas sobre quien habría de ir, se retorcían los argumentos con esa habilidad típica que tienen los talmudistas para hacer de la necesidad virtud para que las buenas intenciones se conviertan en malas obras y para que el agua se transforme en vino. Vi al centurión por un momentito. Llevaba en el peto incrustado los exvotos del dios de los agradecimientos y los exuvia o trofeos conquistados al enemigo durante las maniobras de conquista. Eran el testimonio de todas las campañas en las que había participado: una cabeza de Isis de oro macizo, el prendedor de una matrona dálmata y un flavelo en miniatura que le había regalado una etíope. Es fuerza confesar que nuestro centurión poseía un cierto ascendiente con las mujeres. Colgaban también de una cadente que portaba al cuello dos figurillas de Castor y Pólux las deidades a las cuales la milicia ecuestre se encomendaba antes de arrostrar la lucha. Decía que tales fetiches le daban suerte, lo que no dudo pero estaba seguro que en aquel dia en que amaneció Júpiter, el mas inicuo de las historias del mundo, íbamos a necesitarla pues estaba ocurriendo algo muy gordo. ¿Era el principio del fin del imperio? Ante la fuerza de los hados nos sentíamos inermes, de antemano derrotados. Las fuerzas del destino nos eran contrarias y debajo de la columna rostral del Arco Mayor de roma unos desalmados se habían puesto a jugar a los dados. El sonido cual sistro siniestro del cubileteo de los dados dentro del capacete de la fortuna donde se movían ciertos números con las fichas del devenir hacia temblar los cimientos del Capitolio. La loba capitolina daba siniestros gritos de dolor. La leche con la que amamantaba a los dos mielgos veneno volviose.
A las ninfas del cantón siempre les hemos atraído los soldados no sé por que. Entonces fue cuando se acerco a mi una tal Miriam que había visto hacer la carrera por toda la Decapolis y me espeto de antuvión:
-Seguro que no eres partidario ni de los unos ni de los otros. No eres ni griego ni galileo ni tirio ni troyano. Todo esto que esta pasando te la debe de traer floja y lo más probable que no entiendas nada de política. Vamonos a echar un polvo ¿Subimos un ratito?
La reina me ofrecía sus favores con ese desparpajo de las meretrices hebreas que no se cortan un pelin.
-Mira, prenda, hoy Marte no puede ser cariñoso con Venus.
Livius Jacetanus conocía a aquella mujer pública de verla por las calles de Ramala. Su nombre era Noemí y hacia honor a su titulo que quiere decir hermosa. Creo que había trabajado como bayadera en el cuerpo de baile de Herodías. Era amiga de Maria de Magdala y tenia su mejor clientela entre el clero y los pontífices (oh como detesto esta palabra tan altisonante de pontífice después de haber visto pedir con tanto denuedo a Caifás el santurrón fariseo pedir la cabeza del Inocente) pero Noemí había terminado ejerciendo su oficio por las esquinas y garlitos de mala muerte de la ciudad santa. Bueno la dicen santa pero a mi no por causada de los dioses sino de los hombres algo diabólica.
Entonces se escucharon pasos y grita de gente que se acercaba. Oí la voz de Britanicus autoritaria. A mí la guardia. Desenvainamos la poderosa. Echamos fuera del recinto a las putas y a los mirones que huyeron presas del pavor ante el filo de nuestras espadas y el fulgor de las lanzas. Yo estaba enojado y me entraron ganas de hacer correr a gorrazos a alguna de aquellas rameras. Nunca me ha apetecido maltratar a mujer algunas pero vistas las circunstancias hubiese descargado mi ira contra lo primero que pillara como en aquella ciudad de la Bética donde pasamos a cuchillo a los ancianos las mujeres y los niños a causa de la dura resistencia que encontramos entre los defensores.
Un soldado no asesina solo cumple ordenes pero existe un cierto placer morboso en ver correr la sangre y sentir enervamiento de los gritos los aullidos y blasfemias que acompañan a toda carnecería. Hay un punto en que el ser humano deja de ser racional para convertirse en bestia y para demostrarlo basta con haber sido testigo de la toma de cualquier ciudad extranjera por alguna de nuestras legiones una vez traspasados sus muros y terebradas con el rezón alguna de sus puertas.
Ello forma parte de la belleza de la guerra. Es lo que llamaban los antiguos los dos valores. Formido proelorum (el miedo y el pánico) que se entrevera contra la formositas o virilidad del combate.
A decir verdad y si nos hubiéramos dejado llevar de la furia hubiéramos dispersado a aquella chusma que entro a prender en el huerto de los olivos al Inocente con palos y con fustas cuando solo un par de días antes alfombraban su paso por las calles de Jerusalén con sus mismos mantos. ¡Qué voluble y tornadiza es la masa! ¡Qué manipulable!
En esto, bajo el dintel de la puerta principal de la fachada de palacio aparece el buen Jesús. La puerta se inunda de una luz radiante, cósmica, y de un aura de belleza y de quietud. La belleza y la gran serenidad adornaban aquel rostro de varón. Miraba de frente y no parecía aturdido ni daba muestras de ira ni arrepentimiento. Los del sanedrín, por el contrario, mantenían la mirada baja. Jesús paseaba sus ojos con gesto de señorío por el recinto en medio del más profundo de los silencios como si buscara a alguien. Su mirada se cruzo con la de Cefas y entonces el Inocente sonrió. El apóstol huye embargado por la tristeza los ojos arrasados en lágrimas. Se había cumplido su promesa. Pedro había estado presenciando aquellas escenas de ludibrio y de juerga desde una esquina. Antes de que el gallo cante por tercera vez tú me habrás negado tres veces. Ciertamente, el cielo y las estrellas pasarían pero sus palabras no pasaran. La profecía que había formulado el Maestro horas antes, en la infausta noche del prendimiento, acababa de realizarse.
Jesús era un hombre de gran porte. No parecía un judío sino un griego, de miembros vigorosos y atléticos, la barba rubia y partida en dos. Sus cabellos de estopa eran muy densos. Lo que más maravillaba en su rostro era el poderío de su mirada, la elegancia de aquellas manos que por doquier iban haciendo el bien, dedos hechos para sanar y para bendecir y unos pies elásticos muy cuidados que habían encauzado los pasos siempre por las rutas del bien.
La frente tenía distinción y su porte era asimismo majestuoso. Y toda la cabeza parecía haber salido del buril de Praxiteles. El cristo ungido no podría ser de otra manera sino la cifra y el compendio del canon de las perfecciones. Una vez que nuestra nave oneraria naufrago y hubimos der alcanzar a nado la ribera del Pireo recuerdo que aproveche aquel tiempo para darle gracias a los dioses por estar vivo. Fui al ágora a escuchar a los filósofos y ascendí al Partenón. Allí prendió en mí la idea del dios desconocido, un dios que habría de venir y que seria como aquellos que yo admiraba en las calles y en los templos de Atenas. Bien me dije. Ese hombro tiene la respuesta a mis expectativas. Un dios nuevo había nacido. Fidias y Miron habían esculpido su rostro. Apolo habitaba entre nosotros y todo aquella filosofía, todas las elucubraciones de los mitólogos y de los petas, revertían a a aquel instante y a aquella hora y a aquel hombre varón de dolores pero cifra y compendio de todas las perfecciones clavado en una cruz.
Sus ojos se fijaron en los míos con tristeza. Parecían conocerme por dentro y al contacto con el brillo y aquel calor que transmitía su mirada quise convertirme en un hombre nuevo, exento de mis pasiones y enfermedades, libre de mi cojera. Creo que me reconoció pero no me miraba como uno de sus verdugos los que habrían de afligirle y desollarle a latigazos. Devolvía mis golpes con caricias de perdón y digotelo yo aquella mirada del Inocente era del todo acariciante y sanadora. Me contempló desde el dintel del pretorio y no he vuelto a sentir mi cojera.
Fui herido en una pierna por un dardo en el asalto a un oppidum de Asia Menor. Los defensores arrojaban venablos piedras y calderas de aceite hirviendo contra nosotros.
No me abrase entonces con el plomo derretido que caían sobre nuestras galeas (para la protección de la cabeza toda la testuz que atacaba y golpeaba el ariete contra las murallas nos cubríamos los cascos con una especie de mampara de hierro que hurtaba el cuerpo a la acción de los defensores; llamábamoslo la sombrilla contra el poder de los decapitados) pero me abrase entonces con aquella mirada de amor y de perdón que me lanzo Jesús desde la puerta. Creo que he dejado de ser el mismo.
Entonces recuerdo que mi cerebro estaba lleno de odio y de desesperación como a tantos soldados de mi cohors que se lanzarían por un barranco o se unieran a las cuadrillas de asesinos. Cierto que fui su esbirro a regañadientes por obediencia al Cesar y sometido a los presiones de los judíos que para mí fueron los responsables del asesinato del Inocente pero devolviendo mal por bien el dulce Jesús me curo de mis heridas y puso punto final a mías congojas.
Señor, una palabra tuya bastara para sanarme” dije imitando a nuestro centurión al que también había recitado a su hijo. Me dieron ganas de blandir mi espada y salir en su defensa pero sentí ese miedo típico a los judíos que sobrecogerá a muchos a lo largo de la historia. Me dieron ganas de deshacer sus ataduras y poner en fuga de un tajo de mi gladium a los insolentes que en aquel instante formaban corte infernal de maltratadotes y escarnecedores en rededor. No fui capaz o lo suficientemente valientes. Me faltaron las fuerzas. Me repudio a mí mismo por haber sido victima de los respetos humanos y del temor al que dirán.
Teníamos reputación de valientes los legionarios de la séptima invicta. Soldados de elite nos conocían en algunas partes de las Galias, de Panonia, de Libia o del país de los escitas como los novios de la muerte y los sacamantecas pero aquella tarde nos comportamos como unos gallinos y verdaderamente fue cosa chocante y de naturaleza milagrosa. Y es que según vine a entender luego tenían que cumplirse las escrituras y los que habían dicho los profetas de aquel instante con Isaías y Jeremías a la cabeza.
La hora estaba cumplida. Es preciso que muriera el Hijo del Hombre opero ay de aquel por el que fuese entregado. Más le hubiera valido no haber nacido. Me consuela saber que el Inocente perdono a los verdugos. Dios tuvo demasiada indulgencia con los que fuimos sayones del Redentor. Me hubiera gustado aquella tarde no tener manos ni cabeza para no presenciar los sufrimientos y dolores increíbles que infligimos en aquel cuerpo tan bello. Claro que ahora al recordar encuentro un eximente. Estábamos borrachos. El mando había enviado un aguardiente especial mezclado con unas hierbas analgésicas. Se lo dimos a beber al reo. Lo probo pero no lo degusto. Nosotros, eso sí, bebimos mas de la cuenta.
En vez de defenderlo en el atrio frente a la chusma que le hostigaba nos quedamos inertes y con los brazos cruzados. Entonces se oyó el grito terrible de una dueña despiadada con una violencia inusual y salido de las entrañas de un útero infame: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestro hijos”. Solo una mujer puede ser capaz de tanta protervia. Y aquel fue el clamor mas infame que se escucho desde el día primero de la creación. Es el grito de la culpa que no se borrara jamás y que pesara siempre sobre la conciencia de un pueblo deicida.
Ante semejante barbaridad se me encogió el corazón. Estaba claro que no querían ninguna indulgencia. Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Esa frase únicamente podía salir de la boca de un judío. Se hizo el más profundo de los silencios. Me fije en la túnica de Jesús. Era de color escarlata, e lana de oveja núbil. Todo un ajuar para un profeta. Desnudos venimos al más mundo y desnudos lo abandonamos. Un verdadero contraste la simplicidad de este atuendo si se la compara con los más de veintitantos ornamentos que adornan el cuerpo de los sacerdotes cuando ofician cerca del sancta sanctórum de Jerusalén o la gran cidaria de los pontífices máximos que cantan constantemente sus peanes en las ofrendas a Júpiter. Este hombre al morir en una cruz creo que ha venido a traer la guerra. Es un revolucionario. Ha venido a poner las cosas del revés. Sus palabras y sus actos constituyen una carga de profundidad a la línea de flotación del sistema. Su gran delito, robar el fuego a los dioses y entrar con un látigo en el templo de su padre que profanaban los cambistas y publicanos. Su desnudez es una afrenta para los que visten pieles de marta cibelina e induyen a las espaldas mantos de armiño y togas pretextas. El poder siempre lo considerará un enemigo. Lo ahorcarán doscientas veces pero al cambo siempre resultará e inundará las plazas con sus turbas de desarrapados, de famélicos, enfermos y perdedores. Los curas y los políticos siempre andarán sobre sus escritos con mirada vigilante pero en última instancia y al no poderlo vencer intentarán usurparse mensaje y apropiarse de su enseñanzas. Así que los curas y los obispos harán un montaje con su evangelio. El culto a los muertos les dará de comer.

Mis ojos se posaron en la túnica del Salvador. Era de color carmesí retinta en sangre de los golpes y de los palos del simulacro de la coronación. ¿Eres rey de los judíos? Um pues ahora mismo te colocamos los símbolos y le pusieron la caña por cetro, un saco por manto de armiño, un pedrusco redondo que habían encontrado en los caminos por la imago mundi o esfera armilar que las testas coronadas – y aquella era una testa coronada de dolor y escarnio, un rey de aflictos que abrirá la comitiva de los de copas, espadas, oros y bastos, todos los palos de la baraja, que en este mundo han sido y después de mí el diluvio y todo lo demás- y encima de la cabeza aquella tonsura de pinchos ciñendo las sienes admirables.
La túnica de una sola pieza había sido tejida por los dedos amorosos de una Penélope mística. La tejedora era aquella anciana de luto que estaba al pie de la cruz y a la que otras dos compañeras sostenían por los ijares para que no se desmayara. Madre dolorosa y aquella visión enorme y que tuve el privilegio de contemplar como testigo ocular quedaría fijado en la retina de la historia y sería fuente de inspiración de imagineros, pintores y poetas.
-Aguarda, mira bien lo que dices, legionario romano y guárdate del acrónimo: el cetro, la corona y el manto e armiño no era tributo de los reyes bíblicos sino de las monarquías medievales.
-De acuerdo estamos jugando al escondite –dije a la voz de la conciencia- con los símbolos. Las palabras de los cuatro evangelistas cuarenta paginas que revolucionaron el mundo muy densas y a veces confusas pero de una fuerza increíble y como si se tratase de un mensaje llevado en volandas por el huracán del espíritu son una narración deslavazada pero de una fuerza tal que todavía está haciendo girar al mundo. Su conexión repetitiva es una enigma que sigue causando verdaderos dolores de cabeza a los hermeneutas y a los interpretes de los sueños místicos.
-Somnia rerum
-Hechos y dichos pero ¿todas esas parábolas son ciertas?
-Tan ciertas que han volcado los toneles de la ley pero pertenecen más que al mundo judío al romano. Por eso los rabinos están que trina.
-Está claro que la tenían guardada.
-Nescio quid dicis. No sé lo que dices.
-Yo me entiendo.
La voz me dijo que había una transposición de términos. En realidad cada unos de los hilos de la túnica inconsutil forma parte de la malla de un laberinto. Se me metió desde entonces por los ojos. Y todavía veo el brillo del primer ornamento sagrado. Era la estola más pura el primer efod y el mejor cíngulo que jamás ciñeran sobre sus lomos los sacerdotes del templo de Salomón y los flamines romanos que siguiendo la tradición persa ofrendaban sacrificios animales al Sol. Ello forma parte de los atributos de todas las religiones órficas.
Aquella vestidura sin mangas era la prenda determinada por el señor para dejar proscritas las estolas, las cidarias, el efod y las mitras de los jerarcas, todos aquellos ropajes, todas aquellas categorías incierta que quedarían abolida para dejar paso a la nueva ley. La humilde túnica de un crucificado por rebelde a los estatutos religiosos y políticos de Israel se convertía en símbolo de un Nuevo Orden. Él se quedó desnudo en el madero pues hasta le despojaron del paño de pudores o calzoncillos y se los jugaron a la taba los mercenarios etíopes. Tengo que advertir que la escolta del pretorio fue retirada y el ajusticiamiento fue llevado a cabo por una cross de la Frigia.
-El dios está en calzoncillos. ¡Pues vaya!
La frase blasfema no dejó de parecerme un prurito de verdad porque desde aquel vértice en la que el sol parecía renuente a desplomarse por occidente la luz trajo los designios de la clarividencia. Los ciscunstantes y circuyentes por dádiva divina nos transformamos en presagos y videntes. En la suma de aquel cerro se daban cita los acontecimientos de la humanidad en mezcolanza de escenas del presente, el pasado y el avenir. Se veían escenas insólitas y se escuchaban parlamentos en lenguas extrañas anunciando en tono de profecía lo que habría de llegar. Lo que fue es y será.
La desnudez del crucificado era para que a la humanidad en adelante no le faltara el vestido. El nuevo Adán quiso estar en cueros para presentarse de esa manera a Yahvé cuando bajó a visitarle en el jardín del Edén. A la sombra de la cruz nacía un nuevo orden y el paño de pudores que se rifaban aquellos cruderrimos mercenarios etíopes la vestimenta de un ajusticiado la prenda de nuestro rescate.
En aquellas horas se nos hizo fácil dejar escapar la imaginación para explicar muchas cosas que carecen de sentido puesto que la verdad estábamos rodeados de símbolos y cada cosa que acontecía y cada hora que pasaba era todo un ciclo histórico y un montón de acontecimientos que serían el sostén de toda una parenética posterior. El mundo a partir de aquella hora tercia estaría escuchando el sermón de las siete palabras todos los viernes santos

Apreté la túnica sagrada contra mi pecho. Sentía un calor extraño en mi piel, cierta paz interior. La pena y la alegría a la vez bañaban mi rostro en lágrimas. Una fuerza enorme me sujetaba a la tierra y no era la superstición a la cual tan aficionados somos en Roma sino algo que estaba por encima de los dioses mismos. Los decuriones nunca lloráis pero mira mi cara. Estoy llorando. ¿Quién es tu capitán? Se llama Maíus Birtanicus ¿En qué legión militas? La Victrix o séptima. ¿Ala? Tercera. ¿Mano? Siniestra. ¿Manipulo? El de los honderos mallorquines. Está bien. Puedes retirarte.
Aquella prenda de abrigo despedía como una fuerza que en lugar de venganza pedía perdón, que sustituía la turbación por la quietud y exhalaba ese perfume de olíbano que poseen todas las cosas santas. Hasta incluso creo que me inhibía de mi vehemencia, una característica por la cual yo me había significado en el destacamento. Era yo de los de aquella milicia que no da un paso atrás. Ahora estaba sobrecogido ante mi propia mansedumbre y a mi capitán Birtanicus le ocurría tres cuartos del mismo puesto que iba de aquí para allá como alma en pena repitiendo un adverbio de modo: “Cunctancter”.
Bien sabrían nuestros enemigos que esto no era lo normal pero al contacto con semejante “praeda” espiritual algo se movía dentro del corazón de nosotros mismos. Algo estaba pasando. Semejante transformación no entraba dentro de los prolegómenos de la casuística y de la estadística con que nos marca el destino a los hombres. Venimos el mundo a ser uno más y a observar una serie de comportamientos y de reacciones estándar. No te saldrás del camino, beiby, pero la gracia lo puede todo. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué estaba pasando?
Este sentimiento de amistad y de tolerancia hacia nuestros semejantes y que no era lo normal formaba parte del legado un mandamiento nuevo os doy. Era su parte esencial. El testamento del cenáculo: el amor, el perdón a los enemigos, una píldora muy difícil de tragar para un decurión como yo que recibe el estipendio de la Legión Invicta. Esta noche se ha producido un verdadero milagro. Fue aquel cambio, aquella metanoia. Llegaron refuerzos. Los conscriptos de la impedimenta que en las marchas caminan en la retaguardia arreando los onagros de Abisinia porteando en las artolas de arpillera Britanicus trajo vino del Ponto jícaras enteras, orzas, picheles y yo creo que me bebí una cratera. Beber para olvidar. Consumid el fruto de la uva de tal manera que desaparezcan vuestros propios pensamientos y que vuestro ojo desvaríe así que no pueda columbrar la ignominia de este día. Pronto había muchos bolongos. Sin embargo por lo que a mí respecta a pesar de lo muchos que bebía no me emborrachaba. El centurión aguantaba el que más pues se conoce que estaba acostumbrado al lúpulo de Eboraco. Nos mandaban de verdugos a perpetrar uno de los tormentos más ignominiosos en nuestras leyes penales. Sólo se azotaba a los violadores, a los asesinos reincidentes, a los enemigos del pueblo. A los delincuentes peligrosos.
El castigo era tan duro que se tenía por costumbre administrar algún lenitivo o clase de droga tanto a los corchetes que administraban la feroz penitencia como a los reos. Jesús fue dado a probar una copa de vino griego. Lo degustó pero no lo tomó y soportó el trance con una entereza y una valor que yo no he visto en ningún otro hombre. Resistió la verga con cabos de taba pungente y dientes de pescado-el gato- y demostró no sólo hombría y valor físico sino una naturaleza humana de tan recio temple que sobrepujaba los términos habituales.
Uno, dos, tres. Hasta cinco mil latigazos. He de confesar aquí que ninguno de mis hombres tocó al Inocente. Sentían como una especie de reverencia y un pavor que no teníamos por costumbre. Se delegó para tal vileza a una jarca de conscriptos judíos condenados a muerte y que se emplearon con harta saña. El premio a aquella infamia fue la absolución de su condena. Otro regalo del sanedrín al lábaro y las fasces romanas. Aquella chusma recién soltada de las mazmorras de la Torre Antonia se empleó con valor y a juzgar por su sevicia muchos de nuestra cohorte, los que no estábamos ebrios, nos dimos cuenta que en la Palestinense la vida era tenida en muy poco. Esa fue una de mis conclusiones. La otra, que los judíos son el pueblo más racista y cruel de la tierra, raza maldita verdaderamente, viperina, y de sepulcros blanqueados. A los pueblos que no han nacido bajo el consenso de la circuncisión los consideran subhombres, auténticas bestias. Este orgullo de casta les hace odiar a la condición humana a la que pretenden esclavizar mediante el soborno del oro o las mentiras de su historia.
Sacaron pues para aquel mandado a todos los violadores, parricidas, salteadores de caminos, ladrones y forajidos de toda especie. Barrabás era el capataz del equipo. Golpeaban con tal contundencia que diríase fueran auténticos expertos manejando los verbera o trallas de esparto que remataban en bolas de plomo como si el oficio hubiera sido el suyo de toda la vida.
Cinco mil vergajazos pero lo más humillante fueron las befas. Un buharro se puso detrás de él e hizo amagos obscenos de sodomizarlo pero uno de mis hombres desenvainando la espada le decapitó de un golpe certero. La cabeza rodó por las baldosas del Lithostros igual que una peonza a la que un niño acabara de soltar en trompo dejando en pos un reguero de sangre. El gentío que asistía al martirio reía a carcajadas. El Inocente el rostro ensangrentado y todos los hombros que parecían una llaga volvió la cabeza y como un relámpago se ciñó su túnica sagrada desatando las cuernas con que estaba amarrado a la columna del pretorio y adelantándose unos pasos recogió la cabeza ensangrentada del sodomita y la unió al tronco. Éste se levantó como si no hubiera pasado nada lleno de confusión pero arrepentido de aquellas obscenidades contra el Lirio de de Dios paradigma de la castidad misma. Se prosternó ante él y lo adoró saliendo después del lugar con su cabeza sobre los hombros. Como si no hubiera pasado nada. Iba diciendo: éste verdaderamente es hijo de Dios. Le llamaban Plauto según supe después el cognomen debido a su cojera y creo que era un mercader de Salónica hermafrodita perdido y famoso por sus inclinaciones paidófilas. Desde aquel entonces nunca le volvieron a ver en compañía de efebos. Huyó al desierto. Fue bautizado y creo que murió mártir de los judíos que le llamaban El Impuro y para los cuales no era óbice su arrepentimiento y la vida penitente que arrastrara.
Era la segunda vez que el ajusticiado utilizaba sus poderes sobrenaturales después de haber conseguido otra ortomorfosis en la oreja de Malco que fue tajada asimismo por uno de sus discípulos en un arranque de valentía. Estaba claro que el Inocente que se enfrentaba a la violencia y crueldad de la que jamás se había tenido noticia bajo la capa del cielo no utilizaba la guerra para llevar adelante sus planes de salvación. Bienaventurados los mansos de corazón. Al verle obrar aquel portento comprendí que se estaba cumpliendo un designio anunciado mucho antes.
Entonces un escriba de los que habían acudido a pedir la muerte de Jesús a Pilato gritó:
-No le hagáis caso. Es un hijo de la condenación. En nombre de Belcebú hace milagros.
Aquel hecho no ablandó el corazón de pedernal de los que le condenaban. Seguían ternes en sus blasfemias cubriendo su cuerpo de gargajos y pronunciando blasfemias. Estaban cometiendo un pecado que nunca sería perdonando. Y quedaría adherido a aquella raza de víboras como un estigma. Aquella tarde estaba naciendo el Amor Salvador pero por paradoja en el Calvario también asistíamos al parto de un Odio infinito a aquella cruz que sería el símbolo de la condenación y de la muerte en un holocausto de todo el pueblo de Israel. Veo la ciudad llena de piras funerarias y sobre sus murallas alzarse una nube densa de fuego que abrasará la tierra. Los deicidas en esa hora obtendrán su paga.
La soldadesca se creció a raíz de aquel suceso y hubo varios conatos de tumulto que mis pretorianos, tras el incidente nefando, hubieron de sofocar con las armas en la mano. Seguían clamando a pesar de todo lo que dijo la vieja:
-Caiga sus sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
No tenían ningún temor de Dios y menos al Cesar. Eran tan altaneros, tan pagados de sí mismo y orgullosos de sus convicciones que pagarían cara su soberbia apenas dos generaciones más tarde de que ocurrieran tales hecho. Más que la muerte de aquel inocente a lo que más temían era a contaminarse pues era sábado y había que guardar las reglas, ceñirse siempre a la letra muerta, rara vez al espíritu de su Torá.
Tampoco se conmovieron cuando fue sacado al pórtico c coronado de espinas. Setenta y dos pinchos olorosísimos y punzantes de cambronera. Aquí tenéis al rey. Ecce homo. Prorrumpieron en carcajadas histéricas. Mayores gritos:
-Crucifícales, cruficicales.
Pilatos que también estaba entristecido y como medroso ante el furor de aquella gente se sentó sobre la curul a deliberar. La gentualla pedía la cabeza del reo con mayor ahínco. El cónsul de Roma no comprendía. Yo tampoco entendía nada. Era la hora del asombro. La razón humana estaba siendo vencida, conculcada la lógica de modo que los argumentos poco valían mostrándose tonante y prepotente Júpiter Pistor con una energía que apabullaba. ¿O no era Zeus en realidad el que determinaba semejante secuela de atropellos contra la verdad y la justicia? Uno tenía la sensación de andar como flotando. No habíamos llamado a los dioses por su nombre aunque invocábamos su fuerza. Era otra historia. Era otra cosa. Estábamos jugando al escondite con los hechos ciertos mucho más allá de las coordenadas que determinan los humanos comportamientos y desde el primer instante tuve el conocimiento de que aquel ajusticiado entre los malhechores para ironía de esas special valúes que él al morir de esa manera tenía en tanto menoscabo y que tanto estima la vanidad humana (ganar buena fama, tener sido en consideración, ser rico e influyente) era el hijo de dios o hablaba con una autoridad suprema propia de aquel que puede ejercer su influjo sobre los astros. Que es capaz de decir a una estrella cae y el gran cuerpo celeste se convierte en estrella filante. O apostrofar a los peces para que canten y toda la ictiología de los reinos de la sombra del padre Océano inicia una melodía infinita que esparcen las ondas y que mueven las mareas de uno al otro confín. Fuerza suprema. Radiación lumínica y taumaturgia. Levántate, toma tu camilla y camina le dijo al tullido de la piscina probática y el paralítico de toda la vida inició una carrera por las trochas que circundan el valle de Hebrón. Yo soy la verdad y la vida. ¿Quién puede pronunciarse de esa manera sino el Mesías? Ha blasfemado. El supremo sacerdote escindió su pectoral de oro en dos. La túnica se la había echado el Inocente sobre los hombros y Pilatos apuntándole con el dedo dijo Ecce Homo. ¿Qué no os dais por satisfechos, cabrones? ¿No tenéis bastante ya? Les temblaba la voz. Titilaba el odio en sus barbillas. ¿Ese loco qué se habrá creído? La envidia, la presunción, los malos pasos, la soberbia orgullosa de los que escucharon el sonido de las trompetas de Jericó. Todo resultaba inconexo y un poco como sin lógica. Nuestro cónsul tenía miedo. Era su tercer año. Le quedaban tan sólo unos meses de mandato. No le gustaba Palestina, nunca entendió a los judíos. Se había limitado a llenar las alforjas para volver a Toscana rico. Le aguardaba un retiro en la quietud de su villa cerca de Ostia regando los geranios, vigilando sus silos y comerciando con los esclavos de Iliria. Además amaba a su mujer Claudia profundamente a pesar de que habían corrido rumores por el destacamento de que ésta llevaba una vida licenciosa pero en el fondo era una buena mujer que se aburría en aquella ciudad cargada de dioses y de prejuicios y le hacían añorar a su ambiente de Roma. Los balnea. Las entradas para el anfiteatro. Le había dado al gobernador cinco hijos. Un fallo a tales alturas, pensaba Poncio Pilatos, podría ser ominoso de cara a su jubilación tranquila. No dudaba que aquel hombre que había traído para ser juzgado nada tenía que ver con las terribles acusaciones de las que era objeto. Que había sido conducido al pretorio bajo la imputación de falsos testigos y todas las pruebas eran una burda fabricación. El clima de odio era tan espeso que casi podía ser cortado con una navaja. Y era aquel encono, aquella saña, fruto de siglos, fecundaría los negros campos de la destrucción y de la guerra. Tengo que regresar a Roma cargado de honores y de lingotes. La nave oneraria que transporte mis posesiones será la admiración de mis admiradores. Mis enemigos perecerán de envidia. He sufrido mucho esta noche en sueños por causa de ese justo. La esposa solícita – la intuición de las mujeres resulta determinante para conocer la verdad – enviaba recados al procurador pero Quid est veritas? La ética de circunstancias echaría un pulso a la deontología de un juez. Al fin y al cabo muchos jueces romanos estaban corruptos y los senadores ambiciosos que eran enviados de procónsules al Oriente sólo tenían ambición. Para volver con los carros y transportes cargados de riquezas y encender un cirio en el templo de Vesta enhiesto en una palmatoria de oro sembrando la admiración de los padres conscriptos. Velay al hombre. Ciertamente es una injusticia. Este hombre no ha hecho nada malo. Parece un orate pero escuchad cómo chillan en la platea. La chusma brama pidiendo su muerte. Al fin y al cabo nadie sabe dónde está la verdad. No puedo comprometerme ni poner mi carrera política en entredicho. ¿Quién eres tú? El ajusticiado se entregó al más impenetrable de los silencios pero era un mutismo manso sin queja bajo la arcada de las columnas dóricas su rostro dolorido bajo la imposta, los ojos traspasados de melancolía, de dolor el gesto. Nadie quería compromisos ni complicaciones en la vida. A mí que me dejen tranquilo. Yo voy a lo mío. Hágase mi voluntad y que se caiga toda la techumbre del firmamento. No te metas en camisas de once varas. Entonces un esbirro de la escolta con ganas de hacer méritos le arreó una bofetada y el alapa volvería a repetirse por el mismo sujeto en la casa de Anás un viejo de barbas hirsutas la nariz larga y el gesto hosco rapaz desconfiado e insolente. ¿Así respondes al pontífice? Tas otra hostia. El Salvador abrió los labios. Si en algo falté dime en qué. Si no ¿por qué me golpeas? Pero otro puñetazo fue la respuesta. Aduladores y cortesanos sinuosos como la serpiente. Vi a una mujer rapaz los ojos chiquitos y muy móviles como los de una víbora que hablaba palabras de abominación. Tenía flujo y su olor era bastante desagradable. Estaba sentada en la Biblioteca de Alejandría. Era la encargada de los scrinia o pequeños cofrecillos en los que se archivaban los papiros de la satánica venganza. Esta mujer por nombre Livia pero que procedía de una ciudad cercana a Iliberris era una bruja que decía tener poderes del maligno. Los que la conocieron la temían y se guardaban mucho de pronunciar su nombre que era el de Fonscrudelis. ¿Qué hacía aquella arpía en el lugar de la visión? No lo sabemos pero venía escoltada por otra hispana que le traía la cesta de las ofrendas y de las libaciones a las deidades infames. No en tiendo por qué se encontraba en la casa del Sumo Sacerdote pero su nariz era acabañada como el suyo y el pelo sucio y era algo pecosa. Los que la conocían y temían dijeron que llegó desde la Bética como cuadrillera que sigue a la tropa ofreciendo sus servicios pero bienquista con un procónsul de cuyo nombre hago gracia al lector conquistó favores en el pretorio del gobernador hasta alzarse a un lugar predominante de la administración colonial. Hacía y deshacía y su influjo se hacía sentir sobre la psique del propio Pilatos un hombre bueno pero débil y que vivía dominado por su mujer y por su barragana porque Fonscrudelis había sido su favorita en la legión. Era una matrona muy altiva como lo suelen ser las queridas y esposas de los militares en Roma crueles y orgullosos. Al andar por los pasillos del palacio residencial movía el cuerpo con mucho dengue y meneo y la cabeza la giraba a compás igual que una jirafa. Si Flavio había aconsejado que librara del patíbulo a Jesús la jienense le recomendó que fuera al palo. Reo es de muerte. Aquella mala mujer ejercía una suerte de magnetismo nefasto sobre el pretor Poncio. Y después de observar la gran nariz de Anás que se daba la mano con la Fonscrudelis la maloliente pero tan fétida como bella. Era algo pecosa y rojiza el rostro atractivo bien trabada de hombros y con un buen Partenón al dos pues era portadora de uno de esos traseros que tanto gustan en las Galias y que son un vehículo de promoción social. La nariz ya digo de Fonscrudelis era de vulturida. Lo de fuente cruel no era más que un mote pues los anales refieren que nada más nacer fue ofrendada por su aya sobre el cadáver de la madre que la trajo al mundo en mala hora a las deidades de la fuente Castalia y Fuensanta la llamaron pero no pudo ser más irónico el cognomen a la vista de los hechos de su vida. Aquella no era una mujer. Poseía rasgos que recordaba n a la víbora. Se puso a silbar en medio del bullicio introduciéndose los dedos en la boca para hacer flauta y clamando:
- Crucificale, crucificale. 
No hay comando más temible en nuestra lengua latina que aquel imperativa apostrofe con el que las enardecidas turbas pedían la pena capital contra el galileo. Vi a la infame Fons arrebujada en su velo mezclada entre la multitud odiosa. La reverberación de los azotes los insultos y escupitajos era una elocuente referencia a las secuelas de aquel magnicidio. Dos tres cuatro. Lentos sonaban los golpes de un tenor acompasados. El sol del mes de Nissan se ocultaba detrás de las nubes como si tuviera vergüenza de presenciar tal espectáculo. Los verdugos sudorosos apagaban la sed en un aguardiente infame de guindas que parecía tornarles más locos y agresivos. Al reo le dieron a probar vinagre. He de confesar que ninguno de mis hombres tocó al inocente. Sacaron de los calabozos a todos los rufianes y asesinos lo peor de cada casa y a los legionarios que se encontraban cumpliendo cadena por algún crimen o toda la gente sentenciada a muerte. A ellos echaron al cristo como tiempo adelante echarían a sus discípulos a los leones. No podía ser mayor la infamia.
Así pues la ley del flagelo caía rotunda sobre la espalda y las nalgas de los ajusticiados. Estallaban en el aire los golpes del gato o látigo de cuerdas que remataban por contera en tabas afiladas de huesos de animal o clavos. Tanto reos como verdugos tenían que acudir a la bebida para paliar el tormento de la sed. Tomaban una pócima especial a base de vino judiego a la griega mezclado con aguija y aguardiente de moras. El trance no podía ser más atroz. Entre nosotros el tormento de la flagelación superaba en horrores al de la crucifixión pero el Inocente impelido por una fuerza divina o porque tenía que cumplir el mandó de apurar el cáliz hasta la última hez los apuró todos.
Una variopinta chusma recién excarcelada de la Torre Antonia estaba dando rienda suelta a su sadismo. El populacho y es un clamor que no paramos de oír en toda la tarde decía:
-Duro con él.
Y había que beber. Era preciso apurar el cáliz. Tres mil latigazos. Estuvieron solmenándole desde la hora tercia pero la constitución física y la longanimidad –una fuerza secreta dimanaba de su persona- eran portentosas. Una naturaleza envidiable y una voluntad de hierro abroquelada en su misión de salvar al orbe. Verdaderamente ante el espectáculo el mundo futuro comprenderá el comentario del centurión:
-Verdaderamente éste era el hijo de Dios.
Nos estábamos ciñendo al espíritu y la letra de un texto antiguo y había que cumplir el mandado sin apartarse ni una línea. Vermis sum et non homo. El espíritu de la profecía se estaba manifestando. Se me abrieron los ojos aquella tarde en el Lithostros. Empecé a ver y empecé a creer entre homicidas, sodomitas, rameras, sacerdotes encopetados con la cidaria a la persa y filósofosQuerría que el responsable de aquel asesinato fuera a Roma a ser juzgado y que el senado y el pueblo supieran acerca de lo que estaba sucediendo en Palestina. Un suceso que tendría relevancia para generaciones enteras y para toda la humanidad. Fui testigo de cargo y yo lo vi con mis propios ojos. Yo acuso al Sanedrín y a la chusma judaica. Era ya de mañana pasada la hora de tercia y el sol se alzaba besando sus resplandores los morrillos del empedrado camino del monte de las Calaveras. Habíamos bebido mucho vino de muchos grados pero ninguno de mis hombres daba muestras de borrachera. Era el propio ajusticiado cuyaq sangre vertida se volvía vino por nosotros infundiéndonos fuerzas.
Ya arriba, lo clavaron entre dos ajusticiados, Dimas y Gestas condenados por asesinato. Uno de ellos era un terrorista. Uno improperaba. Otro bendecía. Al que le bendecía le prometió el paraíso. Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna. Jesús gustaba llamar a las cosas por su nombre. Los que lo condenaron no. Muy a regañadientes e invitus, el pretor pasó sentencia. Vi su mirada turbada y sus dedos vacilantes. Sólo la devotio al Emperador  Tiberio y aquellas amenazas pronunciadas por los judíos de que si no lo mandas al palo no serás amigo del Cesar le infundieron temor. Se había tatuado en un brazo la insignia del emperador. El centurión por su parte estaba como ausente. Iba de a un lado al otro del patíbulo donde habían colocado al reo junto a los dos ladrones dando ordenes contradictorias. A sabiendas de tener sí una tarea difícil. ¿No le dará pena? ¿Por qué piden su muerte? Y ante aquella brutalidad le vino al alma la damosa compassio que siempre caracterizara a los ingleses. Cuando el Nazareno pidió de beber, él mismo le acercó una esponja mojada en vino y en hiel. No lo desdeñó. Lo probó pero no lo consumió.
Fue un verdadero milagro que hubiéramos ingerido entre todos casi doce cántaros y que no estuviéramos ninguno ebrio. La beodez, la borrachera de amor vendría después y sería una garantía de perdón para los pecados del mundo. Los de abajo le seguían insultando. Le llamaban raca, hijo de puta y los gestos obscenos se repetían una y otra vez. Las carcajadas y la provocación:
-Si eres hijo de Dios baja de una puñetera vez. Que te desenclaves.
A golpes de culata manteníamos a raya pero teníamos ordenes estrictas de no volver a desenvainar el hierro ni cortarle a ninguno la cabeza como había ocurrido previamente en el gafofilacio aunque ganas tampoco faltaran. Nuestros jefes, otrosí, tenían miedo a los judíos y se ceñían a la horma del compromiso político y como los romanos somos muy aficionados a los juegos de azar pusimos sobre el tapete sus pobres prendas. Nos jugamos a los dados su túnica inconsútil la que le tejió su madre María el ceñidor de la ascua y sus sandalias. Pocas pertenencias para un rey desde luego pero su reino no era de este mundo. La pera o alforja estaba vacía y la bolsa de los caminos se la había llevado Judas. Su calceamenta estaba muy gastada y manchada del polvo de todos los caminos de Judea. En lo alto del monte del Gólgota se escuchaba el jadeo de los agonizantes, el llanto de las buenas mujeres y el cubileteo de las téseras de los tahúres. No podía ser más pobre el lote del defroque pero no podría ser más ardoroso el empeño de los que administraban la puesta. Había asistido yo a lo largo de mi vida militar a unos cuantos expolios mas en ninguno vi tanto empecinamiento y ganas de triunfo por los jugadores como aquella tarde con Jesús. Parecía que les iba la vida en aquel lance de fortuna. Todos le abominaban pero todos querían los despojos del manso Cordero como si de aquellos despojos dimanara una fuente de salud.
12 de abril 2006 Miércoles Santo



Viernes Santo.


Te bendecimos, Señor
Y te adoramos
Porque con tu santa cruz
Redimiste al mundo
Miro esta tarde tus llagas y la sangre en el costado
Amor de los amores
Cristo crucificado
Derrama sobre nosotros
El aroma de tu santo sudario
Y de la peste que acecha seremos curados