EDUARDO ZAMACOIS:
LA NOVELA DE LA ESPAÑA CAUTIVA
por Antonio Parra
Galindo
I
*
Martín Santoyo, un mozo del salmantino
pueblo de Carrascal de Horcajo, de la quinta de 1898, hacía honor a la
toponimia del pueblo que lo vio nacer. Era recio y tieso igual que un quejigo. Terne en su fe y en sus
convencimientos. No le dio tiempo a ir a la guerra de Cuba, porque quiso su
desventura que antes lo encerraran en un presidio. Había nacido para ser carne
de cárcel. Otros españoles lo son, lo fueron y lo serán de horca o de
prostíbulo. La tragedia de este Juan
Español profundo, estepario, y de una sola pieza, es el barro de la frágil
condición humana con que Eduardo Zamacois (la Habana 1873 - Buenos Aires, 1971)
compone una de las mayores novelas del género cautivo que en la castellana
lengua han sido. Se trata, sin más, de una obra genial, a todas las bandas. Una
narración majestuosa del drama de un campesino que iba para Juan Soldado y se
quedó en Juan Conscripto cambiando la muerte en la cárcel por un mal tiro en
algún manglar cubano o los delirantes asedios de fiebres palúdicas. Es otra visión de nuestra
indefensión irredenta de una generación inmensamente literaria lo que nos
asalta desde las páginas de esta saga encadenada en el Centenario del Noventa y
Ocho que ahora concluye. El cierre de la tristemente famosa de Caramanchel pone
sobre el tapete de actualidad las cuatrocientas páginas de esta novela-río Hoy hemos de sacar de nuevo a colación a
Los Vivos Muertos según la visión de este novelista de origen cubano,
figura señera, porque al instituir en 1907 la revista El cuento semanal
abrió las puertas a toda una pléyade de eximios narradores como Pedro Mata,
Felipe Trigo o el gran polígrafo Cansinos Acianos, el que deslumbró a Borges, y
toda una encartación de traductores (Varela Castro, Enco de Varela, N. Tasin,
García Morente y otros). Este grupo concentra su mira en la nueva novela social
y psicológica cuyos más altos cultivadores, a finales de la pasada centuria,
encuentra un faro de guía en los
maestros rusos.
La gran
escritura de Occidente, un hecho indeclinable del que abominan hoy muchos
furibundos críticos, arranca de los evangelios sinópticos, pese a quien pese.
Por eso, toda gran novela es un remedo lejano del inefable carisma que brota en torrente de agua viva y
fuente de inspiración revolucionaria desde los textos de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. A través de la palabra, se pulsan las fibras más tiernas del corazón
humano. Tendríamos, entonces, filomanía (gusto de lo bello) y una gran
compasión misericordiosa hacia el hombre caído y redimido.
Son réditos
literarios que no solamente entroncan con la revelación sino que purifican el
alma humana haciendola mirar a las estrellas con ahínco de esperanza, siquiera
sea a través de la celosía enrejada de un módulo celular. Por ese resquicio
entra también la luz de resurrección. Se escribe, por ende, a la sombra de la
cruz, emblemática ineluctable del dolor y del amor. ¿ Quién dijo que la
literatura como diorama de todo el dolor y el ensueño humano obvia los buenos
sentimientos? Cristo en su sermón del Monte tiene palabras de misericordia, no
de castigo, para aquellos que mete presos la desventura de una mal momento. O
porque son víctimas de testigos falsarios. De la ignorancia, de la injusticia,
o del despotismo.
La estética de
la modernidad, si es que cabe hablar de belleza en un arte que pretende borrar
la memoria y auspicia la inversión de valores,
intentando premeditadamente acabar con ese predicado. Sonó la hora de
los blasfemos detrás de la máscara progresista. A un paso de la tiranía, y recurriendo
a tretas que recuerdan antiguos vicios inquisitoriales, los “neos” nos están
dejando sin argumentos. De ahí que yazga en el baúl del olvido tanto genio. Son
los mediocres a los que se asigna, en artera maniobra de intereses políticos,
la antorcha del fuego sagrado. La verdadera luz duerme sin solución debajo del
celemín. Pero algún día bien puede ser que todo esa serie de tesoros escondidos
salte a la luz. Parece ser que dentro de la gran carga soteriológica y
esotérica del Nuevo Testamento se adscriben a esa área de ocultos, anónima,
vetas escondidas del valor despreciado a ojos del mundo, pero a los que amó
Dios y seguirá amando por toda la eternidad.
En el reino
estará la revancha de los “perdedores”. De tejas abajo, para ellos se escribe.
Es más: serán los destinatarios del mensaje
Hay tres maneras de purificación o de
catarsis. La una gira en torno al dolor moral y físico del ser humano. El
sufrimiento viene a ser el agua lustral del alma, una suerte de alambique donde se acrisola y se acendra lo
más puro que llevamos dentro que es el sentimiento. Lástima que esta sociedad
deshumanizada y hedonística esté empecinandose en huir de todo lo que comporte renuncia al
placer y al bienestar físico. Pegan
coces contra el aguijón. Tratan de acabar con su propia sombra. Por mucho que
lo intenten, empero, nunca conseguirán abandonar la horma en la cual se nos ha vaciado.
La otra fórmula con que los místicos buscan su
vía purgativa que les lleve a los otros dos estadios superiores, donde estarían
la contemplación y la unión con el rostro de Dios, fuente de la que mana toda
dicha, sería a través de la ejercitación de la memoria, la mayor de las
potencias del alma. Martín es a la inversa. La memoria de su ofensa se aviva.
Es una fuerza que le hace crecer. Vive en el pasado. Un pasado de expiación.
Es merced a
esta fuente de conocimiento (aprendemos por asociación de ideas, a partir de la
fuerza del símbolo) que el hombre encuentra consuelo en la filosofía y en el
cultivo de las bellas artes. Si borramos la memoria, nos quedaríamos a oscuras,
sumidos en un apagón horrísono. Sin ese refugio altruista, el ser humano se
envilece. El hombre , que no sepa leer ni escribir, es un esclavo y su
analfabetismo, a par que lo embrutece, lo transforma en el ser más desgraciado
de la tierra . La escritura y la lectura son un acto liberador. Redimen y
alivian al que está empalado al duro
brete de sus propias pasiones. El oficio de la literatura navega-porque la vida
es una extraña y misteriosa singladura en la que se nos embarca al nacer, por
supuesto- íntimamente conectado a la memoria. Solamente desde ella seremos
capaces de proyectarnos hacia el futuro. Ser libres. Porque todo cuanto nos
rodea está a la sombra de un presidio y un patíbulo.
Por eso se
escribe en esta huida, o en esta búsqueda de lo inasible : para dar caza al
recuerdo vivo de algo mejor; y por ello se pinta y se canta o se componen
sinfonías. La memoria tiene efectos terapéuticos sobre el corazón. Es un reto
en el cual se convida al alma a viajar hacia la parte de las estrellas. El
arte, sublimando lo ya vivido, aprehende lo que fue y ya no es, pero que vuelve
a ser y revierte a nosotros en forma de espíritu puro. Se capta de esa forma el
pasado redivivo. Espiritualizando el
pasado, estamos a un paso de la inmortalidad. El pecado, por así decirlo, no
nos alcanza. Encuentra acomodo fuera del yo.
Un segundo
procedimiento de catarsis, acaso menos recomendable, pero que siempre estuvo a
nuestra disposición desde los griegos,
derrota por el sendero dionisiaco.
Creían los primeros dramaturgos - Sófocles, Esquilo, Aristofanes, etc. - que para entrar en el
jardín de Apolo antes había que pagar portazgo en el corral de Baco. La verdad
reposa en el fondo de un vaso de alcohol .
Y el peñascaró, que no falte,
por ser la triaca que redime del olvido y abre a los mortales la puerta
excusada del paraíso. El recurso al estupefaciente es tan antiguo como la
humanidad misma.
Siempre se
dijo: vinum bonum
laetificat cor hominum (el vino es
talismán de bondad y alegría para el perdedor) . Et in vino, veritas... Pero la deidad báquica, artera y
descomedida, nos ofrece con
frecuencia una distorsionada visión de
la realidad, en diplopía - esto es: el doble ojo que ofusca y hace perder el
equilibrio, como el de los beodos - de pasos inciertos y de tanteos, llena de
peligros y acechanzas para la razón. Baco no es buen consejero, no obstante ser
un certero remedio por lo que tiene de calmante
contra el dolor. Los narcóticos pueblan las cárceles, y a ellas conducen
al pobre ser humano, que suele cometer la mayor parte de sus delitos en un acto
de enajenación. Resulta la droga un buen salvoconducto para acabar en el penal,
aunque muchos de los enganchados dirán que el chute forma parte de su
existencia; no pueden vivir sin ella.
Pero hay más causas determinantes y que se
atisban de modo borroso o con explicitud más o menos diáfana, de la condena a
presidio a medida que uno se adentra en ese laberinto que es el alma humana. La
prava condición o la perversión de inclinaciones, según aducen los
criminalistas, pueden servir de salvoconducto de condena, pero no son únicas.
También la bondad tanto como pueda serlo la integridad moral o el sentido del
deber y de la justicia puede convertirte en una inadaptado. Un rapto, un momento
de mala suerte, sella una vida para siempre. Pero ellos serán los renglones
torcidos de Dios con los que incluso se puede escribir al derecho.
Por lo mismo
que el infierno está empedrado de buenas intenciones, las bonísimas personas
suelen convertirse eN carne de horca, de presidio o de manicomio. Ser
calificado de buena persona viene a ser un insulto, un sinónimo de fracaso y de
desdicha. Desgraciadamente, las púberes canéforas descienden a los prostíbulos.
La vida no suele ser compasiva ni lógica. De nada ni de nadie hace acepción. No
hay en ella un renglón seguido. Tampoco un patrón. Sólo entiende la razón
inconsecuente de la violencia emotiva y del cambio. Pero es lo imprevisible lo
que da valores mágicos al hecho de la redención. No se podrá vivir sin esperanza.
Hay que tener fe en el ser humano.
El protagonista
de esta novela no sabía que nada conduce tan fácilmente a presidio como un
deseo excesivo de justicia. Se hizo acreedor de cadena perpetua por su ética
acrisolada en los cristianos principios. La propia deontología le condujo a
empuñar la navaja, cometiendo una atrocidad. En la naturaleza hay afinidad de
contrarios, pero resulta impensable la generación espontánea ¿ Cómo puede ser
que el bien engendre un mal o que una bellísima persona se trasmude en
asesino? He aquí uno de los soportes
sobre los que se perfila el “pathos” del drama del reo de Zamacois.
Habría una
tercera vía de escape, la que practicaban los idólatras, que, al comerse la
imagen del ser amado o adorado, creían poseerla. Es el principio en el cual se
basa toda la teología de la eucaristía (εuxαρiσθαi, mostrar favor) que acaso
haya sido exagerado en el cristianismo latino. Se corresponde con eulogía (bien
hablar). El protagonista de esta cruda novela manduca literalmente el
órgano bucal de su agresor, creyendo que ,al hacerlo, borraba para sí la horrible culpa. Entiende
que, al arremeter de tal forma de alguna manera se purificaba de la blasfemia
de su primo. Está en un error. Cae en la
antropofagia y en el asesinato. De hombres es errar. Hasta siete veces cae el
justo. No ha de perderse de vista este
concepto de memorial que nos libere de una fe encorsetada en puerilidades y en
retórica. La religión de Jesús encuentra fundamento en dos elementos tan
humildes y sustantivos como pueden ser el pan y el vino.
II
No fumaba ni bebía nuestro personaje.
Nunca había estado en una taberna y carecía de vicios. Pero eso tampoco fue
óbice. Precisamente fue esa integridad moral de este Quijote Encadenado,
luchando contra los molinos de viento de la sinrazón - hay tanto de grandeza en
el personaje de Zamacois como en el
hidalgo manchego - la circunstancia que iba a buscarle la ruina. Hoy ya casi
nadie se acuerda de este escritor hispano cubano, autor de novelas con una
carpintería perfecta, que parecen tiradas a cordel guardando una simbiosis
rotunda entre continente y contenido como Incesto, Tico Nay, Punto negro,
Memorias de una cortesana, etc. Su obra mayor a nosotros nos parece, por
estar mejor lograda , que es Los
Vivos Muertos. Por el mensaje y el entramado ofrece un
grandioso paralelismo con El Ingenioso Hidalgo cervantino. Sin embargo, fue
tachado por alguna crítica de su tiempo por hacer concesiones a lo truculento.
A Felipe Trigo, compañero de terna de Zamacois, se le ha llegado a calificar de
“pornógrafo“. No están en el círculo dorado de los grandes pensadores que tuvo
esta generación. Se limitan a hacer correr el espejo por el camino. El paisaje
que se proyecta refractado sobre el cristal de aumento del novelista adquiere
perfiles de aguafuerte, escrito a pinceladas impresionistas sobre un lienzo
viscoso. El panorama es aterrador. Una nación encadenada, amarrada en blanca
por el peso de su historia, maneada por el grillete de sus angustias y
pasiones, se alza a ojos vista. España, cárcel. España, inmensa celda de monje
o de convicto, donde los hombres y las mujeres viven y mueren entre las rejas
de los propios principios seculares. ¡ España, tan católica, pero bronca,
difícil , acérrima, y tan lejos de la ternura
del mensaje de Jesucristo!
Todo buen
novelista - escribir siempre es una elección de procedimiento- ha de ser un
buen arquitecto para construir con solercia, a la busca y procura del ángulo
exacto, para dar resaltes, habiendo seleccionado bien los elementos de su
mampostoría y sus sillares, sobre el soporte sólido de armadura o trama (hay
que saber colocar jácenas, basas y estribos, buscando el ángulo recto de la
simetría); y ha de ser un demiurgo, un dios creador de mundos, inventor de espacios vírgenes y selectos, por más que esos espacios sean la tarbea
pestífera de un penal o la crujía de un lazareto. Sopla con el aliento de su
palabra y allí nace una situación, una vida literaria banal y etérea pero imperecedera con su sello y personalidad
propias que todos recordarán porque el arte presenta la peculiar característica
de traspasar la retina del lector y quedarse en ella grabada para siempre. Por
eso, los grandes libros suelen ser grandes desconocidos, escritos por autores
incómodos a los que la critica, tan mundanal y, mediatizada ahora mismo,
descalifica. Es una industria como otra cualquier con su fábrica de novelas en
serie, en la que el morbo de la sangre o del semen es el principal ingrediente.
La literatura acabará expulsando a las nueve musas del Olimpo para instalar en
su cima al pseudo, al sucedáneo, manejada por los nuevos Midas de la
comunicación y el pelotazo. El mercado está aniquilando el arte, convirtiendose
en aceptador de lo que vende, esto es: el escándalo. Todos los autores que
escriben con un afán artístico siguen siendo ninguneados o situados en el
índice de los tachados. Hoy hay una
censura subliminal, puesto que nunca fue tan férreo el encorsetamiento
económico, que controla todas las palancas actuando certera y contundente.
vigilan la parva los grandes capataces de la ingeniería propagandística, una
especie de tribunal del Santo Oficio que sienta las pautas de lo que hay que
leer y lo que no hay que leer.
Ha sido
inventada una nueva profesión: la del agente literario, y un nuevo
calificativo: “políticamente correcto”. El que no está con el Mercado se sitúa
extramuros. Jerusalen sigue maltratando a sus profetas y colocando la túnica de
los locos a los genios.¡ Ah, Jerusalén!
Con todo y eso, la luz se despabila debajo del
celemín. Son entes autónomos los grandes libros. Gozan de vida propia. Siempre
hará falta un pensador para u pueblo: alguien que se niegue a comulgar con
ruedas de molino. He aquí la causa primera por la cual el verdadero arte es
indestructible.
También ha de ser el novelista de raza un mago
en quien la potencia verbal y la capacidad de seducción para atrapar la
atención imaginativa en las redes de la trama nunca se restañe. Si un libro se
tira de las manos, habrá fracasado su autor. Los Vivos muertos - y casi
lo que menos gusta es el título- sin embargo, se lee de un tirón.
Por si esto
fuera poco, Zamacois agrega a sus encantos la grandeza de un lenguaje que
atrapa y hace maravillar de las posibilidades inagotables tanto
filosófico/semánticas como estéticas o castizas que tiene la lengua de
Cervantes. El buen decir es un regalo que reservan los dioses a unos pocos, que
no lo derrochan y saben dosificarlo. Hablar con propiedad idiomática -algo
costoso y difícil- tiene algo de neuma divino, que alumbra la expresión exacta,
labra de cincel. Por ese cabo hay que proclamar que al exhumar esta obra
olvidada de un oscuro autor del noventa y ocho hemos rescatado un libro
inolvidable, escrito desde la melancolía y de la compasión hacia nuestros
semejantes. No es un melodrama. Podía haberlo sido, dada la escabrosidad del
tema y la facilidad con que los autores de su tiempo - Pedro Mata y Felipe
Trigo junto con el autor que nos ocupa serían las plumas más significadas de
esta generación poblada por enanos y por gigantes pero que constituyen ejemplos
representativos de la pléyade que emborronaba cuartillas por allá por los albores del presente siglo- se
daban a la truculencia del lacrimoso folletón por entregas, si al otro lado
del papel y de los rastrillos no hubiera
estado un genio como el de Eduardo Zamacois para adentrarnos en esa selva impenetrable, abismo de la desesperación y escuela de picardías como es una cárcel
española. En ella se vive despiadadamente para la venganza. La cárcel nunca
regenera. Martín, este gigantesco personaje por él creado, fue una rara
excepción. Entre barrotes encuentra su propia vida y un género intransferible
de purificación.
Auténtico Prometeo encadenado, un hijo de la
sociedad hispana fin de siglo, con sus miserias y sus grandezas, Zamacois en paralelo con Cervantes y su “
Caballero de la Triste Figura” hace a la
vez reír y llorar. Las similitudes son desconcertantes. Sendos héroes van por la vida luchando contra los molinos
de viento de la injusticia de los
desalmados, defendiendo inocentes y poniendo una pica en Flandes en
favor del que ha caído. Empeño inabarcable porque la naturaleza humana es así
de caprichosa. La única utopía es que no hay utopía. El absoluto no se
transfunde con el relativo, aunque siempre quepa aspirar hacia mediante el
esfuerzo, la comprensión, el amor a la libertad y a la dignidad del hombre.
Erradicar el sufrimiento y la injusticia de este planeta resulta imposible. No
hay vías de comunicación entre los de
arriba y los de abajo. Sin embargo, este mundo avanza gracias a los utópicos y
a los que se embarcan, por más que naufraguen en empeños quijotescos, en la
aventura de escribir por caminos no trillados. Ambos, personajes - el hidalgo
de la Mancha y el triste labrantín charro- fracasan. Son dos perdedores
empedernidos. No les arredran ni los golpes, ni los escarnios, ni las celadas
ni los malandrines ni las algaradas de la gallofa y el hampa. El uno campea por
los villorrios manchegos. El otro se erige en valedor trasnochado de sus
propios compañeros de infortunio por esos penales y esas “ quintas galerías de
Dios “ pero a los dos anima el mismo genio libertador de los idealistas que
sueñan con una justificación redentora para todo el genero humano. En uno y
otro caso, por la misma causa, en todas las partes son recibidos a palos. Mirados con suspicacia por los poderes fácticos
o manteados por sus congéneres, se acreditan como candidatos al patíbulo o al
manicomio.
Por lo general,
y, aunque esto sea lo de menos, los redentores acaban siendo crucificados. Mal
oficio. Gracias a estos sublimes visionarios, que siguen las huellas
mesiánicas, el mundo es un lugar más habitable y la historia sigue su curso
inalterable entre lágrimas y sonrisas. Los hombres suelen cambiar poco. Los
avances de la ciencia y los adelantos mecánicos no los reforman de forma
significativa sus conductas. En todo caso, las consecuciones técnicas del
Progreso incrementarán la sofisticada
capacidad, que parece una segunda piel en el ser humano, de infligir daño a los demás. Se volverá más
letal la sociedad bajo la apariencia de los magnos postulados y de la
filantropía que confunde y avasalla la mente del hombre de hoy.
Siempre habrá
pirómanos, violadores, ladrones, adúlteros, sádicos, afectos al uranismo, ese
mundo equívoco de valores inversos poblado por servidores del dios oscuro y del
vicio secreto (hay que recordar aquí que la inversión calamita conserva la
gravedad de pecado reservado y no es una virtud como pretenden algunos “
vendernosla “ en este verano “encloquecido “ y enloquecido por tanta maripava mostrenca y locuaz, en plan niña
tonta, tan española por lo demás con un puñal secreto bajo la liga del 98, sino
una merma o desviación de la naturaleza, digna de compasión más que de
vituperio pero no habrá aquí que condecorar con ramos de laurel y del aurum
coronatum de los vencedores, a estos
casos esquinados por la naturaleza, por el mero hecho de serlo , a sabiendas de
que siempre estarán con nosotros. En suma, no hay razón para volver la oración
por pasiva ni hacer un mundo de la superabundancia actual de seguidores del
pecado impronunciable casa gloriosa ¡ Pobrecillos! Ellos representan un renglón torcido de Dios,
una anomalía que se dio siempre y se seguirá dando mientras el sol alumbre.
Hermafroditas siempre les hubo, como hubo mentirosos, calumniadores, dipsómanos
y nazis a lo Arzalluz - Quevedo lo llamaría “ loco repúblico “ - esgrimidores
de pancartas nacionalistas que permiten matar en nombre de una idea, una lengua
o de un pasado. Siempre estarán cerca los opresores del pobre, las putas, las
adulteras y los maniáticos. Desde lo alto del monte del perdón, Cristo convoca
al arrepentimiento, la esperanza, la remisión. Toda literatura ha de ser
partícipe de un mínimo de soteriología en grado de denuncia del mal o de un
afán de mejora por más que este anhelo sea tan sólo utópico delirio. Porque la humanidad no cambia.
Cristo,
paciente y manso, los perdona y los aguarda en la escarpada colina del Monte de
las Bienaventuranzas porque por ellos vertió su sangre. Sin embargo, siempre
quedará enarbolada su pancarta a favor de los oprimidos. Hay muchos que han
vivido al socaire de su inmensa figura y viven de las rentas de las enseñanzas
de Jesús. Se han hecho compromisarios acomodadizos, sancionadores de la
impostura bajo cuerda e hierofantes de una religión sin alma. Todo su porte supone una afrenta al Dios vivo contraria a su
testimonio.
Estos locos
incorregibles “ a lo divino “ no pertenecen a la mesnadería de los consensos ni
de los tragalas. Sueñan, inconformistas, con un mañana mejor al erigirse en
excepción confirman esa regla. Tiran para delante. Y, de paso, nos reconcilian con la realidad
tan áspera y falta de entrañas que se
abre ante nuestros ojos. Nos recuerdan
que, para que esto siga funcionando, hacen falta menos máquinas de guerra y más
piedad y misericordia. La democracia ha de perfeccionarse no de cara a la
galería del rally, del número y la masa, sino profundizar en los valores
personales, únicos e intransferibles del individuo. Según Berdiaeff, eternos.
Algún día tendrá que acabarse tanta demagogia. La democracia ha de desembocar
en una mística del libre albedrío.
III
El carácter
intachable y justiciero o tal vez el ventalle de un enloquecedor día de marzo
dieron con los huesos del reo en un calabozo de la penitenciaría de San Miguel
de los Reyes(Valencia). Zamacois nos hace la composición de lugar. El recinto
fue antes de cárcel un monasterio cisterciense. Después sería alcazaba y
subsiguientemente plaza fuerte de una de las grandes órdenes militares, la de
Calatrava, que, a diferencia de las otras reglas del Temple que tienen por
patrono a San Juan Bautista dependía directamente de San Miguel arcángel. Tras
la disolución de las ordenes militares en 1325, pasa el edificio a depender
directamente de la corona de Aragón y allí mora durante algún tiempo y está
enterrada la segunda mujer de Fernando el Católico, Doña Germana de Foix. Quien casó en segundas
nupcias con el duque de Calabria, propietario que fue a su vez de una de las
bibliotecas mejor abastadas del orbe cristiano, la cual pasaría con el correr
del tiempo a manos de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, un perjuro y
hombre siniestro, padre de la “ leyenda negra “. Libros. Rezos. Himnos. Palacios.
Rejas. Detrás de sus muros, la historia tiene secuestrado el vivir secreto de
muchos encarcelados.
Nos fiamos
tanto de nuestros semejantes que no construíamos ninguna ventana sin verja o
sin celosía para mirar sin ser mirado. La grandeza española se fragua sobre
tres pilares: convento, cuartel y presidio. Germana de Foix tuvo fama de
mesalina en su juventud. Luego profesó afición al lesbianismo y a los placeres
de la buena mesa. Llamaban en Arévalo a esta francesa “ pingues et bona pota”,
esto es: La bien comida y bien bebida y sólo su regusto por las artes cisorias y por empinar el codo acabaron con la fortuna del
Contador Mayor de los Reyes Católicos, Don Juan Vázquez de Cuéllar, que buscaba
privanza en su corte y nunca la
consiguió.
Por todas estas
cosas San Miguel de los Reyes era un lugar maldito y con duende que a la fuerza
tuvo que acabar, después de la desamortización de los monasterios en penal.
Allí remataron sus días grandes jaques de la causa carlista y tuvo al
“Pernales”, famoso bandolero y salteador de caminos por la sierra de Alcaraz
entre sus huéspedes. San Miguel de los Reyes, el sitio maldito donde recala el
protagonista al cabo de una azarosa cuerda de presos por esos andurriales
perdidos de la España incógnita entre dos números de la Benemérita de a
caballo. Este tipo de conducciones de penado era un triste espectáculo en
España durante el siglo XIX. Lo retrata perfectamente el pintor romántico López
Mezquita. He ahí una escena de dolor humano. Entre dos mangas verdes con
cara de frío, los vuelos del cuello de la guerrera levantados, el “chopo” al
hombro, avanza un grupo de presos en fila india. Los dos números de la
Benemérita no expresan crueldad, sino
indiferencia o compasión. Una mujer, de aspecto gitano, con un niño en brazos, se
acerca al que parece ser su hombre al que llevan preso, cubierto con una enorme
bufanda y una chapela, uno de los agentes del orden , con delicadeza y casi
compasión , trata de disuadirla de que no rompa el cordón celular de la rueda
carcelaria. Delante de él avanza otro individuo con bigote, muerto de frío y
hambriento, tocado de un hongo y mirando cabizbajo para el pavimento de la
calle mojada, las vueltas del cuello del abrigo subidos. A su lado se perfila
una anciana. El hombre del hongo y los bigotes sucede a otro conscripto cuya
cara no nos la revela el maestro López Mezquita. Sólo se ve el hato del pobre
penado con sus humildes y precarias pertenencias. Todo cuanto tenía en el
mundo, que era bastante poco. Abre paso otro guardia civil que es tan sólo una
silueta desenfocada. A prudencial distancia un matrimonio de burgueses, entre
curiosos y afligidos, mira para los forzados. La composición, en el que es un
elemento de fuerza el diseño de los zapatos de cada personaje hollando el barro
de la calle, casi charolado, se desborda en melancolía y patetismo. El artista
consigue captar el silencio de los pasos de este cortejo lúgubre, verdadera
estantigua de Viernes Santo, que atraviesa por la Puerta del Sol un día de
febrero.
El viejo cenobio del Cister constituye un
patético punto de destino donde recala una de esas cuerdas de presos que
durante siglos cruzaron la Piel de Toro. Iban a cumplir con la justicia entre
las risas burlonas, la seca piedad, o la curiosidad morbosa de los moradores de
aquellos pueblos donde posaba la columna de forzados. Su presencia movía a
veces a compasión. En este país no hay espectáculo más apetecido que las
procesiones de penitentes. Otras, eran acanteados, escupidos e injuriados. El
paso de la comitiva con sus cabezas rapadas a lo motilón, el tabardo marrón,
esposados o maneados al brete por los pies, siempre era un acontecimiento entre
estas gentes de cultura pasionaria, amiga de nazarenos y de cristos ensangrentados. La columna se movía
cansina desde la estación de ferrocarril hasta el recinto celular en viaje a ninguna parte. Muchos de los encadenados no llegaban a su
punto de destino. San Miguel de los Reyes
viene a ser algo así como el Alcatraz ibérico, nuestra enorme casa de los
Muertos a lo Dostoievski.
A Martín Santoyo en Carrascal de Horcajo le
llamaban el “ aceñero “ porque su familia regentaba unos molinos en la ribera
del Tormes. Era un joven abierto de espaldas, cordial y serio; famoso no sólo a
causa de su extraordinaria musculatura y fuerza física sino también por su
piedad mariana. Era el primero en el juego de pelota, a echar una mano a un
carretero en dificultades. A la hora de cargar un costal de doscientos kilos a
la espalda nadie le ponía un pie delante. A misa los domingos tampoco faltaba
pero no era ningún “ beato “; su pasión por la Virgen conservaba esa impronta viril del hombre de fe que no ha
experimentado desengaños y no ha pisado todavía el nido donde puso los huevos
la serpiente. Este fervor era comparable, mutatis mutandis, al amor que profesaba
a Águeda, su novia, la moza más guapa de la aldea. Había quien por eso le tenía
envidia y uno de ellos era precisamente su primo de la misma edad, Cayetano
Arionda, que se había ajustado con la familia del eventual homicida como gañán
el año de autos.
Un día con
viento enfurecido de marzo salió con éste a la arada. Los bueyes de yunta se
hacían los ronceros, negandose
a labrar, como si los pobres cornúpetas,
barruntándolo, se espantasen del mal que rondaba. El aire de marzo -
según creencia por algunos pagos castellano leoneses - trae consigo malas
ideas. Es el ventalle del diablo. Los surcos salían torcidos indómitos al
trazado de la besana. Tiraba el auriga
de los gavilanes, pero el barzón y la mancera no querían responder . Era
aquel furibundo ventalle. Los diabólicos aires del marzo que soplaban con su
fuelle maldito sobre la desolada arada, sembraban el barbecho de pasión. Hay
vientos de cólera que casi hacen enloquecer.
El boyero nada conseguía a fuerza de palos y
de tanto tirar del ramal. Los cabestros se habían quedado quietos, como
inmovilizados. Cayetano era un sujeto mal encarado y cruel. Descargó su saña y
su impotencia contra los pobres animales. Cuando la aguijada y la tralla no
fueron suficientes para meter en vereda
a la yugada, rompió a blasfemar. Los improperios contra lo más sagrado daban la
sensación que confirmaban en autoridad y respeto al deslenguado arriero. El
“plaustrum” de la gamella quedó fijo.
Era el carro de heno de las vanidades humanas. El destino se enroscaba para la
pobre víctima y su verdugo (Martín no quiso cometer nunca aquel asesinato
horrendo) de forma aciaga e inexorable. Una interrogante. ¿ Verdaderamente
existe el albedrío?, ¿ es el ser humano señor de sus actos o mero resultado de una serie de combinaciones
químicas que enajenan su voluntad de forma inapelable?
Señor, líbranos de mal.
Martín miraba
para su compañero primero con gesto de desaprobación; luego casi aterrorizado
le rogó que dejase de insultar a la Virgen de la Peña, santa de su devoción y
objeto de sus amores. Su rostro lívido se había vuelto yeso.
- Hombre de Dios, tampoco es como para ponerse
así. Calca el estribo y sosiega un poco. Vale ya. Por favor. Vale ya.
En esto el
viento de marzo gañía con toda la violencia espectral de la que es capaz.
Lejos de
reparar en las consideraciones de su primo carnal, el yuntero parecía como
poseso. Blandió amenazante la aguzadera contra Martín e intensificó el tempo de
sus porfías. Ya no se conformaba con Dios y con los santos sino que profería
maldiciones intransferibles acerca del
sexo de la virgen María, a la que calificaba de ramera.
Ya Cristo puso en guardia contra el pecado del
escándalo. No reprobó el acto sexual, aunque se mantuvo célibe para siempre,
porque la impureza de la coyunda carnal es
aparatosamente cierta. Sin embargo, no ahorra anatemas contra sus
efectos colaterales.”Ay de aquel por quien vienense el escándalo. Más le
valdría que le atasen una rueda de molino al cuello y lo lanzasen al mar “.
Porque el espíritu de fornicación conduce al crimen y al llanto. Sus
consecuencias a veces son imprevisibles. Todas esos tristes episodios de
asesinatos a causa de la violencia doméstica - el ofidio feminista ha inoculado
su dosis de veneno en la voluntad de las casadas insuflandoles al oído: rebélate
contra tu hombre y serás como diosa - tienen que ver con el espíritu de
fornicación que se ha adueñado del país provocando auténticas tormentas de
arena en las relaciones conyugales que concluyen en hecatombes. Las cárceles
están llenas de las consecuencias del aforismo “ la maté porque era mía “ o “
quiero realizarme porque yo soy dueña de mi cuerpo, he de vivir mi vida, obrar
a mi antojo “. El macho siempre controla su territorio en todas las especies
animales. Hará falta que pasen muchos siglos para que se borre el estigma de
creer que la honra de una persona se encuentra en las partes menos nobles.
- La culpa la tienes tú, cabrón. Y yo me cago
en la puta Virgen María y en tus rezos.
Martín el Molinero era un mozo tranquilo.
Nunca hasta entonces había estado en una pelea. Era paciente y difícil de
enojar, pero aquel día con viento solano algo se alborotó en su cerebro hasta
perder la sonrisa imperturbable. Sufrió un ataque de enajenación transitoria,
según expondría luego en el juicio el informe pericial forense. Oídos los
horribles juramentos del yuntero que se
venía hacia él como una fiera
amenazandole con el palo y esgrimiendo una navaja, saltó como un resorte. Los hombres
buenos suelen perderse de la manera más estúpida. Un segundo de irreflexión
puede cambiar el rumbo de toda una vida. Era mucho más fuerte que su oponente.
De un puñetazo, Cayetano rodó por tierra. Le quitó la faca y con su misma arma
le dejó sitio. Más de veinte puñaladas.
Asestada la primera, no hubieron hecho falta ninguna más pero hubo ensañamiento
con la victima, lo que siempre a efectos penales resta eximente y agrega
agravantes. Le arrancó la lengua por blasfemo. La hizo cachos en mutilación
horripilante. Se la comió.
Lo que allí aconteció en aquel barbecho fue algo más que un asesinato. Fue una
auténtica carnicería o crimen ritual, pues, no contento con finar a su agresor,
le cortó la lengua, se sentó en la linde y empezó a comérsela cacho a cacho.
Parecía un caníbal.
El viento del
sur seguía mientras tanto proclamando su feroz
desolación sobre la adrada. Toda España se estremeció ante el crimen.
Basada la novela sobre un suceso real, que conmovió a la
sociedad castellana al doblar el pasado siglo y
que acaparó el interés de la crónica roja , los autos del proceso fueron
celebrados en olor de multitud en la audiencia de Valladolid. Alienistas,
psiquiatras y reporteros no salían de su asombro ante aquel caso de
antropofagia parcial. Se sacaron cantares. El drama tenía todos los
ingredientes para la elaboración de un truculento, complicado y lleno de
primitivismo drama rural, en el que el
tremendismo, la ignorancia el fervor religioso rayano en el fanatismo jugarían
sus bazas. Al reo se le tomaron las medidas antropométricas, llegandose a la
conclusión de que su fisonomía - cejijunto, poca frente, ojos hundidos y orejas
exentas, formando asas (orejas voladoras) como adosadas a un pabellón craneal
de muy exiguas medidas - daban el fenotipo de un sujeto destinado a matar.
El fiscal pidió
que se le diera garrote vil, pero una buena defensa pericial del forense
consiguió demostrar que Martín Santoyo no estaba en sus cabales. Se le
diagnosticó falta de discreción. En aras de una supuesta enajenación
mental, el abogado defensor consiguió a
todo trance y en contra de las protestas del público que abarrotaba la sala que
la pena capital le fuese conmutada por la de cadena perpetua. El acusado
porfiaba en que no estaba loco en medio de abucheos y protestas de los
asistentes a la vista oral que se agolpaban para pedir su cabeza, y lo hubiesen
linchado de no haber estado custodiado por la Guardia Civil.
“Su fe en la Purísima Virgen de la
Concepción -observa Zamacois en la página 47 del libro -a la que
sacrificó su libertad, le prestaba ayuda“.
Se apunta aquí
hacia la posibilidad de un milagro, porque la Deípara no acostumbra a mandar de
vacío a todo aquel que con fervor la invoca por muy difícil que sea el trance.
Vino a salvar, no a condenar a los pecadores. Había utilizado el hierro por
salir en defensa de su honor y la Señora acude en su socorro, un socorro que le
brinda al mutilador de su pariente no sólo cuando se sienta en el banquillo
sino también a lo largo de los treinta años en los que purgó condena en la
siniestra penitenciaría valenciana ¿ Fue el diablo que cabalgaba metido dentro
de aquel mal aire? ¿ Fueron los propios genes patógenos del pobre acusado lo
que le impulsaron a Martín a matar y a merendarse la lengua de su víctima? De
todas suertes, aquel día en aquella huebra lejana, la bondad y la nobleza de un
alma quedaron confundidas, se conculcó el derecho y triunfan los instintos
indómitos. Había ganado la batalla la Serpiente y el señor del Mundo se retiró
victorioso a sus cuarteles de invierno.
Todos seguimos
gimiendo bajo el peso de la culpa.
IV
Fue un preso ejemplar Martín El Aceñero. Su
pundonor y su sentido de la justicia no vacilaron cuando tuvo que salir en
defensa del desvalido poniendo en juego su fortaleza física y sus contundentes
puños. Era un hombre que no sabía mentir. sombra y figura...
Al día
siguiente de emitirse el veredicto, la
sentencia fue firme y el reo, convicto y confeso de los hechos imputados
y demostrados (muerte dolosa de un
semejante en riña, con intención dolosa, sin agravantes y con el eximente de
enajenación mental pasajera) empezó a cumplir condena en el referido presidio
del antiguo Reino de Valencia, al que quiso volver para morir. Satisfecha su
deuda con la sociedad, fue liberado, pero el mundo que había dejado atrás casi
ocho lustros antes le resultaba inhóspito y desconocido. Era ya un viejo que no
servía para nada. Optó por volverse a la cárcel, su lugar de refugio. Es el
desenlace a esta gigantesca crónica de desamor que se transfunde en caridad y
redención cósmica, piedad para todo el género humano. Su gran fracaso, el
olvido de su novia Águeda a la que busca por todos los prostíbulos de la Villa
y Corte, recién cumplido del penal, para comprobar que ya era tarde: su amada
había fallecido poco antes, seguramente de sífilis. La caída de Águeda empezó
cuando entró a servir en casa de una persona de viso. Fue violada por el
señorito.
Zamacois nos
muestra a su personaje paseando por el
patio con las manos a la espalda, la camisa de retor, y una sonrisa taciturna a
flor de labios. Martín se atuvo a todos sus principios. Su presencia en aquel
lugar infame resultó ser como la de la campanilla que brota sobre el muladar.
Gano su independencia y prestigio enfrentandose a los grupos rivales, y a las
mafias regionales que mandaban dentro de la clausura. Los internos nuevos
tenían que pagar el portazgo de una cruel novatada, cuando no algo mucho peor,
como era el concúbito y la algolagnia sádico masoquista y sistemática de los
más jóvenes y efébicos. Se nos hace ver
que una de las más duras cargas de la condena solía ser la ausencia de hembra.
El instinto genésico, para paliar tales
ansias, derivaba hacia los desahogos homosexuales. La mariconería oprobiosa era
moneda corriente. Con la fuerza de sus puños, Menoyo dio más de alguna lección
a los que se propasaban.
En las cárceles
huele de una forma inconfundible. Es un olor parecido aunque diferente al de
los hospitales. Es un aura, un fuego fatuo como el de los cementerios, apesgado
de sensaciones y de influjos magnéticos. Los cautivos transmitieron su congoja
a las paredes del encierro y en los poros de la piedra se albergó su cuita. Al
principio, cala los huesos. Luego ya no lo percibes. Pero aploma este ambiento
denso. Es como una segunda piel. Al pasar bajo el dintel, se tiene una
sensación caliginosa que advierte que se
está tramontando el umbral de un mundo diferente. Es el plus ultra, la linea de
demarcación entre la vida y la muerte, la libertad y los cerrojos. La noción
del tiempo y de la distancia se pierden, o se avivan, según y conforme cada
caso. Dentro de sus muros, hay cuerpos y almas en pena. Tuvieron la mala suerte
de cometer un delito o ser llevados ante los tribunales por testigos falsos.
Mas no por eso dejaron de ser hombres. Con sus virtudes y sus defectos. Con las
miserias y grandezas. Este libro es no sólo una buena novela sino un tratado de
psicología antropológica. La galería de personajes que desfila por sus páginas
es un enorme retrato de la sociedad de su tiempo. En este abismo de horror, de
crueldad y de injusticia donde yacen varadas las vidas ensabanadas de
forzados se dibuja la silueta de
personajes como Constantino Sánchez, alias “Tafallés”, o “ El Rasilla”, Iñigo
Bustamante, Casiano Ortiz, el “ Migas Gordas “, “ Cien Gramos” y otros.
El relato de una fuerza sin igual y de un
interés creciente cobra alientos de verdadera epopeya. Por su grandeza de miras
y la precisión con que retrata a sus personajes algunas de sus páginas
recuerdan lo mejor de Tolstoi, Dostoievski o Solzhenitsyn. Es una zambullida en
el gulag hispano. El
mundo no es más que un campo de concentración, un valle de lágrimas. Esta línea
motriz es el gran eje de marcha sobre el que circula no ya meramente los grandes
libros profanos, sino la misma piedad. Es un pensamiento místico. Estamos aquí
de paso y, como subraya el Kempis, “comprende, hijo, que la perfecta
seguridad y la paz completa no son posibles en este mundo”. Hay que meter
el hacha a la raíz del árbol. Esta vía del desistimiento o desencanto de las
cosas que nos rodean constituye una piedra angular de la ascésis. En la parte, mediante la expiación de la
culpa, somos capaces de alcanzar las bodas del alma con el esposo. El Quijote
fue escrito en la cárcel, y Quevedo perfiló sus grandes sonetos estando preso
en San Marcos de León. Autores como Tolstoi, Pasternak o Tomás Salvador, en su Cabo
de Vara, esgrimen ese mensaje.
Una buena novela ha de tener como una
vibración especial; es la moción reveladora,
descubrimiento o tránsito hacia un mundo virgen. Tiene algo de epifanía. Es también como el martillo pilón de un brazo mágico que da mazadas sobre el
yunque y saltan a cada instante chispas deslumbrantes. Gira y se derrama el
agua de la noria y la vida a través de los arcaduces, a medida que gira el
inmenso rodezno de la noria del tiempo. Se sube o se baja pero la rueda de la
fortuna nunca para. Se produce un encantamiento de ida y vuelta entre el
escritor y el lector. La gracia de todo relato subyace en ese entusiasmo o
endiosamiento, verdadera substancia de vida. Estamos inmersos en la enorme
fragua de Vulcano. De la tobera incandescente saltan brasas que llenan de
fumarolas maravillosas las lóbregas tinieblas de este mundo que no es más que
un inmenso penal, pero esta luz que salta de los libros nos permite soñar y
tener esperanza.
No todo está
perdido. Las novelas excelsas, al reflejar un poco el eco de las consoladoras
palabras del Evangelio, se mueven por ámbitos de lo divino. De aquí que quieran
sustituir ahora el testamento nuevo por el anti evangelio, el amor por el odio,
la esperanza por la desesperación. Por eso estorba tanto Rusia. Y en
definitiva, se esfuerzan por poner en órbita la anti literatura. El imperio de
las nuevas comunicaciones electrónicas subliminalmente propende además de a borrar la memoria, a descuajar la misma cepa de la cruz. Quieren arrebatarnos cualquier precio ese
resquicio de esperanza. Por fortuna en el majuelo de Jesús (recordemos la
parábola de la vid y los sarmientos) los tallos están bien amugronados. Cada
primavera florecen y en el otoño vienen las vendimias. Brota el mosto de vida
eucarística de los lagares sempiternos. Esa es la verdadera iglesia viva, que
nada tiene que ver con la jerárquica. La integrada por los pobres y cuanta
sufren por la verdad y la justicia:
Multiplicati
sunt qui tribulant me. Multi insurgunt adversus me. Paraverunt sagittas suas in
pharetra , ut sagittarent rectos corde. Deficit in dolore vita mea, et anni mei
in gemitibus. fuerunt mihi lacrymae panes die ac nocte
Asimismo, la fuerza
narrativa se sustenta sobre esa capacidad del sobresalto, la pulsión
concéntrica, el humor, la anagnórisis que sirve de cemento para reconocer por
medio de una simple palabra o un gesto típico a cada uno de los personajes. A
partir de ahí el éxito está servido. La capacidad admirativa se transforma
muchas veces en éxtasis. Todo eso lo tiene y más Zamacois en la que fue su obra
cumbre: “ Los Vivos Muertos “. Desciende al infierno de nuestros demonios familiares
y a los diablos, mediante su poder taumatúrgico y premonitorio, los transforma
en ángeles. El fuego sagrado es lo que caracteriza a un escritor de casta.
Cuando lo enciende el mundo se transforma y sobreviene la catarsis. Todo lo
envuelve la llama de la purificación iluminativa. Cada página deja el listón
cada vez más alto; es un citius, fortius, altius. Muy pocos lo
logran. Por desgracia el oro acendrado se oculta arrumbado por el empuje de
costales de calderilla. Los mediocres se empeñan en ocupar el sitio de los
genios y de los santos en el Parnaso. Ya no reinan los gigantes. Mandan los
enanos.
V
Conmueven las
historias que sirven de cañamazo o de relatos paralelos al eje central. Todos
arrastran cadenas de forma gratuita, por uno de esos caprichos del destino que
ponen tantas existencias del revés. En la cárcel también hay castas, reglas del
juego, y escaques, como en el ajedrez, donde cada cabecilla alza el hito que
demarca el propio territorio. Traspasarlo supondría una lucha fiera, porque
también en las penitenciarías se establece el predominio del más fuerte. Hay
verdugos y víctimas. Algunos capitostes
se muestran como señores de horca y cuchillo feudales que ejercen a
cambio del vasallaje el derecho de protección, e incluso el de pernada.
Deja de un
aire, por su patetismo y la tristeza con el montanero Cosme Pacheco, un guarda
jurado de Pereña, una localidad salmantina, el relato de las circunstancias con
que fue obligado a delinquir. Cosme Pacheco era un hombre cabal, de una sola
pieza. Se ajustó como vigilante de la dehesa de un ricachón, al que juró
lealtad hasta la muerte. En cierta
ocasión tuvo que enfrentarse a unos furtivos que habían entrado a cazar a la finca. Los intrusos lo atacaron
y el servidor de la vigilancia rural tuvo que echarse la tercerola a la cara.
Cosme utilizó su arma reglamentaria en legítima defensa y en resguardo de los intereses de su amo.
Había sido un percance, pero no le remordía la conciencia. Creía haber cumplido
con su deber. Fue detenido acusado de homicidio. No obstante, en la vista oral,
el hombre que lo ajustó como guarda jurado le dio la espalda. Ante los
magistrados se achantó y dijo no conocer a aquel hombre. No haberle dado nunca
aquellas instrucciones tan rígidas que derivaron en tragedia. Le cayeron
treinta años, pero el lugareño de Pereña sólo vivía ya para la venganza. Esta
se había convertido en una idea fija. Cuando lo soltasen, regresaría a su
pueblo y -ahora me las pagarás, tít for tat- le metería un
torrente de plomo a aquel cacique que le había ajustado para después dejarlo en
mal lugar. No había sido un hombre de palabra.
La venganza es
la musa de los forzados. Sólo el instinto de revancha les hace a algunos
confinados resistir. Aprietan los
dientes y claman para su capote: “ Un día me las pagarás todas juntas “. El
otro anhelo, siempre vivo, entre los pupilos de una penitenciaría, anhelo que
se convierte en obligación, el de escapar. Por las galerías y por los patios se
perfila la figura entusiasmada del infatigable especialista en desbandadas. Hay
que decir que los recursos y triquiñuelas de la sapiencia humana son
incontables. Se socavan túneles y atarjeas utilizando los métodos más
inverisímiles (en la cárcel quedan muchas horas para pensar), como punzones,
almocafres, o incluso tenedores afilados, y hay reclusos que se valen de la
estratagema de orinar contra los barrotes del ventano para conseguir así una
lenta pero eficaz oxidación de las rejas.
Pasan como
sombras, como nubes y como naves en la oscuridad dentro de los espacios
cerrados. En una cárcel se condensa el símbolo y la figura de la existencia humana. Ese anonimato de
horda indiferenciada que aploma con su peso la tierra y en el subir y bajar de
los peldaños de la escalera de caracol del recinto carcelario, cuyo
husillo enseña horadada la piedra, marca la impronta de sus
abarcas sobre la grada, que va adquiriendo con el paso de los siglos una forma
convexa por el desgaste, pero nada más. No deja firma ni nombre, salvo en
contados casos, la humanidad ascendente y descendente por la escala de la
torre. Se pierde la cuenta. Es un bataneo lento e implacable que abre la
bocamina en el suelo. Luego cesa el batallar inane. Hay que decir con el poeta,
que veía llegar al puerto de Ostia a los barcos del imperio romano, en la mejor
comparación que se ha hecho de la vida humana con una cárcel, que es en verdad
un navío con rumbo seguro hacia la muerte en su derrota por los mares del
espacio y del tiempo: Sicut naves, sicut nubes.
Velut umbra.
Dentro, se
percibe el aliento de carne viva y hacinada. Es médula, carne y sangre. Un
presidio impregna de su olor característico a todos cuantos se acerquen a él.
El hedor corrompe. La gallofa forma parte del entramado de la desdicha. Así,
Orencio Pérez, el falso violador, cansado de que lo llamasen marica (había
nacido con una mal formación de los genitales en un pueblo de Cuenca) acabó en
San Miguel de los Reyes por salvaguardar su hombría. El tremendismo de su caso
pone los pelos de punta.
- Madre ¿ por
qué se ríe de mí la gente?
- Hijo, tú no
hagas caso, y a lo tuyo.
A veces hay
consejos, incluso los de una madre que se dicen sólo para espantar las moscas y
salir del paso.
A Orencio Pérez
le horadaba el alma su minusvalía. Era en verdad un inocente. Una tarde, cuando
tenía nueve años y fue a melones con los de su cuadrilla, le dio ganas de mear
al que más galleaba de la banda, y todo
el séquito hubo de hacer lo mismo. Cada cual, como el que desenfunda una
pistola, hubo de sacar lo suyo para medir y compararlo con el de al lado. Está
visto que era costumbre en España antes de la invasión del conde Lequio con sus
supuestos atributos descomunales, que han dejado lelo al Mariñas.
El pobre Orencio, carente de protésis, sólo
sabía que aquello servía para evacuar la vejiga. A él apenas si le había nacido
un colgajo. Era un trozo de piel indiferente y casi neutra, ni vulva ni pene,
ni galgo ni perdiguero, algo epiceno, ni vida, ni muerte, por una de esas crueldades casuales de Madre
naturaleza, que a la que le toca le toca. Miraría al cielo el infeliz en sus horas de angustia, suplicando favor, y éste le seguiría negado en medio de la más
espantosa indiferencia. Al profeta Moisés recién parido lo echaron al río Nilo
en un canastillo, el buey Apis mugiría con regocijo avisando a la faraona de un
negocio urgente y cuando bajara a
bañarse encontraría allí al expósito más famoso en los anales, un mimado de los
astros. Orencio Ortiz no tuvo esa misma ventura. En lugar del Cairo, lo
llevaron a nacer en un pueblo de la serranía conquense donde el personal es
bastante despiadado con los lisiados de mal de Pott, con los perros vagabundos
y mucho más con quienes vinieron al mundo sin un certificado acreditativo de
virilidad. Si Dios no existiera, habría
que inventarlo, porque, de otra forma no cabe explicación a tanta desproporción
y desequilibrio. Si son garantías los avisos del Galileo de que el reino futuro
pertenece a los crucificados, y de que los que sufren serán consolados, tiene
que haber otra vida mejor que contrapese el dolor y la ignominia del presente.
Entre tanto se
acerque esa hora tan esperada de los que confían en el Maestro de Justicia, hay
que constreñirse a los datos circunscritos al triunfo del mal y de la muerte, a
la carcajada o a los cantazos que se estrellan contra los poco avisados, los
que van con la verdad del Evangelio por delante. Sufren sobre sus espaldas los
revolcones, las risas forzadas - esa mueca burlona de funcionarias listísimas, experimentadas en
cibernética avanzada, triunfadoras en todas las oposiciones a jefaturas de
negociado y que son un pozo de insatisfacción y de reconcomio, como sólo puede
serlo una española con carrera universitaria, pero descarriada en el amor, y
desquiciada en su trasto con los demás,
pero de ese cupo no hemos hablado aún- y los palos. Es verdad. El catolicismo
ha sido un fracaso, una traición al cristianismo. Hora es ya de quitarse la
máscara.
A este pobre
tarado Orencio Ortiz le mandó al
calvario un sanedrín aldeano. Los hospitales y los manicomios guardan en
sus archivos incontables secuencias de pasiones anónimas como la suya. Tuvo que escuchar las morbosas carcajadas en
su entorno, que lo marcaron para toda la vida, un latigazo en pleno rostro para
su ánima ultrajada e hiperestésica. Quiso resarcirse de aquella humillación
vengándose de la naturaleza. En esos burgos podridos de la España profunda e
irredenta las vidas ajenas son como libros abiertos.
- El Orencio no
tiene bálano. Es invertido.
El día de la patrona, por la Virgen de agosto
después de una tienta de bravos, había corrido mucho vino por los gañotes. Ya
se sabe que después de Baco, viene la lujuria de la orgía y acto seguido, la
sangre. Brillan las navajas. Se rasgan las faldas, se manchan algunas enaguas y
corre junto al rumor del arroyo el llanto de las vírgenes regando con sus
lágrimas un momento de debilidad o de coerción externa. El acto sexual en sí
mismo es desasosiego turbio y traumático.
Sucedió una
desgracia. Una mujer casada, volviendo de un lugar que llamaban la Cruz del
Redondillo fue asaltada y forzada por varios mozos y apareció su cadáver al pie
de unas zarzas. El crimen causó conmoción por la avilantez y alevosía de los
ultrajantes, pero el paroxismo llegó , cuando se dio a conocer le nombre del
implicado en el ataque a la romera . Orencio Pérez aquel mismo día se presentó
en el cuartelillo de la Guardia Civil.
- He sido yo.
Las cosas se
salieron de madre. El personal dejó de reir y hacer chistes. El Orencio no era
corito, sino un tío mejor armado que un carbinero.
Perdió la
libertad el joven, pero su fama le fue restituida a costa de un martirio a la
sombra. El fiscal pidió para él garrote vil, pero hubo ciertos alegatos que no
pudieron ser demostrados ante el tribunal y ,en definitiva, firmaron los jueces cadena perpetua. Excusése decir de la clase de
jurisperitos que entendieron del caso, de su falta de perspicacia, de sus
irrisorios criterios científicos sobre toda ponderación. No fueron dignos ni de
proceder a un examen urológico del acusado. Se decía que aquello fue una
ensabanada de los caciques que mandaban en el pueblo y que el que había tomado
la iniciativa en la violación y asesinato de la señora era un pez gordo. Fue
archivado el caso. Se echó tierra al asunto.
Él creía que
iba a lavar su nombre y lo manchó porque la cárcel corrompe. Es el lugar más parecido al infierno, y el que sale no entra. La justicia es un ente
de razón. No se da entre los hombres. Lo absoluto corrompe.
A pocas horas de su ingreso, Orencio Pérez fue
objeto de abusos deshonestos por uno de los cinco cabos de varas de servicio en
aquella ocasión. La vergüenza y el espanto han de ser la antorcha que guíe al
lector acompañandolo en este descenso a
los infiernos que lleva a cabo Zamacois. Quiere convertir a su héroe en un caballero
andante, un Billy Bud, incorruptible a lo Hermann Melville, pero las rejas
de la quinta galería, por decirlo en el lenguaje de los que se jactan ahora de
haber pasado quince días en Carabanchel durante los años oscuros, como un sello
de confianza y aval de garantía que les abra las puertas de todo en los años
claros. Aquí siempre se está tratando de justificar el personal y de avalar
ejecuciones de hidalguía. Debe de ser porque el pasado inquisitorial pesa
bastante sobre nosotros ¿ Será porque ni la sangre ni la conciencia la tenemos
bastante limpia?
Menoyo defendió
a puñetazos la “virtud” del débil Orencio Pérez, pero se estrelló contra los
molinos de viento de la sinrazón. Debe de ser que el mal fecunda todas las
reglas de comportamiento humano. El que va no vuelve. El que consintió ir a
prisión por desmentir a los detractores de su hidalguía acabó en puto. Aquí se dan la mano lo patético y los
sublime. Orencio bajó a un infierno fuliginoso no de azufre, ni de reptiles
emponzoñados, sino de bujarrones detestables, más que por una perversión de la
enigmática naturaleza sino por vicio. El bien es anabólico, porque se diluye
y transforma en energía a todo cuanto toca - debe der por osmosis del amor-. El
mal, catabólico. Cuanto toca lo transforma en podredumbre. Su simbiosis acarrea
la muerte. No se adhiere ni se integra con aquello que convive. No se
transfunde. Si el poder corrompe, la cárcel, el hacinamiento confinado
corrompen más todavía Después, forzosamente, ha de encenderse el blandón de la fe.
Hay que elevar los ojos a lo alto, impetrar el favor de los cielos ante la
pobre carne despojada. Tiene que haber un Cristo que redima y recompense, por
tanto, atropello y castigue en la otra vida tanta infamia. Orencio Pérez se
avillanó. Lo trataban como un perro. O peor.
- Baja, Cristo
Bendito, a entender de nuestras causas. Resarcenos de la felonía. Confunde a
los hipócritas. Desenmascara a los impostores que se callan.
- ¿Qué dice a
todo esto la Iglesia?
- No dice nada.
Silencio administrativo.
En San miguel
de los Reyes oficiaba de capellán don Froilán, un cura metido en carnes, que
impostaba la voz en los sermones. Andaba espetado. Y estaba dominado por esa
altanería y soberbia de los que creen tener la razón e instrumentan esa razón
no como llama que alumbre sino a beneficio de inventario. La sotana los
convertía en personajes. Es una investidura para tapar al pobre diablo que
llevan dentro. Los meneos de su manteo, el vozarrón autoritario del capellán de
prisiones, más que un reclamo a los arcanos carismáticos de la Redención,
disuadían. No se puede predicar el
Evangelio desde el plural mayestático pero sin convencimiento, o sintiendose
como una oráculo y una fuerza viva. En ese atropello, en la invasión de un
espacio que no le compite, como es el territorio de lo divino, cohonestando lo
que es temporal por lo que pertenece al ámbito de la soberbia, la ambición, el
despotismo, radica uno de los pecados de la jerarquía a través de todos los
tiempos. Se arroga competencias de la divinidad.
- No puede haber
vicedioses, ni vicecristo. Hacerse pasar por el plenipotenciario de sus
intereses, amén de fatua presunción y de una arrogancia imperdonable, entraña
una blasfemia satánica - pensaba para su coleto Dimas Arije.
Y, como lo
pensaba en alta voz, así lo proclamaba.
- Con estas
cosas hay que tener mucho cuidado. Por expresar sus convicciones ingenuas
muchos han acabado en el poste. Estas cuestiones conducen al saladero. Te
pudrirás en un calabozo de la Inquisición, Arije.
- Esas son
cárceles del alma. ¿ No?
- Cualquier día
te fusilan.
- Pues que lo
hagan. Tengo la conciencia tranquila. No puede ser de Dios un establecimiento
que ha velado por la pureza de la fe- o de sus intereses - a través de una
institución tan demoníaca como el Santo Oficio.
- Mira que te
llamarán hereje.
- Pues bendito
sea Dios.
Padecemos
empacho de una vida perenne de “statu quo”. El español en su terruño no se
siente a gusto si no le dan una barrera para ver los toros. Todo vale con tal
que no le tiren al ruedo, porque así puede resarcir su, tan traída y tan
llevada, cólera de español en cuclillas, que todo lo entiende, todo lo juzga,
mientras a él no lo comprometan demasiado. Luego, como es algo masoquista, le
gusta ser arreado, con tal que este servilismo nada ataña ni merme a sus devengos.
Aquí la Santa Nómina es la única patrona digna de crédito. No pertenece a las
oscuras nebulosas de la leyenda áurea. No es un santo mitológico que se hayan
inventados los hagiógrafos, digáse lo que se diga y se mire por donde se mire.
Poco importa que la denominen Nuestra Señora de las Inmensas Caricias, San
Sobre o Santa Congrua, que va alhajada con una manto de billetes verdes,
codiciado peplo de su carroza que sacamos en precesión todos los días treinta o
treinta y uno, veintinueve, si es bisiesto, de los años del Señor. La gente
llena el depósito de gasolina hasta los topes, acude a rastrillos y
mercadillos, se va de putas o de mancebos (ahora lo hacen las cuarentonas y
cincuentonas de buen ver, hartas de cariños impotentes y de hijos y de hijas de
plantón, que ya no se van de casa, porque no hay trabajo. España va bien.
Contento me tienes, pero el capitalismo y la ola de materialismo que nos
invade, representa un salto regresivo en la conquista de las metas sociales, de
los derechos adquiridos), aunque, por si acaso le pone perejil a San Pancracio
o velas a Santa Rita.
Dáme pan y llámame perro. Esta tendencia
innata explica el caudillismo. He aquí un pueblo de capillas y de toreros, que
inventa héroes y luego los destroza, o los
olvida, llaménse éstos Francisco o Felipe. La eterna disputa entre
aragoneses y andaluces no para nunca. Somos individualistas furibundos,
incondicionales del cantón, pintorescos malabaristas de la política de
campanario, que por perjudicar al vecino o al hermano, nos avenimos con el
turco, como buenos descendientes de Ulfilas y de don Opas. Se somete con
facilidad al caudillo, o al marqués, pero este acatamiento o vasallaje no es
nada desinteresado ¿ Qué serían los
pueblos sin sus fuerzas vivas: el cura, el boticario, la maestra, el médico?
Esta idea evidencia un reflejo condicionado de la inferioridad que se acata y
se somete, o se siente deslumbrado por sus caciques, por su señorito, por el
señor marqués, aunque por detrás lo envidie y lo critique, y, llegado el caso,
en un cambio de tornas, lo asesinaría. Pero de momento, al muy ladino le
encanta adularlo.
El español, amen de tornadizo, y superficial
en sus convicciones políticas o religiosas,
es algo lamerón. Tiene un esquema mental retorcido que dimana de su cristianismo
mal asimilado a través del papismo que degenera en papanatismo. Sin esta
predisposición a la banalidad de un pueblo que le gusta tener su torero o su
cupletista particular no se explica el éxito de la prensa rosa donde se desfoga
ese temple criticón, o se da pábulo a la
envidia y murmuración, a la cólera del “ español sentado “. Las revistas color
revelan un ansia subliminal insaciable de héroes de quita y pon. Antes eran el
cura, el maestro y el boticario. Ahora son el conde Lequio o la Campos. Aquí se
envidia al que está en la pomada, pero se le necesita, aun para mitigar las
propias carencias y la sed de ser un “ hijo de algo”. El masoquismo nacional
tiene que echar mano del que triunfa, aunque ese triunfo resulte un
imponderable, quier de la sinrazón, quier de la casualidad. Tenemos el alma
colectiva un poco enferma. Todos los días hay que cebar al monstruo - o
masturbarlo - con la avidez de protagonismo, cada día de peor tono y de gustos
más plebeyos. Se nos hace la boca agua hablando de Londres y de la familia real
inglesa. Cuando el huracán “ Mich” azota Centro América, nos volcamos en
generosa prodigalidad. Pero no nos hablamos con el vecino de enfrente. Somos
solidarios, quijotes. Ahí queda eso, pero nuestra alma colectiva va de tumbo en
tumbo. Antes, eramos en la elección de nuestros héroes más selectivos y
aristócratas. Actualmente la chabacanería se ha vuelto la niña bonita.
Y por eso a
veces los curas dan la sensación de ser los hierofantes de un credo que se ha
perdido, o de una religión sin alma. La
dureza de corazón del P.Froilán encontraba una exégesis no ya tanto en la
glotona aplestia o en la convexidad de su abdomen, como en su castidad fingida.
No era más que un funcionario. Otro cabo de vara.
VI
La venganza es
la musa de los forzados; ella les lleva a esas universidades del rencor que son
los presidios, pero no todo está perdido. El mal no dura eternamente. Se suceden los patios encalmados por el
patio. Las conversaciones, de celda a celda, utilizando el lenguaje telefónico
de los golpes en la pared o las fórmulas heliográficas desde las ventanas. Los
presos se distribuyen por paisanajes y aquerencias. El regionalismo y las
diversidades de zona en las variopintas Españas pronto sale a relucir por obra
y gracia de los enfrentamientos de campanario. Allí está, a través de sus hijos
encarcelados, la Andalucía ocurrente y decidora, dueña de la hipérbole y de la
desbordada imaginación midiendo sus fuerzas con la Castilla grave, unilateral y
austera. O las vascongadas adustas y enigmáticas, en su orgullo secular, en
apasionado coloquio sobre las grandezas de su terruño con los valencianos
cachazudos y burlones o el murciano calado de imaginación, o el gallego, siempre
autónomo o condescendiente, o el catalán emprendedor. La escena en que Araújo,
un gitano sevillano, hace como que chalanea para vender un asno a un imaginario
comprador es página maestra.
Todos los
presos tienen la obligación de abrir una caleta en el muro y escaparse. La
figura del “ caballista” que cobra el barato de la cárcel, ejerce el poder
subterráneo o se convierte en jaque, es
indefectible. Pero esa aspiración raramente se consuma y la carne se vuelve ascética,
amancebada voluptuosamente con el dolor y con el escarnio, asfixiada por un
ambiente frío, delator y hostil. Aprieta el hacinamiento, la sicalipsis del
deseo, o el anhelo de zafarse de la vigilante opresión. Todos andan tramando
una argucia, un socaliño, para salir adelante. La celda deja muchas horas para
pensar. Dentro del “ casto” o cesto - así se llama a los calabozos de amarrados
en blanca- hay mucho tiempo por delante.- pare pensar en la “pestañí” o “
gumia” en el “ peñascaró”, el aguardiente que es el único bálsamo del
angustiado, en la madre que se dejó en el pueblo, o en la novia que quedaron
atrás. Desgraciadamente, para siempre. Vae victis. Las mujeres no tienen
bandera. El juego terrible del amor no admite sino vencedores. Los muros del
presidio lacran de olvido. Enseguida les ponen cuernos. Águeda, el amor eterno
y puro del aceñero, terminará sus días en un prostíbulo. La infidelidad y el
desarraigo de cualquier afecto hermoso son otro eslabón a la cadena, un candado
de propina que aísla al condenado de la otra parte del mundo. Pero sin esa
defección no hubiese habido cante jondo, ni guitarras, ni bureo. El flamenco
más puro, todo ese folklore, que fue fuente de divisas y contraseñas de
identificación turística o cultural de todo un pueblo, tiene como alma mater
ese peñasco misterioso, que en un cerro de Ceuta mira para Algeciras y la Bahía
de Cádiz. Toda la poesía y el arte nacional encuentran un surtidor incomparable
en las cadenas. Es nuestra fibra más colorista. Somos hijos de la chusma.
Parece que nuestro destino, aherrojados la mayor parte de las veces por
nosotros mismos, descansa sobre el punto de apoyo del baño o del saladero, que
es como nombraban los antiguos a la cárcel. En ella se escribió el Quijote Y en
un calabozo de san Marcos de León, donde amarraron en blanca a Quevedo, fueron
compuestos los mejores sonetos. Toda nuestra historia es un intenso ir y venir
de cosarios, galeotes, cómitres, rondas y cuerdas de presos. Por la religión.
Por la política. Por el amor o simplemente por un régimen de cantón.
Nada en el mundo
mejor que una carcelera, esa copla que ahoga el aire con su pena encerrada al
son de las palmas, como un martinete detrás de los barrotes, como un manantial
virgen que suelta el agua bravía de la quejumbre, para penetrar en esa
ingratitud que siente el convicto sobre sus huesos lejos de la hembra, que lo
traicionó. Losas de olvido pusiste tú en el altar de mis sueños.
Carcelero,
carcelero(bis)
Abre puertas y rastrillos
Que no quiero ahogarla(bis)
Con la trenza de su pelo.
Ay, ay, ay.
Y esta otra dirigida a la Madre de Dios, y que
demuestra cómo de alguna manera el patrocinio de Ésta va más allá de lo que
pueda abarcar la humana razón, porque el cariño y predilección de la augusta
señora se centra sobre los que sufren.
Señora de las miserias,
Madre de los presidiarios,
yo te buscaba por el patio.
Era una tarde de mayo
Cantando.
Y te encuentro en la noche oscura.
Eres el lucero que alumbra
tras las rejas de mi ventana
Mare de la hermosura,
Consuelo del desterrado.
Por fuerte que
sea el amor, más fuertes sentimientos son el baldón y el infortunio. La vida se
desliza ajena e impertérrita ante nuestras convicciones y sentimientos. El
hombre nació para ser derrotado por el desamor, por la muerte. El recluso se
siente como esos bagazos o borras que vierte el agua sucia por la atarjea ¿
Tiene que haber un lugar por donde escalar los postigos y encontrar los ambages
o la aleya que libere el cuerpo encadenado? El alma es libre. Nadie podrá
aherrojar a la imaginación. Deberá de existir un procedimiento de resarcirse de
tanta afrenta. Salir de aquello.
Existe un mínimo de solidaridad en el presidio, que
facilite un poco de asueto. La vida del penal también conoce las pausas y las
treguas, pasadas las tormentas, cuando el ambiente enrarecido hace estallar el
motín o las peleas entre los internos. Entonces, éstos aparcan sus rencillas y
se ponen a jugar a la brisca tranquilamente.
Como los naipes están prohibidos, ponen en un lugar determinado de la
crujía a una canario previamente amaestrado. Su canto les avisa a los tahures
de la proximidad de moros en la costa. Si es de una manera el trino embelesado,
hay vía libre. Si es de otra, agua. ¡A recoger que viene el guardia! La
habilidad humana es inagotable a la hora de su inventiva. Los pájaros brujos
son los animales de compañía de los internos, pero también hubo quienes
consiguieron amaestrar a un gato, al que previamente habían desgarrado y
descolmillado como instrumento de placer sexual. Enseñaban al desdentado
felino, con mucha paciencia y esmero, las técnicas de masturbación bucal
mediante succión. Los gatos tienen el gañote profundo y la lengua, libidinosa,
la utilizan en su aseo personal, pero el micho debía de ser iniciado desde muy
pequeño. Había un preso que conocía las
costumbres de la raza. Permanecía atento cuando a las hembras les veía la época
de celo, que suele ser muy intenso a lo largo de los cuatro primeros meses del
año, y, cuando una paría, violando la camada, se apoderaba de sus hijos, les
rebanaba los columelares de recién nacidos. Incontinenti, poníalos en venta.
Dos perras gordas por cada gazapillo. Era una mercancía muy solicitada en los
patios. He ahí la razón o una de las razones por las cuales se codicia a estos
mamíferos como animales domésticos en algunos estamentos de la raza humana,
particularmente entre las solteronas incorregibles y las funcionarias expertas
en ordenadores y que se proclaman amigas de Safo y del amor lésbico. Ya sabemos
ahora porque al maestro Umbral le priva con locura micifuz. El domador, si las
camadas eran buenas, por el mes de enero, cuyas lunas, tan fuertes y con unos
rayos lumínicos que suelen ser como imán de apareamiento - es un tiempo en que
se preparan esos conciertos de maullidos por tejados y corralizas y se escucha
por doquier la berra de la lujuria - podía sacarse un buen sobresueldo.
Parece que se
escucha el estruendo fisiológico de los zambullos. El golpeo de los inodoros y letrinas.
Los presos que van camino de la enfermería con los brazos péndulos, o camino de
la célula de castigo donde les aguarda un tiempo de confinamiento en
incomunicado que empavorece incluso al más fuerte psicológicamente. Al otro
lado de los rastrillos encalabrina el
fulgor especial de la plata. A través de la mirilla de os atisbaderos se
escucha el rumor de la calle. El presidio es como un reloj roto, pero Cronos,
por una gracia especial a sus prometeos encadenados, consigue que cada uno de
ellos lleve la cuenta exacta del día, la hora y hasta el segundo y todos los
años que faltan para la redención. Esta esperanza de salir algún día les
infunde fuerzas para arrastrar cadenas. La noción del tiempo que queda para
cumplir.
Los celos y la
defensa del honor también están en la lista de uno de los motivos más
frecuentes de encadenamiento. ¡Pobre humanidad, que basa el epicentro del honor
y de la fama en sus partes menos nobles, los genitales de un hombre y una
mujer! ¿Fue siempre así? ¿ Cuando nos
libraremos del todo de ese demonio verde, que tortura en silencio, consume y
destruye, esa obsesión por la virginidad y la pureza que en sí no son bíblicos,
sino una excrecencia dormida en el alma humana, que instiga a matar? Cristo
mandó perdonar a la mujer pública y a la adúltera a punto de ser dilapidada,
pero nadie le ha hecho caso. Un momento de debilidad es saldado con la
muerte.
VII
La triste
historia de Iñigo Bustamante se suelda con las arriba mencionadas.
- Vigile Vd. A
su mujer porque este chico no es suyo.
- Eso es
imposible, doctor.
Iñigo
Bustamante era un carpintero que vivía en Santander con su esposa y sus nueve
hijos. Se sentía un hombre feliz. Al nacer el décimo, ciego de nacimiento, lo
llevó a un médico. El diagnóstico dio sífilis. Iñigo se preguntó cómo podía ser
aquello, si él jamás había padecido tal enfermedad ni había andado con nadie,
pero el dictamen facultativo no dejaba lugar a dudas. La enfermedad había sido
transmitida por el amante de su mujer. Los vigiló durante algún tiempo y un
día, habiéndolos sorprendido en plena coyunda, los dejó en el sitio. Iñigo,
primero desde Santoña, más tarde, desde san Miguel, para lavar su culpa, lo que ganaba trabajando de carpintero en los
talleres del penal, se lo enviaba al ciego de nacimiento, fruto de aquella
relación adulterina, que a él le costó la libertad. Aunque no fuese suyo, llevaba sus
apellidos. Era al que más amaba.
La jerga de los
presos es un vocabulario aparte. Es una
germanía con terminología propia. Se escuchan a lo largo del relato voces
características como la de los condenados a muerte o las alusiones a la llegada
del verdugo. Cuando veían mucho ir y venir al páter por las galerías o correr
por el patio, malo. Mucha estola y mucho crucifijo avisaban de olor a muerto (muló). Alguna ejecución se tramaba. Se escuchaban
incluso los martillazos con que el ebanista enclavaba el próximo ataúd.
- Si deseo la
libertad es para perderla- declaraba sin más contemplaciones uno que había
matado a su mujer por culpa de su cuñada.
Era un manchego
que se entretiene en contar aquello que más le obsesiona. Su vida parece
haberse detenido en aquel día exacto en que estando mi “ Társila de meses
mayores, la felicidad huyó de nosotros”... “ Mi cuñada la mal metía y
aconsejaba en contra mía y ella se dejó convencer “. Brilló una navaja y una pobre mujer cayó de espaldas
sobre el fregadero de la cocina, una escena harto común. Pasa tantas veces.
Machaconamente el triste acontecimiento se repite en las páginas de sucesos y
los espacios dedicados a la crónica negra, cada vez en aumento, de las cadenas
televisivas.
En las cárceles
se vive primero para la venganza. O para la huida. La soledad hace que ambos
deseos no encuentren compuerta ni sean rebasados jamás por una orilla. La
estrechez del aprisco despierta la potencia imaginativa y las capacidades de
inventiva. Después de alguna ejecución o una revuelta, la charca
carcelaria agita un poco sus ondas.
Después las aguas regresan a su cauce. El tiempo cura las heridas. Se lleva los
recuerdos, aunque casi nunca los remordimientos que se agrandan hasta alcanzar
formas desproporcionadas y gigantescas. El
remordimiento, otro personaje al
cual no hay que perder de vista. El dolor de corazón y la atrición diz que son
el molde en el cual se compactan los buenos cristianos. No así al tener una
perpetua por delante. Esa agua lustral
del alma se volvía hiel y vinagre en el escocido recuerdo del alpargatero
Inocencio Tornés. Había violado a su hija de trece años. La vio una vez desnuda
sobre la cama y el espectáculo agitó el incestuoso deseo ¿ De cuántos desvaríos
y sufrimientos no será madre la temible lujuria?
-¡ Si no la
hubiese visto!¡ Si no la hubiese visto! - repetía sin cesar.
El bochornoso
recuerdo le agitaba día y noche. Acabaría sacándose los ojos. Lo hizo para no
verla jamás, ni sentir la comezón del apetito vitando. Se vació las cuencas,
igual que Cayo Mincio Scevola. Lo hizo para no verla más, pero continuaba
viendo a la pequeña con los ojos de la imaginación que también arrastra
cadenas. No expió la totalidad de su condena. Se ahorcó con una manta hecha
jirones que amarró al barrote del ventano - esa pupila alternativa que retrata
una porción de cielo y por donde se escucha el rumor de la tierra girando
alrededor de su eje en circunvoluciones fijas, que llega con el canto de la
avecilla que canta al albor, como en el “Romance del Prisionero”-.¿ Seguiría
siendo perseguido al otro lado del río de la eternidad por el espectro de
aquella menor, la niña violada, su propia hija?
De ese pormenor
no entienden los novelistas, pero cabe suponer que sí. Existe una desproporción
entre el delito y el castigo ¿ Cómo es que de un acto finito e insignificante
como puede ser el cometido por un hombre rastrero, pecador y mortal, se haya de
seguir un fallo judicial emitido por el
divino tribunal que obliga a expiar
condena infinita? Ese desvarío, un devaneo de un cuarto de hora, concita
las fuerzas cósmicas y ha traído siempre de cabeza a los teólogos. Hay una
asimetría poco lógica entre el sujeto y el predicado de la oración. Entre la
ofensa inferida y el recudimiento expiado. Sólo queda la confianza en un Dios
justo, misericordioso, y con otra forma de actuar diferente a la de los
hombres. Que perdona y perdonará eternamente a los borrachos y a los asesinos.
VIII
Menoyo escribía
cartas a Águeda ungidas de resignación y de afecto. Su ex novia era la única
que se preocupaba algo de él. Sus hermanos se desentendieron. No quisieron
saber. Esta relación epistolar fue espaciándose con el correr de los años.
Luego cesó por completo. Los internos acaban muriendo, como los místicos, a los
ojos del mundo. Se opera con su existencia una “ execración de la memoria”. Su
nombre es borrado, por decirlo así, del libro de la vida. Los parientes del
molinero lo habían dado por muerto.
El presidio es
un lugar donde las horas se coagulan. El hilo del tiempo, que muestran los
cuadrantes del reloj de sol, se tuercen, se niegan a avanzar en línea recta y
todo queda apesgado en ese embotamiento
celular que todo lo aplana. Es otra dimensión.
Cronos trabaja de otra manera.
Sin embargo, los años enseñan a saber esperar
y uno vuelve la cara a los hombres para contemplar el rostro del Señor. Martín
Menoyo pronto se encontró practicando una vida de piedad y de ascetismo.
Habituado al desdén de la carne, entró en la morada interior, experimentó las
alquitaradas sensaciones del yo místico que ponen al que las tiene en contacto
con lo inefable. La Omnipotencia Suplicante, la Madre del Aviso, cuya honra
inmaculada él defendió hasta el delirio, y hasta la torpeza de derramar sangre
por su causa, la Deípara benedicta, recompensó al pobre reo con las glorias a
la que va sujeta toda experiencia mística. Su corazón y su alma se elevaban a
ras del suelo. De repente se encontró con que hubo vencido toda concupiscencia.
Quería emular ya los santos, ya los mártires. Entró en ese túnel maravilloso
donde queda aparcado todo apetito y se escucha sólo una voz que incita a la
subida al monte santo.
- Davai. Davai. Citius, fortius, altius.
Es Dios, es
Dios, el que pronuncia este aviso y pone las almas de los hombres en
incandescencia. Su espíritu rutila como
la concha de una aerolito. Estaba llegando, al cabo de trepar por la senda
purgativa e iluminativa. La criatura en completo abandono se echa en el regazo de
su criador. Es la cumbre, la última morada, la verja que abre el cancel del
mundo futuro, el clavo del abanico, la piedra de toque y la razón de la
existencia cristiana, el punto de mira al que apuntan los gritos de los cabos
de vara terrenales: “ davai, davai”, mientras chasca la tralla de la
incomprensión y las tribulaciones sobre los lomos del afligido. En verdad, los
justos poseerán la tierra. La vida pertenecerá, por herencia natural, a los
crucificados. Es un sentimiento que pone al que lo experimenta a las puertas de
lo inefable. Cristo Jesús estaba al otro lado de los rastrillos. Hace sentir
más vivamente su presencia en las celdas de los condenados a muerte, porque así
lo prometió en el Sermón de las Bienaventuranzas. Ejerce su presencia viva, invencible. Son los suyos. Fuera de los muros
de la cárcel quedan los fariseos, el mundo con sus afanes, con sus prejuicios,
sus convencionalismos levíticos, las mitras, las tiaras, los códices y
pandectas a las que se atienen los tribunales. ¡Es muy corta esa vara y muy
ruin para medir tantísimo! Ya se sabe: summa lex, summa injuria. Ontológicamente
es un estado de cosas en las que manda la ley del más poderoso, del señor del
mundo, del príncipe de las tinieblas, al que denominaban los padres griegos Cosmócrator
(amo del mundo; el demonio, que sienta jurisprudencia
de tejas abajo). Sin embargo, en lugares de dolor como puedan ser cárceles, hospitales, manicomios, Dios vuelve
a asumir su papel de protección y se transforma en Pantocrátor
(el que manda en todos los mundos visibles e invisibles, lo
descubierto y lo por descubrir). Es Cristo, es Dios que clama: “ Estuve preso y
me vinisteis a ver y consolar “. Y con este clamor desata los vínculos del
pecado, derrota a la muerte a los prejuicios de clase o de casta, a los
criterios mundanales. Es una victoria, tras largo combate, del Pantocrátor
sobre el Cosmócrator. Ante su
poderío la infernal hueste humilla la cerviz. El diablo es puesto en fuga.
Muy pocos los
comprenderán y lo aceptarán. Pero es así. El Maestro de Justicia, al nacer en
Belén, vino a proclamar la gran “ yihad” contra la injusticia. Se rebeló
contra lo establecido. Metió en cintura a los fariseos con su hipocresía y su
montanismo (sólo se salvan los puros y unos cuantos elegidos) y sus patentes
exclusivistas de la interpretación de la palabra. Dejó en ridículo a los
pontífices con su sabiduría, sus taras y sus tiaras. Esta rebelión le hace
estar siempre vivo al lado de los que sufren, aquellos a los que los criterios
humanos consideran perdedores, hasta la terminación de los siglos. Su actitud
exalta a la humanidad doliente y encenagada por el pecado, proclamando su
compromiso libre, pero lleno de amor, con el que sufre. Sobre este misterio la
clave del arco del inmenso y sublime cristianismo. Algo en sí contradictorio y
absurdo. Para muchos, piedra de escándalo. Ya San Bernardo de Claraval,
dominado por el espíritu profético hace una amonestación ejemplar al Papa
Eugenio III, a la sazón imperante, en su libro De la consideración, y con suma libertad
de espíritu le dice que por su innata constitución es igual a la de todos los
hombres: “ Papa sois, mas,
polvo vilísimo”. Este réspice,
tan cristiano y tan lleno de amor a la Iglesia, porque el Doctor Melifluo fue
el primero en darse cuenta de los peligros que puede acarrear a éste el prurito
de macrocefalia, el culto a la personalidad que se suele dar en las dictaduras,
porque el medio no ha de guardar prelación con el fin, sino estar sujeto a él
en perfecta simetría subsiguiente, podría venir a cuento en la hora en que las
cristiandades aguantan el peso de un Papa muy político en su silla gestatoria.
La macrocefalia vaticana puede anular el verdadero rostro del Cristo vivo. Su
vicario no tiene derecho a convertirse en lacayo de los intereses en el mundo
de los Estados Unidos y en definitiva del clan sionista. Pero es un tema que no nos incumbe. Wojtyla tendrá
que rendir cuentas a Dios cuando exhale su último suspiro. Con ser el ayudante de campo de Cristo en la
tierra, un adjetivo de contenidos ambiguos, en boca del Salvador cuando legó a
Pedro como albacea de su Iglesia, pero que se ha utilizado como pretexto para
el fanatismo y el anatema, y dio pie a exclusividades que rompían el principal
mandamiento del amor, debe de quedar muy claro que no es Cristo, sino un hombre como los demás, polvo vilísimo, aunque
sus asesores de imagen pretendan presentarnoslo casi como inmortal, una especie
de deidad cibernética. Como el heraldo del tercer milenio ¿Vivirá para el año Dos Mil?
IX
Atemperada su
alma por el sufrimiento, este hombre íntegro, loco de la Madre de Dios, como empezaron a llamarle en san Miguel, deviene insensible a la
triste realidad por la que deambula. Un escalofrío divino lo transforma de
arriba abajo, y no es oscuridad el terreno que pisan sus pies encadenados sino
la luz de la visitación. Se opera, entonces, una catarsis que le permite a
Martín respirar el aura de la santa indiferencia. Tener que no tener, vivir que
morir, penar que gozar ya lo mismo da. Alcanza la adiaforia del
contemplativo, un estado de gracia que permite a un tiempo la abulia y el
entusiasmo y permanecer ajeno a los cuidados terrenales y sumirse en el
profundo torrente de lo divino. Es como una borrachera espiritual en la que el
organismo deja de tener hambre o sed en su carne anestesiada.
Formalmente, es
un interno como los demás, que sale a la huerta a respirar el aire, de conformidad
con el reglamento doméstico, sujeto a un horario (por aquellos días, el régimen
de prisiones se acercaba bastante a la disciplina castrense y los actos eran
regulados por un cornetín de órdenes), que manduca el pre en el antiguo
refectorio de los cistercienses habilitado casi sin reformas para comedor
general y vela sus sueños en el catre de la crujía corrida. Vierte sus
excrementos en la letrina o en los zambullos. Ríe las bromas de Araujo. Escribe
cartas a la novia lejana, una correspondencia llena de gallardía y buenos
sentimientos, pero que se espacia con el correr de los meses y de los años.
Águeda - luego lo sabría - entraría a servir en casa de un rico, que la dejó
encinta. Seducida y abandonada la futura del presidiario acabó en el arroyo, pero
este dato, que le infunde alientos para llevar adelante la codena, no lo
descubre hasta el final del libro. Es lo primero que hace de que sale absuelto:
prosternarse ante el altar de la Virgen de su pueblo y buscar a su novia.
Cordial con
todo el mundo, pero sabiendo mantener las distancias, este feroz ibero - su
rostro tenía esa dureza que dan a las facciones las ideas fijas y la
unilateralidad de pensamiento - participa en la calicata de los trabajos de
evasión, pero desde un primer momento
manifiesta a los interesados que él, aun colaborando en la fuga, no participará
en la misma y empieza a cavar el terreno con un almocafre, que había sido
pirateado al jardinero por uno de los presos. Pero no suele participar en las
juergas. Se mantiene mudo y distante, a sabiendas de que la familiaridad
excesiva suele ser la puerta por la cual gatean las discordias y
enfrentamientos personales. Tampoco delata ni difama. En boca cerrada no entran
moscas.
Llegada la
ocasión se erige en defensor del débil ante las intemperancias del prepotente.
Lo mismo que hizo Jesús. Una noche, cuando un grupo de desalmados se divertía a
costa de una de las “mariconas” del penal, lo tenían acorralado en semicírculo,
frustró el linchamiento de Casiano Ortiz al que rescató de las fauces de Capricho, la perra loba que habían azuzado una cuadrilla de
presos.
- Venga con él,
Capricho.
El aceñero se
lanzó sobre la jauría. Consigue dominar a la perra y mantener a raya a patadas
y puñetazos a los que habían preparado aquella juerga cruel. Por dicha pelea es amarrado en blanca y
confinado tres meses en la mazmorra de castigo, pero queda señor del campo. El
que decían meapilas y beato, porque se le había aparecido la Virgen sabe demostrar su hombría y consigue hacer llegar su
mensaje haciendo profesión de fe en el único lenguaje que entiende la gallofa:
la fuerza de los puños y los alardes de la astucia. Nadie volvió a ponerle la
mano encima al desgraciado grimoso. El aceñero no acostumbraba a meterse en las
frecuentes peleas, pero, si entraba al envite, siempre ganaba. Fue así como fue barriendo uno a uno
a los distintos jaques o cabecillas de las diferentes bandas mafiosas.
Durante su
larga estancia en la celda de castigo consigue entablar un diálogo por señas
con su vecino, Sabas Platero. Hablan de lo divino y lo humano y hasta llegan a
entenderse por medio de aldabonazos en el hostigo o simples golpes por el
barrote de la ventana. Sabas era un fuguista incorregible.
Había intentado la evasión treinta y tres veces, todas fallidas, porque tomar la
puerta de los carros en un penal español y mucho más en aquellos tiempos de
primeros de siglo, era cosa ardua. El alcaide nuevo, un funcionario de
prisiones que llegó con ganas de introducir algunas reformas humanitarias (puso
campos de fútbol, gimnasio, enfermería y talleres), con su aire tan despistado
sabía más de lo que daba a entender.
Este tranco del
relato nos muestra a un Zamacois maestro en el arte de narrar; el autor
consigue con infrecuente pericia meter a
su personaje dentro del lector, revelando el temple místico del Aceñero.
También los asesinos pueden llegar a santos. Flota en la atmósfera la grandeza
y el pathos de Dimas, el buen ladrón. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. El
estilo, siempre magnifico y sin decaer, se mantiene en la cumbre literaria. La
reclusión viene a ser como una huida del mundo y el encuentro consigo mismo en
la Tebaida penitencial. La Biblia dice que el hombre es un beduino, un
peregrino que va de paso, cruzando las arenas de un dilatado desierto. Los oasis representan un alto en la extensa
travesía y permiten una mirada a lo alto. Dios ha solido hablar al hombre en
los solitarios yermos o desde las escarpaduras de los picos inaccesibles.
También por los corredores fríos del penal se escucha su voz. A veces es un susurro.
Otras, como un rugido. Un recluso tiene la suerte de encontrar abiertas las antenas casi siempre. La reflexión y la
calma de sus horas muertas lo tornan receptivo a ciertas comunicaciones
insólitas de la gracia. Eso que el Talmud denomina “emunáa”. Lejos del tráfago mundano donde la gritería y
la disipación entregan el alma a cosas inanes, y a solas consigo el emparedado se encuentra a
sí mismo.. La corrección puede resultar una universidad donde se enseñan las
malas artes del odio, pero también muchos encuentran el camino de la
justificación. Oran. Martín se volvió un cartujo sin votos. Llevó el alba de los profesos de dicha orden
sobre los hombros. Nunca perdió la inocencia. Puede decirse que el fango de la
cárcel ni lo salpicó.
“ El penal dormía lleno de carne triste.
Su aletargamiento era un aletargamiento de osario, anegado de tinieblas.
Todo allí se pudría despacio. Arriba, las estrellas eran como pupilas abiertas
sobre el silencio funerario de los patios, donde la vida seguía latiendo irreductible,
los ojos vueltos a la libertad “.
Transcurrían
los días, lentos, anodinos. Una ola que va y otra que desaparece, pero todas
son idénticas. Bañan las playas del
océano de la cadena perpetua. En las penitenciarías no hay reloj. El reloj lo
llevan los propios forzados en sus cerebros. Este reloj parece haber sido
fabricado de una mecánica inexorable. Sus manecillas acarician siempre la hora
exacta, pero, transgredidos sus muros, la horología es otra. Los cuadrantes de
este reloj del penal se precipitan sobre el umbral de un silencio sin confines,
análogo con el concepto de la eternidad.
De tarde en tarde, llegaba hasta alguna de las
galerías el bataneo lejano y pertinaz de los excavadores del butrón que
brindaría pasaje a la vida libre. La obra se preparaba durante las horas que
transcurren antes de los recuentos, previo el toque de oración, justo bajo un
tapial recostado sobre los adarves del muro de circunvalación, y cabe el gran
ciprés. Su espesura brindaba alguna custodia contra el ojo implacable de los
centinelas, pero al pie de la bocamina camuflada había siempre dos “ fuguistas”
a la mira oteando el panorama como leones. Aparecido algún peligro en
lontananza, sonaban los timbres de alerta:
- Agua. Agua.
Que viene Saborido.
Saborido era
uno de los cabos de vara. Andaba siempre como medio despistado por todas las
dependencias, repasaba una y otra vez las plantas, se presentaba en las crujías
de improviso, con su roten de palo santo. Hacía como que no se enteraba pero se
percataba de todo. Como había sido sargento de Milicias durante la segunda
república, estaba acostumbrado a lidiar con la tropa. Era un tipo cari hondo,
de andares rápidos y algo espetado, una señal psicológica de sentirse a gusto
dentro del uniforme. No como otros que caminaban estevados, los brazos
péndulos, y hundida la barbilla, fijos los ojos en el suelo, señas evidentes de
inadaptación al medio o de falta de entereza. Con los andares y y modo de
moverse se puede catalogar un comportamiento.
La tierra
removida era arrojada a las conducciones de la atarjea o sumida por el lavabo.
No había que dejar “ cuerpo del delito “ ni atraer las sospechas de los
centinelas. El túnel lo habían perforado a la sombra del gran ciprés, justo
detrás de los gallineros. Durante los paseos, cada cooperante debía de meterse
un puñado por entre la camisa. El uniforme de los internos suele venir sin
botones y sin bolsillos. Día a día, paseo va y paseo viene - la gatera tardó en
estar lista más de un lustro de trabajos mineros ininterrumpidos - se consiguió
dar cima a la obra. Es así como laboran las hormigas para quienes no cuenta el
tiempo. Sólo el número es lo que priva. De forma análoga fueron erigidas las
pirámides egipcias y las catedrales medievales.
Era horadado el
suelo con un almocafre requisado y los terrones porteados en el interior de
calcetines o de pañuelos anudados. En la zapa se utilizaron leznas,
destornilladores y cuchillos de cocina. A cinco años corridos de iniciada la
mina, paralelo a los desagües se había perforado una oquedad de cincuenta
metros de largo por uno de diámetro.
Por el mes de
mayo, don Froilán pedía voluntarios para construir una gruta con piedra en
honor de la Virgen María. El mes de María solía tener visos de rumbo en el
penal. Aunque, perdida la fe en Dios y en la justicia de los hombres, muchos no
se perdían las flores, que les recordaba alegres tiempos de la infancia,
emociones maternales, y sensaciones primeras de la naturaleza en plena
eclosión. Estaba ya la primavera valenciana luciendo sus mejores galas y fastos.
Allí nos encontramos a Carrión, un bandolero palentino, asesino confeso, que se
había cargado a tres hombres en una riña, porque era un auténtico Sansón de
extraordinarias fuerzas, cantando como un niño el “ Venid y vamos todos “. Algo
tiene la Virgen para que, con tan sólo mencionar su nombre, muchos caigan de
hinojos, o afloren las lagrimas en las mejillas de hombres rudos y curtidos. No
es un mito. No es algo que los católicos españoles tengamos únicamente en
nuestra cabeza. A este desventurado país, verdadero jardín de María, le salva
su devoción a la Inmaculada.
Al oficio del
mes de María no faltaba nunca Martín. Hacía las veces de acólito, tarea
compartida con Casiano Ortiz. Ambos lucían en la ceremonia un sobrepelliz
almidonado con vuelos y mangas ridículas, que les quedaba pesqueras. Delante de
roquete, en la procesión del día treinta y uno, con la cruz alzada marchaba
Orencio Pérez moviendo el incensario. A Iñigo Bustamante le gustaba encargarse
de las tareas de sacristán. Todos los años construía un monumento que daba la
hora. El montañés era un manitas. También tenía un arte especial para colocar
en buena disposición los claveles reventones, los ramilletes de azucenas,
caltas de una blancura especial, nardos y rosas, muchas rosas. Todo el recinto se
llenaba de la fragancia del azahar. No era lo mismo decirlo que verlo. El
monaguillo Casiano, como no tenía manos, juntaba los muñones y ofrendaba así a
la Señora, que comprende los dolores y los pecados de los hombres, el recitado
de su oración especial. Cerca del altar, revestido de acólito, parece que
volvía a él a los pies de la Virgen, la dignidad perdida. Se transformaba en
otro hombre.
X
Otro mes que
encuentra una significación particular dentro de los muros de un presidio
es noviembre. El recuerdo de los muertos
agitaba muchas conciencias y se ofrecían sufragios, no sólo por los parientes
fallecidos, sino también por las víctimas de los encarcelados. Muchos tenían
pesadilla. Decían haber visto en sueños a la esposa que arrebataron la vida por
celos, o el dueño de la finca al que asesinaron para entrar a robar. El ciclo
de difuntos era un tiempo de melancolía. La inquietud y el desasosiego roía por
dentro y en el resquemor algunos
llegaban al borde de la desesperación, pero eran los menos. Por lo general, un
asesino contempla a los muertos de mano airada hasta con ternura. Los rostros y
la voz de sus víctimas bajarán con ellos al sepulcro. Se convierten en un amigo
que llama desde el más allá. A ratos, a gritos. A ratos, estas voces lejanas se
transforman en susurros para las conciencias poco en paz. Sin embargo, la
nostalgia estaba ya casi desvanecida por navidades, cuando con motivo de la
nochebuena se preparaban rifas, bailes y Baco vuelve por sus fueros. El alcohol
se convierte en amigo y confidente. Muchos bebían para olvidar. La bebida es
una modalidad de lento suicidio. Aunque prohibido, el licor solía entrar
camuflado por los registros del rastrillo. Las cogorzas que se cogían por estas
fechas eran olímpicas lo mismo que los enfrentamientos personales. Esta
alegría postiza no era del todo
injustificada. Durante la Pascua del Natalicio o en Semana Santa por lo común
solía caer algún indulto. Las amnistías, aunque raras, no faltaban en
determinadas ocasiones: jubileos, años santos, la boda del Rey, etc. Todo pasa.
El bien y el mal. El ser humano es un
animal de costumbres. La verdad absoluta es que no hay verdad absoluta, que, de
tejas abajo, todo se relativiza. Tendemos a la verdad y a la belleza, pero
pronto nos encontramos atrapados en la tela de araña que nosotros mismos nos
hemos fabricado por el pecado original, y hemos de convivir con la fealdad, el
marido alcohólico, la mujer ruin, el vecino de al lado al que no soporto y esta
ciudad enigmática, fría, alegremente falsa, que siempre tuvo una población
flotante de porteras y de lacayos, con la que tengo que verme las caras todos
los días. Han echado el pestillo a Caramanchel, pero Madrid sigue siendo más
cárcel que nunca. Una jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo. Émula de la podredumbre de Nueva York, la cual,
aunque ni el arquitecto Moneo ni el psiquiatra Rojas Marcos estén de acuerdo conmigo,
sigue siendo el “ gulag” del mundo, un campo de concentración de mucho lujo en
cuyo espejo degradante se miran las demás aspirantes a Babilonia del planeta.
La “gran manzana” es una megapolis de gran cabida para paletos. El papanatismo
sigue siendo su gran coartada. Cualquier día de estos el Empire State puede
venirse abajo y la gran torre de la Pan Am estallar. Cuando llegue ese fracaso,
todo el tinglado de la antigua farsa puede estallarse. Pero, mientras tanto :
- Davai.
Davai.
XI
Transcurrido el
invierno, casi con la primera flor de almendro, las espalderas de los geranios
aparecían en todo su esplendor. Eran
formateados los alcorques emparrillados de verjas epicíclicas, se hacía
la poda de cerezos y un mundo, como aletargado y dormido, durante el periodo
hiemal, salía de su sopor. A finales de abril era la época de los traslados.
Iban y venían nuevas conducciones. Estas se llevaban a cabo sin previo aviso.
La población convicta formaba abajo en el saladero(patio), donde les
esperaban algunos números de la Guardia Rural, de aspecto entre adusto y
resignado, encargados de organizar los convoyes. Aparecía el director
impecablemente vestido en uniforme de gala color gris plomo (chaqueta de dos
filas de botones plateados, con solapa de vueltas de seda, hombreras doradas
con cordones trenzados, gorra de plato con el vuelo forrado también de seda, la
visera con barboquejo mostrando, en el frontis, bordado en oro el emblema del
Cuerpo de Prisiones, una espada en posición vertical con punta hacia abajo
orlada con hojas de palma y de roble, todo un homenaje a la Justicia ejecutiva)
los bolsos de la guerrera de fuelle, con bocamangas y hombreras dobles, zapatos
de charol y guantes de piel color de avellana, y leía la lista de los que
habían de evacuar. No se especificaban a donde Lo sabrían en su llegada, o bien
de por el camino. Se les llamaba por su
nombre y apellidos:
- Longinos Murrias Castropol.
- Aquí.
- Con todo.
- Sí, señor.
- Y a la puerta
principal.
El alcaide solía agradecerles por su
presencia, les exhortaba a la conformidad y se despedía con un lacónico:
- Que haya
suerte.
Los rostros de
los encartados algunos mostraban desagrado o despreocupación. Otros, curiosidad.
La mayor parte, la más augusta indiferencia. Santoña era temido por su humedad.
Chinchilla, por sus inviernos infernales y sus veranos tórridos y el penal de
Santa María traía a la imaginación de los pobres presos nociones de muerte,
porque allí serían muchos confiados a la mano del verdugo. El penal de Santa
María sonaba a garrote vil. A Cuéllar iban los enfermos de pecho y los locos
acababan en Chinchón o en Alcalá de Henares. Temible era el Hacho, pero un
sitio oreado, el más sano de todos, con vistas al Revillón de la antigua
fortaleza. Otros nombres que causaban angustia eran los de San Agustín y san
Antón. Antes de cárceles fueron conventos. El
de Mahón se pronunciaba con voz
velada y empavorecida. Pero eran prisiones militares donde la triste
tropa iba a dar con sus huesos. Los más veteranos, con larga experiencia en el
trullo, al haberlos recorrido todos, se tomaban la licencia de dejar caer
consejos y admoniciones a los que estaban a punto de partir. Eran las suyas
avisadas advertencias del escarmiento.
- En Santa
María, tengo yo un hermanito. Dale recuerdos.
- Vale.
- Ojo, en
Chinchilla con un rijoso mal encarado. Tiene mala sangre. Estuvo con la partida
del “ Pernales”. No tengas ninguna familiaridad con ese gachó.
El funcionario
iba repartiendo una bolsa con bocadillos y refrescos a los itininerantes.
Previamente, los citaba por sus nombres.
- Alfonso
Castrillón.
- Presente.
- Generoso
Mañas.
- A la orden.
El celador
decía entonces que debía ir a recoger sus pertenencias. Todo lo que puede poseer
un encadenado en este mundo cabe en un petate.
- Con todo.
En ese “ con
todo” ( el petate o el morral peregrino) se cifraba toda la fortuna personal de
aquellos que yacen en prisión.
Se suponía que
cada corrigendo debería cargar con sus escasas pertenencias: viejas maletas de
cartón anudadas con atillos, maquinas de afeitar, algún libro o devocionario,
los retratos de los seres queridos, pero había algunos que tenían la manía
acaparadora, definida por los psiquiatras como el inicio de la demencia senil y
otros trastornos del alma, y metían en la escarcela cuerdas, clavos, espejos
rotos, una par de mudas. Así y todo, lo acaparado, aunque había entre los
incluidos en el convoy un hombre ya provecto que arramblaba con un colchón de
borra, que había conocido los camastros de todos los centros de internamiento
de la península (San Agustín de Sevilla, el penal de Santa María y el Hacho
ceutí donde su propietario pernoctó casi dos lustros en trabajos por forzados)
y salía con todo en todas las conducciones que hubo padecido.
- Hombre,
Aquilino, ¿ por qué viajas con el colchón a cuestas? Con esa traza pareces San
Cristobalón.
Y Aquilino,
otro gallego, que había sido cuatrero y contrabandista de Lugo, contestaba con
mucha circunspección y en un inglés de Oxford, a los apostrofes entrometidos:
- Mind your own business, will you?. If I sit
on prison, that´s not matter of your concern, mate, do you hear me? After all, we
travel in the same boat. ( Algo así como:
no te metas donde no te llaman o, no
tires cantos contra el tejado de tu vecino, si el tuyo es de cristal).
- ¿Qué nos ha
dicho?
- Pues que te
vayas con viento fresco a la farola.
Aquilino
Carballeda Heaney tenía todo el aplomo y la facha de un lord británico. Hablaba
seis idiomas y era lo que se dice un señor. Sangre irlandesa corría por sus
venas. Pero tuvo un percance con un
compinche en una fiesta salvaje que llaman “ A rapa das bestas”. Corrió el
orujo y el ribeiro. Su víctima le debía unos dineros y no había saldado la
deuda. Los potros ya habían sido enchiquerados en sus correspondientes tenadas.
La ceremonia había quedado vistosa y hasta emocionante hasta que a los chalanes
les dio por beber más de lo que corresponde. El sembrador de toda cizaña, como
ya va dicho en esta relación de galeotos, suele acurrucarse entre los cristales
de una botella de licor. Por eso lo llaman el Diablo Rojo. Encarnada es la
sangre lo mismo que el mosto.
Aquilino era uno de los équites que con una
pericia atávica, porque se trata de un encuadramiento de la yeguada que se hacía
ya en tiempo de los celtas, en este trajín por demás violento y peligroso, más
casi que una doma, se tiró para delante.
Que sí, que no. Que tú, que yo. Que me dijiste. Que me prometiste. A que
no tienes redaños. Eu carallo. E tou maix, ome do demo. Echa. Tira. Para.
Alto ahí. Toma. Daca. El agujero del que saliste estaba podrido. Por eso tienes
tan malas entrañas. La zalagarda,
que comenzó con las palabras melosas de saudade y acentos a orillas del Sil y
del Eo, cambió al tono aguerrido del hablar cerca del Tajo y del Ebro. Las
voces suben de tono y hay un crescendo de los timbres. El pecho se abomba. La
mirada se encampana. Se transforman en gritos para dar paso al alarido y al
golpe seco como cuando un toro embiste contra el burladero. El tema podía ser
zanjado con unos cuantos sopapos, pero aquí no. Aquí hay que echar mano de la
escopeta o la navaja. Luego la malquerencia durará para siempre. Irá a parar al
archivo imborrable del odio secular. La enemiga no conoce remisión entre las
familias enfrentadas.
Estas historias se saben como empieza, pero
cómo termina es asunto mucho más aleatorio de determinar. Dan principio las
hostilidades por una palabra descomedida
o por una inconveniencia pronunciada sin demasiada mala fe. Por una mirada que
roza el insulto. Siguen con la mención de la madre e injurias a los ancestros.
A mí esos no me los retruquen para nada. La majeza, el orgullo hace el resto.
El encuentro amistoso acaba en tragedia. Se produce al cabo el consabido homicidio en una fiesta. Las
carcajadas y apuestas se vuelven lágrimas. De estas reuniones trágicas lleva la
culpa en parte Baco. Un mal beber. Un mal rollo. Pero hay que remontarse más
lejos en estas indagaciones de los motivos de un homicidio rural. Es un
atavismo telúrico. Esa mala sombra de Caín que rige nuestras vidas. No importa
quién mande, cualquier que sea el régimen político, dictadura, democracia,
anarquía o autonomía, este país está enfermo.
Los males se ahíncan en las profundidades de
un subconsciente semi religioso, cuasi místico, que vuelve a los españoles unos
inadaptados para la convivencia. Mucha de la culpa la tienen la hipocresía y el
jesuitismo. No somos un pueblo orgulloso y envidioso, como se ha dicho.
Participamos de la soberbia que acarreó la ira divina, según lo relata el
Génesis, en forma de doblez moral. No fue la lujuria ni la gula lo que expulsó
a Adán y Eva del Paraíso fue la soberbia. Seremos como dioses. ¿ Tú, qué te has
creído? ¡Estás tú bueno! ¡A mí con esas! ¡No sabe con quién está usted
hablando, oiga, pero vamos! Esta ojeriza
secular, y casi endemoniada, se compatibiliza con la adulación lamerona
más detestable, con el vivan las
cadenas. Arriba mi dueño. ¿ Dónde está vuestra ética? Nosotros no tenemos
ética. Somo chaqueteros. Vamos a las procesiones y a las novenas y
despellejamos al prójimo. Hay que pagar el tributo de las cien doncellas. A rey
muerto, rey puesto. El lema es la hipocresía, esas dos caras, que responden a
una insatisfacción interior, un no saber aceptarnos a nosotros mismos, lo que
expulsará a los españoles de este Edén, país privilegiado por la mano de Dios
que es la maravillosa tierra en la que han nacido. No se la merecen.
Luego, los
guardias civiles organizaban la recua. Aquellos pobres presidiarios el pañuelo
a la cabeza, y el hatillo con sus escasas pertenencias al hombre, flanqueados
por los agentes del orden, se ponían en marcha. Era un viaje a lo desconocido.
Tras la rueda de identificación, la cuerda de presos. Con frecuencia, se
registraban escenas conmovedoras, porque dicen que del roce, aunque sea el de
una cárcel, nace el cariño. Para allá
marchaban compañeros de infortunio a los cuales ya no se volvería nunca a ver.
Un cabo de la Benemérita volvía a hacer recuento y, cuando ya estaba el cupo
completo, las puertas del penal se abrían para dejar paso a la fila de los
conducidos. Por los caminos de España aquellas figuras tétricas de forzados se
convertían en una procesión de espectros. Estantigua de cadáveres ambulantes en
viaje a ninguna parte. Muchos cambiaban
de penal para mejorar poco de fortuna. En el nuevo destino les aguardaba el
collarín de hierro del esbirro o la guadaña de la muerte natural.
El cabo de la
Benemérita saludaba militarmente al alcaide.
- A las ordenes
de Usía. Pido la venia para proceder al viaje.
- Orden
concedida - farfullaba el alcaide, en tono formulario y de trámite.
- En pie. Con
todo. Guarden la línea. De frente. Queda prohibido detenerse o mirar para los
lados. Si alguien no puede seguir que me lo diga- concluía el comandante de la
conducción.
Un enfermero
acostumbraba con un botiquín de primeros auxilios a formar parte del convoy,
pero en la mayor parte de los penitenciados
tales socorros no servían d sino para firmar el acta de defunción. No
pocos de la cuerda fallecían a causa del vómito, las fiebres, la insolación los
relentes y el barro de los malos caminos.
Todos estos ritos formaban parte de una
liturgia especial. Los traslados con frecuencia resultaban dramáticos. Con la
libertad casi a un paso, a alguno le daba la tentación de saltar, y moría
acribillado por los disparos de sus custodios, o perecía durante el viaje
víctima de las fiebres, del cansancio, el frío, o las enfermedades. Un traslado
tenía connotaciones de fiesta fúnebre dentro de la mentalidad y el régimen de
los penitenciados, porque marchar es morir un poco aunque siempre revistiera
carácter de gran novedad, como novedosos eran los domingos y fiestas de
guardar.
XII
El presidio en
peso solía asistir por el verano a las misas cantadas en la explanada o en el
recinto de la iglesia, donde se estaba calentito, durante el invierno. A
algunos les encalabrinaban los cantos. A otros el aroma del incienso o los
gestos de las rúbricas de solemnidad. Antes de la ceremonia se procedía al
rutinario recuento. Los presos se encaminaban de tres en fondo en estricta
formación castrense.
- Firmessss.
Derivación derechaaaa. Arrrr.
Entraban en la iglesia cantando el himno de
Nuestra Señora de la Merced, patrona de los cautivos. Si no os volvéis como
niños, no entrareis en el reino. Estar preso significa en algunos casos
regresar al estado de semi inconsciencia y expectación de la infancia. El
capellán de prisiones no era lo que se dice un dechado de mansedumbre. Por esa
boca de clérigo vomitaba azufre y excomuniones. Le privaba hablar del fuego
eterno, la cárcel de donde se sale nunca jamás. En sus homilías daba rienda a
su frustración demoníaca y a la capacidad para la invectiva. Gritaba como un
poseído. Mas lejos de ablandar los corazones de su parroquia “ pecadora “,
estos no se sentían ni conminados ni amedrantados por las fumarolas de la
puerta del infierno, ni de las torturas del purgatorio. Adormecidos por el
calorcillo de la estufa y el vaho humano. Otros se miraban unos a otros con
ojos burlones como diciendo: “¡ conque esas tenemos! Este cura debe de haberse
desayunado un tigre!”.¡ Y para siempre jamás, hermanos! En el gigantesco reloj
de arena de la cárcel de la eternidad
cabe toda la arena de las playas del universo. Cuando ésta haya pasado por le
cedazo, se da vuelta a la tolva y otra vez a empezar! Las parábolas que se
gastaba Don Foilán en sus homilías no les cabían a muchos internos en la
cabeza.
Su mensaje evangélico no podía llegar a la
audiencia ataviado de esas crueldades. Sin embargo, flotaba sobre la iglesia un
aire de misterio. Cristo estaba allí y se dejaba entender mucho mejor a través
de los cantos del coro. Los presos escuchaban al páter como quien oye llover.
Una mañana un irlandés, faceto y muy chulo él, soltó a bocajarro:
- I am only here for the beer, mister (yo estoy aquí por la cerveza tan sólo reverendo)
Menos mal que,
como hablaba en inglés no se le entendía lo que decía, pero un celador, el que
había sido sargento de milicias vino hacia el osado y lo echó a patadas del
templo.
- Oye, Patrick,
como sigas diciendo gansadas e inconveniencias mientras rezamos, te voy a echar
cinco meses en prevención. En la casa e Dios hay que estar callados como en
misa ¿ Es que no eres católico, pedazo de tuero?
- Sí, don
Camilo, pero no de esta cofradía.
Patrick, un
tipo celta, pecoso, con el pelo rojizo, y ojos muy azules y burlones, escuchó
los rapapolvos como quien oye llover. Ya va siendo hora de que los curas dejen
de mirarse el ombligo y piensen un poco más en su grey. Se explican con la
prepotencia insolente de funcionarios. Pontifican y anatematizan. Hablan mucho
y luego hacen cuanto les viene en gana. Sinceramente, no creen en lo que
predican. Algo vale que la fe de los que sufren trasciende las prerrogativas y
privilegios de unos cuantos cretinos absurdos y encaramados en su prebenda. Sin
embargo, la capilla era un lugar agradable. No resulta extraño que el irlandés
echase de menos la “ guinness” y los pubs de su verde Erín. Se trataba de uno
de los sitios del edificio claustral ajenos al mal fario o que no estaban
gafados. Allí no solían ocurrir peleas. Uno estaba seguro y, además, se estaba
tan ricamente y calentito oliendo a incienso o escuchando cantar a un grupo de
vascos, miembros del coro. Uno había estudiado solfeo con el tenor Gayarre. Se
llamaba Lecumberri y era político. Encuadrado en las filas del carlismo, había
estado con la facción. Porque pertenecía
a ese cupo de gente noble que nunca cambia de ideas. Odiaba a los
constitucionales y peseteros y “guiris”.
Era un chapelgorri de cuerpo entero, que defendía, la Tradición y el Rey Absoluto. En su castellano
balbuciente cuando le imputaban su terquedad: “Hombre, Lecumberri, mira qué
hacerte mala sangre por un Borbón”, él contestaba tajante:
- La que yo
decía, pues, ¡ Viva Carlos séptimo, rey y señor! Quier que no ame fueros, de
Euskalerría no podrá ser.
Su voz era un
ijujjú, una aguerrida contraseña telúrica plena de concordancias vizcaínas. Un
redoble de tambor. Carlistas, cantonales, rojos y fachas perdidos, alevosos
etarras, idealistas, españoles trasnochados, gente buena y noble, lo mejor de
las Españas ¿ por qué será que siempre acabareis en el trullo?
- Eso es una
burrada. Aquí lo único que cuenta es ser libres, Lecumberri.
- Libertad del
mal no deseo yo. Quiero libertad para el bien. Para ser todos buenos y felices
- contestaba tajante.
Pertenecía al
último de una saga. Pero en las cárceles hispanas nunca han faltado presos de
conciencia. Primero, los judíos y herejes. Luego, los carlistas. Después, los
anarquistas de la “ Mano Negra “. Para acabar en los etarras y los grapo. Esto
no tiene arreglo.
No hablaba
más que vascuence. Lo encerraron por haber dado muerte al gobernador de
ideas isabelinas de una provincia del Norte. Tenía la pinta de bruto, pero
cuando se ponía a cantar se transformaba en ángel órfico. Tan popular llegó a
ser que entre los reclusos se decía:
- Vamos a
escuchar a Lecumberri, el gran maestro de capilla.
En lugar de
decir: “ vamos a misa y a ver cómo se explicotea don Froilán, qué gargajos
infernales nos lanza, qué amenazas esgrime contra nosotros”.
Su intuición les persuadía en su
convencimiento, de forma innata, y acaso por uno de esos soplos inefables que
responden a la acción del Espíritu Santo, que Cristo no puede tener el rostro
con que lo pintan los jesuitas. Lecumberri, aquel gañán vasco navarro, era un
heraldo del mensaje. Dios es músico. El convertirá el Cielo en un perpetuo
sonido del arpa, una interminable polifonía, un inmenso orfeón. En cambio, el
infierno es la privación de todo lo que es armónico. Los diablos no pueden
cantar. Después de la rebelión de Luzbel, Miguel les quitó de la mano las
cítaras. Los que antes tenían la voz del
querubín y del serafín quedaron reducidos a pululantes hoci poci de guitarras
estridentes, juglares indomésticos.
Dejaron de tener oído y les crecieron las orejas como a Mike Jagger, ese
morritos berreador. Satanás, que lo sabía, no por demonio sino por viejo, se
metió en el concilio de padres de la Iglesia e hizo firmar a los obispos la
abolición del canto gregoriano, la supresión de los motetes. Item más,
inducidos por el Malo suprimieron la oración a San Miguel y el último Evangelio
de Juan, la página más excelsa salida de la pluma y la inspiración humanas.
- ¡ Que bien
canta ese Lecumberri! Tiene una voz maravillosa de tenor! Podrá ser más burro
que un arado, y su madre lo parió trabucaire, pero sus filados me emocionan. Me
entra morriña y echo de menos de mi
siringa - decía Galo Viqueira, un orensano de ojos soñadores.
Su caso era muy frecuente y vulgar en los
tendidos del albero enrejado de San Miguel. Mató a la mujer porque la encontró
con otro. Galo Viqueira era afilador.
Mala suerte. No cesaba de repetir en los días de su cadena:
- ¡Si no lo
hubiese sabido! ¡ Si las cosas hubieran ocurrido sin que yo me enterase...!
Pero la cosa ya
no tenía remedio.
Esta apelación
a la santa ignorancia, porque el saber nos vuelve infelices, era la misma,
cambiando el entendimiento por el órgano de la vista, angustia que aquejaba al
hombre que violó a su propia hija. Si no la hubiese visto... Si no la hubiese
visto. Lamentaciones a posteriori que no van a ninguna parte. El orensano, que
echaba de menos su siringa - tocando aquel humilde instrumento había recorrido
la mayor parte de las ciudades de España - también terminó de mala manera. Se
saltó la tapa de los sesos con un punzón. Quería marcharse a las regiones
maravillosas evocadas por el canto de Lecumberri. Trató de encaramarse a las
nubes asido a las notas de un Kirie de la misa de Angeles. Vivir lejos de la
belleza era una idea que el gallego se sentía incapaz de soportar. Y todo por
una mala mujer. A cuantos de los inquilinos de aquel penal les ocurría la misma
tragedia. Lecumberri había sido un tenor de fama y Galo un afilador de los
buenos. Les sacaba punta a los cuchillos botos y movía con suma pericia dándole
la aceleración requerida con el pedal a su rueda de amolar, mientras su arpa de
David mantenía en atención y contraseña a las barriadas. La melodía de su
siringa sacaba a las mujeres de los balcones.
- Afilador, ¿
adonde vas?
- Eu -
murmuraba el humilde menestral quedamente - O mundo es grande. Ainda mais
carallu. Rico non me fago. Por minha nai
XIII
El conato de
fuga fue desbaratado in medias res. El alcaide, que sabía más de lo que
aparentaba.
- El capellán
no predica. Predica y escupe. Sus alaridos se clavan en las bóvedas de luneto.
No se puede amenazar de esa manera a la pobre gente. Si después de pasarnos
media vida a la sombra, nos cae otra perpetua en la eternidad, no sería justo.
Ese sacerdote, que dice hablar en nombre de Dios, tiene que mentir como un
bellaco.
- Y por toda la
barba. Es un hierofante. Un impostor.
- Pero
Lecumberri canta como un ángel. Ese tchapelagorri
tiene ese don, aunque sea un fanático de la monarquía absoluta, deteste la
Constitución y llame peseteros y guiris isabelinos a los que no comulguen con
la Santa Tradición. La cosa tiene tres pares de perendengues. Que haya muerto
tanta gente en este país por quimeras. Por un Borbón. Por un pontífice que se
sienta tan ricamente entre sedas, quirotecas de filadiz, purpuras y obras de
arte. Bien les ha ido un negocio que
empezó en un muladar donde nació un niño pobre, hijo de vagabundos, para que
una serie de creencia hayan generado tanto fasto y riqueza. ¡ Viva la
Constitución! - exclamaba Sabas Platero, recalcitrante en sus ideas
republicanas y progresistas.
- Precisamente,
por eso mismo. Y al revés te lo digo
para lo entiendas. Algo tiene que tener un sistema cuando el edificio, a pesar
de tanto escándalo, se sostenga a lo largo del tiempo. Es que los fundamentos,
firmes, resisten. Los colocó una mano
divina. No se deben a la arbitrariedad humana. La Madre de Dios es también la
Madre de la Iglesia y vela por ella - replicaba Menoyo con sagacidad y
discreción.
Sus palabras
ahora ya estaban exentas del fanatismo de sus años mozos. Creía en la Virgen
María, baluarte de su fe, pero para el conscripto número 743 del penal de San
Miguel de los Reyes la noción de la Señora había dejado de tener esas
connotaciones de diosa pagana, atalajada de joyas con que la representan en
efigie, más por exceso de cariño que a causa de una avisa intención, algunos
creyentes, y la pasean en carroza sus
cofrades en las fiestas patronales. No era una nueva Mita sino una sencilla
hebrea elegida para la misión de convertirse en la omnipotencia suplicante y de
acueducto que afuera el agua de las gracias y de las oraciones, un puente entre
el cielo y la tierra.
Ahora el
Aceñero no sería capaz de matar ni de cortarle la lengua al agnóstico Platero
por profesar creencias diferentes, como había hecho con su primo. María , madre
de Un Condenado a Muerte, sentía una especial predilección por los presos. Era
una mujer real que sufrió mucho en su paso por la tierra. Era la doncella del
canto supremo del Magníficat. ¡ Ella supo tanto de cárceles, cóleras,
ingratitudes, destierros!
A Martín Santoyo su vida encadenada lo había
transformado. Había dejado de ser fanático.
- A mí me ha
dicho una tía monja - dijo uno que había nacido en la provincia de Segovia -
que nosotros tendremos prelación en el reparto.
- Que quiere
decir eso de prelación.
- Pues ni más
ni menos que lo que oyes. Que los últimos serán los primeros.
Ciertamente,
que se criticaba al padre Froilán, un cura de misa y olla, hombre de pocas
luces y de posaderas vastas. Aunque no era malo, se arrogaba unos derechos que
no le correspondían. La fuerza motriz de la Iglesia no tiene su epicentro en
los palacios vaticanos. Tiene que ver bastante poco con el dogma de los
prelados. Encuentra su punto de apoyo en el dolor y el amor de los que sufren.
La Iglesia es eterna porque la portan a cuestas los crucificados de todas las
latitudes y todos los tiempos. Sin embargo, a los pobres, a los que no nos
ensartan en los cuatro ases de los cuatro palos de la baraja, porque nunca
cuentan con nosotros para nada, aunque todos nos lo han quitado, hasta la
esperanza, pero jamás la fe en Nuestro Señor, nos toca achantar la muy. Todos nuestros movimientos se gobiernan por el
sonido del cornetín de órdenes que distribuye los horarios del día: fajina,
retreta, diana. Poned la tele. Es la hora del telediario. Hay que ahuecar el
ala. Tomar el autobús. Viajar hasta la oficina y encontrarse con los otros
presidiarios de la vida civil. Hay que bailarle el agua al jefe. De él depende
nuestro empleo. Que se nos rebaje la condena y luego volver a casa cansados. La
radio repite siempre las mismas consignas letárgicas. Se acabó el amor. Podemos
entrar y salir, pero vivimos amarrados en blanca. En la cárcel huele mal. Los
cagaderos están demasiado cerca. En el metro le canta el ala a esa jarifa tan
despampanante. Detrás, sin dejarla a sol ni a sombra, un hombrecillo
insignificante parece que se recrea arrimando su pierna a las nalgas de la moza
con olor de sobacos. Empieza el toqueteo del transporte. También huele que
apesta en los vagones de la Línea Uno. Van los trenes atestados. Bajo las luces
de neón que sacan un brillo frío al pavimento de los andenes los trenes
asemejan a expediciones celulares. Presumen de libertad, pero ellos también mueren encadenados. El final de su
cadena será el umbral de un nicho en la Almudena o una urna con sus cenizas que
aventarán en honor de Tanatos. No llevan el traje presidiario, pardo con vivos
amarillos, pero tienen los pies sujetos al brete de un reglamento inexorable.
La libertad no es más que un saldo. Nunca podrán alejarse demasiado de la
cárcel que llevan dentro, del hospital inmundo de sus células que se gastan, o
del manicomio que necesitan para dar rienda suelta a sus desvaríos. Habitamos
todos en un espejismo. En realidad no somos más que una caravana de beduinos
que cruza el desierto, una conducción de presos mínimos. Grita el capataz con
voz rajada:
- Con todo.
Y tenemos que
liar los petates. En pie. Con todo. La muerte y la vida al hombro, hay que
ponerse en marcha. Afuera el relente de la noche aguarda. Se transforma en un
viento de pesadilla, que se lleva los tricornios de la pareja, pero las cadenas
a las que al nacer se nos liga nadie las arrastra por nosotros. La naturaleza
enigmática y ensimismada en su trajín perenne muestra una cruel indiferencia
hacia nuestros estados de ánimo. El viento de la desilusión hace chocar su
cabezota contra los hierros arrancando las notas de un canto funeral. Es
demasiado consistente la argolla. No se funde el hierro tan fácilmente. No se
ganó Zamora en una hora. Por eso, la llaman la “ bien cercada “. En ese
instante de abandono, cuando avanzamos los brazos péndulos por caminos
desconocidos marchando hacia un objetivo donde nadie nos aguarda, no cabe otro
asidero que el de la fe.
- Davai.
Davaite. Davai.
Los jefes de
escuadra de las brigadas de sección gritan como posesos.
XIV
In medias res
los cabos de vara desarticularon la fuga.
El alcaide, que no se chupaba el dedo, estaba
en autos de lo que se tramaba. Alguien había ido con el chivatazo. La cárcel es
un lugar inhóspito por tres razones: la hedentina, la incomodidad de la vida
hacinada, y los soplones. El mal olor y los trabajos de la alimentación y el
vestido precario, la vida a toque de campana y que otros decidan por ti se
convierten en rutina. A lo que no se acostumbra uno es al ambiente de delación
y de sospecha. Es una sentencia suplementaria que te endosan sobre los
cerrojos. Muchos de los internos cometían faltas para que les metiesen en
celdas de aislamiento para no tenerselas que ver todos los días con el hampa
carcelaria. Santoyo, aunque no se adhirió a la causa de los caballistas,
participó en todos los trabajos de desescombro sigiloso y acarreo del balasto
en esteras, serones y todo lo que encontraron a mano. Incluso diseñó el esquema
de huida, sin participar en ella. Cuando un sábado de madrugada poco antes de
las Fallas de San José empezaron a colarse hombres por la gatera, ya estaban
los cabos de vara aguardando a la otra orilla de la cueva. Daban acolada a los
prófugos con sus trallas. Con las primeras claras del día, la luz primero gris
y luego rosada, ya estaban apostados centinelas en el sitio preciso. Llovían
bastonazos por todas partes. En los brazos, en las piernas, en el rostro, en la
cabeza. De la cárcel no se deserta. Ella puede cansarse de ti. Tú nunca de
ella. Entre la chusma cundió la consternación; enseguida, el espanto. Los
volantes iban de un lado a otro del patio, repartiendo leña sin miramiento de
donde daban. Los cabos de vara cruzaban por entre los presos con sus perros
atraillados, unos mastines con carlanca que con sus fauces disuadían de
cualquier intento de revancha, mientras gritaban:
- Quieto todo
el mundo. ¿ Cuándo escarmentareis de una vez, morralla? De San Miguel nadie se
escapa si no es con los pies para adelante y en una caja.
El comandante
seleccionó de día seleccionó a un grupo
al azar (al que le toca, le toca) y ordenó a los listeros que procedieran a un
recuento. No faltaba nadie. Al cabo de un rato, apareció el alcaide que a su
vez ordenó mantener a la gente formada en el patio. Todos, en posición de
firmes. Así los tuvo tres horas. La medida punitiva se prolongó hasta
oscurecido. Los ayudantes, los listeros, los capataces, cuando al señor
director le dio por levantar el castigo, condujeron a cada una de las brigadas
- cada brigada estaba integrada por un total de cien reclusos - hasta sus
pabellones. Era un triste espectáculo. Como la vuelta de un rebaño al aprisco.
Una punta de aquel ganado humano fue conducida, atados los pies y las manos de
una cadena, hacia las ergástulas.
Entre ellos iba Martín Santoyo, el gesto
altivo, la mirada serena y mansa. Recordaba en parte por su hieratismo el
rostro de Cristo atado a la columna. Su serenidad contrastaba con la de otros
cabecillas desesperados por el fracaso de su tentativa. Habían sido más de
cinco años de trabajos para horadar una galería. A su lado Sabas Platero
lloraba y gritaba como un niño al final de una paliza. Los cabos habían corrido
la baqueta a modo sobre las espaldas y posaderas de los supuestos conductores
del complot de fuga. Los habían zurrado a su gusto con un inusitado sadismo. Ay
de los vencidos. La ley de la cárcel también rechaza a los perdedores.
- Esta noche no
se cena. Buenas noches - dijo el alcaide.
Pero, antes
hizo señas a un ayudante para que instruyese a los rancheros de que volcasen
los gabetones con el pre humeante sobre los morrillos del patio. Un voceador
llamó a unos cuantos para que, armados de escobas, cubos y bayetas, y retirasen
el rancho. Se trataba de una humillación más. Sólo cuando los restos de comida
fueron barridos en condiciones, pudieron irse todos a dormir. Pagaban justos
por pecadores.
Se enrareció
harto el ambiente al cabo de aquellas medidas de represalia
Menoyo, por vez
enésima, fue metido a la prevención. Le cayeron seis meses en blanca. Al resto
de los cabecillas, cuatro.
- Tú planeaste
el golpe, pero tú no te fugas ¿ Por qué?
- Va contra mis
principios.
- El encubridor
del delito tiene tanta culpa como el delincuente.
- Sea.
El aislamiento
en el pabellón de castigo puso en pie de guerra a todas las galerías. Sabas
Platero organizó un plante de solidaridad con el Aceñero. Se produjo un motín
que arrojó un balance de treinta muertos. Tuvo que intervenir el Ejército.
Varias baterías del regimiento artillero de Paterna acudieron a sofocar la
rebelión. Se desencadenó una crisis entre los mandos y fue sustituido el
director.
Con el alcaide
nuevo entraron en el penal nuevas ideas liberales. Los presos tuvieron
piscinas, campos de futbol, canchas de baloncesto, un frontón y hasta se tiró
una hoja en la cual algunos de los internos hicieron sus primeros pinitos
literarios. Entre los ripios y la morralla en aquella revista aparecían poesías
de depurada calidad.
La figura de
Martín Menoyo, como héroe epónimo de San Miguel de los Reyes, y héroe ejemplar,
bastión contra la injusticia y más valiente
que el Cid, se fue difuminando. El eje de marcha del elán narrativo no
es un individuo concreto sino la comunidad de forzados. En los cuarteles (de
preventivos, homicidas, delincuentes contra la propiedad, políticos, y sádicos
sexuales, que conforme a la categoría en que se englobara su crimen así eran
distribuidos por las distintos sectores del presidio) y galerías pronto se le
fue olvidando.
Otro suceso que
vino a conmover la frágil tranquilidad de San Miguel - un presidio es como un
mar, que ahora está con las aguas en calma y al momento siguiente sopla la
galerna - fue la orden que dieron de arriba de talar un ciprés centenario, so
pretexto de que la corpulencia y la frondosidad de aquel árbol habían servido
de añagaza para ocultar a los guardianes los trabajos de excavación del túnel
de escapada. Era un hermoso ejemplar de conífera. Medía casi setenta metros y
su tronco no podía ser bardado por cinco hombres. Debió de haber sido plantado
por uno de los primeros cistercienses que habitaron el cenobio de San Miguel de
los Reyes. Había escuchado durante siglos las plegarias de los frailes. Sus
hojas apuntaban hacia arriba en son de éxtasis. Después de la desamortización
de aquel judío y masón que llamaron Mendizabal dio cobijo a una de las cárceles
de régimen más severo en la peninsular. Aquel ciprés litúrgico sabía de todo el
dolor de los angustiados. Contra su cima cimbreante con el viento de Levante se
quebraron los alaridos, las blasfemias, y las preguntas sin respuesta lanzadas
desde detrás de las verjas:
- ¿ Por qué,
Señor? ¿ Por qué?
Había sido el
emblema tutelar de aquel lugar maldito. Sabía muchas cosas, pero se alzaba mudo
e inescrutable en su silencio. En cierto modo velaba por los que se fueron al
más allá y también por los vivos muertos, de aquel lugar de ignominia que antes
había sido sagrado. Su derribo, arbitrariedad de la tiranía, fue considerado
por los internos como un verdadero sacrilegio. Y, como consideraban tan medida
arbitraria una ofensa personal, organizaron un plante. Porque un ciprés
acompañaba en la condena. No lo derribó
el hacha de un Nerón con ínfulas reformistas. Lo había tumbado el viento del
mal. Ese que sopla sobre los muros de la patria brutal, enfurecido. Cuando
corre por la llanura, tiene la fuerza de un huracán. Dos angustiados se
abrieron las venas con una lima cuando corrió la noticia de que iban a talar al
gran ciprés.
XV
Si lo acaecido a Orencio Pérez resulta
espeluznante, el caso de Casiano Ortiz
se transforma en pavoroso. Por la ferocidad de la que fue víctima. Y de
la propia madre que le dio el ser. El autor se muestra despiadado en esta
zambullida que realiza a los infiernos de un penal cualquiera y cuenta
patéticas historias a barrisco, para dar testimonio del desviacionismo de la
conducta humana. Esta patética novela es un repaso a la patología clínica más
sórdida. Es una saga de ilusiones rotas, vidas chascadas, a causa de
traiciones, adulterios, robos ¿ El criminal nace o se hace? ¿ ¿Hay en el alma
humana una tara psíquica oculta, desencadenante de las furias que llevan a un
ciudadano cualquier a perpetrar asesinato? En el fondo de la charca en la cual
nunca se hace pie queda un piélago de barro. Infunde espanto por la regularidad
axiomática de las atrocidades. La inclinación a matar es la resultante de un
porcentaje. Cada mil, tantos. La cárcel, prueba fehaciente de esa constante imparable,
es la nave, la nube y la sombra de la aberración potestativa, el alud que no
podrán contener los pedagogos, ni los reformadores filántropos. Manda la
estadística inexorable. La barbarie se encastilla en el alcor inexpugnable. La
teología, la moral, el constitucionalismo y la filosofía de los Derechos
humanos pusieron cerco al castillo. El asedio dura ya muchos siglos y la plaza
no se rinde. El maquinismo y los nuevos inventos han mejorado y facilitado
hasta cierto punto las condiciones de vida, pero axiológicamente no han
representado un salto cualitativo. Antes bien, un retroceso. Paz y piedad son
un concepto vacío que pulen el discurso, pero que tan sólo sirven para decorar
las tablas de los diccionarios.
Sin embargo, la
raza humana se aclimata a todo. Incluso a lo irremediable de sus desdichas,
porque en ella el instinto de superación se ha constituido en fuerza operativa.
A Casiano le
amputó su madre sendas manos con un destral. Ocurrió el suceso en uno de esos
días breves que caen alrededor de santa Lucía. Las tinieblas del solsticio de
invierno pueblan el ambiente, pero una luz interior, como de regocijo, luz
esperanzada del Adviento, baña de esperanza y de apresuramiento las almas. Pero
este es un tiempo neutro, peligroso, porque acendra el poder de los diablos. El
“ cosmocrator “ (señor del mundo) regresa a la tierra a favor de la oscuridad
impenetrable. Son largas las noches. Júpiter se aleja con su benevolencia y
Saturno ocupa el puesto. Por esa razón se celebraban en Roma las saturnales. Para
alejar al dios oscuro, el de las ideas lóbregas, y el de la crueldad sin ton ni
son.
Habían
desaparecido unos pelucones, que estaban guardados en un calcetín bajo la
cómoda. Madre echó en falta aquella calderilla e hizo las correspondientes
averiguaciones. El niño, que entonces carecía de la noción del dinero, los
había tomado de su escondrijo para darselos a un pobre. Inocente, creía que las
monedas aliviarían el hambre, la sed y el desvalimiento de aquel afligido. Pero
iban sólo a ser la semilla del mal, que sembraría su existencia encadenada de
dolores, oprobios, infamia.
- ¿ Fuiste tú,
Casiano?
La criatura
hizo un gesto con el hombro llegándose a su madre de costadillo, y rompió a
llorar y murmuró un débil:
- Sí. ¡ Yo qué
sabía, mamá!
- Yo no quiero en
mi casa un hijo ladrón. Antes muerto. Daca acá.
Destazaba en
aquel instante aquella Euménide la pierna de un cordero lechal para la cena de
Nochebuena. La mujer, fuera de sí, cogió a su hijo y le hizo colocar las
manecitas sobre la toza y con las mismas, zas. Dejó manco al hijo de sus
entrañas. Ya no le quería. Casi lo había aborrecido en la misma cuna. Casiano
era gordito, un niño reconcentrado y pensativo. Le llamaba “ raro” y le
acostumbraba a castigar con violencia, metiendole en el cuarto de las ratas o
golpeandole muy severamente tundas inmisericordes con un roten largo de las que
se utilizaban en las casas de labor para beldar, castigos desproporcionados al
delito cometido, pero esa conducta materna suele ser una especie de losa de
desamor que pesa sobre el ámbito de muchas existencias maltratadas. El
romancero ya aborda el tema espeluznante en aquella composición de la “ Mujer
del Comerciante de paños y sedas “. Debió de ser un hecho real ocurrido en una
aldea próxima a Burgos. El marido parte a lejanas tierras. La mujer se amanceba
con el alférez de una leva que va de paso camino de Flandes. Un niño párvulo
parece ser que molesta a estos amores. La despiadada mujer acaba
descuartizandolo y metiendolo en una artesa. Cuando el marido regresa del viaje,
el niño le cuenta todo a su padre de aquella relación. El padre disimula lo
oído y la madre perpetra aquel increíble asesinato. Luego se lo sirve haciendo
pasar aquel guiso por cabrito, pero el marido repara en la ausencia de su pequeño y se da cuenta de que está
comiendo a su propio hijo. Los cielos claman justicia contra aquel atropello,
fruto, como tantas veces, de la lujuria y del adulterio. Murmura con olímpico
desdén una frase:
- Lo que salió
de mis entrañas no es lícito que a ellas vuelva.
Saturno devora
a sus hijos. El mito saturnino, añagaza de dolor y de destrucción irreparable,
convivirá por siempre en la naturaleza humana. El marido traicionado, remata el
cantar, se vengó de la infame “ arrastrándola por los cabellos de la cola de
una yegua”.
Nadie sabe cómo
pudo desembocar en la cárcel un pobre manco como Ortiz que nada malo sería
capaz de hacer, al haberle sido
desmochadas por un hacha que empuñaba su propia madre sus extremidades
superiores. Zamacois nada dice al respecto pero su pluma se detiene compasiva
en la descripción de la penuria de aquellos dos seres desgraciados, que sólo
parecían haber nacido para cumplir una misión de agravios y de destierros en su
terrenal existencia: materia del deseo invertido, carne de prostíbulo entre rejas.
Los alienistas describen este mal como la fiebre carcelaria. La ausencia de hembra hace desviar el
instinto libidinoso. El sexo es implacable. Esta tendencia a la inversión
pecaminosa - hay que recordar que la sodomía sigue siendo un pecado reservado,
que únicamente puede perdonar el obispo - solía darse con harta frecuencia en
espacios cerrados donde solían convivir personas de un único género (
seminarios, cuarteles, cárceles, conventos). Los vis a vis modernos han servido
para mitigar esa plaga de bujarronería irredenta. Haber nacido sarasa es una
desgracia como otra cualquier, una carencia de la imperfecta naturaleza
resabiada por el pecado originario. No un alarde. Algunos se empeñan en
presentarnos como un triunfo o una presea de grandeza moral. La historia de las
penitenciarías ofrece siempre el espectáculo del pecado nefando a escondidas.
Dos cuerpos que agitan debajo de la manta cuartelera. El bujarrón con su
ligado. Los cabos de vara tenían que hacer la vista gorda, porque barro somos,
pero no dejan de inspirar compasión o asco, según se mire, estas amistades
particulares y dantescas relaciones de incubos y de súcubos. Un cuco de
imaginaria se veía en la obligación de mirar para otra parte.
Otros, sin ese
mecanismo de defensa, se derrumban. Pero ¡ qué complicada es la psicología
humana! ¡ Un pozo sin fondo no puede esconder tantos entresijos o recovecos
como es este barro animado y sorprendente en el que nos han fraguado! Si bien
se dijo antaño ser Rusia la cárcel de los pueblos, España que presenta una
mentalidad y una literatura, tan rica y parecida a la rusa - son sin duda de
las mayores de Occidente- tampoco le anda a la zaga. Nuestra vida ha sido y
sigue siendo un inmenso penal. Nos empeñamos en fabricar para nosotros mismos
nuestras propias jaulas. Unas veces son cárceles del alma. Otras, nos encanta
eso de vigilar y de ser cabo de vara del que tenemos al lado. Al que incordia
lo enviamos a galera, lo tachamos físicamente o lo condenamos a una muerte
civil para que purgue su desfachatez por pensar por cuenta propia amarrado en
blanca, sujeto a la argolla y al brete que nosotros queramos. Es una forma
mucho más sibilina de dar garrote vil. Recorre la piel de toro el fantasma de
los galeotos, aquellos seres vestidos de colorado que hacían funcionar las
naves del Rey con su sangre, sus sudores, sus lágrimas. No eran más que chusma,
pero desde entonces no puede zafarse el país de la sombra de tan lastimero
fantasma del bogavante amarrado al duro banco de la vida española, bajo la
tralla amenazante del espalder, o el rebenque del cómitre. Nuestro destino es
ser chusma, carne de galeras. Por ellas anduvo
Lazarillo. Tanto bogó que su destino amenazaba en convertir al pobre pícaro en
bogavante. Se volvió azul como el atún.
- Lázaro, sal fuera.
Cerraron la “ burda” a cal y canto.
Pero no se produjo el prodigio. Cerraron la burda
o puerta del penal a cal y canto. No se permite jugar con las cosas de comer.
Anteo regenta sus esclavos como le viene en gana. Chafa las gateras. Los
barrios cristianos los trocará en ghetos o en prostíbulos. Yo hago lo que me
viene en gana. Para eso soy el supremo. Haré un fuego con vuestros cantorales y
vuestras biblias. Me llaman el profeta del auto de fe. La raza y los genes me
inclinan hacia la inquisición y la perquisición. Ay de vosotros incautos, que
os voy a encontrar desprevenidos. Os haré mascar el polvo de la derrota.
Exclamareis el guay de los vencidos.
Hemos estado
esperando tanto tiempo a esa metamorfosis que nos transforma en ángeles y somos
tan sólo desesperados náufragos, amigos de los delfines, menestrales de la
gallofa. Nadie nos protege. Dios le ampare. Una mujer nos echó a los caminos.
Pero otra nos protege. Yo he sentido su virginal aliento sobre mis pasos
descaminados por las aceras sin rumbo, bajo las luces de neón, en el frío de
las madrugadas de diciembre, cuando la ciudad duerme. Un gato pisa un bote y se
produce un estallido. Parece el estampido del cañón del Hacho que saluda al día
o saluda el cierre de la noche. Es un ronco rugir metálico de león lúgubre.
- Madre, ¿ dónde estabas? Nunca viniste a mi lado.
Yo lloraba. Era un niño y tú siempre estabas lejos. Al regresar del colegio,
encontraba la puerta cerrada, aquella puerta de madera pino, pintada de verde,
con un Corazón de Jesús metálico por encima de la aldaba, bendiciendo desde el
atisbadero, y te aguardada sentado en el
borde del escalón. Pasada la hora de la merienda (aquel medio chusco con una
tableta de chocolate), se acercaba la noche.
El machacante del brigada Tinaquero se alejaba camino del polvorín con
las sobras del rancho para los cerdos. Pasaba el carromato de los traperos. Yo
le veía acercarse y pasar sin detenerse. Luego unos obreros en bicicleta y el
alférez de la remonta, el padre de mi amigo Alfonso, cabalgando sobre un potro
ruano que domaba.
- Niño, ¿ qué haces ahí solo?
- Es que no ha venido mi mamá en todavía.
Mi padre
estaba de semana o se había de maniobras con su batería. Tal vez anduviera por
campamento.
Y el domador de la remonta, el alférez del Fijo, el
padre de mi amigo Alfonso, me recomendaba que pasara a su casa. Pero a mí me
daba miedo aquel hombre, tan alto, con la voz rajada y una cara ovalada,
enorme. A veces llegaba ebrio del cuartel y se liaba a golpes con la mujer, con
los hijos, y soltaba sapos y culebras del ejército por su enorme bocaza que
apestaba a alcohol. Fuera de eso, tal
vez fuese tan solo un buen hombre. Su esposa, doña Carmen, era una señora muy
alhajada y jacarandosa. Morenaza que parecía de la raza calé. Venía todos los
días la peinadora a hacerle la manicura y la permanente. Ella tan ricamente en
casa y su pobre marido domando potros, herrandolos en el ecúleo, organizando él
torneos hípicos y ella llevando sin que se enterara su marido vida aparte.
Entonces, no lo comprendía pero de mayor entendí el por qué los maridos de
estas señoras tan despampanantes se dan a la bebida. Y es que lo que no puede
ser no puede ser. Cuando cruzaba la calle doña Carmen, paraba la circulación.
Los obreros desde los andamios la decían de todo. A ella debía de halagarle
incluso las burradas en forma de piropo. Papá solía decir:
- ¡ Pobre Alférez! Los lleva bien puestos.
- El ¿ qué? - Preguntábamos mi hermano y yo.
- Esas cosas no tienen por qué saberlo los niños.
Pero sus cabalgadas por la pista de instrucción me
parecían impresionantes.
- Ya sabes, Arije. Si tarda en regresar, vente con
nosotros. Puedes hacer los deberes en compañía de Fonso y de Taíto.
- Sí, señor. Eso haré.
Nunca aceptaba la invitación. Me daba coraje.
Entonces, empezaba yo a sentir la diferencia sobre mis huesos. Yo no era un
niño como los demás. No tendría derecho a llevar una vida normal. A pedir las
mismas cosas.
- ¿No tienes la llave?
- No me la dejaría.
La vida iba a ser más dura de lo que yo me
imaginaba. Detrás de los pretiles del puente romano, la torre gualda de la
catedral alzaba su lomo imponente. El sol declinante arrancaba unos destellos
maravillosos a la linterna del chapitel. Sonaba el tañido de vísperas en la
campana gorda. Un día yo oficiaría aquellos cantos. Sería sacerdote. Llegaría a
canónigo. A lo mejor a obispo. Eso Dios diría. Por el momento, me sentía un
niño desdichado. El cansancio me podía y
así permanecía acurrucado, la cabaza apoyada sobre los sardineles de la verja
del jardín donde crecían los rosales que plantó papá, justo delante de la
acacia a la que a mí me gustaba agarrarme y oscilar. De tanto meneo, la madre
acacia se dobló pero sin quebrarse. Crecería torcida. Un poco como mi vida y
ahí está. Cuando regreso al barrio del Puente Romano, allí donde estaba nuestra
colonia, aquellas casas militares, con jardín delantero y unos rodales de
setos, ahí sigue. Derribaron las casitas baratas porque por lo visto habían
sido levantadas en unos terrenos pertenecientes al Ayuntamiento. Fue una excusa
porque la voladura de aquellos queridos muros constituía una de tantas
manifestaciones del “ execrativo memorial” a la que nos tienen acostumbrados
los convulsos tiempos que vivimos. También se cargaron aquella imagen de Santa
Barbara. Todo lo talaron y arrasaron menos la acacia, que ahí sigue algo
inclinada. Como yo, pero resiste.
Más de una
noche me quede dormido contra las tapias, arrullado por el murmullo de los
grillos. La luna, más maternal que tú, madre que me despreciabas, y hasta creo
que me odiaste, porque sentí aquel barrunto de desdicha, barrunto de calabozos,
turbios instintos del asesino que mata por sentirse rechazado y preterido, que
no me querías, que me aborreciste en el nido, como a un gorrión que se descasta
de la camada y aparece al día siguiente aterido, todavía en cañones, al pie del
árbol, que debió de ser su cobijo, me cubría con sus rayos. Nacía para ser un
hijo de la noche. Pero los rayos de la luna cubrió mis rostro de los besos que
me faltaban. Mi madre del cielo tiene por divisa un creciente de luna a los
pies y un techo de estrellas.
- Quitáte de ahí ser inútil, canijo.
Como soy algo convexo de espaldas, me llamaban el “
Chepas”. Ese mote me lo puso mi propia madre. Aquello me dolió tanto que me
marcó para toda la vida. Ahora comprendo, madre. Tú me azuzaste los perros. Tú
me echaste a los caminos. Algo vale que siempre Dios protege y remedia a
cuantos los hombres descalifican. Mi infancia fue luego espantosa, casi
increíble. Tú querías que fuese carne de cárcel, pero la Madre que tiene en su
rozagante peplo una estrella que luce en las tinieblas, y aparta a los hombres
del conjuro de la adversidad, evitó esos derroteros. Por eso creo en Ella. Y
cada vez con más solicitud.
- ¿ Cómo es posible, madre santa, que se pueda
insultar de esa manera a la carne que se formó en tus entrañas?
Y tu odio hacia mí llegó al paroxismo. Me
arrebataste a la mujer que amaba. Dijiste a Esaú, que era tu favorito.
- No conviene que Fredo se case con ella. Vale más
que él. No sería justo.
Aquella fue una escena desgarradora, semejante a
¡ Qué infeliz me hiciste. Pero te he perdonado. No
te guardo ningún rencor, aunque fuiste insidiosa, rastrera, despiadada.
Encontré otra Madre mejor. Sus caricias celestiales llenaron el hueco de aquel
espantoso desamor. Ella me aconsejaba. Me consolaba. Me infundía fuerzas, algo
que tú jamás fuiste digna de hacer. Tu aborrecimiento me aplanaba. Era como un
angustia, un nudo en la garganta que aun llevo dentro y que no se diluye.
Porque, desde que nací, tú me odiabas. Con ese odio implacable, casi africano,
e inexplicable de una madre hacia su propio vástago, me estabas preparando un
lugar al sol en el presidio, el banco de la galera, un hueco en el saladero y
la gusanera. Todavía no me explico, ni acabaré entendiendo, hasta el final de
mis horas, esa enemiga visceral y casi telúrica. ¿ Qué te había podido hacer
yo? Sin embargo, no te guardo ningún rencor. Es un trauma que arrastro, pero no
te guardo rencor. Tú me echaste a los caminos. Sin embargo, Ella pagó por mis
rescates. Llevo su estampa siempre conmigo. Por eso me dicen loco y hacen mofa
de mí.
- Ese es un hijo de puta. Un hijo de la Virgen
María. Él dice que se le aparece.
Tan desgarradores insultos me han hecho un hermano
de angustia de Martín Santoyo. Pero la tromba de apostrofes no ha parado desde
entonces:
- A ti la leche que te dieron era de víbora. Por eso
has sido tan malo.
Arrastro cadenas. He conocido la maldición del
infierno, pero estoy seguro de que ella pagará todas las fianzas, hará todo lo
posible por mi rescate.
- ¡ Si te murieras! - me dijiste un día.
¿ Por qué me dijiste aquello?
- No te quieren, no te quieren.
Únicamente, las palabras dulces de Mercia botan en
mi cerebro. Fue el único ser en el mundo que me amaba. Tú hiciste los posible
por destruir aquella felicidad encauzando las intrigas para poner en brazos de
mi hermano a la mujer que amaba. He perdonado, madre, pero esa herida no
cicatriza jamás. Es una auténtica amputación. Me troceaste el alma. Querías
desmedularme los tuétanos. Yo, Winifredo Arije, hago esta confesión voluntaria,
porque Martín Santoyo, ese personaje creado por la imaginación de un genio es
una prolongación de mi yo real. Me querías muerto y entre rejas. Ella me ha
resucitado y me liberó de madre infernal. Tú fuiste mi verdugo. Tú me pusiste
las dos manos en la toza y me las tronzaste agitando el hacha sobre la toza.
Estaba mal que yo lo diga, pero las cosas como son: no digo más que la verdad.
Si hay algo después de la muerte, si hay un Dios que vele por nosotros, tendrá
que haber justicia.
Para Arije aquella burda(puerta) verde que
encontraba cerrada al regresar de la escuela se convirtió en símbolo y presagio
de su infortunio. La puerta de aquel seminario en la que le metieron preso doce
años también era verde. Y verde la del calabazo lóbrego aquel de Oviedo adónde
le llevaron preso una noche de septiembre del 74 por haber dicho las cuatro
verdades a una novia que tuvo y que le dejó plantado la víspera de la boda.
Vino un comisario de policía y lo detuvo. Le mostró la chapa y la pistola. Eran
su sino: las puertas pintadas de verde. Inescrutables, misteriosas
infranqueables, como una prolongación de su ineptitud. Ella, sin embargo, lo
sacó de presidio. Aquella noche pasó su
Getsemaní, su noche más triste.
- Acompañeme, por favor.
La literatura
cautiva es algo ¡ tan nuestro! Por doquier se escucha en nuestros libros el
lamento del prisionero. Uno de los primeros libros que se publican hacia 1501
lleva por título Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro ¿ Habrá una palabra más rotunda y más española que
la palabra calabozo? Por eso, nos ocurre
lo mismo que a aquel pobre conde metido en prisiones por una malquerencia.
Este tema no
es otro que el del romance del Romance del Prisionero que yo escuché tararear - sus estrofas son
impresionantes- a los niños cuando en las tardes de mayo jugaban al corro o
cantaban en rueda. Luego se convierte en motivo central de otras grandes
creaciones literarias donde retumba el fragor de los cerrojos o de los pies que
arrastran cadenas, como los Baños de Argel, o la familia del Pascual Duarte o esa inmensa novela de Tomás Salvador que lleva por
título Cuerda de Presos, por sólo citar a una pocas.
Nuestros
oídos parecen acostumbrados al eco mórbido de esa resaca penitente sobre los
bordillos procesionales al son de las cadenas, al batir de los rastrillos o a
los golpes del rebenque y a las quejas de aquellos enterrados en vida y que no
son otra cosa que Vivos muertos, parodiando el título de la obra de Zamacois. “ Madrid es una ciudad
de más de un millón de cadáveres “, decía Dámaso Alonso. La España oficial
parece siempre empeñada en dar muerte civil o condenar al silencio de las
tumbas, ahogando sus voces y sus pensamientos, a la otra España que es la
España real. El triunfo del consumo con su aparente régimen de tolerancia(en
realidad, una autocracia feroz) que exalta el hedonismo visionario y a golpes
de puño americano regenta las cámaras, las prensas, dentro de los parámetros
del nuevo ministerio de Agitación y Propaganda, y que ha puesto de rodillas a
la Iglesia, en pactos y componendas de tramoyas oscuras y consensos diabólicos,
empeora las cosas. Espiritualmente, vivimos un clima irrespirable de violencia
soterrada. La Iglesia católica, elemento galvanizador de la vida nuestra y en defensa de cuyos intereses fuera vertida
tanta sangre española, no existe. Se ha convertido en una reliquia folclórica,
vaciada de contenido real. No quedarán asideros. Únicamente, el dinero que
impone su férula. Manda el más fuerte.
Los españoles nos acabaremos despedazando unos a otros. Con la
particularidad de que en esta ocasión ya no hay bandos en los que enrolarse, ni
unos ideales que defender. Sólo, intereses. Suena la hora del “ todos contra
todos”.
Existe entre
nosotros un cierto furor liberticida, herencia de Caín. Cuando asoma la oreja
hay que echarse a temblar. Los mejores libros castellanos fueron escritos en la
cárcel como el Quijote o en las galeras en
las cuales bogan Lázaro de Tormes cuya obsesión era convertirse en atún y el locuaz Estebanillo, aquel gallego que con voz melosa dijo las verdades
más tremendas contra la corrupción, la ignorancia y la arbitrariedad que nos
son endémicas, y se pasó siete años bogando la mar océano, cargando en
España para descargar en Flandes.
Desde el
fondo de un insalubre sótano a orillas
del Órbigo se alza la voz inconfundible, el treno valiente de Francisco de
Quevedo denunciando al déspota que grita desde los muros de San Marcos de León,
otro antiguo monasterio trocado en ergástula del penar contra el déspota de
turno los versos famosos:
No he de callar por más que con el dedo
ya
tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo
¿ No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre ha de sentirse lo que se dice?
¿ Nunca decir lo que se siente?
Tales
versos, inspirados a su vez en otros de Tácito, que parecen una apódosis a
aquellos otros de “ católica y cruel majestad “, son un reproche contra la
intolerancia endémica, una especie de alergia espiritual, que vuelve tan
difícil y quisquillosa la vida comunitaria entre españoles, y que a veces es
proclamada entre nosotros so color de libertad de suerte que los “ególatras del
trágala demócrata” resultan aquí tan
peligrosos como los absolutistas. Ambos
partidos gozan del mismo prurito totalitario, pues salieron de una misma vulva
y los parió el mismo coño. Por desgracia. El maniqueísmo integrista está pared
por medio del libertario. Parecemos condenados a vivir bajo el espectro de
Tadeo Calomarde. Existe, ciertamente, un
humor liberticida en el “ país de la real gana ”, “ a mí me toca Vd. los
testículos “ y no sabe con quien está hablando “. En recapitulación, aquí sobran cabos de
vara. Resulta familiar el sonido de la chaveta al cerrar sobre el brete con que
uncen al forzado. En las noches de insomnio escuchamos los gritos del cómitre:
“ cia, cia “ que es un equivalente al “ davai... davai (adelante) que se repite en el “ gulag “. Tolstoi y Dostoievski
por eso resultan tan familiares. España lo mismo que Rusia tiene mucho de
cárcel de los pueblos. Pero no se os ocurra buscar la salvación en los Estados
Unidos. Aquella sociedad es un inmenso campo de concentración. La zahúrda
final, cerco inviolable, un Alcatraz perenne donde no cabe la posibilidad de
escapar. Al nacer, a todo español lo debieran enseñar a cantar las estrofas
dulces y a la vez llenas de congoja del romance del prisionero. Definen a un
pueblo.
Que por mayo,
era por mayo,
Cuando hace más
calor.
Yo, triste y cuitado, yago en aquesta
prisión.
No sé ni cuando es de día.
Ni cuando las noches son.
Si no fuera por la avecilla
Que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero.
Dele dios mal galardón
Y lo peor -
Faulkner y Hemingway no existen, son dos invenciones de valor muy discutible -
es que no tendrán a un Cervantes o a un Gogol para que les cuente a los pobres
e ignorantes yanquis la historia de sus presidios. Sólo les quedan los
reportajes de mal gusto de la CNN para asistir a cualquiera de sus
ajusticiamientos en alguna de sus penitenciarías, crudo espectáculo de la nueva ética multimediática. De aquellos
lodos, estos barros, y de tanta chabacanería y ordinariez tanta dicharacha “
maripava “ apareciendo a la hora de la merienda en bochornosa tenida televisiva
que pontifican y trivializan lo más sagrado de la vida humana. Las gentes han
perdido el pudor. No les importa convertirse en un espectáculo pero ¿ acaso no
es éste un nuevo procedimiento de purificación? De la mano de las maripavas, en
apariencia, sansirolés, pero por dentro recomidas de un odio y de una franqueza
brutal, émulas de Mariana Pineda, poco escrupulosas o tontas simplemente,
llegan los angeles exterminadores de Polanco y que imparten cada tarde un
mensaje escatológico de destrucción y de descomposición a la sociedad española.
Se dicen locutoras/ periodistas pero hacen las veces de pitonisas que nos
acercan a un tiempo terrible: el de la llegada del ángel exterminador. La
serpiente antigua habla por sus bocas. Esas bocas tienen un colmillo retorcido
[estas sotas televisivas tienen pese a su candidez muy poco de inocentes] que
inocula el veneno feminista en las conciencias. La americanización absoluta de
España nos llevará a su destrucción. Lo que no consiguieron los bombardeos ni
las trincheras de tres años de guerra civil (que perdieron los enemigos de la
idea patria) son sopas y pan pringado para los debeladores de toda esperanza.
Unos insulsos programas de tv. Contando
todos los chismes y “ chismes” - es el nombre del presentador de uno de estos
programas en que toda la médula consiste en ir cortando trajes y meterse en
vidas y honras ajenas - han bastado para minar su hasta ahora berroqueña moral.
España se descatoliza en tanto en cuenta se americaniza. Se ha vuelto un país
cursi bañado en la doble moral y el doble rasero de los “Pilgrim Fathers”.
Nunca tendrán el consuelo de una gran literatura. La
castellana, la que se escribió al frisar el nuevo siglo y antes, incluso, es un
tremendo canto diaconal de múltiples y maravillosos registros que queda ahí
como legado a las generaciones venideras. Por eso tienen “ prisa” esos heraldos
del furor anti castellano por desespañolizarnos. Es la inversión de valores. La
cruz al revés del revuelo que viene. Mala cosa es cuando los maricas han tomado
la madrileña calle de Pelayo o hay comisarios de policías que se convierten en
“ chamanes “ de la carnaza feminista. Todo está vuelto del revés. Los “ maderos
“ ocupan la plaza de los periodistas y éstos a su vez se meten a polizontes. He
ahí la logística de los ulteriores planteamientos de la involución en ciernes.
Y cada año que pasa, se siento que esto va a peor.
Hiela casi el alma pensar en el futuro. Antiguamente
se estudiaba el pasado para entender lo que ha de venir. Ahora eso es
imposible, porque todo se ha vuelto
imprevisible y, además, existe un tenaz y obcecado movimiento de borrado de
memoria de cara al año 2000. No tendremos un poeta para contar la amargura de
los encerramientos a la vuelta de la esquina. La posterioridad adquiere de día
en día un cuño cada vez más totalitarios como ya adelantaron las previsiones de
los utopistas ingleses, Huxley y Orwell. ¿ Quién nos quitará de encima los
cerrojos?
IV
Alrededor,
la vista no atisba más que inspectores del fisco, comisarios, mamporreros y
soplones. No tendremos ya como alfaqueque al heroico fraile mercedario que
ocupe el puesto de nuestro cautiverio como ocurrió con Cervantes en Argel,
aquel Juan Gil arevalense, sin cuya
abnegación no hubiese sido posible la escritura del Quijote. Tampoco tendremos
el consuelo de los libros. La centuria que se aproxima será ágrafa y maleante.
No podremos conjurar nuestro destino del burdel, el regimiento, la zanja, el
penal o el patíbulo. Hay hoy muchos adelantos y no pocos inventos pero la
pasión humana sigue lo mismo: gobernada por el instinto.
Lo que hace
grande a la literatura castellana y a la rusa - la francesa, la inglesa y la
alemana, mucho menos - es su sugerente poder de denuncia y contestación, un poco
como si nuestro reino no fuese de este mundo. Esta estética idealista tan
propia del Quijote parece mirarse en el cristal de las aguas límpidas del lago
de Tiberíades por las que anduvo Cristo sin hundirse. Hay una tensión
taumatúrgica por mejorar la condición humana desde dentro. No desde afuera,
porque para lo de afuera ya tenemos la frase de Unamuno famosa que inventen
ellos haciendo valer la calidad única e intransferible de
cada individuo como acreedor de la sangre del Cordero, esto es: del hombre redimido.
Sólo la
palabra con su carga enriquecedora nos reconcilia con la existencia por más que
esa realidad se halle trufada de encarcelamientos infames, oprobios sin cuento.
Nuestra literatura es un desfile
incesante de corchetes y alguacilillos, de temibles inquisidores lanzando
excomuniones y de ese catolicismo retórico y a veces cruel que se inventaron
los jesuitas y que poco o nada tiene nada que ver con el genuino cristianismo.
Por salvar la idea hemos destruido al hombre. Todo lo contrario de lo que
predicaba el Nazareno.
Uno asiste
a las patéticas ruedas de identificación a las conducciones carcelarias o
escucha el llanto de los condenados al amanecer. Está vuestro nombre
temblando en un papel... El drama del
Gólgota se repite en cada ejecución en cada comparecencia ante el pelotón de
fusilamiento. Hemos manducado la bazofia o el pre (rancho) carcelario, hemos
compartido el aburrimiento, el espíritu de venganza, la desazón sexual que
representa la ausencia de la mujer, lo duro que resulta la convivencia en estos
recintos a pesar de que lo que se diga por ahí “ cárcel y camino hacen amigos
“, pero también “ a la cárcel ni a por lumbre “. Aún las autoridades de
Instituciones Penitenciarias no habían permitido la vis a vis.
Dios
alberga designios diferentes. Escribe al derecho con renglones torcidos, como
decía Teresa. Los guijarros rechazados por los arquitectos, de acuerdo con los
planteamientos mundanos, por su mano son transformados en piedra basal. Por
esto mismo, el Salvador, en contra de esa misma creencia de las cosas vistas a
partir de la carne y abundando en su mensaje soteriológico, diseña un proyecto
de justificación universal que cubre a todos los nacidos de mujer a partir del
hombre caído. La Gloria será no para unos cuantos elegidos sino para todos
cuantos crean en Él.
Habló de
que “ los últimos serán los primeros “. Tiene palabras de perdón y dirige sus
bendiciones hacia los hambrientos, los desnudos, los enfermos, los que
arrastran cadenas, sienten angustia y piedad por sí mismos. Su mensaje será
principalmente comprendido por los perdedores, por “ los que han hambre y sed
de justicia “. Un lugar privilegiado de su corazón lo ocupan aquellos que
pertenecen al cupo marginal o son catalogados como el desecho de la Humanidad doliente.
Está en su
papel mesiánico al hacer pasar su rodillo igualitario que allana las cabezas,
exaltando al humilde y deponiendo de su lugar preeminente al poderoso. Esto es
lo verdaderamente judío. La esencia sustantiva del pacto de Yahwé con el pueblo
que eligió para llevar adelante sus planes de salvación al crear al mundo. El
proyecto no puede ser más impenetrable, pero queda así consignado en la
Revelación: “ Entonces el Rey dirá a los que estén a su derecha: Venid benditos
de mi padre a tomar posesión del reino celestial que os tengo preparado desde
el principio del mundo. Porque yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y
me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis. Estando desnudo, me
cubristeis, enfermo me visitasteis, encarcelado y vinisteis
a verme y a consolarme” ( Mat. XXV, 34- 36).
De antemano sabía el Mesías que el mal le tomaría siempre la
delantera. Imposible, convertir la tierra en un Paraíso, aunque su doctrina lo
que pretende es hacer de este planeta un lugar más habitable. Dos milenios de
cristianismo demuestran que en parte lo ha conseguido. Porque cala más hondo y
va más allá de las interpretaciones y exégesis a conveniencia que de la misma
han tratado de hacer sus discípulos, a los que continúa llamando Jesús “ hombres
de poca fe “, porque lo miran todo bajo el rasero de la materia, cuidan de su
honra y tratan de ganar los primeros puestos en el banquete. De lo que se trata aquí es de guardar cada
uno su propio gavilla de centeno, velar por su mojón. “Yo voy a lo mío “. Hemos dejado de ser hermanos. La verdadera
fraternidad encontró frágil y etérea sustituta en una solidaridad cursi.
Nuestro prójimo ya no es el vecino, al que ni se saluda, se le hace la puñeta o
se le impropera en las juntas de la comunidad. Ha tomado el relevo ese bosnio
que aparece huyendo del Ejército serbio en su carreta tirada por un caballo
famélico con todas sus pertenencias a cuestas, o el niño senegalés con el
abdomen abultado por el hambre. Aquí nos rebanamos el cuello y enviamos dinero a
los damnificados por los contiendas e injusticias sociales provocadas directa o
indirectamente por el gran sobrestante o capataz que abre una cuenta corriente
de socorro. La caridad se ejerce en plan de “ soap opera”. Es una resultante de
la explotación cínica del horror del “ quien sabe donde”. Esto de las “oenegés”, que han aflorado como
hongos, se organizan como un negocio redituable.
Su imperio
no pertenece al “ aquí y ahora “. No es de este mundo, pero en él tendrán
cabida los pecadores y todos aquellos que, al creer en su palabra, reconocen su
propio abatimiento. No se trata de ganar sino de perder y ahí estriba el
predicado más sublime de su grandeza soteriológica para plantar ante los
poderes infernales cuyos criterios mandan en este mundo. La tierra seguirá
siendo un punto de encuentro de los hambrientos y desnudos, de los prisioneros
y de los sin techo. Es algo irremediable, inherente a la condición humana. El
legado de salvación formulado por el Hijo del hombre se circunscribe a lo que
está dentro. No se refiere a lo de afuera. Cristo no fue otra cosa, desde el
punto de vista de las miras humanas, que un perdedor. Precisamente su gran
triunfo está en su derrota. Ello convierte su mensaje mirífico en algo no ya
meramente coyuntural sino eterno.
En dicha
visión profética cristológica no se oculta que los presidios, los hospitales,
los manicomios y casas de lenocinio o los hospicios estarán atestados hasta el
final de los siglos. “ No penséis que yo he venido a destruir la ley de los
profetas: no he vendo a destruirla sino a darle su cumplimiento “ ( Mat. V. 17). La carga revolucionaria de su misión obvia un
enfrentamiento el enfrentamiento con el poder temporal, al que desprecia y
considera algo así como un mal necesario - dad al cesar lo que es del
cesar- y va dirigida prelativamente a los arrogantes y
encaramados en las ínfulas y el efod, que ostentan la hegemonía religiosa. Aun
no se lo han perdonado.
Pero, al
sentenciar que ha de volverse la otra mejilla y al que te pide la túnica,
dále el manto( Mat. V. 40), cambia la historia
de por dentro. No es un testamento de grandeza temporal el que lega a sus
escogidos sino la gracia y la esperanza para poder sobrellevar las cargas y
sufrimientos de este destierro. Por todas las partes esparce la luz del perdón
y del consuelo y antes de resucitar al tercer día baja a los infiernos. Para
redimir a los que estaban dentro. Cristo es el supremo y glorioso amparo de
todos los cautivos, el gran alfaqueque. Al juntarse con gente impura - publicanos, putas y pecadores - reta a
los hipócritas y lanza un grito en favor del decoro y de la dignidad de toda la
vida humana de cualquier clase, color, sexo condición, en cualquier estadio que
esté. A causa de todo eso, no faltan todavía quienes le siguen creyendo un “
borracho “ y un “ maricón “. De “loco” lo tachan a cada hora. ¡ Ah, las
cogorzas benditas de la eucaristía, ah la sublime demencia del divino amor, que
todo lo perdona, incluso el pecado nefando!,( “Porque a los pobres
siempre los tendréis con vosotros”; Juan. XII. 8).
Se
distinguen dos planos estancos: el de Dios y el de los hombres. Rara vez
convergen. Es vana observancia pretender entreverarlos. Tanto la Teología de la
Liberación como la del Holocausto son manifestaciones de la urdimbre temporal,
contingente, no sustantiva, de la vida de la Iglesia, que proclaman algunos de
sus muchos errores en el pasado y no pertenecen a la economía de la salvación
ni al depósito de la fe. Se trata de materia opinable pero aquí hay muchos que
pretenden hacernoslo pasar por dogma.
No
prevalecerán los poderes del infierno contra ella. Sin embargo, la labor de
zapa de los enemigos de Cristo no ceja. La cuestión recuerda algunas de las
espinosas cuestiones que le planteaban ante las turbas los sacerdotes de Israel
sobre si es lícito hacer caridad en sábado o si
el vínculo matrimonial seguirá vigente en la vida eterna. Pretenden
darnos gato por liebre al poner de sopetón y sin las comprobaciones oportunas
tantos muertos sobre la mesa. Exaltando el holocausto, que pudo ser o no haber
sido -tendrían que ser juzgados los verdaderos responsables de aquella
catástrofe; el mundo está pidiendo a gritos otro Nuremberg para depurar responsabilidades de una vez por
toas -, pero que se debe a la torpeza de los hombres con sus ambiciones,
intrigas, temperamento belicoso y afán dominador, no se hace otra cosa que
manipular el mensaje de la Redención.
Sin más ni menos, esa creencia reivindicativa del “
Schoah “ sitúa a la Cruz en penumbra. Auschwitz nunca podrá igualar en altura
al Gólgota. Porque el Calvario es el arca de la fe y los campos de
concentración, un macabro exponente de las miserias de la condición humana en
este azacaneado y violento siglo XX que expira entre angustias, temores y
deseos de vindicta. La ley del Talión fue abolida y estos monolitos de
recordación instigan al rencor o, en cualquier caso sirven de señuelo a los que
están manipulando la historia para entregarse a su tarea de censores de los
hechos objetivos pero inoportunos. En esto consiste la estrategia de “ borrar
la memoria “.
Jesús, no
obstante haberla emprendido a latigazos contra los escribas y fariseos que
profanaban la casa del Padre, era un pacifista convencido. No utilizó la
violencia ex profeso. Nunca quiso ser un pistolero.
El más judío
entre los judíos de esta forma sutil y sublime de abanderado de la no-violencia
desafía a los poderes del infierno enarbolando el pendón del amor y del perdón
- sus detractores diz que forzando las leyes de la naturaleza basados sobre los
principios del más fuerte y la hegemonía de la selección natural- inexorables.
Que el pez grande se coma al chico es un axioma biológico. Cristo predica la “
divina indiferencia “ y tranquilizando a los que se preocupan por el futuro: “ ni un pelo
de vuestra cabeza se tirará sin el consentimiento de vuestro Padre Celestial. Invita a sus coevos a practicar la mansedumbre que
es extraña a los planteamientos de cara a la supervivencia y a no preocuparse
por el “ qué comiereis y qué beberéis “ ya que la Providencia vela por nosotros. Recomienda lanzarse a la
palestra a pecho descubierto.” Contemplad los lirios del campo cómo crecen y
florecen. Ellos no labran ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni
Salomón, en medio de su gloria, se vistió con todo primor como uno de estos lirios” ( Mat. VI.
29). El amor a la naturaleza y la confianza en la
Providencia que transmiten estos consejos recapitulan una vez más la visión
revolucionariamente esperanzada del Maestro al tiempo que evidencian un poder
que nadie ha tenido al filar de las centurias. Ni reyes, ni emperadores, ni
pontífices, ni caudillos. En suma, he aquí una prueba - ese apasionado fervor
que ha suscitado Jesús en las multitudes - de que sus palabras no pasarán.
Su lucha no
fue contra el imperio romano sino contra la soberbia y la doblez humana
encarnada en el sanedrín. Para los levitas la mera presencia de este conductor
de masas reviste un peligro. Contra ellos van dirigidas las palabras más duras
de todo el Evangelio, pronunciadas casi sin reservas. Los descalifica por “ sepulcros blanqueados”
y por “ raza de víboras “, desleales y traidores a su sagrada misión y
cometido:
“¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis diezmo hasta de la
hierbabuena y del eneldo y del comino, y habéis abandonado las cosas más
esenciales de la ley: la justicia, la misericordia y la buena fe! Estas deberíais observar sin omitir aquéllas.
¡ Oh, guías ciegos, que coláis cuanto bebéis, por si hay un mosquito, y os
tragáis un camello! ¡ Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
limpiáis por defuera la copa y el plato, y, por dentro, en el corazón, estáis
llenos de rapacidad y de inmundicia! “ ( Mat. XXIII. 23 -25)
Este
versículo deja pocas dudas de cuál es su plan soteriológico, contenido en
el Magníficat, que es una glosa a la carga mesiánica esbozada por los profetas del
Viejo Testamento. Jesús no hace otra cosa que dar cabo a esas felicitaciones.
Advertencias de parejo tenor lanza contra los ricos.
En su corazón redentor tienen un puesto perenne los pobres de Israel con todos
los que sufren o son sojuzgados a manos de los poderosos. Cristo está de parte
de los perdedores: los encarcelados, los relegados y marginales, los tullidos y
leprosos. Se alza contra todo aquello que es obra de la maldición del pecado.
V
Desgraciadamente, el antisemitismo perenne y del que se ha servido el
diablo para hacer tanta bulla, dando la vuelta a estas duras palabras contra la
clase dominante en Jerusalén al tiempo de la primera venida, las ha presentado
como cebo y carnaza para hacer prevalecer ese espíritu inmundo que hace
responsable al pueblo elegido de la muerte del Justo. Una burda patraña. Sobre
esa especie injuriosa y falsa se fundamenta toda esta inmensa teoría sobre el
Holocausto.
Con ella no
sólo se desacredita a la Iglesia y paga sus pecados históricos, los privilegios
jerárquicos, por los que los responsables en su día habrán de entonar su “ de
Profundis “, sino que supone una auténtica involución al socavarse sus
cimientos. Se trata de una manera indirecta y sibilina de decir que el
cristianismo ha sido un fracaso a todas las bandas, mientras las otras dos
religiones del tronco de Abrahán supusieron un triunfo clamoroso. La tesis del
holocausto vuelve a abrir al Turco las
puertas de la ciudadela europea. Por lo que se ve, el credo de Nicea se bate en
retirada puesto que carece de las ventajas de sus otros dos contendientes. No
le cabe el recurso de la guerra santa o “yihad“ y abomina del ojo por ojo y diente por diente.
Se trata de
un sofisma a nuestro juicio porque detrás de este marasmo de confusión se
esconde el dedo de Dios. Roma tendrá que huir a Canosa, pero el final de Roma
no supondrá el fin del cristianismo. La ruta de salida al marasmo en la
paulatina desobstrucción jerárquica eclesial. Los tiempos que vienen pide más
poder para los diáconos, que secularizar no tiene por qué ser el equivalente de
desacralizar. La Cruz sólo podrá vivir cumpliendo el Mandato Nuevo y volviendo
la otra mejilla; de tales postulados hicimos hemos caso omiso hasta el presente. La solución,
puestos en ello, puede que estar en el fomento del mozarabismo, una riqueza
litúrgica y doctrinal que mantiene intacto y en la reserva. Se mantiene en las
iglesias de oriente; en occidente sólo cuenta el dogmatismo. Hemos sido
culpables de categorizar como divino lo que es terrenal, humano y contentible.
Armarse de
paciencia y de comprensión y estar preparados para una nueva oleada de sangre,
porque se acerca un tiempo nuevo en el cual la cruz será exaltada entre los
ríos afluentes del martirio que tal vez supongan un nuevo Jordán es el consejo
a dar en estos azacaneados y confusos tiempos imperantes, en los cuales, a pesar de todo, reina la
esperanza. La bestia sigue conduciendo el agua a su molino y uno de los
procedimientos más sibilinos para consumar sus planes secretos de acabar con la
religión de Cristo, una religión que a veces ha sido defendida espada en mano y
de ahí sus resultados. A Cristo se le defiende mediante la oración y a través
de los libros.
Holocausto
nos revierte a situaciones del pensamiento bíblico, pero, en recapitulación de
lo señalado, Dios que ama a su pueblo, no puede estar haciendo otra cosa que
escribir al derecho con renglones patituertos. No se puede execrar a los
judíos, en abstracto - cuando algún bilioso habla así en general para echarles
la culpa de todos cuanto nos sucede está incurriendo en la tentación ofrecida
en bandeja por la serpiente antigua, aparte de hacer ostensión de su incapacidad
imaginativa - porque es una blasfemia contra el pueblo que ha actuado en
imperio y con conciencia histórica, sabiéndose llamado a un destino mesiánico o
soteriológico para el común de las naciones. Los judíos en abstracto
constituyen una entelequia. Cabe hablar sólo de judíos determinados. Unos serán
buenos y otros malos.
Semejante
creencia no hace sino dar pábulo a ese antisemitismo feroz y traicionero,
causante de tantos desmanes y
dificultades. Con él vuelve el aura siniestra de la inquisición. Verdaderamente,
lo ha debido de inventar el diablo.
En el mismo
pecado incurren los que se han adueñado de la imagen del Salvador
convirtiendola en un ídolo a su imagen y semejanza. Aspiran a extender su reino
y no han hecho otra cosa que desamarrar sus ambiciones, sus instintos de
revancha, el afán de poder y dominación inherente a la condición humana. Fue el
error aparente de las Cruzadas. En ese garlito cayeron las guerras religiosas
desbordadas sobre el corazón de Europa siglos atrás y los desafueros de las
contiendas carlistas y los pintorescos entre los partidarios del Pretendiente
(carlistas, jaimistas y alfonsinos). España está pagando los excesos de
aquellas aspiraciones decimonónicas a clavar en plenas Provincias Vascongadas
un “islote vaticanista“ con ríos de agua bendita romana corriendo por las
calles de Pamplona y de Bilbao y los cipayos de Arzallus haciendo de acólitos
en la gran misa negra oficiadas por los hierofantes de la Eta.
A
diferencia del Islam o del Judaísmo, la religión de Jesús no propugna una forma
de vivir en lo exterior - Cristo aborrecía a los fariseos con sus abluciones y
su estricto cumplimiento de la letra pequeña de la ley - pasa por alto la norma
estricta y concentra sus miras en aquello que dignifica al hombre y a la mujer. Es algo que fluye de
adentro. Su código es, pues, intimista, aplicable y valedero para los pecadores
redimidos por el pecado de toda laya, sin distinción de matices ni fisonomías.
Toda la
hojarasca jerárquica es, asimismo,
adjetiva, que estorba en lugar de facilitar el acceso a ese gran nirvana
a que invita el Evangelio a los hombres de todos los tiempos. De ella tendrán
que despojarse los altos cargos si quieren sobrevivir. La política y la cruz
trazan trayectorias paralelas, nunca convergentes.
Corre un
peligro latente: que, so pretexto de una convivencia o cohabitación más o menos
ficticia, se haga dejación de las tareas de guía y faro espiritual a los
creyentes. De ahí a la reconversión de la Barca de Pedro en una ONG o en una
multinacional de las cosas del más allá - bodas, entierros y bautizos - hay un
paso. El imperio hitleriano, que salió derrotado del Holocausto, es una
obsesión del capitalismo selvático que conduce los designios de la humanidad
(habría que hablar del sanedrín de Washington) que imita sus planteamientos y
procederes. Es una fuerza que arrasa ¿ Habrán comprado al Vaticano bajo el
pontificado de Wojtyla? Es la pregunta que muchos nos hacemos en esta instancia
cuando vemos que por doquier se cambia de página. Los americanos, socavando los
cimientos de la vieja cultura, en su perenne inquietud por borrar el pasado. Su
fijación con el tema del Schoah no tiene otro objeto que llevar adelante los
planes de la subversión mundial, fomentando una sociedad controlada bajo el yugo
materialista.
Por esto
verdaderas obras de arte, auténticas joyas bibliográficas se venden en este
segundo noventa y ocho por veinte duros y hasta por cinco en el ratigo de
libros de la Cuesta de Moyano ¿ Qué esta pasando?, nos preguntamos. Ya no lee
la juventud. No le interesa el pasado. En plena revolución desde arriba se está
fomentando una sociedad ágrafa. Pero en estos tenderetes, arrimaderos de la
cultura, en revoltijo, aparece de tarde en tarde la perla de algún que otro
novelista olvidado. Este es el caso de la gran novela de Zamacois que tan
poderosamente suscitara la atención y
estamos comentando. Dios ha castigado nuestra soberbia. Se han venido
abajo nuestros ideales. Ya nadie habla en conceptos sino en dólares, pero el
mundo sigue. Rusia ha capitulado y su autoinculpación ha permitido - autentico
milagro de la virgen María - que en adelante no sean factibles ulteriores
holocaustos como el de Hiroshima y Nagasaki. El gobierno del mundo está en una
solas manos. Con todo, el miedo a la bomba está atenuado.
Traemos a
colación estas impugnaciones no como divagaciones a la exposición de la idea
que nos ocupa: la literatura cristiana, desde las epístolas de San Pablo, debe
muchas de sus aportaciones y logros al haber sido escrita en cautiverio. La
sociedad de un mundo feliz a lo Huxley y Orwell no quiere oír hablar ni por
pienso de cadenas, porque está siendo esclavizada por un tipo determinado de
supuestos consumistas, multimediáticos, etc. Y en ese albur de idea que se
proyecta a partir del nuevo Testamento entran los modos de escribir de estos
dos pueblos, el español y el ruso, acrisolados en el sufrimiento y en la
esperanza de la cruz. Dichas estas cosas, se puede comprender mejor la tesis
que plantea Zamacois en su novela de “Los Vivos muertos“ como lucha del hombre
por su libertad siguiendo los pasos del bendito Galileo, que todo lo perdona y
comprende y que se sitúa por encima de los convencionalismos, aberraciones y
privilegios de grupo.
La fe nació
en las catacumbas. Un ángel quebró los grilletes con su luz de Pedro,
aherrojado en Jerusalén a causa de un pleito entre gentiles y judaizantes.
Pablo caminó por las calles de Roma durante dos años, maneado con un brete a los tobillos y las manos uncidas por las
esposas a las de un guardia de seguridad. El Bautista, al que la Biblia define
como el más santo entre los hijos de mujer, languideció en una mazmorra de
Herodes Antipa hasta ser decapitado como colofón sanguinario a una orgía. En
realidad este mundo no es sino una cárcel en expectación de la vida buena, esto
es de la “ parusía “. Aquellos pueblos que no creen en el evangelio inventaron
por eso una literatura mitológica o de evasión. Los errores históricos en los
que haya podido incurrir el catolicismo, seco, jerarquizante y con sobrepelliz
almidonado, y todos los deliquios del oscurantismo retórico del pasado siglo(parece ser que
hemos sido esclavos de la confusión y el Maligno ha enredado a sus anchas) no
desvirtúan ni desdoran su magnífica carga de redención atañedera al hombre de todas
las edades. Hemos tomado el rábano por las hojas. Hénos aquí, dicen, perfectamente instalados
en la cultura de la queja. No se quiere participar de lo que no se conoce. El
rodillo “socialista “ dio cabo a todo aquello en lo que creíamos, pero ellos nos
siguen tomando por faltos y por acusicas. Han nombrado a sus propios novelistas
y autores a dedo. Lo llevas claro para publicar si no eres hijo de Julián
Marías o relatas la cara amable, muy en plan Vizcaíno Casas del franquismo
sociológico. Gala arrasa en la feria del libro, Umbral cuenta y no acaba sus
experiencias con el “Viagra “, ese especifico contra el síndrome de Enrique IV
que ha empezado a arrasar entre el macho ibérico en este verano del 98. El “
rojo” Raro Tecglén, que ya no es de Lenin sino Planco, un espadachín
exhibicionista del odio inveterado, desde sus columnas incendiarias, del órgano
del Partido de la Oportunidad sigue vertiendo soflamas envenenadas al grito de
“ no pasarán “ y de “ a por ellos “. Sus arengas incendiarias son una “ cremá”.
Ese señor no se ha enterado de que aquí hubo una guerra civil. Después de franco él no hubiera sido capaz lo
que escribe. La memoria del antiguo dictador - ya entonces nos indigestaron de
García Lorca y nos aburrimos a morir con
Machado - los justifica. La estirpe de los inquisidores gusta de quemar en
efigie a sus relajados históricos. Luego, cuando alguien les retruca, se quejan
de la cultura de la queja. España va bien, pero con ellos podía haber ido al
desastre.
¿Quién
piensa en literatura? Como han ganado los americanos...
VI
El
soniquete del barrenillo midriático sigue sonando. Cada día ración doblada de
lo mismo. Yunque y pedernal golpean unísonos en un compás de uno y otro. La
tarasca va avanzando, pero hay noticias que le llenan a uno de alivio y
esponjan el corazón.
Me han
hecho archivero precisamente en los ardores del farragoso verano. Un archivero
en el tiempo que corre de los hombres tachados, cuando se incentiva tan
profusamente los borrados de memoria (sólo lo que el burro quiera igual que en
la pídola y a su discreción del cómo, donde y cuando, y en qué condiciones) es un
cero a la izquierda. No tan cero. Detrás de tal jugada he llegado a colegir yo
que están unas manos llenas de Misericordia. Tuve una madre mala en la tierra,
pero la Madre del cielo, que es reina poderosa, ha entendido de mis desvelos
por conservar la memoria, por llegar a eso que llamaba elocuentemente Castelar
la “razón universal“, que es la democracia - y a ella vamos aunque muy a
trancas y a barrancas - pero a la razón universal no se llega desde las siete
colinas de Roma sino desde las cúpulas de Bizancio.
Dios hará
todos lo que resta. Se nos caerán las costras de los ojos. Por lo demás, contra
esa ceguera mental condensa aquello contra lo cual he venido luchando. He aquí
que me han hecho archivero en un tiempo en el cual Jano se dispone a echar el
cierre y todos el tráfico rodado va en derechura a las cocheras ¿ Está vendido
todo el pescado? El supremo Hacedor no facilita respuestas. Quiere que nosotros
vayamos al encuentro de esas contestaciones, conforme a nuestro leal saber y
entender, entregados a una búsqueda personal responsable dentro de los cuadros
de una iniciativa íntima en la cual no valen intermediarios.
Por eso me
han hecho archivero. Regreso en triunfo a la oficina de los palimpsestos
mientras mis labios murmuran agradecidos el salmo de acción de gracias: “
pondré a tus enemigos bajo el escabel de tus pies “. La vida es irónica. Dejo a
otros llevar a cabo con ahínco el legrado de memoria. Borra. Borra. Quieren
perpetrar el sacrílego auto de fe que nos deje vacías las estanterías. Aquí los
cuerpos que valen son los de las “ top” y no esos cuerpos hechos de papel, de
cantos dorados y tejuelas sin cuya compañía no era capaz de retratarse Quevedo.
¡Que viva el sexo sin amor, y muera el seso y el discernimiento! Todo sean
cuerpos, pero no los cuerpos de los libros, sino los de esas tías de alto
copete, putas de lujo y que viva el que lo trujo. Esos volúmenes le ayudaban a
“ vivir en conversación con los difuntos y a escuchar con los ojos a los
muertos”. Los cuerpos de las Nueve Musas y los ángeles mofletudos haciendo
sonar el adufe de la inspiración, el despejo, la ocurrencia, no van para nada
con estos tiempos desangelados donde se imponen los cuerpos mareantes de las
modelos de alto bordo. La libido anda por los suelos y muchos tienen que tomar
reconstituyentes genitales. Los antiguos curaban la sífilis con salversan. Hoy todos lo arreglan con viagra, pero el alma no lo
curan.
Tengo los
ojos húmedos en este momento ¿ A qué ton cargarse el imperio de la fantasía y
dejarse llevar por el de los sentidos? Nuestra Gran Dama ha venido a hacerse un
raspado de matriz. Los designios me llaman a pelear ardidamente contra los
contubernios del borrado de memoria. Sé de mi soledad y de la flaqueza de mis
fuerzas, aunque la gracia faltará. Estoy solo en esa soledad que bien conoce
todo escritor y que crea ansias mortales. A veces se convierte en vórtice de
impotencia.
El combate
va a ser muy duro, pero desde el lugar donde estoy sentado atisbo las cumbres
guadarrameñas y pienso en que Zamacois, al instituir el “cuento semanal“ en
1907 daría salida a una pléyade de narradores que con el paso de los días
adquirirían tablas y contarían historias con soltura y con despejo. El poder
imaginativo, la capacidad de seducción que tiene el contador de historias falta
en cualquier otro medio expresivo. Pero esto se va. Me aferro al ordenador como
un naufrago a la estacha que le lanzan desde el buque salvador. Mi tumba son
los libros y en ellos estará en igual medida la posibilidad de resurrección.
Lázaro, sal fuera.
La
literatura española hasta estos autores se encuentra deslucida por las malas
hierbas y lampazos de la retórica. El mismo quijote es un buen libro de
caballerías pero una novela mal construida y mirandonos en el espejo equivocado
se ha ido generando no pocos vicios en abono de nuestra vagancia mental y de
los muchos convencionalismos. Nuestra espiritualidad y nuestra mística adolecen
del mismo defecto: retórica artificiosa que en lo que atañe a las sendas del
espíritu no nos ha llevado tampoco por demasiado buen camino. Hasta Balzac y
Sthendal nadie construye. Después de los franceses, serían los maestros rusos
los que llevarían a la novela universal al registro de las perfecciones y
tantos unos como otros se inspiran en el relato de novela picaresca, o las
invenciones de la caballería con su trazo mareante de auténticos cuentos del
nunca acabar.
VII
Hoy he sido
feliz. Las noticias que llegaban de San Petesburgo me han libertado de mis
obsesiones. Soñaba que estaba asistiendo a los funerales del último zar. He
sido arrebatado en espíritu y portado hasta allí cual el ánima del sastre. Y no
queráis saber más. El ángel que me llevaba era un serafín. Estaba facultado de
seis pares de alas. Su cuerpo era
radiante y su luz es la llama del espíritu que vive. Su alma era musical,
porque con el batir de sus alas se desplegaban las sinfonías por todo el fuego,
y su pecho era de cristal bruñido. Más puro nunca habitará este valle de
lágrimas.
En la
sacristía de la catedral de San Isaac el día 17 de julio de 1988 la cuadrilla
de sacristanes estaba muy atareada sacando las vestiduras litúrgicas de
armarios y cajones. El recinto olía a naftalina. Todo estaba encendido y
preparado: las candelas de los iconos, en particular, el de San Nicolás
Taumaturgo, su barba en abanico, la melena de cabellos grises cayendo sobre el
humeral, la tiara bruñida de oros, los ojos dulces y clementes y la expresión
hierática y antigua que tienen los santos míticos. Debía el antiguo obispo de
Mira estar muy alegre, ya que un pupilo onomástico que había llegado a zar y
murió mártir de la Ortodoxia hacía ochenta años había recibido la palma del
martirio. La justicia del Dios de Abraham y de Jacob, el de los patriarcas y de
los apóstoles vuelve al cabo del tiempo. A los que ha señalado con su dedo
misterioso en los designios imponderables que derraman el torrente de gracia
sobre los vasos de elecciones no los olvida. A través del tiempo, atando y
desatando. Alejandose y acercándose, desapareciendo o haciendose presente se
consuman sus planes.
El heredero
del emperador Constantino, el “basileus“, monarca sagrado, legatario del
depósito de la fe simbolizada por la cruz en lo alto que vio la Legión Tebana
cuando combatían a los barbaros en Panonia y antes de trabar batalla se
santiguaron negándose a rendir culto a los ídolos, el centurión Mauricio y sus
dos edecanes Euterio y Cándido
contestaron la orden del emperador Maximiano de rendir culto a los
ídolos, y el propio Cesar en Puente Milvio, había derramado su sangre por todo
aquel conjunto de valores que representaba. Lo mandó ejecutar un comisario algo
neurótico y azacaneado, que se llamaba Yurovski, que había pasado varios días
esperando un telegrama desde Moscú.
- ¿Qué hacemos con este pez gordo, camarada,
símbolo de nuestros males, amo y déspota de la vasta Rusia?
Como en la
muerte de Cristo, aquel judío no fue responsable de la inmolación del Justo.
En cierto sentido y como cosa personal,
ejecutaba los designios de la divinidad, pero en aquella hora aciaga no actuaba
en representación de la grey elegida, sino que se situaba como mero ejecutor de
un diseño que pertenece al arcano de los planes secretos de Dios para con la
humana condición. El último de los Romanov había sido sacado del redil de los
corderos para inmolarse y servir de ofrenda, expiando de esa forma la culpa
colectiva. Un pueblo en bloque -ese es el gran sofisma, la añagaza diabólica-
jamás podría ser calificado de deicida. No obstante, y como explicitaremos a
seguido, hay vetas oscuras en la conducta del Israel de la tribu de Dan, que
pueden transformar a todo el conjunto en “ pueblo aborrecido, escupido de la
boca del Señor” En todo grupo humano,
los hay mejores y peores. La maldad y la bondad nunca pueden ser categóricas.
Yurovski, el antiguo aprendiz de fotógrafo y ex enfermero, un hombre sin
entrañas, y después de Judas uno de los especímenes de la raza humana más
inhumanos y protervos que salió de vulva de mujer a la expectativa de órdenes
decisivas, ejerció funciones de Pilatos en aquella hora triste y crucial. No le
imputéis la muerte del justo, aunque de los labios de sus comilitones partió el
grito estridente que ya sonó otra vez en el Lithostros: “caiga su sangre sobre
nosotros, y nuestros hijos”, pero Jesús volvió a la carga y repitió la frase de
misericordia y de perdón:
- Padre,
perdónales porque no saben lo que hacen.
El mensaje
de perdón resonaba nuevamente al cabo de siglos, de crímenes, depravaciones de
la carne desolada en la melopea monódica entonada por los oficiantes - seis
popes y seis diáconos- y así el símbolo áureo en el número quedaba repetido.
Doce grandes ventanales tiene la “ Petropavloski sobor” emplazada en el recinto
de la fortaleza del mismo nombre y doce curas eran los que oficiaban el
funeral. El mundo del pecado sigue así participando en el ágape de la
esperanza. No nos queda más remedio que indultar y perdonar, a favor de las
enseñanzas del evangelio, e imitar en su mansedumbre al Cordero que cargó con el
peso de la culpa a sus espaldas. La voz de los sacerdotes, tremolando
magnifica, resonaba cerca de las
cimbrias de las bóvedas. Tenía el ceremonial todo el empaque y solemnidad de
una coronación.
Las
casullas de los oficiantes recamadas de oro y de pedrería emitían irisaciones
de madreperla. Una esmeralda, engastada
en el báculo del obispo de san Petesburgo que asistía a las honras fúnebres
desde su trono de honor bajo un baldaquino de damasco, brillaba de una forma
característicamente simbólica acercando el mundo militante al de la iglesia
triunfante y coronada. Rutilaba igual que un sol azul, diminuto.
Estaban las
naves de la basílica, una de las siete catedrales con las que cuenta la antigua
sede imperial(Ismailovo, San Nicolás, Nuestra señora de Kazán, la de San Isaac
macedonio y la de la Transfiguración) atestada de creyentes. Su cúpula mide
ciento veinte metros de alta y enseña una veleta de oro macizo, la cual durante
el cerco de Leningrado tuvo que ser tapado con una funda porque el bastión encandilaba
a los apuntadores de la artillería germana.
En estilo alejandrino esta joya del barroco ruso del Domenico Trenzzini,
ocupa una eminencia. Desde su aguzado campanario se puede dominar una
panorámica de la corte de los zares. En días soleados, la vista alcanza las
planicies de Finlandia. Por su trazado dieciochesco, recuerda a San Pablo de
Londres de Christopher Wren y al Vaticano. Pedro el Grande mandó colocar en lo
alto del chapitel una flecha apuntando hacia Europa. Fue un gesto admonitorio, porque
aquel gran zar creía que, cuando Roma y Londres, otrora bastiones de la
cristiandad, cayeran en manos de los enemigos de la Cruz, todavía quedaría la
Ortodoxia. Una fuerza diferente, telúrica, alienta dentro de sus muros
construidos en granito rosado finés. Es una energía que traspasa y conmueve.
En el
mausoleo de los Romanov por fin iban a descansar si no sus huesos al menos la
memoria del zar de los ojos soñadores, callados introspectivos. Tenía una
mirada líquida. Como de aguamarina. La singular apostura de este varón de
deseos era una belleza profética. Supo desde un primer momento cuál sería su
destino. Dormiría por fin al lado de Pedro el Grande, de Catalina , y junto a
la sepultura de su padre, Alejandro III, también asesinado por una anarquista.
El incienso
que flotaba sobre las cabezas del gentío premiaba a los que asistían al
espectáculo, tan impresionante, con la visión por un pequeño agujero y por unos
instantes del canto incesante de la eternidad. La antífona del Querubín se daba
la mano con la oración de los difuntos que en la Iglesia bizantina carecen
de ese aire tétrico y de desgarro
ahogado plañidero que los occidentales solemos dar. El rostro de Nicolás II es
el que más se parece al que conocemos por el Santo Síndone. Transpiraba serenidad
y majestad y una hermosura augusta teñida de timidez y de melancolía.
¿Era Cristo
un griego? Esa es una pregunta que me hago últimamente. Desde los Urales parece
sentirse su presencia y desde los montes que circuyen al Ararat resuena el
grito del arca Perdida, cuyos ecos se escuchan por el orbe entero. La cámara de
resonancia es las cúpulas del Cuerno de Oro, los bulbos sagrados que muestran
al mundo las cruces en Constantinopla, patinados de la luz misteriosa de los
iconos. “ Ex oriente, lux”: de allá
llega el grito, como una taladro
de misericordia, de comprensión y de bondad. ¿ Habrá empezado el siglo futuro a
partir de las exequias, diferidas durante tanto tiempo, del último zar, cuyos
hermosos ojos tan humanos y comprensivos coronan las divinas techumbres?
Desde los
últimos cuadros que quedan poco antes de su cruento martirio miran sus ojos de
un azul esmeralda. Parecen decir comprensivos y sumisos acatando la divina
voluntad: “Rusia, yo te perdono”.
He ahí una
bella familia acribillada a balazos una madrugada en los sótanos del caserón de
una vivienda de campo, la casa de Ipatiev, el rico mercader, que vivía en el
antiguo monasterio del mismo nombre desamortizado por el soviet. Se da la
coincidencia trágica que en el claustrillo de Ipatiev los boyardos elegirían
emperador a Miguel Romanov, el primero de la dinastía; allí vendría a morir de
una manera innoble y a traición sin juicio previo el último de todos ellos. Se
completó la saga y se cerró un círculo. Un periodo que abarca de 1613 a 1917.
Diez monarcas absolutistas ciñeron sobre sus sienes la corona de todas las
rusias. ¿Cuales fueron las claves de
esta muerte por fusilamiento? ¿qué queda detrás de aquel magnicidio de la hermosa familia: Olga, María, Tatiana,
Anastasia, las princesas? Alejandra, la zarina? Los esbirros no perdonaron ni
al zarevich, hemofílico, con las piernas llagadas, que compareció ante la boca
de los fusiles llorando; estaba sentado sobre las piernas de su progenitor.
Tampoco hicieron gracia del médico de cabecera de la familia imperial, el Dr.
Brotkin y el aya Demisova. Rusia, yo te perdono ¿Se perfila algún remanente de
futuro para la humanidad gobernada ahora mismo por los herederos de aquel
esbirro por nombre Yurovski y en Babilonia el nuevo Nabucodonosor- todo el
mundo repite hasta la nausea sus amores expeditivos con una becaria, historia
escandalosa, propia del mas gusto, y de la zafia vulgaridad con que conculcan
todos principio moral y toda norma de Justicia el Ogro Universal de Quitaipón:
Daniel, profeta del Altísimo, ¿donde estás? Ven a leerle la cartilla a éste,
que ya hay síntomas de escritura en la pared, pues su reino será dividido y él
pesado en la balanza y no dará la talla, aunque dé otras, que la más
importante, no, para su condenación y desgracia- y entregada a los dislates de
la Cena de Baltasar?
El pelotón
de fusilamiento lo mandaba el propio Yurovski. Pero a última hora tuvo que
sustituir a los rusos del piquete por mercenarios húngaros a los que se obligó
a ejecutar la orden firmada por Lenin a
culatazos y doblada la ración de aguardiente. Los rusos se negaban a disparar
contra el emperador. Estaba considerado como un dios.
Yeltsin
dijo”: Todos somos culpables”. Saldaba de esa forma una vieja cuenta pendiente
con los anales no obstante haber quedado impune aquel crimen para siempre.
Los acontecimientos me han trasladado “ ad unguem” y
a lomos de la perspectiva otorgada por los sueños del mucho leer- a espaldas
queda toda una larga vida de contemplación estética de lo ruso. Fui elevado cogido
por los cabellos de las manos del ángel que transportó al profeta Habacuc a
Babilonia para llevar al profeta Daniel, preso en la cueva de los leones, aquel
potaje eucarístico, o como el diacono Felipe en Azeto. De la misma manera he
sido yo transportado yo hasta Petrogrado en las alas del divino Miguel de la
literatura en este caliginoso y extraño verano del 98. Huía de las soflamas de
mis enemigos, del tedio y el encono o la injusticia o el instinto de revancha
de un mundo que rueda hacia el abismo.
VIII
Aterricé en
las riveras del Neva una soleada mañana de julio, cuando las campanas de todas
las iglesias de la vieja ciudad imperial repicaban a misa. El sol radiante daba
esplendor a los chapiteles en bulbo donde campea la cruz del Redentor coronando
el “ mound “ esférico que significa que Cristo es rey del globo terráqueo. A
pasos veloces y escoltados por mi poderoso valedor a lo largo de los bulevares
y prospecta que confluyen en la gran plaza penetré en la enorme catedral de san
Isaac. La misa había hecho que comenzar.
- Bendito
sea el Señor Dios nuestro. Ahora y siempre.
El precentor(recitador) invocaba a la Santa Trinidad y el coro entonó las letanías
de la misericordia, que son más solemnes y hasta resulta electrizante en las
misas de difuntos. Acto seguido, se cantó el “ Otse Nash”(padrenuestro).
Mi ángel velador a todo esto iba y venía del
trascoro a la bóveda y de la pérgola del iconostasio hasta las capillas
auxiliares casi a la velocidad de la luz, su cuerpo radiante brillaba como un
crisólito y tenía todo él la agilidad y hermosura de la exhalación. Su sola
visión causaba confianza y a la vez pavor.
Era el mismo personaje que librara a Daniel del pozo
de los leones, burlando las acechanzas de los enemigos del profeta y
liberandole de las cárceles de Nabucodonosor. El hizo volver a cantar a las
gentes.
- Bendito
sea el Señor ahora y siempre - repitió el diácono iniciando el responso con una
santiguada.
- Por los
siglos de los siglos. Amen. -, atronó el coro.
Las
cúpulas de la catedral de San Isaac resonaron como si quisieran venirse abajo.
En vez de un responso, aquello parecía un canto triunfal. El ángel que
transportó al profeta Habacuc desde los cabellos hasta el pozo, y el que libró
a Ananías, Azarías y Misael del fuego me había llevado a un lugar del mundo
donde yo sería capaz de mirar el cielo a través de una rendija. Portaba en la
diestra una espada de fuego y en la siniestra la copa ritual del vino nuevo. Era
la sangre derramada del cordero, la sangre de los mártires, la del último de
los Romanov. En ellas latía el alma imperecedera de todos los acogidos al
sermón del monte. Era la sangre de las víctimas de la intolerancia, el fracaso
y el desamor, la infamia. Comparecieron ante mí - fue una visión terrible y a
la vez beatífica - los rostros de prostitutas, de borrachos. Gabriel les había
franqueado las puertas del Paraíso.
Allí
estaba Martín Menoyo con sus ojos de calma y de sufrimiento ostentaba los bretes
de su infortunio. Las cadenas que arrastró en vida en el penal de los Reyes y
la blanca a la cual fue amarrado se habían convertido en enseñas de triunfo.
Eran de oro rojizo. La cárcel, pensé, puede ser purgatorio, pero algunos lo
convierten en Monte Carmelo. Peldaño a peldaño, se alcanza la unión mística con
el Esposo.
¡Han sido
tantos los presos, los hospitalizados, los que pasaron su existencia en
manicomios y casas del dolor! Todos ellos estaban ahora a la derecha del Padre!
Yo vi a Juan
de la Cruz con un ceñidor de guirnaldas y el alba de lino impoluto, sacerdote
de Jesucristo y a las tres Teresas. Estaban con muchísimos otros. Tantos que me
parecieron innumerables. Se habían dado cita allí en la mañana de julio. Podían
ser miles de millones y todos cabían en la inmensa “ sobor”. El ángel de la
dicha les abrió los postigos y el cielo y la tierra en aquel punto y sazón
quedaron comunicados a lo largo de una larga escala de Jacob, cuyos peldaños no
eran sino cabos de estrellas. Paz a los hombres de buena voluntad... No tengáis
miedo.
El coro
había vuelto por sus fueros. La masa de voces acometió un responso maravilloso.
Dirías sentirse el batir de las alas del serafín. Toda la melodía se
desarrollaba en eslavónico litúrgico alguna de cuyas estrofas llegué a entender
perfectamente. Eran gritos de misericordia y de perdón. Ayes ante el dolor y la
fugacidad de la existencia humana. Da la paz a tu siervo, Salvador. Coronalos
de la palma del triunfo, por tu amor al hombre... Conduce a nuestro llorado zar
y a su familia al paraíso, donde el alma de los justos y de los santos padres
resplandece como luminarias, perdonáles sus pecados.
En aquel
momento toda la congregación en peso, los miles y miles de creyentes, visibles
e invisibles, que poblaban las naves de la “ sobor” y las aleyas de la
fortaleza de Pedro y Pablo, hincó la rodilla en tierra. Es la única ocasión en
que se arrodillan los ortodoxos. Por lo común, los oficios, a los que
diariamente asistía el zar con fervor en los postremeros días de su existencia,
porque acaso notara que el espíritu le ayudaba a sobrellevar los trabajos con
presencia de animo. El mártir, apoyándose en el don de la gracia, suele
arrostrar la prueba con una fortaleza interior que suele espantar a los propios
verdugos. Éstos en la hora final suelen mostrar más miedo que las propias
víctimas.
Los doce
oficiantes, símbolo de los doce apóstoles, se persignaron varias veces al
tiempo que doblaban el torso hasta la cintura. Sólo quedó erguido ante la cruz
el deán igual que un huso. Engastada en su tiara pontifical con toda la
plenitud y la inocencia de su sacerdocio, también su majestad, una esmeralda
emitía fulgores. Su luminosidad parecía potente y lejana lo mismo que la de una
estrella.
El
salmista repartió velas entre los fieles. El templo iluminada por millares de
cirios y las lámparas que colgaban de las pechinas, los arcos formeros y el
triforio aparecía cual ascua
incandescente, formando una especie de
lago de luz sin espacio y sin tiempo. Infundía todo eso la percepción de lo
infinito. Pero los rayos que más brillaban eran los que salían de adentro. Cada
rostro era un espíritu puro. El alma humana es esencialmente musical.
Sinfónica. Así lo quiso el Consolador. A través de la armonía llegamos al
conocimiento del Padre. El diablo odia la música. En el infierno no se canta,
al no existir armonía. Sólo estridencia. Por ende con toda la razón se ha
temido que el destierro de los coros a capella y la proscripción del gregoriano
y del latín, que han dado paso a lenguas vernáculas y a instrumentos
populacheros y estridentes como la guitarra tabernaria, de acuerdo con las
nuevas rúbricas liturgias del segundo concilio Vaticano, han significado un
triunfo del maligno. Por suerte Bizancio siguen sin reconocer tales estipulaciones
cultuales con arreglo a los cánones de su tradición.
La ceremonia, los cantos, las reverencias y el
dúo de las letanías con sus melismas y
contrapuntos acotados de réplica y de queja, para impetrar el favor divino,
que hacen pensar en el batir de la marea
indómita sobre los rompientes de una playa infinita, no parecían de este mundo.
Yo estaba protegido por las alas del serafín contemplando el rostro de Dios. No
era el anciano que retrata Daniel sino una fuerza que adopta todas las formas, olores
y sabores de su creación. El legado de los Cielos salvó a los Tres Jóvenes de
Babilonia soplando con sus fauces y creando una corriente de aire fresco en
medio del fuego abrasador. Verdaderamente, Cristo es inmenso.
Se acercó a mí el querubín y me dijo:
- No
sufras más varón de deseos. Tus plegarias han encontrado oídos adeptos en Quien
me envía. No tengas miedo.
Una paz
infinita se apoderó de mi persona. Con todo el brío de mis pulmones deshechos
exclamé:
- Mira,
Señor, mi cuerpo lacerado por la enfermedad y mis pies hinchados por la podagra
y la uremia. Tengo el paso torpe y vacilante. Mis enemigos se ríen de mí.
Apiádate de mis pecados. Acaba con las angustias que me afligen.
Volví a
sentir la palpitación del ala del ser celestial que guiaba mis pasos. Era como
el sonido de una inmensa bandada de palomas. Mi cabeza parecía que iba a
estallar. Jesús, hijo de David, apiádate del que te sirve y te confiesa ante
los hombres. Se posaron sobre mi cabeza unos ojos cuajados de mansedumbre. Como
aquella vez, en la catedral de Avila, cuando alcé la mirada al techo y vi a
Cristo agonizante reclinar su mirada sobre la mía... Vengan a mí los tristes y
lacerados. Todos aquellos que sufren persecución por la justicia.
Ya no
habrá catedrales vacías solo frecuentadas por curiosos miracielos y por
turistas japoneses ávidos de copiarlo todo. El efecto “sobornosti” es una
experiencia única e intraducible. Ya no habría más abandono. Me llegó el
convencimiento y la persuasión aquella mañana radiante del 98 que en adelante
sería así, mientras asistía en espíritu a los funerales del Zar. Se anunciaba
un tiempo de visitación, aunque yo siguiera repitiendo con Agustín la plegaria
del abandono del justo que acepta su dolor y abatimiento para expiación de la culpa:
Hic ure, hic seca, hic non parcas, ut in aetérnum parcas (quema aquí, corta lo
que sea necesario, y no me perdones en esta vida para que en la eternidad me
perdones).
- Cristo libertador, rompe nuestras cadenas. Seas
nuestro alfaqueque. Ven a reinar sobre Occidente en majestad. Rescátanos de las
garras de los modernos Nabucodonosor. Ellos, para espanto y risa de las gentes,
no son más que estatuas de barro. El ángel de la venganza les convertirá de
nuevo en bueyes, en mulas o en serpiente, en justo premio a su bestialidad ¿ No
dicen que el hombre viene del mono? Pues aquí a los poderosos del orbe andando
a cuatro patas. Su zoantropía- pues es la querencia de su habitud - hará que se
transformen en los ánimales que tienen por dioses: imitarán las ancas de la
yegua, rebuznarán como el asno, silbarán cual la serpiente, saltarán como el
gamo, pacerán como el ternero, graznarán como el cuervo. Libranos de los
espantosos legados de la ignominia y de los que blasfemos contra tu santo
nombre quieren que todos volvamos a ser alimañas del campo. Destruye su reino
que es de cartón piedra. Mira, señor, que no somos más que polvo, pero polvo
enamorado y redimido de las cadenas del pecado que es la muerte. Pues Tú
dijiste: quien crea en Mí será participe del reino futuro y le alumbrará la luz
que nunca se extingue.
IX
La voz de los
seis diáconos coreó mis pensamientos. Atronó bajo las excelsas bóvedas de la
catedral de San Isaac la secuencia del “ Dies Irae “. El preste alzó las manos
para bendecir. El coro entonó “Paz eterna al alma del justo”. Se extinguieron
los cirios, que elevaron en el aire azulado por el incienso hilos de humo gris.
De los pabilos al apagarse brotó una insólita fragancia. Me dio la sensación de
aquella fragancia súbita y sacra provenía no del humo de las velas al
extinguirse sino de los propios restos humanos en el relicario de los féretros.
Dentro de la urna no quedaban vestigios, porque los cadáveres habían sido
incinerados con gasolina, ácido sulfúrico y cal viva en la famosa fosa común de
“ Los Cuatro Hermanos”, aquella afanosa noche de pesadilla del verano siberiano
del año diecisiete. Así y todo, podía decirse que olía. Era ese aroma de
santidad del que habla la Biblia.
La exhumación de los despojos humanos de la
familia Romanov había suscitado una enorme polémica. Algunos arguyeron que no
eran los de Nicolás II, pero arqueólogos ingleses cotejando el ADN de los
fallecidos con el del Duque de Edimburgo habían establecido que pertenecían
verdaderamente al grupo genético de los Romanov.
Un pelotón
de gastadores del Regimiento Preodbrayenski (Transfiguración), o de la guardia
regia, que milagrosamente no había sido disuelto durante los años que duró la
Unión Soviética, estaba cubriendo carrera y dando escolta de honor junto al
catafalco. La divinidad actúa de manera misteriosa. Sus enemigos delante
acabarán humillando la cerviz.
“Lavaron sus
estolas en la sangre del Cordero”, se oyó cantar al salmista. Una encorvada
anciana de ojos azules y rostro complaciente me sonrió. Pese a la edad, su
cuerpo baldado conservaba un aspecto de juventud. Podía haber sido tiempo atrás
una de aquellas heroínas de las novelas a cuya lectura me había entregado
durante los años de juventud, cuando empecé a frecuentar las librerías de lance
y descubrí en toda su grandeza atesorada en
la gran literatura rusa. Pudiera ser Olga, la del Jardín de los Cerezos
o la patrona de Crimen y Castigo. Los que hemos soñado, amado, odiado o rezado
a través de la literatura sentimos un complejo de deformación profesional, que
nos hace ver el mundo a través de un mundo diferente. Pero la novela rusa
siempre ha tenido para mí un contexto profético. Avanzó las pautas
fundamentales de mi existencia antes de empezarla a vivir. Que tendría un gran
amor desgraciado. Que me casaría luego con una rufiana. Que todos me
traicionarían, pero que al fin encontraría a Cristo, el Jesús encarcelado de
los que tienen una visión espiritual del mundo particularísima. Hasta creo que
fueron los autores rusos los que me han dicho cómo iba a ser mi funeral en
medio del abandono de todos.
Voy contra
corriente en este afán. El mundo de hoy (q.v.) mira para otra parte cuando se
le habla de entornos profundos o de calados proféticos. El contenido de gran
parte de los autores eslavos se mueve en la dirección del oráculo evangélico y
muchos de sus libros son una glosa del Nuevo Testamento estampada desde los
bajos fondos y desentendiéndose de florituras jerárquicas. Por suerte, los
popes han sido gente del pueblo. A Rusia, galardonada por Dios con las dádivas
de muchos y de santos monjes, le ahorró el suplicio y la tiranía espiritual de
los jesuitas o el escándalo de la gran sopa de letras que han sido en la
Iglesia Latinas las innumerables órdenes monásticas y la pléyade de cofradías y
de capillas.
Cada fraile
un escapulario y cada escapulario, una camándula. Por eso han sabido retener
mejor que nosotros la esencia del Cristo vivo. Y, para colmo, la sede de Pedro
ha sido usurpada por un infame polaco, que selló pacto con Mefistófeles. Los
polacos en varias ocasiones arrasaron a sangre y fuego Moscú, debelaron sus
monasterios, violaron a las doscientas monjas de Novodievichi. Pertenecen a una
raza infernal, como los irlandeses, aunque se digan católicos, del anticristo.
Rusia se fraguó en la lucha contra el mongol y contra el polaco. Está escrito
que de ella ha de nacer quien traiga paz a las naciones.
“Tsar
bascriesse (el zar ha resucitado para vivir eternamente). Las notas del canto
de resurrección se me clavaban en el alma. Avanzaban sobre las bóvedas a ritmo
certero y solemne. Brotaban como de un pozo de gracia y de misericordia. El
timbal de los tenores y contraltos alternaba con el murmullo potente de los
bajones.
Era el
grito más augusto y solemne que jamás podrá ser escuchado en la Tierra. Un
verdadero pregón de bienaventuranza al que nada es comparable. Todo lo domeña.
Algunos se santiguaban. Otros se restregaban los ojos porque tampoco podían
aguantar la visión.
¿Dónde había
visto yo a aquella dama? ¿ En algún relato de Pushkin?
Leyó el sacerdote
la oración postrera. Acto seguido, el cortejo de clérigos detrás de la cruz
alzada y de los ciriales se dirigió en procesión hasta la capilla lateral donde iba a erigirse
el emplazamiento definitivo de la tumba con los restos, un lugar humilde sin
monumento enrejado. Allí una simple lápida de mármol negro advertiría al
visitante que allí había sido inhumado el ultimo zar bajo un icono de la
Dormición y una gran cruz de roble iluminada por la luz de un pebetero
permanentemente encendido. Llegados al sitio, un diácono, cogiendo de un acetre
una paletada de tierra rusa, la fue desparramando sobre el ataúd en forma de
cruz, mientras pronunciaba las severas palabras que encierran toda la clave
severa y fatal del misterio del breve paso del hombre mortal por esta vida: La tierra, y cuanto de ella salió, y en ella
vive, pertenece al Creador. De ella saliste, Nikolai; de ella, salisteis Olga,
Tatiana, María, Anastasia, Elena. Alexei, y a ella habéis vuelto ya”.
El “ precentor”, al cerrar el libro de rituales o “ cinerarium”, hizo
un ruido sordo, bronco y terrible, todavía más trágico que el emitido por las
paletadas de tierra sobre el catafalco. Era el signo de que las exequias habían
llegado a su fin. La vieja dama a mi lado se prosternó sobre las frías baldosas
de la catedral de Petrogrado haciendo alarde de una agilidad semi angélica,
hundió su frente en la tierra y la besó.
- Se acabó
- escuché gritar a alguien
Pero otra
voz misteriosa desde el otro lado del templo apostrofó en tono contundente:
- No. El
zar vive y vivirá, como el justo, eternamente.
Una multitud
empezó a desfilar ante la grada del cenotafio. Pronto, éste aparecía cargado de
ramos de flores. Las guirnaldas, las azucenas, los gladiolos, las rosas, las
siemprevivas, los crisantemos formaban un segundo túmulo hasta cubrir por
entero toda la altura de la capilla, llegando hasta la ventana geminada por
cuyas vidrieras penetraba un sol de resurrección. Su luz refundía los colores
de las flores allí depositadas. El relicario estaba llamado a convertirse en
lugar santo, en centro de peregrinación.
A la salida del templo la multitud abucheó al
presidente que desaparecieron en sus lujosas limusinas de color negro a toda carrera
enfilando la avenida Nevski. Yeltsin, que había derramado lagrimas de
cocodrilos en un breve discursillo durante la ceremonia, diciendo aquello de “
todos somos culpables “, había sido juez y parte de aquel hecho. Siendo
gobernador de la lejana provincia de Yekateringrad, sector de Zverdlosk en los
Urales, ordenó exhumar los restos de los fusilados y embarduñar los huesos de
cal viva para conseguir así que no quedase ni rastro. Otro legrado de memoria.
Sin embargo, podrá oponerse a la acción del Espíritu santo. La gran pascua
aguarda a todos aquellos que dieron su vida por la verdad y la belleza del
Evangelio y los enemigos de la Cruz, que siempre fueron sagaces y disertos en
las cosas mundanas y en recursos leguleyos, nunca lo podrán comprender. Son
bastante lerdos.
- Tsar
baskriese s Xristoi ( el zar resucitará con Jesús).
La antena
de resurrección volvió a soplar inconfundible y magnífica.
Desde la
otra parte del coro matizaban:
- Poistini
baskriese (verdaderamente resucitará).
Era el grito
más impresionante y solemne - el grito de resurrección - que podrá escucharse
en toda la liturgia cristiana. Un terremoto que hará retemblar toda la tierra
para escarnio de los impíos. Es el pregón de la bienandanza que se acerca. Nada
podrá compararsele. Entre la multitudinaria congregación de feligreses que
había asistido al acto y avanzaba a cada una de las cuatro salidas, las cuatro
puertas que en la catedral de San Isaac miran para los cuatro vientos, unos se
santiguaban con unción, como hicieron el zar y los suyos delante de la boca de
los fusiles cuando fueron sacados del lecho para ser fusilados.
La Cruz
había ganado la partida y aquella mañana el mundo podría gritar con el apóstol:
“¿Muerte dónde está tu victoria?¿Muerte dónde está tu aguijón? Otros sonreían
con la misma unción que el ángel de oro encaramado en la veleta. Los más
lloraban de gozo, conscientes de haber sido testigos de un hecho insólito,
irrepetible: la exoneración del inocente. Dios había por fin acabado de
justificar al varón de deseos. Todo allí había tenido un sello profético.
X
El tiempo
había aclarado. En el parque de Máximo Gorki unos niños con el pelo color de
avena desplegaban sus birlochas y lanzaban al viento la cometa bajo la mirada
cercana vigilante de madres y niñeras. Gruesas matronas de rostro complaciente
saboreaban uno de esos deliciosos helados que son exquisitos en toda Rusia y
concretamente en esta ciudad. Era una placentera mañana de verano en que todo
parecía en calma. La salida de misa es una hora de ilusión y de sosiego en
todas partes. Las gentes se muestran contagiadas de esa paz eucarística y
eulógica[~uλoγεiα = bien hablar) del que participa de algo divino
La flecha
del chapitel donde hace equilibrios el querube que porta la cruz tiene siete
metros de alzada. Cuenta la leyenda que un rayo
derribó la estructura en mil ochocientos treinta. Hubo de ser
reemplazada, pero a ver quien era el majo... Un pizarrero especialista en el sollado
de techumbres y la artesanía rusa cuenta con buenos especialistas en el trabajo
de cubiertas, porque con el frío que hace por el invierno allí las casas no
pueden tener goteras) se brindó voluntario trepando hasta lo más alto del
pináculo. Para recompensar el arrojo del valiente y temerario menestral, Piotr
Teluchkin, por un ukase especial, otorgó al ciudadano un fuerte suma de rublo,
así como el “ cubilete de oro”, esto es: el privilegio de poder beber en todas
las tabernas del imperio de balde. Se hizo borrachín el antiguo equilibrista y
su inmoderada afición al vodka hizo que acabaran prematuramente sus días.
Petesburgo es el sueño de la razón enciclopédica reconvertido; la combinación
de dos mundos. La teología se amalgama con la ciencia en pomposas fachadas de
estuco, avenidas de una tracería perfecta, que parecen tiradas con plomada y
cartabón. Aquí resplandece el misticismo ruso conjugado con el esfuerzo
liberador del hombre que piensa en el progreso. El Hermitage y las atarazanas
de la Escuela Naval viven a la sombra de las cúpulas en bulbo rematadas por la
cruz constantiniana. Esta ciudad encarna la apoteosis del cosmopolitismo
cristiano. Vibra en una cuerda particular de la que carecen otras metrópolis
donde se palpa un aire de mayor gentilidad. Petesburgo se alzó a favor de la
voluntad de un déspota ilustrado - Pedro el grande - que trató de hacer un tipo
de capital distinta, una nueva ciudad de Dios en que se conjugara la fe con la
razón.
El ángel me
llevó a mostrar la ciudad. En la Plaza del palacio (dvortsovota plotshad)
contemplamos la columna rostral de Alejandro que da entrada a la exedra del
Palacio de Invierno. En ese enclave fue asesinado el zar - pervive en todos los
Romanov una especie de maldición que
aboca a la mayor parte de los miembros de la dinastía a un destino trágico -
por el hermano mayor de Lenin, al que luego ahorcaron, allí mismo dio principio
la revolución del diecisiete. En la cima del obelisco, de granito rojo de
Finlandia, la figura de una ángel alza la cruz, mientras sus pies descabezan a
una serpiente. El monolito, de treinta metros de alto y con epígrafes en
relieve, posee un aspecto impresionante.
- Esta
ciudad nos pertenece - comentó mi excelso acompañante, quien me traía de aca
para allá agarrado del brazo. Su mano infundía en todo mi cuerpo un calor
saludable.
“Al zar Alejandro I, la patria rusa en prenda de
gratitud” reza la leyenda que da motivo a las secuencias en relieve de la
columna rostral. Sobre dicho emperador corrieron creencias de un mítico sebastianismo.
Aquel zar no ha muerto. Vive escondido en alguna parte del inmenso territorio y
viaja de incógnito bajo el nombre de Piotr Kazmitch. Al final de los tiempos
vendrá con Jesucristo a rescatar a su pueblo de las garras de la serpiente. Al
igual que la mayor parte de los Romanov, a los que persigue un destino trágico,
Alejandro I fue un adalid representativo de la lucha contra el dragón.
Frontero al
Palacio de Invierno ya admiramos la amplia exedra del Gran Estado Mayor
(Glavni Schtabe) cuyos pretiles dan a la
Perspectiva Nevski, auténtica arteria de la ciudad imperial, toda ella bordeada
por los dos ramales del Neva. Hay que cruzar el río y sus canales de continuo.
Por eso Petesburgo con un número famoso de puentes, casi setecientos. La silueta
del Almirantazgo también resulta impresionante.
El motivo,
casi obsesivo, y que sella el destino del pueblo ruso, del duelo a muerte que
ha de sostener la nación contra los poderes infernales, vuelve a repetirse en la estatua de Pedro el
Grande. Desde su caballo de bronce mira el rey pensativo para las aguas del
Golfo de Finlandia, la testa coronada de hojas de laurel, y las patas traseras
de su montura acoceando un áspid.
Siguiendo
el hilo de las claves mágicas y de la semántica esotérica, hay que ponderar en
el iconostasio de jaspe de la “Kazanski sobor” la presencia de treinta y tres
estatuas de santos, representando cada una los años que, de acuerdo con una
tradición apócrifa, pasó Jesús en este mundo. En el de la fortaleza de Pedro y
Pablo este número se amplía a diez más, cifra correlativa a la de arqueros
(steltzi) o centinelas que vigilaban día y noche las entradas apostados en los
matacanes de las murallas coronadas de almenas con puntas de diamante.
- Todo es
aquí rojo y azul. Hasta las piedras y los colores transpiran unción sagrada -
exclamé embelesado, pero mi divino tutor apenas profería palabra.
Como el
grumete vigía que descubre nuevos mundos y hace caer de los ojos de los hombres
las costras que le mantienen ciego a las cosas sagradas y a la vida de la
gracia - eso mismo le había hecho a Tobías - me conducía por un dédalo de
calles y de plazas, bulevares rimbombantes, bibliotecas, museos, y jardines, y
todos aquellos elegantes edificios cabe el agua de las mejanas y de los canales
que hacen a la vieja ciudad hanseática. Era, sobre todo, incontable la copia
extrema de iglesias. De alguna manera, a través de aquel cicerone, legado del
Ser Supremo, yo me estaba iniciando en los misterios de una vida nueva.
Por fin el
ángel habló de esta manera:
- Cristo
Salvador reinará. Su memoria no podrá ser borrada hasta el final.
Y, como
para dar crédito a su firme sentencia, sucedió que ibamos dejando a nuestro
paso un reguero de aromas y de fulgores. Era como la cauda de un cometa. Aquellos
portentos ya no me inspiraban recelo. Porque la primera vez que vi a este ser
celestial, que me cogió por los cabellos igual que al profeta Habacuc, sentí
pánico y me desmayé de terror. Todavía, sin embargo, sus ojos me seguían
pareciendo enigmáticos y sus palabras oscuras. ¡ Ah, aquellos ojos,
sobrecargados de fuerza y de expresividad, un pozo de saberes, punto de
encuentro de toda la ciencia gnóstica!
- ¿ Quién
eres?- inquirí.
- Soy
Miguel, el defensor de los pobres y de los perseguidos. No tiembles. Siguéme.
Yo te portaré entre mis alas a los palacios. Te enseñaré cosas recónditas. Vas
a aprender un cántico nuevo, el que cantamos en el cielo continuamente los
nueve ordenes angélicos. Dios me envía a ti para que goces de las notas de su
música. Gloria a Él.
- Por los
siglos de los siglos.
- Amén. Los
hombres viven de espaldas a su verdad y a su belleza. Adoran al becerro de
Betel y pronto serán castigados. Pero escucha esos coros.
Efectivamente por toda la ciudad resonaban cantos de
majestad. La música sagrada es el medio más rápido para acercarse al rostro de
Dios.
Obedeciendo el mandato del arcángel, mis pasos,
antes vacilantes e inseguros, se hicieron más firmes. El divino heraldo me
hacía pisar fuerte. Había desaparecido de mi rostro ese halo de temor y de
confusión nerviosa de los que van por el mundo a la agachadiza, porque volví a
pensar que mi confianza estaba depositada en el Señor. Hasta creo que por un
milagro se irguió mi espalda y desapareció la chepa que tanto me aflige y es la
culpa de que yo vaya por la vida sin aplomo y sin confianza.
Miguel había
bajado a hacer desaparecer mis zozobras. Sus gestos y ademanes eran mis propios
gestos y ademanes, y por primera vez en mi existencia supe lo que es andar
derecho y sin miedo a nada. El brazo esforzado del Señor era quien me infundía
valor.
Una brisa procedente del estuario acariciaba los
cabellos de su melena rojiza. Tenía un rostro alegre y casto, de facciones
armoniosas, en el cual lo más destacable
-ya digo- eran sus ojos omniscientes y penetrantes.
Nuevas cúpulas doradas se abrían sobre el horizonte.
Más iglesias, catedrales y monasterios. Las grandes ciudades rusas imitan a
Kiev, madre de la ortodoxia y todas ellas aparecen rodeadas de un cíngulo de
campanarios y de muros sagrados. Es lo que se conoce “ El Anillo de Oro “.
Estas bóvedas presentan un aspecto inconfundible entre abigarrado, íntimo y
grandioso, en el que se presenta en toda su grandeza el sentido verdadero del
cristianismo.
Aquellas
torres que se alzaban ante la mirada eran los cimborrios de la catedral de
Kazán. Yo ya los había columbrado de antemano. Había asistido a las vísperas
cantadas por algún diácono de gestos como absortos y fugitivos y me había
prosternado ante el altar de la Madre de Dios y de todos los hombres
acompañando en sus plegarias a los héroes y heroínas de las múltiples novelas
de ambiente peterburgués que había leído. Kazán es un paso honroso y un punto
de referencia semi mesiánico en la literatura rusa.
Durante
siglos fue centro de peregrinaciones marianas. Desde el rumbo los cuatro
vientos fieles cristianos venían a honrar a la Madre del Verbo, representada no
de una forma antropomórfica sino ideográfica. Era el rostro abstracto de todas
las madres que se ven en los reflejos de esa hebrea simbólica que inclina hacia
un lado la testa mostrando en brazos el fruto de sus entrañas, el velo y el
manto incrustado de estrellas. Sólo es una mujer que todo lo comprende, todo
los sufre y de todos se apiada.
Por los
batientes de la Puerta del Paraíso se escuchaban las sublimes estrofas del
“Akathistos”, el himno más antiguo a la Deípara, que ya se cantaba en Efeso en
el siglo Quinto. Es todo él una glosa del “Magníficat”. Lo ejecutaba con voz
perlada y emocionante un chantre con la barba nevada en forma de hacha y una
larga melena recogida atrás en un lazo. Aquella voz de barítono que salía desde
lo más profundo de la tierra y del “ sancta sanctórum”de un templo ortodoxo,
conjuraba los poderes infernales que nos rodea, y recogía todas las súplicas,
todos los ayes impetrando la intercesión marial. Nuestra Señora toda tocada de
un manto de terciopelo en el cual hacían aguas los reflejos de una estrella
extendía su mano, que curaba las llagas, aliviaba los sufrimientos, dando
socorro al prófugo y albergue al desamparado.
La estrella
filante de ocho estrellas en el ápice de la toca de la Virgen Madre brillaba
sobre el mar de perfidias humanas (cárceles, persecuciones, calumnias,
imposturas, homicidios, estupros) regenerando la oscuridad de la noche lóbrega.
La sublime doncella y su nombre bendito estarán yugados al dolor humano, oh
Virgen nuestra del Perpetuo Socorro, ayúdanos. Mis afanes, mis luchas, mis
idealismos e incluso mis desolaciones pertenecían a aquel templo. Me parecía
que la catedral de Kazán representaba el cenit y el nadir de mi existencia.
Un reverbero
del sol matinal, rutilando sobre las cúpulas doradas y yendo a arrumbarse sobre
los frisos de los pórticos para ir después a besar las campanas, puso una senda
de fulgores en nuestro camino. Hacíamos una ruta de purificación emblemática.
Me tiré al
suelo cuan largo era, y en esta postura de cúbito prono lloré de alegría ante
las gradas del altar de la Kazanskaya. Adoré al Dios de Israel. Mi ángel
tutelar, que parecía tener prisa en mostrarme más glorias aquella mañana
inolvidable, vino a sacarme de mis embelesos. Había mucho que recorrer todavía,
más que admirar y era aun más lo que había que sentir, en esta peregrinación
singular. La antigua capital es un entramado complejo de contradicciones. Junto
al palacio del Santo Sínodo y la escuela naval, estaban también los museos de
la ciencia, la casa donde vivió el Dr. Pavlov. Estaban los cirujanos y los
médicos de la Isla de los Apotecarios. Petesburgo es la meca de las ciencias
empíricas y también de la trigonometría y de la matemática. No es sólo el Hermitage y el Palacio de
Invierno sino que también su espíritu está `presente en los sublevados del
crucero “ Aurora”, los ensayos en la Aptekarski Ostrov del físico Roentgen con
los rayos X, donde se encuentra la “ Strelka”, cuna radial y aprisco de
geómetras. Pedro el Grande se rodeó de una corte de músicos, poetas,
legisladores, químicos y físicos. Odiaba la superstición. En la mejana de los
Boticarios así denominada porque entre sus marjales se recolectaban hierbas
curativas por el verano nunca oscurece. Sobre su superficie se desparrama el
sol de medianoche, un fenómeno físico que inspiró a Dostoievski sus “ Noches
Blancas “. Sobre la boca del delta eleva su perfil siniestro el bastión
Trubestkoï, donde aún se escucha cuando la mar está en clama el fragor de las
cadenas de los forzados y el grito fantasmal de las almas en pena. Este
baluarte, siguiendo las pautas de las comparaciones de Londres y de Ciudad de
Vaticano, a las que quiere imitar la ciudad imperial, trae a la memoria los
muros impenetrables del Castillo de Sant Angelo o el cono fatídico de la Torre
de Londres.
- Davai... Davai.
XII
La catedral
de Kazán es un edificio de frontón griego, con un estilóbato o peristilo de
columnas dóricas, que recuerda al Panteón parisino, a San Pedro y San Pablo de
Roma y al Saint Paúl´s londinense. Coronando el tímpano el Ojo Supremo de Dios
Padre irradiando los rayos de vida concéntricos se hace triángulo escaleno.
Esta mimesis de las otras grandes capitales de la cristiandad refleja las
obsesiones de Pedro el Grande con la europeización del pueblo ruso y el deseo
de convertir a sus súbditos en reserva espiritual de Occidente. Se trata ni más
ni menos del mito de la Tercera Roma, una preocupación constante del misticismo
ruso del siglo pasado, que alienta en las páginas de Tolstoi y de Soloviov.
Cuando Roma caiga en los brazos de la prevaricación y de la apostasía, Moscú
quedará como depósito y baluarte de la prístina fe de Nicea.
Se cree que
los tiempos finales será la era de Acuario, el tiempo de la Mujer que aplastará
la cabeza del dragón y por ende la importancia del Santuario de Kazán como
centro del que irradia el culto marial. La Deípara salvará a la Iglesia, pondrá
avenencias al cisma y asumirá su papel de corredentora con mayor fuerza. Los
caminos del Señor son del todo misteriosos ¿ Quién iba a decir que una simple
talla de madera policroma que apareció en
un lugar del Caúcaso en mil quinientos setenta y nueve al cabo de una batalla
de las huestes zaristas contra los tártaros y que resultó ser una copia de la
imagen de María de Nazaret pintada por San Lucas en los tiempos apostólicos
pudiera ser el epicentro de tanto arcano simbólico?
Sin
embargo, lo es. Se ve claramente este papel medianero de la Madre de Dios entre
el cielo y la tierra, cuando el icono cientos de veces robado o enterrado
volvió a parecer, o en la fuerte resistencia que opuso Leningrado al cerco de
la Wehrmacht. Novecientos días de asedio
y la plaza no cayó en manos alemanas. Algunos lo atribuyen a la intercesión de
la Señora.
Ochentas
años de revolución que convirtieron el santuario en Museo del Ateísmo y en el
noventa y cuatro ha vuelto a abrir las puertas al fervor popular. Para
confusión y sonroso de los antropólogos y de los que se empeñan en predicar la
religión del tiempo nuevo: que el hombre proviene del mono, Kazán vuelve a
tocar las campanas, en el interior del templo vuelve a oler a incienso. Se
percibe el brillo de las casullas recamadas de los popes. Se oye el himno de
exaltación del “ Akathistos”. La Unión Soviética se ha derrumbado, huyeron
despavoridos y sin conseguir pasar los hitlerianos. El pueblo ruso, que es un especialista
en la guerra de resistencia, se defiende ahora numantinamente contra el zarpazo
filisteo de los corredores de Bolsa y de todo ese conjunto de valores que se
engloban bajo el título genérico del Mercado. Han ganado sin duda los
norteamericanos pero las torres de Kazán - cinco bóvedas doradas- son el faro
señero de advertencia a las fuerzas que
propugnan una sociedad sin Cristo, y sin ley. Los cambistas y mercaderes
acabarán viendo desmantelados sus tenderetes.
Petesburgo,
la otrora Leningrado, y antes Petrograd, es un baluarte inexpugnable, que lanza
el aviso a los navegantes desnortados o demasiado pretenciosos que navegan con
la protervia y la blasfemia de Babel a flor de labios.
Cuando
llegamos el ángel y yo, los oficios estaban en todo su apogeo. Sonaba un “ Te
Deum”. Veinticuatro popes, el doble de los que celebraron las exequias por el
zar. La melopea estallaba triunfal y monódica sobre los arbotantes y vitrales.
Habla el Señor y al hombre no le queda otro
remedio que enmudecer. Tendrá que acatar aunque no le guste sus
designios inexorables. La recitación del cántico más excelso del Nuevo
Testamento. Se escuchó en todas las iglesias de Rusia el día que las huestes
napoleónicas sucumbieron en Borodino. Stalin, el “ descreído”. Mandó recitarlo
al patriarca Sergio el día de la victoria sobre los hitlerianos; volvía a sonar
ahora, cuando el zar, exonerado de sus crímenes, encontraba descanso definitivo
a sus despojos en el mausoleo de los Romanov, en medio del clamor y la
exaltación popular.
La composición poética había nacido en una
laura de Yugoslavia hacía más de catorce siglos:
Te Deum
laudamus * te Dominum confitemur.
Te eternum
Patrem* omnis terra veneratur.
Tibi omnes
angeli* tibi coeli et universae potestates.
Tibi chewrubim
et seraphin* incessabili proclamant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus*Dominus
Deus Sabaoth.
Pleni sunt coeli et terrae*
maiestatis gloriae tuae.
Te gloriossus
apostolorum chorus* te prophetarum laudalibilis numerus.
Te martyrum
candidatus* laudat exercitus.
Te per orbem terrarum*sancta
confitetur Ecclesia,
Patrem inmensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum
filium; Sanctum quoque Paraclytum Spiritum.
Tu Rex gloriae, Christe.
Tu Patris* sempiternas es filias.
Tu ad liberandum suscepturus
hominem*non horruisti Virginis uterum.
Tu ,devicto mortis aculeo,*aperuisti
credentibus regna coelorum.
Tu ad exteram Dei sedes*in gloria
Patris.
Iudex crederis*esse venturus.
Te, ergo quaessumus, tuis famulis
subveni*quos pretiosa sanguuine redimisti.
Aeterna fac cum sanctis tuis* in
gloria numerari.
Salvum fac populum tuum, Domine*et
benedic haereditati tuae.
Et rege eos*et extolle illos usque in
aeternum.
Per singulos dies*benedicemus te.
Et laudamus nomen tuum in saeculum*et
in saeculum saeculi.
Dignare,Domine Die isto,* sine peccato
nos custodire.
Miserere nostri, Domine* miserere
nostri.
Fiat misericordia
tua, domine, super nos* quemadmodum speravimus in te.
In te,Domine,
speravi*non confundar in aeternum.
Y Dios
seguía en verdad bendiciendo a su heredad, salvando a su pueblo y poniendo las
cosas en su sitio. En su calidad trinitaria de tres veces santo, una procesión
indeterminada de identidades cada una de ellas en una labor soteriológica
oculta a los impíos, a los necios, y a los que de dejan llevar por ese espíritu
burlón y meticón, huella indeleble de la acción satánica en nuestra era. En
esta composición, auténtico eje de marcha de la liturgia bizantina, se
encuentran las claves del amor redentor de Dios por sus criaturas.
El ángel se colocó delante mía, junto en el umbral
de una de las cuatro puertas de la catedral de Kazán, la llamada del Paraíso,
decorada con viñetas historiadas en relieve; eran escenas alusivas a la Pasión
y Resurrección del Salvador, así como a importantes hechos de armas en los
anales patrios, a lo largo de las múltiples contiendas con sus dos grandes
enemigos: el turco y los polacos.
Los tártaros solían venir a incendiar Moscú. No
faltaban a la cita. Pero más que al Tamerlán de Crimea, los rusos temían a los
papistas. En sus arremetidas, solían ser mucho más intolerantes y sanguinarios.
He aquí que ahora un polaco, desmitificando y reduciendola a la categoría de
bulo la creencia de que al sucesor de San Pedro lo elige el Espíritu Santo (él
saldría gracias a los buenos oficios de incalificables organizaciones
internacionales en las que hay metidos muchos enemigos de la Iglesia), detenta
la Sede apostólica. Dominguillo de los intereses vicarios de los conventículos
masones y gran amigo de la sinagoga, odia todo lo ruso como buen polaco. Por su
aquiescencia y su mutismo ante la injusticia, el mundo es hoy mucho menos
cristiano. No se puede servir a dos señores. Es imposible cohabitar con la
Bestia. Los monseñores de Markinkus lo han conseguido. Una vela a Dios y otra a
Satanás. Vivimos en tiempos de los consensos y de los grandes pactos.
Intrigó para
que cayera el muro de Berlín y una de sus consecuciones fue el rescripto que
prohibía el uso del rito greco ortodoxo en el Vaticano. Dios se lo demande.
¿No veis lo mucho que tarda en morirse? Corren
rumores de que añudó pacto con el diablo; Gracias a esa sanción surgió ave
Fénix de sus cenizas. Verdad es que ha hecho mucho daño este Nerón del
pontificado.
El ángel me
taladró con su mirada porque con su don de introspección de conciencia sabía lo
que estaba pensando en ese instante. Lleno de pavor caí rostro a tierra. Cecidi in
faciem meam. Caí de hinojos como el profeta Daniel. Me recordó
que la protección de Iglesia y sinagoga corrían a su cargo. Velaba por la
seguridad del verdadero Israel, el que no tiene nada que ver con el poder
encaramado sino con los humildes. Ellos eran los auténticos elegidos por más
que los grandes de la tierra sigan sin entenderlo. Mandó, haciendome un gesto
de calma con el dedo índice, pasar adelante:
- Davai. Davai.
Las espiras
de la iglesia de San Pantaleón y los encalados de azul purísimo de la catedral
de la Trinidad eran columnas del humo del incienso petrificadas por las
plegarias de los siglos. El porte elegante de líneas verticales de la santa
Chesma no parecían de este mundo. En sus trazos esbeltos como queriendo
sostener el peso ágil de la fe sobre sus arbotantes góticos que hacen pensar
-otra vez - en la catedral de Milán son el anhelo de eternidad conculcado en el
alma rusa. La Chesma que fue lugar de recreo de Catalina la Grande tiene un
cementerio circundante, que da sepultura a los caídos durante el asedio de
Leningrado.
Llama sobre todo la atención al visitante el bonito
colorido de las fachadas. Cada una es de color distinto. El azul y el blanco.
El amarillo y el malva. Los ocres y los oros. La ciudad se nos muestra recién
pintada como una novia casta que brinda al peregrino su vara de azahar. Los
colores de la bandera de Rusia, blanco y azul, son los del manto de la Virgen.
Regresaron triunfales a la enseña nacional.
XIII
Por eso, la
fecha del 17 de julio en este verano del 98 de tantas pruebas y desgracias fue
una jornada de exaltación incomparable. La caridad se tomaba el desquite de
tanta infamia, perversiones y risas diabólicas. El “ maestrillo” insolente y bribón
ensancha su pupilaje entre las urracas de la Administración, las que se quejan
de haber perdido a la amiga del alma y hostigan al justo con palabras soeces.
Reina la terrible insolencia y el desmadre. Guardad silencio, porque, si alguna
vez se os ocurre abrir la boca, sólo recibiereis replicas de malos modos... No
procede. Hay que cargar la base. Tú aquí no perteneces. Este no es tu lugar...
La bollera mitómana, experta en ordenadores, cargaba la base y me miraba con
aires autosuficientes que yo calcificaría de odio sexista. Como era algo
tortillera, me cobró odio cerval desde que llegué. España tiene mal de madre.
El gran problema del país consiste en hallarse en manos de estas daifas.
Cambian los gobiernos, dan la vuelta los sistemas. Ellas querrán siempre
mandar, ora como superioras, ora como jefas.
La
comisaria dijo que yo no valía para bibliotecario. Como el que no quiera la
cosa, me acaban de hacer archivero precisamente cuando cunde el pánico en la
Bolsa. Borrando la memoria, resulta que te has quedado con las ganas de ser
escritor. Se venden al peso y por menos de cuarenta duros arramplas con las
obras de Santo Tomás en el tenderete del amigo Alfonso Riudavets, uno de los
personajes más tiernos (también puede ser pijotero y cascarrabias) e inteligentes
que viven y beben en este Madrid aburrido, monocorde, algo encanallado y sin
saber adonde dirigirse en este centenario del noventa y ocho, base de nuestras
angustias y de nuestra tristeza. Podía ser más adorable el librero Riudavets si
dios no lo hubiese hecho tan visceralmente chaquetero.
De no ser
por el librero de lance, entre cuyos clientes más acreditados me cuento, lo más
probable es que a estas horas me hubiera tirado por el viaducto. En su puesto
me he surtido de todos los libros de literatura rusa que gloso. Moyano se ha
convertido, pues, en varadero de mis ilusiones, pero también una razón para ir
tirando, para continuar en la brega. A veces, ciertamente, sigue tentandome la
idea de un vuelo sin retorno y sin paracaídas por el viaducto, pero han
colocado allí los barrenderos del Excmo. Ayuntamiento guarda miedos suasorios
contra el suicidio. Quitarme de en medio es un sueño que acaricio, pero me
faltan arrestos. Mucho más cómodo matarse lentamente aferrados a la botella. Su
cuello largo es sugerentemente erótico. Es la única amiga en estos instantes
que no me ha traicionado.
Ha dado la
vuelta al aire y lo que antes era resulta que ya no es, pero las bazas se han
jugado a favor de la destrucción de una cultura. Convendría que la intelectualidad
asumiese su papel de defensa de los valores y no se dedique a realizar juegos
malabares ni a contar batallas desde las columnas de papel, donde hozan los de
siempre. Hay desbandada en el horizonte. Hoy, 26 de agosto de 1998 ha vuelto a
caer la Bolsa.
¿Se estarán
cumpliendo mis aprehensiones hace unos años cuando yo escribí aquella
novela La hora occidua del coronel
Gomezov, que ninguna editorial se atrevió a dar a la estampa,
y en la cual se advertía respecto de la caída del comunismo, que arrastraría en
su onda expansiva al capitalismo? Estoy hecho un mar de dudas, pero mi obsesión
(no esté poseído ni endemoniado por la idea que se perfila en algunos libros de
Dostoievski, por más que más de uno me lo haya dicho) sigue adelante.
En Roma se
han unido al carro de los vencedores. Bien que lo lamentarán. El afán de
sustituir la teología del holocausto por la de la crucifixión puede situarnos
en los antípodas de un cristianismo hecho a la medida de los deseos de un
Eliseo de amañadores de la historia que tienen miedo a contarla según y como en
verdad sucedió.
Confiemos en
que a pesar de estas fragilidades humanas el espíritu Santo continúe haciendo
su labor, pero mucho nos tememos que otro papa tendrá que desandar el camino
andado por Wojtyla al que bien puede haberle guiado en su labor pastoral
intereses humanos y prejuicios antirrusos. Él ha sido uno de los principales de
la fobia antieslava que vivimos por estos pagos. Dios le perdone. Ha confundido
el espíritu de Israel con ese sionismo anticristiano, cargado de soberbia y
revanchista. La teología del Holocausto ha puesto contra las cuerdas a la
teología de la Resurrección.
El ángel
volvió a asentir con la cabeza. Me dijo que estaba en la razón. Estaba contento
por más que era consciente de que la hora del sacrificio se acercaba. No puedes
hacerle frente a una fauces tan afiladas que muestran en la enorme maula tras
hileras dientes como el oso monstruoso del sueño de Daniel sin que te marches
sin un rasguño. La verdad muda de piel cada veinticinco años. Hay que buscar
acomodo al rumbo de los tiempos. Los que se duermen quedarán engullidos por la
corriente. Tienes que saber adaptarte. No existen verdades absolutas ni puntos
de referencia fijo.
Me había
perdido en el torbellino, pero el Acérrimo que me daba escolta y, prendido por
los cabellos - de esa guisa somos más fuertes- en circunvalaciones matemáticas
alrededor de los castillos a los que se iba por caminos enarenados, plazas
fuertes que escondía a título de feudo propio el tupido bosque, arcanos de la
historia rusa defendidos con murallas prolongadas en cuyo vértice, semejante al
almete que utilizaban los almogávares, estaba siempre la almena lisa y limpia,
la punta del diamante, creo que comprendía la desazón y la añoranza de mi ánimo
en aquel viaje por los aires.
El mes de
julio es un mayo florido, estallante de verdor y de promesas, en la ciudad
hanseática. Tú no perteneces a un lugar; simplemente pasas por encima. Observas
desde arriba la magnificencia de sus cúpulas. Te quedas de una pieza cuando
todo lo dominas: los parterres de los setos que enmarcan el palacio de Catalina
la Grande (allí amarraron los alemanes sin poder pasar adelante; les cortaron
el paso los organillos de Stalin, mi padre, que fue combatiente por estos parajes
me hablaba de las caltas y de los nenúfares de los estanques y de la majestad e
imperio de una reina que cada semana cambiaba de amante), levitas sobre las
antenas parabólicas y observa todo lo que pasa adentro y afuera.
La visión
había puesto patas arriba. Una hermosa rubia los senos al aire tomaba el sol
sobre la azotea del Hermitage. Era una náyade. Se había tomado de un cuadro de
bacantes de un lienzo de Rubens y se oreaba en pelota picada en lo más alto.
Quería vivir su propia vida. Se había rebelado rompiendo con los
convencionalismos, contra el maestro que la plasmó sobre el lienzo. Ahora era una ninfa real. Dos sátiros
retozaban cerca. La función iba a comenzar. Es sólo un ratito y ya verás como
te place, prenda. Lo que se dice siempre. La maquinaria del ardor genésico se
pone en movimiento a base de los convencionalismos. El sexo es una trampa.
Alguien había dejado por allí una corona de pámpanos. Un eunuco se había
quedado dormido con la gasa de tul del vestido de la princesa en la mano.
Un poco más allá un oficial de la guardia
consumaba otro rapto parecido y abandonaba a su amada que, despechada por su
amante, optó por arrojarse a la glauca superficie del Neva. Sus aguas
misteriosas ejercen una profunda fascinación sobre todos los ahogados. ¿ Gozas
vida? La pareja había acabado por construir el castillo de naipes. Pronto se
derrumbó. Penélope unas cuadras más adelante tejía su pleita. Para entretener
los ocios de la espera de la llegada del esposo sobre el bastidor entonaba
viejas canciones con una hermosa voz.
- No te
distraigas, amigo mío. El amor humano es el resbaladero de todas las tristezas.
No sufras ni te desazones ante estos espeluznantes espectáculos. Aspirarás a
cosas más altas. - volvió a observar el hombre de luz.
- ¿ Qué fue
de mi amor, di? - inquirí ávido -. Me has traído a un lugar demasiado hermoso,
una ciudad de registros perfectos, pero ni fu ni fa. La devanadera mágica me ha
puesto delante de los más impresionantes decorados, pero no me dicen nada. Yo
en verdad a quien quiero es a ella. Y ella no está en Petesburgo. Vive en
Londres mi amada.
Ante mi
requisitoria el hombre de luz hizo un mohín de desdén. Era el mismo gesto
solemne con que miró para Adán y para Eva el día que tuvo que cumplir la poco
grata misión de tener que expulsarlos del Edén.
-
Entierrate en la literatura. Baja a los abismos de la palabra.
- Todo me
duele. ¿ Así que no cabe ninguna esperanza?
- Pasó tu
hora. Desaprovechaste lo que se dio. Mal hiciste.
- ¡ Qué
estúpido fui!
Me sentía
un encadenado. Mi vida era lo más parecido a Martín Menoyo, un personaje fruto
de la imaginación de un artista he aquí que había pasado a convertirse en mi “
alter ego “. Todo en mí revertía hacia esa prisión que es la moldura que
contornea el sentido de una existencia, el bocel y el prisma de un sino.
- Ahora es
el tiempo de rechinar los dientes.
Los
encuadres perfectos, el diseño ortogonal de los jardines románticos de
Petesburgo eran un toque de advertencia de que los arquitectos del mundo muestran
una pequeña debilidad por plasmar la línea recta. El supremo demiurgo, en
cambio, prefiere lo curvo. La vida misma evoluciona en crecientes. Se le pierde
el hilo a la creación. En los rayos de sol se observa la congruencia absoluta
de la geometría, pero el fulgor que irradia la luna parece que se dobla al
bajar sobre la tierra. La linea se corta y muda el rumbo para querer dar a
entender que en la naturaleza la escuadra no es más que un ente de razón, y que
la realidad es un combinado de ángulos y círculos. Aprendida está la lección
cuando en noches claras miramos par las dos osas trazadas sobre el empíreo con
compás y cartabón. Sólo es cierta en parte la ley inexorable de la gravedad.
Porque en el espacio los rodeos y circunloquios se admiten. Nada tiene, pues,
que ser tajante. Se trazan polígonos, pero estos trazados no son más que puro
convencionalismo. Como si dijésemos, una manera de hablar.
XIV
Yiuesé Nome
Guan debía de estar contento. La cosa va que chuta. Llamas a la becaria. Oye
tú, judía, a joder se ha dicho. Es la historia poco edificante, como la de los
tristes sucesos de Archidona, la del presidente Nome Guán, al que en los anales
llamarán el presidente Follador.
“Follador,
for presidente, oh yea. Gar it?”. Los campos de ajenjo, las aguas amargas. Un
fornicario en el solio. Rubio Agadón. “Apollonoi” zanahoria. Yiuesé Nome Guán,
que, para como, diz tiene sangre española. Llamad al Exterminador. Mientras la
meritoria cae de hinojos ante mis piernas, yo aprieto el botón. Como sirvió en
submarinos, cuando se le alza el cipote, parece un periscopio. Según testigos
presenciales e informes confidenciales, un poco ladeado, eso sí, como si fuese
bizco y sin una proyección en línea recta sino levemente sesgada a la
izquierda. Es que también Su Merced es zocato. ¡Qué gusto más rico!.
Hostigamiento erótico y los pájaros cantando en las ramas afuera en el jardín
contiguo al Salón de recepciones. Serás receptiva, becaria, vamos a hacer todas
las porquerías que nos den la gana. Así, tú y yo juntitos revolcandonos en el
sofá. Puerco, más que puerco. ¿ Quieres que te baje los pantalones, Yiuesé? Es
sólo una mamada, lo que decimos los ingleses “ a whack”, pero acabaron sacudiendole el polvo a las alfombras.
Tú las bragas no hace falta que te las quites. Esto es un aquí te pillo aquí te
mato. Bueno mejor sí. Quiero ver qué tal crica tienes y cuál es la verija que
Dios te ha dado. A mí siempre me han gustado las llenitas. Me privan las
jayanas de culo bajo. El pompis respingón que quieres que te diga; no me da más
por las negras.
Ínterin,
Nancy estaba en las propias nubes. El sexo es poder. Y sexo y poder hacen un
mixto inextricable. ¿Cómo la tenía Yiuesé Nome Guán? Un poco desviada, pero
resultona. Se dejaba hacer y la becaria saltatriz quitandose el sujetador y las
bragas tomó la iniciativa y sobre las rodillas del héroe total empezó a
cabalgar. Lamentable espectáculo. Aquí no hay más ley que la de la entrepierna.
Esta es la moral de la democracia, he aquí los nuevos aires trasatlánticos.
Sopla un simún y los maridos calderonianos la emprenden a golpe con las
parientas. La Campos que dice que folla todo le da la gana (se tira, pues es ya
gallina vieja, por los jovencitos) cuenta y no para de estadísticas de
violencia doméstica. Las funestas consecuencias de tanta maripava locuaz y
abierta de piernas para lo que ellas quieren, porque, para otras, son más
estrechas que una almeja, se dejan apreciar. La sociedad española huele a
sangre y huele a mierda. La cosa está que arde y en el feudo del Gran Filipo
hablan nuevamente de las dos Españas. De otro modo, no podía ser, Gran Filipo.
Pero ya sabes lo que se dijo: del judío la maula. Y vais a perder. Una pena que
haya reaccionado tarde la Iglesia. Los obispos estuvieron lentos de reflejos.
Ved a que sendas no lleva y a qué desgalgaderos la Teología del Holocausto. Ha
puesto un abismo e odio en nuestras vidas.
Siempre pasa
igual: la ramera escarramada que viene con sus contoneos e insinuaciones ondulantes
de odalisca, la noche de vino y rosas. Más zurronas, mucho tablao flamenco, y
más cubatas. Y se acaba solicitando la cabeza del Bautista. Que me lo traigan.
Ahora mismo hay que dar orden de bombardear. La golfa tuvo la culpa de todas
las guerras del golfo. A mí nadie me rechista, soy el mandamás. Desplieguen la
flota. Bombardero invisibles a sobrevolar Bagdad. Arrojénse botes de leche en
polvo y canastas de napalm. Lo que tú quieras, Yiuesé. Vivimos en un mundo de
solidaridad. Hitler, un invento que nos hemos sacado de la manga, no era más
que el heraldo de lo que estaba por llegar. Yiuesé tenía un rancho los fines de
semana en las Montañas Rocosas y una furcia que se la meneaba cuando él
quisiera en la Sala Oval. La gran prensa se entregaba a discusiones bizantinas
- esas que son tan del gusto de Sandullo Calcamonías, filósofo los más días de
guardar y padre espiritual y físico de los novelistas de la modernidad, y sobre
las cuales enhebra “ El País” editoriales de alto coturno, que los redacta en
estilo plúmbeo y tributario de la santimonia yanqui (esa doble ética) y factual
otro que fue paniaguado y mediopensionista y vendedor de naranjas valencianas -
acerca del hecho. ¿Quién abusó de quién? ¿ Hubo o no hubo penetración? La
palabra clave que envuelve en dudas de niebla a los peritos del jurado de
acusación es “ sexual intercourse”. Un atestado de cinco mil folios ahí los
tenéis. Jamás un mal polvo fue objeto de tanta literatura. Mórbidos. Una
felación, para más señas, no viola artículos cualesquiera de la Carta Magna
que-el-pueblo-se-dio-a-sí-mismo-al-pie-de-un-manzano y refrendó con un
plebiscito. No se consumó la coyunda de forma integral. Dejad que las niñas se
acerquen a mí. Quiero trotar en su compañía. Fornicar alivia tensiones. Nieves,
cariño, ese micrófono toda la tarde ante tus labios, no es un alcachofal al
uso, sino un instrumento de tortura y de placer. Os coloca en el ecúleo, pero
al propio tiempo, ay, es un lecho de rosas. Para una larga felación vespertina
de tres horas. Póntelo, pónselo. Hay que prevenir la enfermedad. A las
maripavas post meridianas, (subisteis encaramadas al arrimo del tupé de
Hermida) hablar por la radio o comparecer ante las cámaras reviste una
trascendencia fálica. Pues muy bien, a joder se ha dicho, capricho. Pero no
todo el monte es orégano. No hay jaujas eróticas sino infiernos del deseo Esto
hacen los rabadanes. Los pastores ídem de lienzo, con la venia de Sandullo
Calcamonías. Esos son los registros. Imitad en todo los patronos de la
modernidad. Nuestro gran dios es Noma Guán. Periscopios arriba. Que vengan
todas las becarias al salón oval. Yo soy el presidente Follador, el Gran Yiuesé
Nome Guan. A joder se ha dicho y hay que joderse. Hacer el amor es bueno para
el corazón. ¿ Dónde está el Hermida? Le ha llegado la hora. Tiempo. Cabrón, ya
vas a dejar de mover la cadenita y en el infierno vas a moderar todos los
espacios que se te antoje, prenda. Los retrasnmitiremos en vivo. Palabra.
Esto parece una novela por entregas. El pecador
quiere hacer penitencia y se asesora con los rabinos, por tanto, no ha lugar el
delito de alta traición. Ha pecado, sí, pero su pecado no es mortal sino un
pecadillo. Nos encontramos ante un caso de parvedad de materia. ¿ Revocación de
la autoridad presidencial, “impeachement?” No ha lugar. Dejemos cargar la base
de datos. Que las becarias vengan a arrodillarse ante mí anhelantes. Al
mandatario no se le puede procesar criminalmente. Pelillos a la mar. Pero ha mentido. El muy cerdo ha mentido. ¿Y
qué?. Era tan sólo una mentira piadosa. Si yació con ella y hubo acoplamiento
de cópula carnal ¿ por qué nos viene diciendo que sólo la metió mano? Muy bien,
míster. Que le aproveche y a la próxima ocasión cumpla aquello de si no puedes
ser casto, guarda cautela. Buenos días. Esto sólo le importa a esa caterva
de periodistas judíos que mosconean por
los garitos y aleas del poder y parece que sólo han nacido no para escribir una
novela, sino para ser carne objetiva de las temibles ruedas de prensa. “ Press
conference”. He ahí el ejemplo de un vocablo con todas las características de
palabra fea y malsonante. Que Yiuesé haga todas las bellaquerías detrás de la
puerta con cuantas becarias se le pongan a tiro de bragueta. Sandullo Aporías
matizaba desde las columnas de la “ Revista de Occidente” con ese hipérbaton
cargante y un si es no es laica - lo que se dice un plomo - de los sesudos
epígonos de la Institución Libre de Enseñanza. Ahora decretamos, porque así nos
place y esto es el resultado de nuestra real gana que en la guerra civil
española sólo hubiera un fusilado: el romancero gitano. Aquí lo que hay que
hacer es un legrado de memoria para que se vayan ustedes enterando. De un
muerto a otro va un abismo. No es lo mismo García Lorca que los que cayeron en
la zanja de Paracuellos del Jarama. Si Yiuesé no puso a su jodida judía mirando
para el Potomac en puridad no cabe hablar de dimisión global. Eso sí. Saquemos
las cajas de munición. Vengan libros y
trallas de hazañas bélicas. Vamos a hacer del planeta un cuento de dibujos
animados. Inversión de valores: que Caperucita se lo monte con el lobo feroz.
La ochenta y dos aerotransportada, en alerta, y todos los bes cincuenta y dos
en el aire. Carguen las baterías de misiles. Orden de inmersión a los
submarinos nucleares. Dejad que las niñas se acerquen a él lambisqueando un
caramelo. Inocentes juegos de cama. Va a caer el rublo. Tú mandas, presidente.
Tú eres el mejor. El mundo se arrastra ante tus plantas. Miras con el mismo
imperio que Iván el Terrible, pero sin “ mound” y sin la cruz que todo lo redime
y justifica. Tu manto de armiño n es más que una nube tóxica. Tu cetro, una
obscena rampa de lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales. Ah, que
tu guardas en el pecho la llave de esa cureña maldita. La orden de disparo nos
ha convertido a todos en esperpentos. Hablas de paz (ya lo vaticinó Isaías)
pero te sitúas en la trastienda de todo aquello que signifique violencia,
incluso la doméstica, porque tu mal ejemplo cunde y andan las mujeres que
arden, y te haces rico aventando las brasas de rencillas particulares, fomentas
el nacionalismo. Por donde tu vas, allá nace una flor negra. Estás llenando el
mundo de desolación y de miseria. Eres el imperio del mal ya anunciado. Nos
traes a todos en ascuas, les diste como un juguete fálico ese micrófono de las
tardes insulsas con que nos aturden las maripavas y cuando te refieres a la
democracia, que no es más que el culo de una tía en las portadas de una
penthouse, a la solidaridad y al progreso, desperdigas la simiente de la
revancha, porque sólo creen en la teología del holocausto, chochos monstruosos
que fecundarán en espigas de emulación, y hay que analizar tus discursos y
ponerlos del revés, porque no nos hablas en parábolas ni en el sí, sí, o no,
no, sino en la ambivalencia del “ doublé walk”. Rusia se ha convertido en una
de vuestras obsesiones manifiestas porque fue vuestro tubo de ensayo, una
alquitara magnífica y grande para expedientar el proyecto del gran diseño,
fracasado el comunismo, se os avinagró y la cruz vuelve, por eso estáis que os
llevan los demonios, o que os lleváis a vosotros mismos en volandas, muy bien
Yiuesé. Copula. Copula. Mónica, que me la chupes, he dicho que me la chupes, lo
quiero en la Sala Oval con moros en la costa y todos, una felación pecado nunca
será sino una inocente forma de expansionarse en el “ horse playing”. No
cobramos el servicio, presidente. Gratis et amore. Lo hacemos porque nos gusta.
Pero han empezado a sonar todos los timbres de
alarma. Mofa de toda conducta moral. Sólo un fusilado: el romancero gitano. Bien
canta Marta después de harta. En la recepción, parecía que se lo comía con los
ojos. “ Oh, yea. Bill. Oh Billibull, great”. La Nancy los lleva bien puestos.
Se los ha colocado morrocotudos, pero ella, como es présbita, ve de lejos poco;
de cercas algo mejor. Que no se entera, vaya. Hay que ver: ese Yuesé Nome Guán
tiene toda la pinta de un chalán. Su aire es totalmente de macarra. Pero he
aquí que es el que empuña las riendas. Quien vale, vale. El que manda, manda.
Si esto hace el rabadán ¿ qué no harán los pastores?, metete bien en la mollera
ese refrán y vete preparando a escuchar la lira de Horacio. El vate latino
decía: “ Prevaricant reges, plectuntur Achivi”. ¿ Por qué los pobres tendrán
que pagar el pato de los vicios y fornicios de esta gentuza? O lo que es lo
mismo: “ corruptio optimi, pessima”. Pero aquí todo andamos un poco
corrompidos, que esto de la putrefacción viene de largo. El mundo es un asco.
Viva la Democracia. Arriba la norma que el pueblo se dio a sí mismo. Vayamos
todos juntos y yo el primero por la senda de la constitución. Como borregos.
Oh, yea.
Nancy, te compaño el sentimiento, y a ver si te
fijas, hija. Que no te enteras, pero ese viene a ser siempre el sino de los
pobres cornudos. Hay violencia, mentira, emulación. Nadie se fía de nadie. Que
Fallador se compre un masturbado electrónico. Tanto da. ¿A qué razón tanto
sexo? La posesión del espíritu de fornicación viene a ser un heraldo del fin
del mundo. Retozos en la sala ortogonal, filaterías meridianas de las maripavas
post meridianas. El honor del ser humano nunca puede estar situado en las
partes pudendas, allí donde es patente su bestialidad y las reglas del
instinto.
Y Yuesé estaba a punto de aterrizar en Moscú. Venía
a pedirles pechas a sus vasallos. Balbino Lomonosov, al que llaman el Cuervo
Blanco ya estaba pedo cuando vino a estrecharle la mano del omnipotente en
plena recepción. A Cuervo Blanco le faltaba un dedo. Se le había congelado
durante una borrachera. Hubo un mar de reverencias en agosto.
En tales consideraciones sobre nefandas y veniales
prolegómenos de la casuística estábamos, y sus muchas pullas e indirectas
(ayudadme, zancas, que en esta vida todo son trampas) y considerandos poco
potables acerca del malhadado “zippergate” porque Yuesé en cuestiones referentes
a la bragueta es un poco como Billy el Niño, esto es: “triggerhappy”(que se le
ponen a punto unas bragas y él no se lo piensa dos veces) cuando he aquí que
vemos venir a una arpista de túnica blanca, muy larga y con los cabellos de oro
encendido con reflejos rojizos que la llegan hasta los pies y prácticamente va
barriendo la calle al amor de su peplo, un peplo que era de lo más parecido a
la “ barba” que arrastraba majestuoso y temerarios por los pasadizos abovedados
del Kremlin Iván el Terrible. Una música celestial se alza al aire de las
cuerdas de la citara de la mujer, a quien acompaña un violinista vagabundo con
ojos muy grandes, tristes y expresivos, el pelo levantisco y ensortijado en
crenchas.
Eran el compositor Musorgsky y Asia, su amor fatal.
Ella le llevó por los derrumbaderos de la desesperación y del alcohol a los
campos sin confines de la sinfonía, pálpito de la serena belleza, donde la
eternidad se renueva, renace y estalla.
Nadie, pues siempre se dijo que debajo de pobre capa
puede ocultarse buen bebedor, hubiese sospechado que en aquel desharrapado
pudiera morar el alma de un genio.
En uno de los bolsillos de su gabán junto a una
botella de vodka despunta lo que tiene todas las trazas de una partitura
musical. Se sujeta los vuelos de su capote que le viene grande y
desproporcionado con un atillo. Estaba borracho a una hora tan temprana. Una
cuadrilla de gamberros hacía corro a la pareja de desgraciados músicos.
Blasfemias y salivajos caen en mordaz salva. Asia, ¿ cómo es posible, Asia? Si
tanta belleza cupiera en el mundo!
Vi reflejarse
en los ojos grandes como alejados y conmovidos por un lejano estertor de
Modesto Petrovich Mussorgsky el hálito de los escogidos, una gracia
indefinible. Él pertenece al “
montoncejo”, esto es: los cinco grandes de la composición musical rusa (
Cui, Borodin, Rimsky Korsakov,Balakiev). Murió alcoholizado el 16 de marzo de
1881 en el hospital de marinos pobres de la isla Nikolaevski. Pero estaba allí
tocando eternamente, arrancando sollozo a su violín, cerca de los arcos de la
Estación del Báltico.
Me llamó la atención la hermosura de sus grandes y
distraídos de un azul purísimo de los que se descolgaba una especie de
resplandor. En cuanto a su amada tenía todo el encanto y la magia de un hada.
Ínterin, un
grupo de rabinos marchaba hacia la logia con torvas miradas de conspiración. El
que parecía decano se unió al coro de increpadores mozalbetes:
- Jé, mirad en lo que se entretiene el oficial de la
guardia... Serenando a su pelandusca. Aún no es medio día y ya está mas
borracho que un zapatero... Dile a tu Cristo que a ver si hace un milagro,
envía un ángel del cielo, te da a beber su sangre y se te pasa la resaca.
- De nada le
valieron sus esperanzas, ni sus rezos a la Virgen para acabar como acabara. En
el regato. Le tuvieron que coger medio helado después de una nevasca - saltó el
otro de los hebreos circulantes con un deje más diabólico todavía.
Pero el
gran Mussorgsky y su arpista seguían arrancando acordes maravillosos a los
instrumentos de cuerda, ajena a los dicterios pecaminosos del Sanedrín
ambulante.
- Oid los
coros.
Y de repente
empezó a sonar por los cielos peterburgueses el “ Belichjañie” o “ Gran Zar
Celestial que diste la paz al mundo”.
- Bah,
paparruchas cursis de cristianos y de popes borrachos.
La madre
que los parió ¡ qué malos eran los de aquella cuadrilla! Un odio satánico,
atávico, como una segunda naturaleza se pintaba en sus rostros.
El más rezagado espetó contra el pobre músico y su
novia angelical el mayor de los insultos:
- ¡Goy!
En esto, los
mancebetes, como amansados por aquel torrente que saltaba de las cuerdas,
habían despuesto su actitud insolente y escuchaban embelesados. Únicamente, los
sanedritas se emperraban en sus abyectas abjuraciones y reniegos de todo lo más
sacro. Padre, perdonalos, que nunca supieron lo que hacen. Gran emperador de
los cielos, que diste la paz al mundo como pudiste llegar a nacer entre esa
gentuza.
Sonaban los
coros. Millones de bocas de angeles llevaban el compás. Los hebreos seguían con
sus mofas, con sus carcajadas.
- Rusos, ya
veréis cómo cae el rublo. Vais a ver lo que hagamos de vuestras rusas. Hemos ganado. Venimos a pegar fuego a
vuestras iglesias. Pueblo cristiano, pueblo de esclavos. Ahora sí que no os
valdrán maulas. Nosotros matamos al zar. Violamos a las grandes duquesas, el
trabajo con la emperatriz ya estaba hecho. De ese menester se encargó vuestro
maldito Rasputín.
Estalló una
carcajada malévola, pero los coros de Mussorgsky seguían sonando impertérritos.
Esto les sacaba de quicio pues no lo podía soportar su soberbia.
Uno de
ellos, el que parecía más pérfido y recalcitrante en su actitud, y el que tenía
el perfil más ganchudo y los ojos de búho, se agachó para tomar una piedra y
arrojarsela al violinista borracho, pero el ángel envió uno de sus rayos que
fueron una certera llave para evitar que el desalmado pudiese consumar su
inicuo propósito de apedrear a un santo bizantino. La mirada de Mussorgsky era
translúcida y serena como la de un icono. Ya lo dijo el apóstol Pablo. Hay un
cáliz del señor y otro del diablo. A través de las notas de un violín suelen
escanciarse las gotas del vaso del perdón y
de la infinita misericordia. Los signos del pentagrama representan la
fusión del ser humano en el punto más alto de su destino trascendente. Se
produce un combate entre las sólidas sombras del caos y los rayos vivificadores
de la creación. El sol gana la guerra a la noche. Vida en progresión, alejénse
las tinieblas. La música representa una vigencia perenne: el eterno triunfo de
la claridad de Dios sobre el mal que ronda. Cui, Borodín, Vivaldi, Tchaikovski,
Sibelius. Suena alborozada o melancólica esa claridad de los arpegios
infinitos y se vierte el remedio que
cura todos los dolores, la cordial epítima, el socrocio que nos reconcilia con
nuestro desgraciado sino mortal. Estamos metidos los pies hasta las orejas en
el charco; aun podemos mirar a las estrellas, de allí viene el eco de la
melodía que no cesa. Pero el diablo odia
la armonía. En el averno no hay canto sino estridencia. Por eso, tentados por
el perverso antiguo, muchos párrocos y monjas engañadas se han comprado una
guitarra eléctrica. Bajo las bóvedas de las basílicas cruje la estridencia del
heavy metal, los vociferantes y gesticulantes hocuspoci del rock, los morros
abotargados de silicona de Mike Jaeger, que cantan a lo obsceno, lo degradado,
juglares de lo que es torcido, dicen que han ganado la partida, echaron a los
ángeles de las iglesias, que se han convertido en espacios vacíos, hangares derelictos,
ya no baten bajo las cúpulas los espíritus del amor y del entusiasmo sus
apéndices recordatorios de la armonía y concordia que ha de presidir las
relaciones con el mundo y con los otros. El Santo Sínodo es una congregación
geriátrica, los carcamales vaticanos barren las alfombras de los garitos del
poder y se mueven con tino cauto y silencioso del áspid. ¿Cristo donde te has
metido? Silencio de Dios, las estrellas han dejado de moverse, no estaría mal
meterse una raya, bajate al moro o mejor entra en el corte inglés y te compras
una botellas de vino, la envuelves en una bolsa de plástico con el epígrafe
asendereado de la firma, esos triángulos en verde y te la zurras sentado en un
banco de piedra frente al convento de las Descalzas Reales, escuchas el tañer
de la campana monjil llamando a vísperas, la vida es eso, verano, sol y vino,
una señora que pasa, una pareja que se amartela, las palomas de la jungla
urbana. Tan resabiadas y con tanta sabiduría de calle como los propios
habitantes de la selva de hormigón, que defecan sobre la estatua pensativa y
broncínea del canónigo que abrió el primer montepío en Madrid, no hay que
sufrir demasiado, aguanta el dolor de las cartucheras, ésta va a ser una que te
cagas, ya no controlas tus esfínteres, es más poderoso el vino, es una pena
haber llegado a degenerado, pero a ti te ha gustado empinar el codo, eres de la
cofradía de Sta. Bibiana, soplen y marchan, vida dionisiaca, ungüento etílico
para aplacar el dolor y haciendote el loco y el borracho, verdad sea dicha no
te ha ido del todo mal. La Virgen está de tu lado, pone su manto para que no te
la pegues cuando empiezas a darle y no sabes dónde estás ni qué hiciste en una
tarde noche y puede conducir tu teleiga hasta casa. Es un alamud divino que
atranca las puertas de tu alma para que le maligno no pase, ella era judía,
bendita judía, como tú, y vio su hijo crucificado por la veleidad de un
sanedrín, poco más o menos como tú, pero no quemes los libres santos, no tires
al horno crematorio tus filacterias, allá ellos y sus holocaustos. Madre de
misericordia, cuanto me duele, y tu te pones al volante cuando regreso bebido,
claro que a veces no puedo controlar los esfínteres y mi suegra se pone que
para qué, pero tú regresas en mi socorro, el alamud, el velo que permite la
huida, el pavés que desvía la contundencia del golpe inicuo, el paraguas que te
pone a cobro de la palabra injurioso. Grande eres Cristo, detecto tu presencia,
salva a mis hermanos, descorre la venda que vela sus ojos ante lo evidente, yo
me uno a tu dolor, haz que vuelvan a cantar los angeles y que su fon resuene
por la ortofonía de las catedrales atestales, como estas que acabo de ver en
esta ciudad mágica, haz callar a ese batería melenudo.
XV
El rabino
se guardó el guijarro en el bolso de su gabán, pero escupió contra el bordillo,
el salivajo se conoce que rebotó, maldición, y regresó al blasfemo como un
boomerang, le puso perdido la camisa. Por las retículas del imbornal sacó la
cabeza una rana algo filosófica que se lió de repente a hablar y a contar cosas
que daba gusto oírla. Hijos de la perdición, no toquen al santo, dijo con voz
augusta de sibila, un poco parecido a ese mago de tele el que lee la mano a los famosos. Vas a encontrar
trabajo, te van a llamar de un “ pograma”, de salud bien, pero tiene que cuidar
las piernas. El niño da guerra por las noches, pero bien puede berrear, hemos
cobrado diecinueve millones por la exclusiva de la boda, habéis comprado un
coche nuevo, un todoterreno, para que quepa el perambulator y la cunita. Era
cosa digna de oír el apostrofo de la ranita habladora ahora que las
televisiones, un rostro nuevo cada otoño para decir las mismas chorradas,
devanaban la tela de Penélope con sus polianteas y brocárdicos axiomas sobre
los índices en bolsa, el nuevo marido de la duquesa, la boda del torero, los
turnos del funcionariados, las comisiones de servicio en Bosnia, los abdómenes
abultados de los niños en África, la expresión de la hambruna. Si callaron los
púlpitos, o dieron carpetazo a sus evangeliarios los papas, y se han quedado
mudas las sibilas casandras, alguien tendrá, digo yo, que recuperar la voz
señera del profetismo. Hablarán las ranas. Bien oiréis lo que dicen en anuncio
de la cólera de Dios. Yo soy el que soy. Estoy bastante irritado. Mandaré el
castigo.
- Hijos de la perdición, sepulcros blanqueados. Ay
de vosotros, escribas y fariseos que reclamáis el diezmo hasta de la
hierbabuena y el eneldo, y habéis abandonado las cosas más fundamentales de la
ley, ay de vosotros, hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el
pretexto de hacer largas oraciones: por ello recibiréis una sentencia más
rigurosa.
La maldición
de Cristo formulada con palabras recias e inexorables no había sido revocada.
El calificativo de raza de víboras significa lo que significa. No cambiéis ni
una tilde, al ser texto inamovible, ora en hebreo ora en ruso, no os será
levantada la excomunión que crepita sobre vuestras testas duras como la piedra,
os rasgasteis las vestiduras y clamasteis enfurecidos”: caiga sobre nosotros su
sangre y sobre nuestros hijos, pues caerá, no tengáis pena. La culpa será un
estigma indeleble sobre los sacerdotes y los escribas y todos aquellos que a lo
largo del tiempo mostraron un amor descomedido hacia la letra muerta, exigís y
nada dais a cambio, en la frente portáis escrita la sentencia.
Por el
enrejado de la alcantarilla hizo acto de presencia una enorme rata calva de
color gris, abrió sus fauces y devoró a la pobre rana, pero en la boca misma
del león el anuro seguía profiriendo el conjunto de verdades inexorables. La
vida del cuerpo me podréis quitar, pero no así el alma, que pertenece a Dios.
¿Dónde se encuentra verdaderamente el alma
de un roedor? Tu me devoras, tú me trituras ahora con tus dientes, eres más
poderoso, pero no podrás acabar conmigo, proclamaba la rana contestatariamente
evangélica. No habré de callar por más que trucides, verdugo, ya podrás. El
Super Filipo salió de la alcantarilla y mostró sus monstruosos tres órdenes de
dientes, pero nada le valieron, porque, al igual que el gigante que vio Daniel
en su visión, era un gigante con los pies de barro. Todos los tiranos, por más
que se jacten de demócratas, acaban en chirona. Al freír será el reír. Ninguna fuerza
cósmica será capaz de sofocar la voz del canto de los Tres Jóvenes en el Horno
de Babilonia.
El grupo de
sinagogos - a la legua se notaba que eran del tribu de Dan, la innombrable oír
que de ellos nacerá el antecristo,- que caminaban embutidos en sus gabardinas
de fieltro y en sus calientes pellizas de piel de castor contemplaban la
aterradora escena sin pestañear. Al grito de “ vienen, vienen, presidente “,
todos echaron a correr que parecía que los diablos los portaban en volanta como
al ánima del sastre. Quien más corría era precisamente el que parecía más
jactancioso, el que tenía pintas de matasiete, a ése no le llegaba la camisa al
cuerpo. Ya dijo el clásico que de dinero y santidad la mitad de la mitad y lo
mismo ha de decirse en punto a valentías, los más bravucones ante el peligro
son los que con mayor facilidad reculan y se rajan. Nadie los perseguía pero
por la hedentina que iban alzando tras sí en el desenfreno de la huida habría
de ser inferido que aquellos gallos de pelea se habían cagado de miedo. Porque
aquello de que una humilde rana perseguida rompiese a largar profecías y a
corear la retahíla del Pretorio se salía como poco de lo corriente. Ellos
pidieron a voces el holocausto del Justo y ahora querían escurrir el bulto.
Trataban de lavar la mancha de aquel crimen inventándose múltiples holocaustos. Los crótalos
proféticos de la ciudad imperial romperían todas a parlar en ensordecedora
algarabía. A los inmundos roedores de la mala hueste, los que perdieron en el
magno golpe de revirada y nuevo aliño de fuerzas que nació del ochenta y nueve,
no les agradaba el canto de las ranas evangélicas y subieron cloaca arriba para
ajustarles las cuentas.
El Magno,
grande entre los grandes, vivía en su solio sin mancilla alumbrado por la
candela que no se extingue, el manto de armiño que jamás será pasto de polilla.
Cuando se apaguen sol y luna y ya ninguna estrella alumbre, la luz de su rostro
no cesará de emitir reflejos.
Al ser
arrebatado por el ángel en espíritu, me había sucedido que escuche el sonido
magnifico de los timbales y clarineros y ante mis ojos se agolpó una multitud
de rostros, algunos conocidos y otros desconocidos. Los que nacieron antes y
los que nacieron después. Los que vendrían y los que nunca podrían ser logrados
pero que estaban presentes en el corazón del señor:
Post haec vidi
turbam magnam,quam dinumerare nemo poterat ex ómnibus gentibus, et tribubus, et
populis, et linguis: stantes ante thronum, et in conspectu Agni, amicti stolis
albis, et palmae in manibus eorum .
(Apoc. VII. 9) “ Después de
estas cosas vi a una gran multitud incalculable de gentes de todas las tribus y
pueblos, de todas las lenguas: estaban de pie delante del trono, a la vista del
Cordero, revestidos de blancas estolas y portando en sus manos ramos de palma.
El espíritu me había transportado al gran
sueño. Me dio a leer las grandes palabras, a escuchar la melodía que no cesa.
Me inundé del sentir de Dios en medio de fumarolas de incienso
- ¿Quiénes sois?, pregunté a uno de los extraños
personajes que desfilaban por la calzada ante mis atónitos ojos, vestidos de
harapos, pero con los bolsos cargados de lingotes de oro fino.
- Somos los hijos de Dan. Los partidarios de la Gran
Sinagoga.
- ¿ Adónde os encamináis?
- Ha nacido un niño. Los herméticos le han puesto un
nombre: The Baba of the two thousand birthdays. Nosotros le llevamos presente.
El rostro de mi interlocutor era más negro que la
pez, su alma torva más que la de Herodes, pero, a una indicación de otro que se
parecía a Barrabás, guardó silencio. No es lícito parlamentar con los cerdos.
Salieron llamas de los ojos del basilisco, pero el ángel que estaba de mi parte
me puso a cobro de aquella mirada con lanzallamas.
- No me gusta ese croar incesante - agrego quedo el
de los ojos fulgurantes -. Así es como se derrumban nuestros proyectos. Nunca
podremos con ese nazareno. Cuando ya creemos que lo hemos metido en vereda de
pronto resurge. ¿Quién será capaz de aniquilar su memoria? Esa voz de la charca
me recuerda a los trenos de cuando entonces.
Quedé maravillado de sus razonamientos y me dije a
mí mismo: yo también quisieran acudir a adorar al Niño de los Dos mil Días, si
es verdad que ha venido, si es cierto que existe. Las ranas no mueren por la
boca como el pez sino por las ancas. Ésta debía de ser una excepción. Se
mostraba más irónica y locuaz que el diacono en la parrilla.
- Huyamos -, atajó rotundo el que parecía el amo,
que iba encobertado en un caftán con vueltas de marta cebellina. Por los bajos,
empero, alumbraba el arambel de sus andrajos. Se conoce que, habiendo vivido
entre la mugre, no era más que un sepulcro blanqueado. El gorro cónico enseñaba algunos desgarros, pero era de rico
brocado. Yo con vosotros quiero ir a adorar al Baby of the Thousand Days. Me
encanta escuchar llover, pero el lúgubre croar de esa rana hiere mis orejas. ¿
A qué escribes? Ya nadie lee. No quieras tundir las olas con el mensaje dentro
de la botella. En este mundo todos somos naufrago.
- Dejad a los energúmenos que hilvanen sucintos
epicedios al zar tenebrario.
- Sí, huyamos; pies para qué os quiero. No hay cosa
más deplorable que cuando esos rusos empiezan con sus letanías y sus coros que
entonan la melodía de sus glorias nacionales. La patria no es más que una
engañifa sujeta a lucubraciones etílicas. Conduce al delírium tremens. Las
retahílas de ese Pushkin me fastidian. Oye, nosotros somos apátridas. Somos
ciudadanos del mundo. Ve a contarselo a los americanos. Cuando ven la bandera,
las estrella y las barras sufren como un
espasmo. Es una religión que aniquilará a todas las religiones. Un sentir
místico.
Se largaban los hijos de Dan a toda priesa moviendo
sus posadeñas babélicas. Eran la espiga del centeno que se agita y sus tocadas
con el solideo sobre el occipucio asemejaban campos de alforfón. El ángel
reluciente ya empuña la foz. Pronto será tiempo de siega. Movían los arreos y
sus capisayos talares. Un grupo de cardenales vaticanistas, mira por donde, se
hicieron los encontradizos con aquella cuadrilla de desharrapados [siendo los
amos del mundo, su aspecto de usureros no podía ser más deplorable] y pegaron
hebra. Otro contubernio. Rutilaban las túnicas de sus eminencias
reverendísimas, y hacían agua sobre el aire embalsamado de la mañana de verano.
Los principotes de la legación cari erguidos,
ampulosos, venían muy conscientes de desempeñar su papel. Nunca han creído en
lo que predican. Esa es su baza secreta, la fórmula para enriquecerse y salir a
flote en medios de los supremos maelstroms del devenir humano. Eran tretas del
dogo del engaño. Arda la tierra por los cinco continentes. No queremos jefes,
que nadie nos hable de naciones, ni de lindes, ni de fronteras. Todos los
pueblos, esclavos bajo nuestra égida. Triunfaban sólo porque carecían de
escrúpulos. Por no tener conciencia.
XVI
Rutilaban
los cráneos de sus eminencias. Todos eran calvos y habré aquí de citar sus
nombres: Bea, Cushings, Suenens, Leger, Lienart, Köenig, Podestá. Todos habían
desempeñado un papel estelar en las ponencias de esa gran hecatombe, o golpe de
estado contra sí mismo, en que los jerarcas llevaron a efecto a efecto una
especie de autoinmolación en aras de la supervivencia de la Institución que se
llamó Vaticano II. Si no les puedes ganar, únete al coro. Se puso en práctica
el adagio maquiavélico. Otro cardenal, al principio vacilante, pero que luego
acataría el principio, terminó siendo víctima del veneno. Pontificó treinta y
tres días. No son judíos ni representan la santidad de Israel. Son hijos de
Can, la tribu que no nombraron nuestros padres por miedo a contaminarse los
labios con la sola mención.
Venían con
escoltas o fámulos un grupo de jesuitas al que se unía otro de seglares de la
Obra. Como hacía bastante calor, escondido en un cartapacio de cuero uno de los
administrativos llevaba una botella de coñac y otra de kvas para aplacar la sed
de los purpurados al tiempo que con un abanico espantaba a los mosquitos que
circunvolaban molestos alrededor de su encarnado petaso de camino. Sólo les
faltaba la mula hacanea para responder al clisé típico del arzobispo medieval
que recorre sus parroquias en visita pastoral o
liminar.
Acemileros
del oro, anchos de hombros y cargados de cintas, se les veía inquietos y
excitados. Está claro que algo tramaban con tanto ir y venir. Las orlas y
pectorales testimoniaban que eran gente rica. Su aspecto sibilino y engañoso,
avalado por una sonrisa mefistofélica, las suaves maneras curiales, les daba
aspectos de capo de la mafia, pero no se trataba más que de abunas abisinios,
gente maleada. Ellos se unieron a los descendientes de Ahasvero para no perder
su condición maldita y errante, que profesa una ética de situación y una moral
sometida a la férula de sus iniciativas particulares. Dios sólo podía formar
parte de un complot crematístico. Por
las columnatas y pedestales que diseñara Bruneleschi se pasea la sombra
magnífica e imponente de Markinckus Mercancías, dueño de la bolsa de Judas, el
tapado de las logias. La verdad no es algo fijo sino una veleta que marca el
rumbo con arreglo a la dirección de los cuatro vientos y según convenga a la
andamiada de los tinglados de la economía y de la política. Se habían unido al
coro de los rabinos en desbandada y no hacía otra cosa que proclamar su
victoria. El ángel exterminador no era un personaje concreto sino todo un
conglomerado de intereses, actitudes, películas. Estoy solo contra ellos,
enfermo, cubierto de oprobios, blanco de los escarnios.
El divino
Miguel se movía a lo ancho y a lo largo, a lo profundo y a lo alto yendo y
viniendo con la “ estatera”. Estaba claro que en el sistema de pesas y medidas
del más allá poco tenían que ver con el
que ellos determinan de tejas para abajo para ir a su modo y perpetrar todo género
de fechorías. Cuando él los pese en la balanza se hundirán a causa del gravamen
de sus culpas en la divina romana. Poco les importaba a los monseñores tal
contingencia a juzgar por el vuelo ufano de sus manteos y de sus capas. Divino
Miguel sea mi baluarte contra los impíos el filo de tu espada. Se unían a los
del bando del maldito Ahasvero, aquel judío que desaprovechó la gran ocasión de
su vida, cuando pudo ocultar a Cristo camino del Calvario en su casa. Se negó y
el ángel condenó a él y a los suyos a marchar errante por el mundo, picados del
bicho que les corroe por dentro. Nunca podrán tener paz. Por eso son gente
inquieta.
Los
cardenales - hecho bien bochornoso - a juzgar por la flexibilidad de sus
inclinaciones y reverencias tenían una espalda dócil y la mente harto
olvidadiza. El contubernio tuvo un final terrible y descorazonador: la
claudicación de la cruz ante la sinagoga. La risa estremecedora de Anas se oía
por todos los rincones. Hemos ganado. Mirad cómo se rinden. Hasta nos besaran
el culo si les dejásemos. Hay que mirar en dirección del sol que más calienta.
En este mundo todo es relativo ¡ Pobres de aquéllos que sean incapaces de
cambiar de chaqueta! La verdad ha sido
la primera víctima de esta guerra. Ha dejado cual carnero despavorido sus
cuernos enroscados entre las zarzas.
Las
columnas del templo lloraban de rabia. Sobre la acrotera allí donde estaba el
pedestal con su correspondiente estatua de la fe pusieron el ídolo de la justa
razón democrática y prosternados los antiguos meapilas, los torturadores de
conciencia, a esta nueva diosa con los pechos al aire la adoraban. Iban tras
las tetas ubérrimas de Nefertiti. Hay que decir que se trataba de un gachí
imponente por lo bien formada, los apetitoso de sus curvas, la redondez de sus
caderas y aquel torso que remataba en una crica o cofre de Venus que era de por
sí una tentación. Imponente matrona de la solidaridad, bella vestal de la razón
democrática, mala hembra con visos de honesta doncella, ven a nosotros. No nos
importa que tu llegada al mundo haya sido anunciada por los padres del desierto
como un disfraz o añagaza de la serpiente antigua. Hay que adular. Hagamos mal.
Humillemos al justo. Borremos la memoria. La iglesia ha dejado de ser la gran
barca de la confianza para pasar a ser una gabarra que navega a la deriva por
la superficie de la ría con su cargamento de chatarra. El oro se convertirá en
calderilla. De remate, la lancha se irá a pique. Era el dinero de la “ corbona
“, los saldos de sus compraventas, de las liquidaciones y devengos, de los
corretajes. Espabilaros jodidos bobos. Eran los capitales remanentes de la
esclavitud, los réditos del narcotráfico, los intereses de la puesta en el
mercado de los vasos sagrados y del arca de la alianza, transacciones con la
sangre y el dolor de los pueblos. Viva el agio. Honremos a Shylock, el mercader
de monedas y entronicemos a Ashevero, la prez de todo judío errante. Cualquier
moneda forera, incluso la que engorda
nuestras cuentas bancarias después del narcotráfico, la trata de blancas, los
puticlubs, la catasta de las pasarelas, es de curso legal, aunque su gráfila
sea un triangulo. “ Dominus mihi adjutor, et ego discipiam inimicos meos”. Ya
tengo en la mano el agnusdéi con el globo crucífero. Nuestras cecas no paran de
trabajar, recuerda hermano especulador, que nosotros inventamos la letra de
cambio. Nuestra diosa goza de una enorme verija en la cual todas vuestras
vergas caben, incluso la de ese Yuesé Nome Guán ¿ Verdad que tiene cara de
marrano jaro, algo híspido, con pintas de galán de Huélete, pero destroza su
imagen cuando lo vieras correr. Torrente de divisas y la Cleverinsk, esa puta
polaca, que succiona y no para ¿ Con qué esas tenemos? ¿ Montando numéricos en
la sala ortogonal? Quiero que el mundo deje de tener conciencia. Hemos hecho
transgresión del código de valores. Todo se ha vuelto a pedir de la boca de
nuestra conveniencia. Todo es de ahora en adelante adiáforo; esto es, nada es
ni bueno ni malo per se, sino según y como, en tanto en cuanto. Indiferencia
total a los valores. Ya no hay mujer del cesar. A los poderosos se les condona
la deuda de los grandes pecadillos, pero ay de aquel que salga a la calle a
defender la honra de su mujer con una navaja. Le caerán años a la sombra. Tengo
que darte dos noticias: una buena y otra mala. Mientes, bellaco, heraldo del
presidente Fallador. Ya no hay noticias buenas. Todas son malas. Cleverinsk,
Cleverinsk, do me . Whar yia sé ? No seas cerdo Nome Guán. Dos noticias,
una buena y otra mala. No me las des. Ya me las sé de corrido. En vísperas de
la llegada del gran heraldo, Fallador imperante, el mundo toleraba todo menos
la santidad. Cleverinsk era la saltatriz pecaminosa que permitió el asesinato
del Pluscuamprofeta y el Nome Guán un gran hijo de la gran sota, concebido a
escote. Su madre se desparramó en la hierba y se dejó hacer por todo un pelotón
de marines de Fort Braga sin demasiadas cosas que hacer en aquella noche de
iguanas. Cleverinsk, Cleverinsk, do me. Tu nombre, Nome Guán está escrito en el
agua con letras negras. Es el “ anosmia” de los tres números y de las tres
letras. Bajará del cielo quien tenga que bajar y te ajustará las cuentas. Tu
risa se trocará en llanto y tu pueblo va a sufrir. Y en el averno podrás gritar hasta que te
empapices: “ Cleverinsk, Cleverinsk, do me “. En tu grito fornicario de placer
te sumergirás. El dogal de la muerte te tensará el gañote.
Sacristanes
con los cepillos rebosantes de los ochavos de las colectas eran sorprendidos
los lunes de mañanita camino de los bancos y montepíos. Caiga sobre nuestras
cabezas la fecunda lluvia dorada y millonaria. Cruzaban el puente con sus
andares suaves en dirección del Transtevere. Iban a hacer el asiento de los dineros en las cajas
de ahorro y telonios de la Vía Venetto, el paso seguro y la sonrisa blandengue
pero el corazón afianzado en el oro. Todo ha de valer, si suben los números de
nuestras cuentas corrientes ¡ qué terrible fiasco! ¿ Hay o no hay vida después
de la muerte?
Era el oro
del altar el precio de la sangre, estaba contaminado con la sangre y el sudor
de los pobres. Poco importaba. Los millones no tienen padre ni filiación y son
la resultante de montañas de calderilla amontonadas. Asco es lo que siento,
Señor, al escribir la crónica de todas estas iniquidades.
Aguanta,
que ya queda menos. Esto dijo el señor. Ínterin, continuaba el ir y venir de
curillas jóvenes, unos con sotana, otros de sobrepelliz y otros como si fueran
a la ópera o a un baile de disfraces con sus elegantes attachés de piel de
cocodrilo bajo el brazo. Cleverinsk, Cleverinsk, do me. Merecías ser violada
por un gorila. Vais a tener un mundo horrible, si se permite que la única ley
vigente sea la del instinto. Un mono no peca, ni trasgrede el decálogo, el
hombre, que es deiforme, creado a la imagen y semejanza de dios, sí. Los
políticos, los vendedores de pornografía , mucho hablar de la dignidad humana,
pero nos tratan como si fueramos cerdos de su peara. Al “ pontelo, ponselo “ de
aquella doña Matilde de inféliz memoria , ha sucedido el “ si te lías, úsalo”
de Ruiz Gallardón, quenos ha salido también gallardo, como buen hijo de un
trepa y de un masón, asalariado de don Ramón serrano Suñer, el cuñadísimo.
Pecador, pues ¿ qué querías ?
No se os
vaya de la cabeza este consejo. Tenerlo muy presente y poner en practica el
adagio jesuítico: un ojo en el cielo y otro en el suelo. Es preciso manejar
para los tiempos que corren con tanta habilidad el hisopo lustral de agua
bendita como la colanilla que abre los batientes de las cajas fuertes.
Evangelio y Carlos Marx, y no le hagáis ascos a las prédicas de los economistas
de la escuela de Chicago. Ese es ahora el símbolo de nuestra fe. Instalados en
la prevaricación, ya lo mismo daba, elaborando sobre Isaías hablaban de paz
pero en la paz no creían. La guerra cunde por doquier.
Uno de los cardenales - mirabile dictu- se prosternó
ante el rabino. Besó la punta de sus sandalias. El homenajeado no sabía que
hacer ante tales muestras de sumisión cardenalicia. Sus labios en cambio
esbozaron un amago de sardónica sonrisa. Estamos llegando al final de la
historia, Kundera avisaba. Hemos ganado, se acabó el partido. Traedme la trituradora de papel y las
maquinas de reciclamiento. Divino Miguel, dejáme tu romana.
- Alcese
su eminencia reverendísima que va a pillar un catarro. Estas ranas rusas me
causan espanto.
- Señores,
con vuesas mercedes vayamos, y en paz.
Los
carillones melodiosos de las torres de los palacios y de las iglesias emitían
sonidos de esperanza, ecos de esa mansedumbre del cristianismo, al aire
embalsamado de la antigua corte. El divino Miguel, como un ingeniero de las
almas, hacía los comprobantes corrientes en un sistema de pesas y medidas
infalibles. A Dios nunca se le engaña. Señor, aparta de mí este cáliz. Ortiga,
la mujer que me diste por esposa, es una hembra mala. Vive obsesionada por las
consignas feministas. Dáme fuerza. Pero en lo alto de las cornisas otros
espíritus puros llevaban y traían los pozales de la maldición. Cuando uno se
derramase sobre el mundo, habría peste. Si el otro rebosaba, habría guerra. De
repente, todos los males del mundo se ciernen sobre mi cabeza. El más
formidable, al que más temo, es al de la vida encadenada ¿ Habré de seguir la
senda que condujo a presidio al pobre Martín Menoyo? Señor, revisteme de la
loriga de tu paciencia. No quiero participar de los banquetes impuros de
Ortiga, que han hecho de mí un varón inmundo y un marido desdichado. No
permitas que engruese yo la abultada lista de los cabezas de familia, que,
hartos de escarnios y de infames atentados a la autoridad paterna, cometen la
torpeza del uxoricidio. Por ahí Satanás me tienta y por ese cabo saldrá derrotado. ¡ A príncipe de la noche, somete
al veredicto del adarve de las almas, nuestro valedor Miguel! No permitas que me haga daño ninguno;
confieso que de ahora en lo sucesivo andaré vigilante.
El anuncio
que enviaban al éter las campanas de Petesburgo era el mensaje de resurrección,
el que nunca se acaba, pero ni que decir tiene que resultaba destemplada
estridencia en los oídos de aquel extraño sanedrín ambulante. Los dignatarios
de la delegación de purpurados permanecían impasible, pues se habían oscurecido
sus ánimas. El corazón de pedernal era poco receptivo a la llamada del amor.
Estaba claro que habían vendido su alma por un plato de lentejas y que habían
dejado de creer en la eternidad. Habían apostatado del sacerdocio eterno. Los
ojos los tenían lacrados por la soberbia y la inteligencia entumecida por
enconos y `prejuicios seculares. Nunca sabrían comprender.
- Nosotros
no nos contaminamos de esos sonidos. ¡Muera el zar !
- Abajo los
tronos y los altares. Hacha a los iconos. “ Iscra” y cabeza de llamas a los
santuarios. Me cago en las barbas de Constantino.
Traían un
odio con polvos y telarañas de siglos sobre sus tiznados rostros. Su ira
encendía a las masas, pero una pobre “ babucha” hizo la mejor apología del
cristianismo que se podía hacer en tales casos.
- ¡Concho,
como vienen éstos! No conformes con lo que pasó en el 17 ahora vuelven a las
andadas.
Era una
pobre vieja enlutada de esas innumerables ancianas que pueblan las ciudades
rusas, un bastón y un serillo en la mano, las espaldas convexas, la resignación
en el rostro de vieja mujer arrugada. Su observación en aquellos instantes era
para dejar sin habla a la mayor parte de los hermeneutas y de los teólogos.
Empieza el
ayuno. Guarda abstinencia de toda carne. Huye de Ortiga, la mujer impura. Reza
a Dios para que se convierta, perdónala, pero bien sabe Dios que ya la queda
poco. No puedo hablar. Se me echan sobre mí como lobos. Todo lo que he
realizado en la vida no ha sido más que un desastre. Quiere la vindicta. El
ángel exterminador (enconos, discordias, infelicidad y lágrimas) se ha hecho
presente en mi hogar. Veo ascender a tropel de gusanos por la pata de la cama.
Han ocupado mi lecho nupcial.
La encorvada
“ babiushka”, para confusión de la inicua procesión de judíos admonitorios,
exhortatorios, implorantes, y que reconvenían con mirar tan solo, se persignó.
Uno se llevó mano a la pistola. Era el que debía de ser el comisario. Fue un
amago de sierpe antigua. El mundo se repite. Volvían a pasar la película como
si se tratase de una trillada cinta de Spielberg. Habían colocado en adobo la
mentira y vuelta a resucitarlo. Eran obsesos, mono temáticos, aunque
contundentes.
El
capitoste, el que llevaba colocada una birreta coronando su pabellón craneal
dolicocéfalo era el espectro del comisario del zar. Abraham Litvoski había
resucitado. Hasta en eso revelan los miembros de la tribu de dan su carencia de
imaginación. En todas las circunstancias de cambio sacan a la palestra a los
mismos tipos.
La mano sacrílega de aquel judío fue la que empuñó
el revólver e hizo el disparo contra
Nicolás II.
- Nicolás
Alexandrivich Romanov.
- ¿ Qué?
- Te declaro
culpable de crímenes contra la humanidad. Has sido condenado a muerte. De nuevo aquel indefinido remoquete de “
crímenes de lesa humanidad “. Se había escuchado primeramente al redoble de los
tambores anunciantes de las ejecuciones de la guillotina. Sólo se juzgan
aquellos atropellos que interesan. Son silenciadas en evidencia aquellas que
tienen que ver con los desafueros y motines de la chusma. El sanedrín,
caricatura de la injusticia a lo largo de la Historia, se limita a cumplir con
su papel fiscalizador. ¿ Crímenes de lesa humanidad? En esa palabra caben los cristeros
asesinados en México; los pieles rojas exterminados por el hombre blanco; las
bombas que borraron del mapa Hiroshima y Naghasaki, y de otros muchos
holocaustos de los que los rectores del gran contubernio global no gustan de
hablar.
El emperador
no perdió la calma. Miró para aquel gusano. No podía creer a sus ojos. El momento había llegado.
- Esto - clamó el sicario.
En los
sotanos de la casa de Ipatiev, el rico mercader judío, y antiguo monasterio de
San Sergio sonaron tres disparos. El zar y el zarevich, que habían recibido a
la muerte de frente y sentados se desplomaron hacia delante. Los cuerpos del
último de la dinastía Romanov y su
heredero agonizaron abrazados. A causa de la hemofilia, el pequeño Alexis
durante los días de su último cautiverio era porteado en brazos por su
progenitor. El zar era todavía un hombre fuerte. Es singular que como
particular quehacer para entretener el aburrimiento de la vida carcelaria
picaba leña. Incluso llegó a ser un buen “ aizkolari”. Por las tardes asistía
al oficio de vísperas y escuchaba misa y recibía la comunión, contraviniendo la
costumbre en la iglesia ortodoxa no es costumbre comulgar con la frecuencia que
entre los católicos. Se hizo muy piadoso y murió perdonando a sus enemigos. El
gran prisionero ofrendó su vida en holocausto por su patria.
El extremo
de fusilar a un pobre niño desvalido no movió a misericordia a los esbirros.
Hombres de la clase de Litvoski no suele tener entrañas. Pertenecen a la
estirpe de los que no perdonan, porque el odio forma en ellos una especie de
segunda naturaleza.
A la zarina y a las grandes duquesas les cupo una
suerte más trágica y vergonzosa a cargo de aquellos chacales. ¿ Les podremos
perdonar? No. Jamás habrá absolución para la blasfemia contra el Espíritu.
En el gran
legrado de memoria que vive estos días nuestro planeta, cuando la inconciencia,
el descaro y el cinismo - se da una importancia a cuestionales banales y, sin
embargo, se condonan los crímenes de lesa patria - se ha tratado de borrar
aquel apellido y aquel nombre: Abraham Litvoski.
Nosotros,
en cambio, lo seguimos teniendo bien presente. Sabemos que aquel hijo de Judas
se ahorcó y a Imre Nagy el húngaro, uno de los participantes en la atrocidad,
sería más tarde fusilado por los rusos. Violaron a la zarina y a las grandes
duquesas. Eso un ruso nunca lo podrá olvidar.
- ¿ Cómo es
posible?
- Verdad fue
-.
Al ángel del
señor se le velaban los ojos de tristeza, porque al brazo de Dios porque le
había sido asignada la tarea de defender por los siglos de los siglos a iglesia
y sinagoga. Pero Luzbel interfería en tal misión arrojando puñados de arena a
los ojos de los creyentes. El combate sería acérrimo y sin cuartel.
- Yo seré el
valedor del verdadero Israel- declaró enérgico -. Sin embargo, las treinta
monedas de Judas suscitarán la codicia de los enfeudados por la bestia, dejando
regueros de sangre por el camino, abriendo los boquetes de odio de las grandes
guerras. ¡Ay de ti, Jerusalén!
Su mirada y
su voz eran proféticas, al escandir cerca de mi oído aquellas palabras. Colegí
que maldecía a los que asesinaron a Cristo. El fusilamiento del zar no sería
otra cosa que el epílogo de aquel otro gran sacrilegio escrito con tinta
bermeja en el libro de la infamia.
A
continuación me mostró san Miguel un inmenso manuscrito enrollado sobre un
soporte de cobre.
- ¿ Qué es
eso?
- El Libro de
la Vida. Muy pocos son los que están escritos en él. Es corta la lista de los
justos. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu porque ellos serán llamados a
la Cena!-
Y volvió a clamar “ ay de ti Jerusalén “. El eco de
su grito resonaba por toda la cornisa celeste.
Había en su
rostro una luz conminadora. Sus cabellos parecían haberse erizado. Eran de oro
y flamígeros igual que espadas. Nada se olvida. Dios no puede dar carpetazo. El
espíritu de fornicación que en el umbral del tercer milenio parece haberse
adueñado del planeta nos está alejando a todos de la infinita misericordia. En
la perversión del instinto sexual que todo lo domina puede subyacer una de las
razones del silencio divino. Comamos, bebamos y hagamos el amor. El alma de los
hombres se revuelca en el vicio. Dios se aleja. “ Follo todo lo que me da la
gana “ ha declarado hoy en una entrevista a una compa la gran menstrúa monstruo
televisivo, la estrella de las mañanas. Es una de las pervertidas heroínas de
mi primera novela - mejor que novela es una “sotie”, una “morality” o farsa del
milenio. A esta mesalina, pluriempleada de las ondas hertzianas, reina de las
mañanas, es el “ tour de force”, el espejo en el que se miran todas las
españolas entre los cuarenta y los sesenta. Han llegado tarde al sexo y lo
reivindican con furia. Mi país, por estas y otras razones, es una nación
enferma, casi putrefacta, donde se ha perdido el interés por vivir. No tardará
en llegar el castigo. Allí será el crujir de dientes. La víbora ibérica aun no
corre peligro de extinción, pero ya la queda poco.
“ Aquí lo que importa es pasarlo bien “. Fue la
respuesta de la funcionaria tortillera, a la cual debo estar en paro. Se
persigue a Cristo. Se le difama, pero sin perder los vicios inquisitoriales del
pasado. La fornicación ha enrarecido el ambiente, creando la disensión en las
familias, la decadencia de los valores del espíritu y ha traído la moda del
lenguaje soez. Nos miramos en los modelos de la pasarela Cibeles, que van
marcando el paso por la alfombra con
gesto provocativo de panteras. Así y todo, sus cuerpos han dejado de ser
deseable. Todo el país se asoma a este mercado de ganado (culos, tetas, bodies
y perendengues) de la catasta. Los ingleses, más razonables, desprecian a tales
pibas que llaman “ catwalkers”. Entre
figurín con cuerpo de alquiler para la alta costura y la prostitución de lujo
no puede haber más que un paso. Abres el canal de cualquier TV. Lo que sale por
esa boqueta en el doblaje de las series violentas, vulgares, desmarridas y sin
el menor gusto es un chorro de palabrotas a granel: hijo puta, mierda, joder,
mamón, cabronazo. Acto seguido tiran los personajes de pipa y empiezan a sonar
los tiros. El bueno es tan mal hablado y tan macarra como el malo. Pero siempre
gana, no porque sea mejor, sino porque suele ser más audaz e incluso violento
que su contrincante. Se ha pasado de esta forma la linea de demarcación ética.
La muerte
del zar y el rapto de sus hijas por mercenarios beodos abrió la puerta triunfal
a estos mangantes de Hollywood. El espíritu jacobino buscó en América sus
cuarteles de invierno y desde allí opera como una cuña contra el cristianismo.
Es lástima que en el Vaticano jugando a dos barajas no se hayan percatado de la
jugada que prepara el sionismo contra la vieja fe. Hollywood es su gran
invento, el caballo de Troya. Los hechos trágicos de la noche de verano de 1917
en una remota ciudad siberiana abrieron la puerta a las dos guerras mundiales,
la liberación de la mujer, el terrorismo psicológico instaurado en las mismas
pautas de la convivencia democrática. En el revolver de Litvoski sonó el primer
cohete del Ángel Exterminador.
Sentí pavor y asco al ver venir por la avenida de Maschenkaja
a aquel maldito asesino. Avanzaba con paso autoritario y firme. Su gesto era
divertido como si fuese por ahí pregonando lo que suelen decir todos los
judíos: “ hemos ganado “. Harto de carne dicen que el diablo se metió a fraile.
Y en América tenía el diablo su “ hinterland”, la guarida del lobo, “ die
Wolveschanze”, el parapeto. Por eso, venía Yiuesé Nome Guán en plan tan
voceras. Porque bajaremos a justarlos las cuenta. Hemos ganado. Tatachín.
Tatachachán, y los comisarios y sabuesos de la policía social franquista se
hicieron periodistas. Son los escoltas de la Campos, la estrella de las mañanas
españolas, esa de caderas de asas de botijo, a lo que más le gusta es fornicar
con jovencitos. Soy erotómana ¿ qué pasa? Y mueve el dengue la Campos y sus
caderas de asa de botijo. El comisario en cuestión es un soriano que hace a
pelo y a pluma. Desde las cámaras rodeado de porteros y de ciudadanos de la
tercera edad amenaza. Os voy a meter a todos en vereda. Vais a saber lo que
vale un peine. Blandea los puños y llama a su edecán particular, la amiga de la
pipa para que le esclarezca el crimen. La vida cotidiana española es una
secuencia truculenta de navajadas, aburridas comparecencias de políticos ante
las cámaras en los que se multiplica el gesto de aquel carituerto que condenó a
muerte a Jesucristo. Anás y Litvoski han encontrado bastantes adeptos.
Todo empezó aquella noche de demonios empapada en
vodka en los bajos de la casa de Ipatiev.
Fue un crimen limpio. Silenciaron estratégicamente
el estruendo de la bulla de la soldadesca que gozaron del cuerpo de las mujeres
acolchando las paredes, pero al zar y al zarevich no los amordazaron. Vieron
llegar a la muerte de frente. Los edredones de espumillón insonorizaron la
estancia. Aparcada a la salida había una camioneta estaba una camioneta con
teleras de lona y con los motores al ralentí. No había luna. El cielo
encopetado amenazaba lluvia. Estaba la noche cual boca de lobo, como si la
luna, las estrellas y luceros no quisieran participar de la horrísona escena
del sotabanco conventual donde se llevó a e efecto la inmolación, el
sacrilegio. Asimismo, y según cuentan los evangelistas y los historiadores, el
sol del Calvario se negó por espacio de media hora o algo más el fulgor de sus
rayos. Fue terrible el frío que padeció el mundo durante aquella hora de
tinieblas. “Vellum templi scissum est, et omnis terra tremuit. Tremuit.
Latro de cruce clamabat dicens: memento mei , dominé, memento mei, dum veneris
in regnum tuum “. Aquellas palabras cantadas en una catedral en mi
adolescencia han hecho de mi existencia un perpetuo recordatorio de aquel
viernes santo. No lo sabré nunca olvidar. Es más fuerte que yo.
Los mismos cataclismos naturales sucedieron a raíz
de los hechos de la tahona de Ipatiev. Dios quiso de esa manera mostrarse.
Mandaba el aviso. Algunos montes en los Urales y en el Caúcaso se derrumbaron.
En varias partes se registraron temblores de tierra y el velo del templo
también se rasgó, porque todas las campanas de la Santa Rusia empezaron a tocar
a clamor coincidiendo con el momento en el cual los Romanov eran pasados por
las armas. Nadie las voleaba. Más de repente, como indignadas por lo horrendo
del crimen, accionaron sus badajos. Tocaban solas. Muchos creyentes las
escucharon tañer en la lúgubre duermevela. Fueron el llanto indoloro y sonoro
de la estepa.
-Mascha, ¿ cómo es que tocan a muerto en plena
noche, si es así que todavía no la palmó el sastre, que yo sepa? En nuestra
alquería de Tchernikiovo no suelen tocar a clamor de esa manera y a hora tan
intempestiva las campanas de nuestra iglesia del Salvador. ¿ Serán ladrones?
Aquí somos cuatro gatos. Todos nos conocemos. Además, acabo de venir de la
taberna y allí el sacristán estaba de juerga. Había bebido más de la cuenta.
Estaba más borracho que de costumbre. ¿ Habrá estallado la revolución? Nadie
puede fiarse de esos malditos judíos comunistas. He sentido agitarse en el
establo a nuestra yegua “ Lumia” y, al sonar las doce, hora asaz temprana, ya
estaban cantando todos los gallos. Por el amor de Cristo, Mascha, asomate al
tendejón, no hayan vuelto otra vez los amigos de lo ajeno. Andan las cosas muy
revueltas en nuestra amada Rusia.
El ebanista Anisim se había despertado sobresaltado
aquella noche de julio. Creíase víctima de una pesadilla en lo mejor del sueño.
Empujó con el codo en la barriga a su mujer, María, que estaba en el primer
sueño.
La obediente esposa hizo lo que su marido le pedía y
bajó hasta el estragal desde la alcoba que estaba situado en la primera planta
de la isba. Los mastines ladraban con ladrido extraño, como cuando olfatean la
muta. Sin que soplase el viento un aliño de abedules y de alerces plantados
junto a la casa meneaban sus quimas como agitados por fortísimo airón. Oscilaban con fuerza y
cabeceaban igual que naves en derrota. Un naufragio se acerca; quizá estas sean
las señales del fin del mundo, pensaba la pobre masovera de la aldea de
Tchernikiovo. Aún había rescoldos bajo la campana del llar, pero el fuego se
había extinguido. Aún dentro de las mismas brasas se escondían presagios
tristes y ominosos. Hubo una importante cosecha de setas ese verano. En Rusia
tal abundancia de micosis se interpreta como un mal augurio.
Al abrir los postigos, la noche que horas antes se
había mostrado cetrina y encapotada, mostraba un paisaje de una intensa
claridad. Un sol de media noche hacía distinguir perfectamente el perfil de los
collados, de los árboles e incluso de los tejados de las casas.
-“Chudá...
Chudó ( milagro, milagro)- gritó la mujer del ebanista al ver tan extraño fenómeno.
Los cielos se abrían y entre las alturas y la tierra
se proyectó algo semejante a una infinita escalera, que cubría el horizonte.
Cada uno de los peldaños era una estrella. En cada escalón cubría carrera un
ángel guerrero. Iban tocados con casco de acero, espada de fuego y el atelaje y
las cartucheras eran de oro. Por esa escalera subían y bajaban las almas. Estos
seres celestiales eran del color de la brasa de los rescoldos del último fuego
de la chimenea. Sus vestidos eran níveos y los cabellos blancos como las
cenizas del fuego de la purificación. Las hiladas de estos bienaventurados
exploraban tumultuosamente las cimas nunca pisadas por el ser humano, los
campos nunca descubiertos. De los cuerpos se desprendía como un aroma de
incienso. Por millones debiera de contestarse el número de todos estos
espíritus puros. El camino se proyectaba hacia arriba en una vertical ingente,
al final de la cual el Padre eterno, sedente en un trono de soles, con
Jesucristo a su diestra. María, la Virgen pura, madre de todos los hombres con
gesto benevolente y magnífico, ocupaba los lugares de la izquierda al frente de
una multitud de apóstoles, mártires, confesores. Era un ejercito abigarrado y
selecto.
La cruz campeaba por doquier. El Gólgota se había
transformado en montaña preciosísima. Debajo quedaba el abismo y el lugar de
las maldades. Allí iban a parar todos los precitos. El tártaro era como una
guarida de azufre. Los diablos se encargaban de cardar la lana y atestados en
espuertas los lanzaban por el terraplén. Esta es la casa donde no se come ni se
bebe, el país adonde irás y no volverás. Sin remisión posible. En estas
carretadas del lumpen de la depravación y la maldad llegué a ver a no pocos
personajes de la vida pública española al doblar el milenio. A la Campos la
desgarraba un súcubo superdotado. Ella al principio creía que era uno de sus
programas donde iba a gozar de las caricias de algún “boy” y en esto hacía
dengues, visajes y carantoñas, propias de esa hembra de buenas caderas y
mejores partes, definida como un auténtico animal televisivo, pero no era
placer lo que le daba el diablo encargado de martirizarla sino un tormento peor
que el potro y los garfios. Ella pedía a voces que la sacasen de allí.
El infierno estaba lleno de actrices, actores, papas,
presidentes, y gente guapa. Si bien te fijas, sería el punto de encuentro de
los triunfadores. Los perdedores - a
fortiori - tendrían que ir al cielo derechos. Únicamente así podría hacer Dios
justicia.
El matrimonio formado por Anisim y su mujer María
vieron el tránsito al cielo del zar Nicolás, dos almas incardinadas en el
registro de una lejana provincia en el corazón de la Rusia profunda. La estola
de lino purísimo de los mártires ceñía sus pechos. Era el signo que se otorga a
los que derraman la sangre por el Cordero. Aquella noche de julio fue también
una noche de prodigios.
XVII
Se excusa
hablar de que la extraña visión que les fue otorgada a los dos granjeros ruso
fue obviada por los telediarios de aquel tiempo. No hubo registros de tal
noticia, ni la hubiere habido aunque hubiese estado allí presente Wélter
Cronkite y la batahola de sus secuaces “hombres áncora y hombres pulpo de la
actualidad”. El relato de la historia ha de tener sus propias impasses. La
hueste periodística sale de sí misma. Esos bustos parlantes a quienes pagan
miles de millones por un contrato suelen ser lacayos de sus vaivodas ocultas.
Con la clonación macrobiótica, que ha sucedido, los rostros que hablan a una
hora señalada para dar el parte se parecen unos a otros. Igual que un huevo de
gallina. Hemos tocado techo. He aquí el invento conseguido: que la emulación se
dispare, ha llegado la hora de la gran mimesis. Se copian no sólo los gestos,
las corbatas, el ademán, el tonillo de voz y las muletillas. También se
fabrican los hombres en serie. Las almas se han hecho clónicos. Es la
diversidad de lo mismo. “Prime time “ para servir al mismo amo.
Nunca contarás, Buruaga, verbigracia, que el avión
que acaba de caer en Melilla en el monte de las Tres Forcas el último fin de
semana de septiembre de este aciago año de 1998 fue abatido por un misil
alauita. Se han llevado la caja negra a Washington y no nos la devuelven. Ha
relinchado el caballo. Está entrando el moro en España. Dinero judío sufraga
los costes de la razzia. Treinta monedas. Nuevos campos de Haceldama. Los
impostores arropan a los asesinos. Detrás de esa capa se esconde un puñal
traidor. España, tus esbirros de siempre te rematarán por la espalda Vuestro
amo norteamericano os hace gestos de silencio. La televisión es un invento
diseñado para ceporros o para parados con resaca que hacen “zapping” en las
noches de insomnio y se sienten abrumados por el torrente de vulgaridad y de
evasión que nos circuye. ¿ Y para eso tanto dinero? ¿ Para qué sirven los
burros parlantes? ¿ Para andarse mirandose al ombligo? O contar lo que pasa de
a hecho? Nunca caerá tal breva.
Desperté de bruces en España, la patata caliente.
Madrid me pareció una ciudad insulsa, deshabitada de sí misma y repleta de
fantasmas y de fantasmagorías. No sabría cómo expresarlo, pero el término de
aquella visión fue una especie de trauma. Les ocurre a todos aquellos amantes
que, al cabo de los años, no reconocen a la mujer que ama. O bien porque ha
dejado de ser dueña de sus pensamientos o porque se sienten defraudados ante la
diferencia de lo soñado y lo conseguido.
El ángel me había puesto de bruces en el pretil de
la gloria. Mussorgsky, aquel vagabundo que hacía sonar el violín, mientras su
amada Ania interpretaba canciones al arpa. Me sentí atraído por el halo mágico
de los clavicordios, de las voces solemnes y maravillosas, del batir de las
alas de los serafines. Indudablemente el alma del hombre es algo musical,
porque la música es la cifra y el compendio del ansias que sentimos todos de
eternidad. Con ellos oí los coros ortodoxos que resuenan en el cielo
eternamente. Ser arrebatado en espíritu no deja de ser una dádiva divina, pero
ha sucedido con frecuencia a lo largo de mi existencia. Una providencia
especial me toma por los cabellos y me transporta por los aires como a Habacuc.
Ha sido - lo ratifico - la experiencia de este verano amargo. Mi amor por la verdad, el país real que es
Rusia - América no resulta más que un conglomerado virtual, la patria sintética
en la que recalan todos los merluzos - ha salido fortalecido de esta
experiencia. Ver el rostro del ángel sin caer fulminado por el rayo de la
muerte fue otro agasajo de la gracia, que quizás no mereciera yo, pero que
acaso mitigue mis múltiples sufrimientos y me haga mirar esperanzado hacia lo
alto. Del cielo viene lo grande y lo bueno y el poder contra Satanás y la
hueste que hoy domina y controla los más encumbrados resortes.
Entre los que cantaban cerca del trono estaba Juan
con un cálamo de oro. La caña volaba veloz sobre el pergamino, del cual brotaba
la sangre.
- Juan,
predilecto de Cristo, tú eres palabra viva.
- Aguantad
y sufrir a los malos. Les queda poco tiempo.
El sagrado
evangelista se dirigió hacia mí en hebreo y yo le entendí el coloquio. Había
escuchado la voz y la palabra por excelencia. Me ungió y me honró sacerdote con
su mirada, que me hizo fuerte en la vez.
- ¿ Qué
significa esa sangre que brota de la piel misma del becerro?
El becerro era un toro adolescente, como un choto
del color de la miel, y estaba vivo. La punta de su pluma hería, por decirlo
así, el cuero sagrado, y brotaba sangre cual fuente que alumbra. Por la
apertura de cada letra manaba una fuente de vida que la muerte rasgaba con
violencia. Juan dijo:
- Sé fuerte
y tendrás constancia y fortaleza.
Ambas virtudes adornan a los mártires. Adiviné
rápidamente el sentido del mensaje que el santo evangelista quería
transmitirme. Iba a derramar la sangre por el cordero, porque estaba escrito en
los altos frisos del empíreo mi nombre en la lista. No me asustó la idea ni me
dio pavor; antes bien, noté dentro de mí
una alegría infinita, porque las elevadas puertas sólo se conquistan con
violencia. Un pecador como yo, un borracho y un deprimido, únicamente por la
puerta del martirio tendría acceso al codiciado galardón de la vida eterna.
- Jesús,
hijo de María, tén piedad de mí.
El ángel me
entregó al punto la palma de los triunfadores. De siempre he sentido una innata
querencia hacia las palmeras. Todas las que planté, después de recoger las
semillas de las grandes palmeras que flanquearan nuestra casa de Asturias y que
fueron derribadas por el antojo de un vecino diabólico arraigaron en mi jardín.
Oh Jesús, que hasta de esa forma, por medio de signos augurales, has hablado a
este pobre pecador durante toda la vida. Me quejé de mi suerte. Resulta que maldecía de mi fortuna cuando he
aquí que reservabas tú la palmera para mis sacrílegas manos, cuantas veces te
tuve entre ellas indignamente y te manduqué sin miramientos o indigno, y he
aquí que tú perdonas.
Pero mis conmociones y sorpresas no acabaron ahí. En
aquella visita que giré a la ciudad de Dios fue testigo y partícipe del
llamamiento al reino del músico vagabundo y su amada la prostituta. Porque el
Hijo les habló a ambos desde el alto trono con un tono dulce y lisonjero y le
dijo que gozarían para siempre de la música, en el lugar a ellos dedignada
desde toda la eternidad. ¿ Veré yo también a mi Ania, la dulce Suzanne - la luz
de su cuerpo en aquel despertar de Hull bañe para siempre mis ojos, Señor?. Ya
la verás muy pronto, porque el amor no se extingue jamás.
En esto la cuadrilla de judíos mandó parar a
un”fiacre” (coche de punto)que pasaba en aquel instante por la Mashinskaya
ulitsa. Se metieron todos - con los vaticanos - en el fondo del pescante. Y - milagro - todos cogieron, pero discutían
con el “ vienka”, el cual hablaba con ese lambdacismo tan característica de los
fineses, en patente contraste con los sonidos roncos, guturales y algo silbantes
de la lengua hebrea. Discutían de dineros. No faltaría más tratandose de
judíos. Los rabinos regateaban el precio de la carrera.
- Tres
rublos hasta la estación de Finlandia ¿Hace?
- El viaje
no se lo haré por menos de diez. Con un suplemento de peso excedentario de
ochenta y tres copecas.
- Andále.
El otro día pagamos rublo y medio por el mismo trayecto.
- No
discutamos por eso. Hoy es un gran día para los cristianos ortodoxos. Nuestro
paciente zar Nicolás ha sido inscrito en el registro de los bienaventurados.
Estoy por eso tan contento que hasta para vosotros, hermanos, lo haría de
balde.
-Vale ya de
sentimentalismos. Todos los que aquí van no creemos. Dejate de historias y
llevamos a donde te hemos mandado.
El vania que
estaba ya algo bebido a esas horas de la mañana por un momento pareció indeciso
entre empuñar la tralla o dejar a sus clientes en tierra. Su ingratitud era
execrable. Pero recordó que es deber de todo cristiano no responder a las
injurias y en un acto de heroísmo hizo renuncia a la cólera. Ni que decir tiene
que con aquella clase de gentuza sólo se podía lidiar a golpe de “ knut”. El
palo y la violencia es el único idioma que entiendan los violentos y
problemáticos judíos, pero lo dejó estar.
- Suban Sus
Excelencias.
- Menos
pamplinas. Como no conduzcas con cuidado, te vamos a denunciar.
- Arre.
Vamos allá.
El cochero aguijó a la reata con tanta viveza que la
“teleiga” (carromato) arrancó a una velocidad insólita. Uno de los caballos se
desbocó y todo el carruaje fue a parar al Neva. No lo hubieran contado, de no
estar los bulevares a aquella hora atestados de gente. La proximidad del parque
de bomberos, que acudieron al socorro, remató su fortuna. Ninguno de los
hebreos ni los de su corte sufrió merma de su vida ni de sus pertenencias.
Tampoco pereció el cochero, buen nadador, pero maldecía de su suerte. La destrucción de su taxi significaba que
perdería el empleo y se quedaría en la calle.
- ¿Y ahora
qué va a ser de mi mujer y de mis hijos?
- Nada. Te
está bien empleado por borracho. Mereces ser escupido.
-Mal día
amaneció para mí, señores rabinos. Van usías vestidos de negro. Los cuervos no
dan buena suerte.
- Jodete,
goy (cerdo). Así revientes con tu marrana.
- No
insulte, señor, a mi Asia. Que será gorda, pero es una mujer decente.
Sin embargo, el contumaz hebreo no paraba mientes ni
hacía distingo. Cuando tienen la sartén por el mango, se crecen los abanderados
de la ley del talión se crecen. Pueden llegar a ser déspotas y crueles:
- Nosotros haremos
vestidos de brocado para que adornen los cuerpos de las putas en los
prostíbulos con las sotanas, las capas pluviales y las casullas de vuestros
popes. Las estolas de vuestros diáconos nos servirán de calzoncillos.
- Un poco
fuerte, ¿ no? ¿ Qué pretendes? ¿ Besar mi látigo? - replicó el taxista
siniestrado. Toda paciencia tiene un límite.
La suya se estaba agotando. Todos estaban algo excitados, pero quienes
más alzaban el gallo eran los rabinos. El pobre cochero cristiano, a quienes
los muy sinvergüenzas no fueron dignos de abonar la congrua tarifa, el canon a
pagar, porque aquí está resucitando el moro Almanzor y se habla ya sin tapujos
de que os españoles tendremos que volver a pagar el tributo de las cien
doncellas, se movía a la defensiva. ¿Quién ha vuelto a meter el moro en España?
Ay de aquellos que han pecado contra el pasado! Su crimen nunca ser perdona. Es
equiparable a los que blasfeman del Espíritu Santo. Las voces llamaron la
atención de los mozalbetes errabundos que se llegaron al grupo de hebreos y los
dispersaron a golpes. Ahora corrían que perdían el culo y no pararían hasta
alcanzar Jerusalén.
Indirectamente, el Defensor y Baluarte de toda
inocencia fue el que envió a los jóvenes camorristas en ayuda del pobre cochero
siniestrado. Mientras tanto, sonaban en todo Petesburgo los coros religiosos de
Mussorgsky. Los judíos huían despavoridos. No siendo suficientes todos los “
migs” y “ phantons” de Aeroflot vinieron
las brujas y les prestaron las escobas para que llegasen cuanto antes a
Jerusalén, donde aterrizaron en unos pocos minutos. En un pesebre ha nacido el
Niño de los Mil Días. Acudid a adorarle, pueblos del planeta. Su llegada será
el orto del imperio de la justicia. Ya piafan los alazanes. Lanzan fumarolas de
fuego por los ollares. Las piernas robustas y recias de los jinetes negros
abrazan ya los ijares de los briosos corceles. Sólo hará falta una orden de
espuela y se pondrán en marcha los escuadrones de la milicia celeste. Caerán sobre el horizonte plateado como un
torrente.
XVIII
En ansias
de la verdad ardía mi ser entero, arrebatado en espíritu hacia la ciudad de mis
sueños - miro a Petesburgo como miro a Jerusalén, y esta mirada no es más que
el deseo de quebrantar las cadenas que me atan a la carne, y siento que el alma
no es más que un vuelo - por el gran psicagogo (el que lleva las almas
sacándolas del profundo lago), el heraldo del Señor en toda la tierra de
Israel, no podía creer a mis pupilas, pero todo esto me sirvió de consuelo. Era
bálsamo a mis aflicciones el invencible caballero andante, el adalid de los
pobres, alférez de la hueste blanca. Su presencia me reaseguró en el
convencimiento de que el verdadero israelita es aquél que en todo momento
dirige sus suspiros hacia el cielo. Pertenece a la heredad del reino y su
albacea será la tierra prometida: una luz que sale de adentro y no se
circunscribe a ningún punto concreto, sino que es un gozar de la intimidad del
Verbo. La torre excelsa del Prepósito de las Milicias Angélicas se alza señera
en el monte Gárgano contra la impostura, el demonio de la apostasía y de la
fornicación.
No lo duden los descendientes de Moisés. Adonay
envió su mensajero cuando, Moisés, recién fallecido, los judíos prevaricaban
disputándose los despojos del profeta para adorar las reliquias, haciendo de
esta forma renuncio a su fe. De nuncio celeste hablaría el profeta Daniel,
puesto que fue merced a las intercesiones arcangélicas que el pueblo elegido se
libró del dominio babilonio. Habacuc fue arrebatado en espíritu por el edecán
de la milicia eterna y traído de los cabellos hasta la espelunca donde vegetaba
el profeta rodeado de leones hambrientos. Los enemigos de la profecía y los que
se oponen a la venida del Reino que estos cuentos de la Biblia son historias de
psicópatas. Luego Juan, al que yo había visto en el antedía revestido de la
alba veste sobre los cielos de la capital de los zares, lo transforma en eje
dominante de su Libro del Apocalipsis.
Nuestro Hermes celeste será el valladar donde se
estrellen los golpes del enemigo. Él nos sacará de atascos. Conjurará cualquier
contratiempo. Asilo de los pobres y valedor de los que padecen persecución por
la verdad y por la justicia, los conducirá al paraíso al cabo de haber pesado
sus actos, sus palabras, sus pensamientos. “ Vidi turbam multam quam
dinumerare nemo poterat “. He ahí el mensaje central de la criptografía
cristiana: el anónimo y la cantidad, la libertad y el canto. Todos a la sombra
de su espada flamígera adorarán a la
Majestad. Su himno de alabanza no tendrá final.
El código de
valores que representa el arcángel Miguel se opone al sueño sionista. No
propone la dominación del mundo por la espada y el imperio de la fuerza bruta
que avasalla sino que es la conquista del amor y del bien encarnados en la
persona de Cristo que derogó la ley del Talión. Triunfará al fin la palabra.
Miguel tijereteará y hará retales de la lengua de los impíos ( Martín Menoyo
purgó condena por un signo y un gesto
de aviso a los hijos de las tinieblas que se burlan del rayo radiante
que traspasará los confines) y sus cuartos troceados y blasfemos serán
colocados en una peña del desierto para afrecho de buitres y chacales. Ese es
el destino que aguarda al áspid y a la sibila. Yo os mandaré arrancar la
lengua. Divino Miguel, que siglo tras siglo deshaces las conjuras satánicas
contra la Iglesia, debelador implacable de los poderes del mal. Ahonda tu lanza
en las fauces del dragón.
Ven en esta
hora , portaestandarte celestial, “ summus nuntius”, caballero andante de los
que sueñan y de los que aman todavía, psicagogo, aplasta bajo la sandalia a la
Víbora de Iberia, que confrica a todos los relapsos en su protervia, los que
oprimen el corazón.
-No tenemos a
otro dios que al vientre. Nuestra morada es el vicio. Hozamos la podredumbre,
manchamos el agua y nuestro único líquido elemento es la suciedad - proclaman
con jactancia-. Vamos a dar la vuelta a la cruz y verán cómo de ese mito
escatológico no queda nada. Hay que pasarlo bien. Lo que importa es follar.
Acabemos con esa pléyade de maniáticos sexuales y de impotentes que es el
catolicismo. Pon punto y final a tales parlamentos.
Se acercó a
nosotros un cuerpo radiante, como un crisólito. Traía en la mano la espada
desenvainada y, en la otra, las pesas de la gran balanza del juicio final. Todo
será medido y escudriñado. Nada será pasado por alto en el día de la ira, pero
sobre todo las víboras de Iberia serán descabezadas. Allí es donde esta especie
de ofidios posee unas características biológicas más interesantes. La lengua de
estos reptiles es más larga y viperina que en otras regiones.
Bien. Se acabaron los parlamentos. El crótalo quedó
a merced del destral. Estáis liberados. Una caravana de espectros sale de las
cavernas. Abandona los recintos de las ciudades, que no son más que prisiones
ahumadas. El hongo tósigo se disipó. Sus tiradas y aviesas amenazas han quedado
en nada. Dáles caña, Santi, dáles caña. Con un buen rumbo se puede llegar a
cualquier parte. Pero, con estos en el
poder no hay refugio ni abrigo seguro. Han minado las playas. Qué cosas, mi
comandante. Qué cosas. Basta ya de maripavas. La voz de esas arpías se apaga.
Santiago estaba en los cielos de Brunete y de Clavijo, a lomos de su caballo
blanco. Sus corcovas eran tal que el avión de combate que se apodera de los
cielos abiertos, evoluciona sobre sí mismo, realiza rizos en vuelo, se deja
caer sobre el ala, se yergue y se tumba, y, cuando parece que va a estrellarse
sobre los tejados de la ciudad que contempla la batalla desde abajo, se empina
de forma sorprendente. Arriba. Arriba.
Davai. Davai. Fulano de tal y tal, con todo. En marcha. La Orden de la
Caballería andante no sabe lo que es un paso atrás.
- Miguel, trae la báscula que el dedo de los
pretextos y de las excusas no podrá amañar donde duelan prendas. Lucifer dejará
de hacer chanchullos. No habrá componendas que valgan. El fiel de la romana
será inexorable. Apuntará hacia arriba en busca de la vertical justiciera. A
cada cual según sus actos. Se acabaron los trucos. Tu espada flamígera, la que
traspasa los cuerpos sin derramar sangre, sembrará la tierra de clarividencias,
con lo que la hueste infernal quedará al descubierto. Ha llegado la hora del
bieldo. La sentencia será inapelable. El
grano será separado de la paja. Pondrás en fuga a la hueste maligna. Serán
sumergidos en el profundo lago todos aquellos que sembraron de cizaña los
surcos.
- Son muchedumbre, mi capitán.
- No importa. ¡ Perderán!
De un salto
se encaramó a la grupa de una impresionante yegua torda. Nos cruzamos la
mirada. Aquellos ojos despedían el calor de un aerolito. No es Ceuta y Melilla
lo que queremos. Que nos devuelvan Granada. La roca de Calpe se yergue soberbia
y desdeñosa. He ahí un farallón de ignominia contra el orgullo herido de la
patria. En tardes de caliginoso bochorno
resuena por entre sus clavijeros y fisuras, horma y espanto de la oquedad del
peñón, polvorín de muerte y de amenazas, la risa furibunda de Israel, que no
reconoce sujeción ni reglas fijas y unas veces forma liga con la media luna y
otras con Lutero. Su sombra se cierne siniestra sobre la piel de toro. Acaba de
pasar el cuervo de San Antón. Los “bififtytús” sobrevuelan el territorio las
panzas cargadas de muerte. Miguel,
defiéndenos en la lucha. No tengáis miedo. En un bar del barrio de Maravillas
convidé a vino a dos moros terribles. Me pidieron dinero y se lo di. Tú,
Miguel, no sólo pesas las almas, sino que velas por ella. Me duelen los
calcaños a causa de la podagra. Obeso, desganado, barzoneo por un Madrid que se
ha vuelto agresivo y extraño en vísperas de lo que puede resultar una gran
matanza. En el vértigo de su endiosamiento, Luzbel alzó el pendón de rebelión
(las feministas copian las tácticas de la serpiente mamaria, porque su voz y
sus maneras son algo muy viejo dentro de los contextos de la iniquidad) contra
Dios. He ahí el desafío de la criatura contra su creador. Se miraron en el
espejo de Narciso y el cristal les devolvió una imagen complaciente de sus
gracias naturales. Fueron los precursores del hedonismo y ese culto a la
juventud y al cuerpo en el que se basa la gran prensa de bulevar. Y tú te
alzaste contra la perniciosa facción y de ahí recibes el nombre victorioso de
Quiencomodiós que tendrá en los labios por los siglos de los siglos la
Caballería Andante.
Sin
caballeros andantes no se puede dar un paso. Esta vida sería un asco. Pero
ellos están situados en la cultura del engaño. Aporrean nuestros meninges con
sus proclamas. Hay que pasarlo bien. Dios no existe. Sólo existe la ley del más fuerte. Sin embargo “Quis sicut Deus”. Estamos
hartos de repetir los ramplones argumentos. El “agitpro” forma parte de
nuestras vidas. Nadie se atreve a ponerseles en medio del camino. Hay miedo,
mucho miedo, y ya quedan pocos audaces dispuestos a recoger el guante. No comemos otra cosa que el veneno del áspid.
Habremos de sucumbir víctimas del arsénico informativo y la nuez vómica. Jamás
en la historia del hombre se dijeron tantas mentiras, tan constantes y tan
gordas. Se llena su boca de blasfemia y
no se arrepienten. Luzbel reina en las ondas.
El
psicagogo seguía atento a las reflexiones que le formulaba. Yo le pedía que
diera un puñetazo en la mesa para restaurar la palabra de verdad y le confié
mis planes secretos de crear editoriales, emisoras de radio y estaciones de
televisión donde se sirviera a la verdad y a la justicia en lugar de a los
magnos intereses de la Banca Morgan.
-Siendo el heraldo de la verdad y el nuncio supremo
de los mensajes del Padre a los hombres, el plenipotenciario invisible que
observa cuanto acaece entre nosotros para despachar los partes facultativos a
lo alto ¿ por qué estás callado ante la injusticia?
-En el Reino del que vengo no hacemos alardes. Nadie
necesita justificaciones leguleyas, porque todo es vivo y transparente, varón
de poca fe- prorrumpió casi con un estallido de cólera.
-Perdóname, Señor. Perdón.
-No eres malo, pero estás todo el día lamentandote.
-Me ocurre como a muchos españoles. Vivimos en la
cultura de la queja. Lo reconozco. Este ha sido un río revuelto, donde no
conviene mostrar excesivos desafectos al tetrarca. La mejor táctica viene dada
por esconder la cabeza bajo el ala y a cobrar.
-Go and do something, then. Stop moaning- habló en inglés moviendo a sendos lados su cabeza.
A cada
inclinación de su testa, como la aguja magnética del radar, oscilaban
desplazandose por los cuadrantes del cielo rebaños de estrellas.
Los coros
celestiales se escuchaban en la distancia. Mussorgsky atacaba todavía con mayor
inspiración la romanza del “ Zar Boris”. Ambas armonías, la que resonaba en el
empíreo y la que se esparcía magnífica al lado de los canales del Neva, se
refundían de forma magnífica y solemne. De esa forma los cielos se juntaban con
la tierra y lo invisible y lo invisible se refundía en un estrecho abrazo.
Diríase que aquella música nacía del rodar de las esferas. Las notas del
decacordio del querubín y del serafín iban mostrando el camino del éxtasis. El
arcángel, al pronunciar aquella frase en la lengua en la cual yo amén, me
pareció más hermoso y acaso más implacable que nunca.
-No tengas en cuenta mi vileza, Signífero.
San Miguel me sonrió. El caballo blanco que
cabalgaba, piafaba nervioso, como anheloso de campos y de verstas, ávido de
leguas y leguas.
-Vamos, sube. Te llevaré a la grupa.
- Muy alto honor me haces, capitán, del que no me
siento digno - contesté.
-He dicho que montes. Vamos. Pega un brinco.
-Peso
bastantes kilos, Majestad. No estoy ágil.
- Yo te ayudaré.
Pasó por mi memoria el recuerdo de aquellos veranos.
El polvo de la trilla. Los senderos de arena roja camino de la huebra que
llamaban la Pedriza, donde estaban los majuelos. Escuché al abuelo cantar. Iba
cabalgando en el macho rodeno. Se protegía del sol con un pañuelo de hierbas,
que protegía el pescuezo a manera de orejeras. Entonaba el presagio jocoso. La
vida era maravillosa. Ven sube. Arrea. ¡Que el Agustín te dé el pie. De la
huerta del boticario venía un perfume de manzanas y de grosellas. El sudor animal del cuerpo de mi abuelo y de la
caballería destilaba un olor acre, pero nada desagradable al olfato. Todo olía
entonces: La soga, las gavillas de espiga, el pan en el arca. Era la primera
vez que montaba en un mulo. No se me ha olvidado aquella tarde de siega. El
abuelo ya no trabajaba, aunque su asesoramiento de labrador curtido se
derramaba con sabiduría entre los agosteros y la cuadrilla de gallegos, aunque
a estos no había que andarles con muchas recomendaciones. Sabían bien el oficio
y eran bastante taciturnos. Había uno de entre ellos por nombre Lois, quién
para hacer valedero el adagio de que la excepción confirma la regla, hablaba
por los codos. Le habían puesto el mote de “Parlapuñados”. Tenéis que manejar la hoz a derechas. El
prefacio jocoso sonaba bien en la era. España dejó de cantar cuando llegaron los
televisores. Parlapuñados siempre iba adelante en la hilada. Hablaba y
trabajaba más que nadie al propio tiempo. Yo tuve un abuelo que se llamaba
Miguel al que quise mucho. Fue un poco como mi segundo padre. Murió de cáncer
de próstata. Él me contó la historia de la parición del Divino Arcángel en el
monte Gárgano.
Y apareció envuelto en una nube. Era el excelso
Miguel. El supremo caballero
andante. Habrás de rezarle cuando
alguien te moleste o avasalle y te sacará de cualquier peligro. Al encaramarme al mulo, me trompiqué y caí
de bruces por el otro costado.
-Abuelito.
Abuelito, ayudáme.
Fue el primo
Agustín, que era un vaina y que quiso que me estrenara haciendome blanco de una
de sus gracias. El mulo, aunque manso, se espantó y por poco me cocea. San
Miguel estuvo al arrimo. Agustín se cascaba unas risas tremendas al verme en el
suelo.
-¿ Qué pasa? ¿ Qué pasa? Pero, hombre, yo de tu
tiempo montaba de un periquete. Parece mentira. Eres algo torpe.
-Eu carallu. O neno- oí que decía Parlapuñados en su
jerigonza de orillas del Sil.
Todos los de
la cuadrilla que meneaban el bálago arqueados sobre el surco detuvieron el
trabajo unos momentos. Los rostros de aquellos operarios morenos y renegridos
por el sol bajo el sombrero de paja quien los contemplara en la calorina del
véspero de primeros de julio suscribiría que eran ciertos los versos de
Rosalía. Los quince segadores forasteros al unísono empezaron a reírse de mí. Y
lo malo no era - así yo lo creía por entonces- que no se reían en romance. Sus
carcajadas tenían la cadencia y la tonalidad melosa del astur-galaico. Por
aquellos pagos, la risa y la gente eran un punto más feroz. Aquella mofa la
tengo clavado entre los tuétanos. Vida dura e implacable la de aquellos años
tremendos. Corrí a refugiarme en el rodal de zarzales que separaba las eras del
ejido, mientras mi primo, que tenía algo de envidia, no paraba de decir:
-Sopazas. Sopazas, mira que caerte del mulo.¡Oy!.
¿Sería verdad que yo era torpe ? No vales para nada,
hijo. No sé lo que va a ser de ti en la vida. El divino Miguel vino en mi
auxilio. Siempre has estado al quite.
Pero, mira lo que escupen por el colmillo los filósofos debeladores de
nueva floración, los gran mistagogos del laberinto español, donde unos tocan la
flauta, otros bailan el rigodón y los más escuchan con ojos ovejunos, porque la
mayoría silenciosa vive en espera de que pase todo y que volvamos a poder ir
tirandillo: los que rezan están tocados del bicho de la paranoia. La plegaria
es un inquietante remanente del pasado. El cristianismo es una religión de
locos. Todos los años aparecen por Jerusalén tres o cuatro centenares de tipos
que se creen Jesucristo. Conclusión: habrá que encerrarlos. El gran enemigo de
la religión ahora resulta que va a ser el psicoanálisis. El cristianismo es
para ellos una idiocia sobrante. Las
monsergas sobre la caridad están de más.
-Eres superferolítico en tu actitud vital. Cada
mañana te das unas cuantas carreras terrestres por Retiro Park. Controlas tu
cuerpo. Lees literatura “ knowhow” y “ sacherbucher” para hacerte dueño de tu
propio destino. No eres un paranoico, sino un triunfador.
-Todos los que rezáis el rosario y os encomendáis a
santos de existencia dudosa, sois unos perdedores, dementes. Vuestro problema
es la locura: un desfase entre el yo real y el yo anhelado.
-¿ Me quieres decir que la religión cristiana es una
resultante de esquizofrenia y de paranoia a gran escala?
- Sí.
Pues, asunto concluido. Hemos terminado.
Lo dicen y se quedan tan panchos. Cristo era un
paranoico irrecuperable. Sus teorías han sucumbido bajo el martillo implacable.
Ño terrible en esa tesitura no son los horribles postulados de la masonería al
uso sino que el legado del Averno cuyas posaderas han manchado la sede
apostólica no lanza excomunión alguna contra los zelotes criados a los pechos
de la Revolución Francesa y de la idea del triunfo final de la sinagoga sino
que les bendice hisopo en ristre. Esa es la tragedia de muchos católicos que
asistimos con perplejidad a este cumulo de imposturas que llueven sobre
nuestras cabezas en el verano profundo de 1998, a las puertas del tercer
milenio. De la impostura del gran jerarca proviene tanta desazón. La fe se
descompone. Los templos son guarida de murciélagos. En sus ventanas anida la
paloma torcaz. Cristo era un paranoico irrecuperable. Dijo llamarse el Hijo de
Dios. El argumento de incriminación saturó la causa del tribunal canguro que
alzaron los judíos ante el pretorio. Ha blasfemado. Se cree un enviado. Un hijo
de Dios. Es un paranoico. Fuera. Al manicomio. Colocarle la túnica de loco. Así
echaron al rey de la Gloria a las Tinieblas Exteriores. Cada año llegan a
Jerusalén peregrinos extraños. Los sucesores del Sanedrín los internan en
instituciones psiquiátricas. El veredicto es inapelable: “ Se cree la reencarnación
de Jesucristo. Es un paranoico peligroso”. La torre del presidio vuelve a
alzarse ominosa a sus espaldas y la consigna, al tiempo que llueven sobre las
testas desenliadas de los discípulos de Emaús los escupitajos y escarnios del
presidio, hay que acabar con Él. Nada quede de su memoria. Borremos sus
memoria. Apartadlos al “ gulag “ o - más refinados y sibilinos- hacen reclinar
sus cuerpos troceados por el estigma de la insania en un confidente. Freud es su gran confidente, porque se erigió
en padre putativo de Hitler. Nos gusta mentir por toda la barba y la añagaza se
encuentra tan sutilmente planteada que os va a resultar difícil atar cabos.
Hemos soltado por toda la tierra, igual que perdices chorreadas, grandes
bandadas de alibis.
¿Cristo, un orate?¡ Qué duro resulta vivir en el
seno de tanta impiedad! A los que le
amamos nuestro único horizonte será la cárcel, el manicomio, el hospital. A
pesar de todo, será imposible que renunciemos a ti, abogado de los locos
arrebatados. Ciertamente, el Evangelio es una locura. Tú respaldas al humilde y
nos rescatarás de la mano inicua de los perseguidores. Este es el pensamiento -
la idea del pobre exaltado a la dignidad de la Gran Cena y del humilde
ensalzado, en una implacable invasión de valores del mundo contra los valores
de Dios - sustenta todo el Nuevo y el antiguo Testamento. Freud no era más que
un farsante, un reprimido de coña, que da la vuelta al legado del Cenáculo .
Nadie podrá redargüir la Palabra sin caer en
perjurio. Aunque - a la vista está - menudean los osados. Arriba, envuelto en
una nube de paciencia y de misericordia inagotable, el Padre calla. Mira con
ceño a la impiedad pero se muestra tardo a la cólera. Quizá esta parsimonia de
monje que muestra Dios en las alturas frente a los inicuos, blasfemos y
perjuros, y todos los que , pagados de sí mismos, siguen los dictados de la
concupiscencia de la carne regoldando en deleites, se revuelcan en su propia
horrura y bascosidad. Son cosa sucia donde la superfluidad pulula, como debajo
del nicho del Elidio, cuya sepultura yace por encima de la de mi padre, allá en
el cementerio de San Miguel, el que está en el somo, habilitado justo en aquel
templo prerrománico.
El día de sus exequias, aquella ventosa tarde del
primero de junio, se desató la venganza sobre nuestros pobres huesos.
Entoné un responso y cuando iba por la segunda
estrofa del “ Liberame”, se acerca el Donato, el que está casado con Honorina,
la hermana de mi madre, y me llamó la atención, por indicaciones del propio
párroco.
- Aquí no se canta. Esto es sagrado.
- ¿Quién lo ha dicho?
- El cura y el señor alcalde.
Interrumpí la súplica y en mi vida me sentí más
desairado.
- Bien que responseas. Como se nota que fuiste
sacerdote. No se te olvida lo del
cantamisa - apostrofó cachazudo el Agustín.
Se me revolvió la bilis en el estómago y estuve por
contestarle con morros porque me acordaba, cuando de chicos ibamos a por la
botija de agua y él me insultaba y de qué forma. Se metían conmigo. Me hacían
llorar.
- Esta es el antiguo templo de San Miguel donde
están enterrados nuestros muertos. Los ojos de esa torre os miran desde una
altura de trece siglos. Es como si nos mirase una estrella perdida en las
galaxias a mil trescientos años luz. Y tú me vienes con esas. ¿Sabes qué te
digo que yo canto lo que me sale de las narices? Así de claro.
El año del noventa y dos fue un tiempo de venganza.
Los judíos regresaron a España a pedir cuentas. El templo miguelino estaba en
alto. Yo elegiría un verbo latino para describir aquella majestad de la piedra
de sillería remírense: “ supersedebat”. Los cuencas vacías de aquel campanario,
uno de los más antiguos de España, son una talaya de la eternidad. La noche de
Animas, aún desprovistas de campanas ( éstas fueron desmelenadas para hacer
cureñas de cañón y balas durante la guerra de la Independencia) algunos las
escucharon tañer a clamor.
Pero si terrible fue el noventa y dos, cuando la
patria se pobló de acreedores de la patria que no hacían sino entonar la
monserga reivindicativa de “ os acordáis de cuando entonces” y ahora “ vais a
saber lo que es bueno “, mucho peor a efectos de la disolución de este proyecto
de futuro que se llamaba España está resultando el fatídico guarismo del
noventa y ocho. Ruede la bola.
El Donato, el que estaba casado con mi tía Honorina,
se puso como una fiera al escucharme cantar en latín. No sé lo que les pasa a
la gente de mi tierra. Inoculado el veneno de la sierpe ibérica en los
corazones han rebrotado los viejos odios. Es un furor africano, fratricida. Una
lucha en la cual no hay cuartel. “ Quitate tú para ponerme yo “. Se nos viene abajo la pella y esto no hay
quien lo pare. La democracia ha parido monstruos que nos devorarán. El polvo de
los caminos era blanco. Los alamos de la pobeda oscilaban su fronda con
tristeza y los ailantos del borde de los majuelos no querían dar sombra, pero
el escaramujo y las roderas de zarzales seguían expeliendo un odor acre e
intenso. Cástulo, uno de los hijos del Elidio, que es fraile de San Juan de
Dios, volvió a recriminarme en son de venganza por haber cantado en latín. Era
un curita nuevo de esos que ha sacado la horma del concilio, de los que hablan
de solidaridad, compartir, pero que andan tan pagados de sí mismos, pues en su
corazón cuajó la soberbia. Haced lo que os pete. Por mí que se vendimie.
El día que dimos tierra a mi difunto padre, el
alacrán de viejas contiendas y de pecados que yo no había cometido me picó en
los tuétanos. Aquel pueblo mío que yo amaba dejó de ser mi pueblo y la patria
había desaparecido para siempre entre las mezquindades y las reivindicaciones
ruines. Todos habían mudado la camisa y se habían hecho socialistas. Seguían la
pauta del hermano de San Juan de Dios, el hijo del Elidio que paz haya,
enterrado entre la horrura hedionda, “ subter me scateat”. ¿Resucitará algún
día con Lázaro? Lo hemos perdido todo, Señor, por seguirte. Hemos procurado la santificación de tu nombre
y aquí nos tienes: lamiéndonos nuestras llagas.
El mundo ha descaminado -lo dice el apóstol - por la
senda de Balaam, hijo de Bosor, el cual codició el premio de la maldad. Su asno
fue quien le echó en cara la sordidez de su mal designio. Fue la propia burra
del profeta la que puso de manifiesto la necedad del profeta. En tales cosas
estamos. Discursean mucho sobre la justicia y se hacen pasar por heraldos de la
libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción. He aquí que el
perro vuelve a engullir sus propios vómitos y la marrana recién lavada quiere
revolcarse en el fango. Son palabras bíblicas.
Al fraile de San Juan de Dios, que era algo
comunista, haciendose pasar por hombre de la grey de Israel, estuve a punto de
mandarle con cajas destempladas la tarde que dimos tierra a mi difunto padre,
pero escuché una voz que hablaba para mi coleto:
- Dejalo estar.
Era la voz del excelso y caritativo guía de los
ejércitos celestiales.
Bajamos por la senda del calvario, donde se erguían
las cruces de piedra, cubiertas de cardenillo y en la bodega del Corentino
mojamos el duelo.
- De hoy en un año.
- Que en el cielo lo veamos.
- ¡Y que allí nos aguarde bastantes años!
- El muerto al hoyo y el que queda para contarlo que
pague una ronda de chatos.
- ¡Asco de vida!
- Pero aquí nadie quiere morirse.
Nunca he trasegado el fruto de la vid y de las manos
del hombre con tanto empeño. Algo de mí se quedaba para siempre debajo del
cadáver del Elidio, un rojo mira tú por donde, y mi difunto padre de los
nacionales. Las familias se van a tomar viento a la farola, se deshacen las
casas. Ya no queda cariño entre los hermanos. Campea la envidia, la emulación y
el recelo por todas partes.
Excomulgué para mi capote al hijo del Elidio, por la
faena que me hizo estando mi difunto progenitor de cuerpo presente. Pero son los predicados fatídicos de la nueva
iglesia. El polaco ha entregado la Iglesia de Jesús a los judíos. Yo me moriré
con ese reconcomio. Nadie me hará caer del burro. Por cuya causa sufrimos
persecución de los malvados los que amamos la justicia. Algo vale que me
consolé con la lectura de la Epístola de Pedro a los Partos. Y en el ventorro
de Magullo, a la que veníamos, invité a merendar a toda la familia huevos
fritos y torreznos. El mesonero, como estaba en plena temporada taurina, tenía
prisas por acercarse a Madrid a ver la corrida de la feria de San Isidro. Uno
de junio. Hay que ver. No somos nadie. Unos a la huesa y otros a los toros. La
sombra negra de la desesperación pasó por delante de mi anima. Mi madre con
rabia y casi con furor tiraba - y en su rostro nunca llegué a ver tanto furor -
la gorra de plato de mi difunto padre, el capote y las estrellas. No era rabia,
sino una especie de rebelión casi blasfema, queme daba miedo. Asco y miedo era
la sensación que me embargaron en la torre de San Miguel.
- Que no es San Miguel. Que esta ermita se llamaba
San Gregorio - el fraile de San Juan de Dios no perdía ocasión de humillarme.
- Pues lo que tú digas, chiquita. Para mí este
templo es el templo de Miguel y yo me encuentro circunscrito a su presencia.
¡Él nos valga en esta hora terrible!
Y yo vi que el alma de mi pobre padre había dado la
marca ideal que pasaporta al paraíso. Sobrepujaron sus virtudes a sus faltas.
Bajo las alas del arcángel entró en la morada eterna. Tuvo una prerrogativa el
viejo teniente de Caballería. En la hora de su muerte le envidiaban y seguían
sin perdonarle los rojos. Dios, sí. Nada de particular tuvo aquella movida. La
gente de mi pueblo ha sido socarrona, falsa, hipócrita. Mala gente.
Eché una ojeada a mi pueblo antes de partir para no
volver más. En lo alto del somo se erguía nuestro antiguo “ mixailón”, remedo y
acaso temporario del que se construyó en Constantinopla. Miguel y la virgen
María serán el baluarte de la Iglesia en estos momentos de inquietud. Padre
mío, a la sombra de la torre del inexpugnable miguelete, aguarda la
resurrección. Al celestial jeliz no se le escapaba una.
XIX
Singular cosa era en este paso honroso que yo
hubiera sido testigo, de golpe, de tantas visiones, pero el espíritu, que me
arrebatara, tuvo a bien llevarme y traerme por el mundo, de tal manera que
pudiese recabar yo, no con mis propias fuerzas, sino merced del impulso del
brazo omnipotente del que me portaba, los que se conoce en Mística como “ la
triple aureola” o victoria sobre las potestades infernales enemigas del alma (
mundo, demonio y carne). Me proyectaba por los caminos de la luz infinita que
surcaba quebrantando las reglas físicas, trascendiendo cualquier
convencionalismo de espacio y tiempo. Para mí aquella mañana no se había
inventado el reloj ni el cuentakilómetros;
los capítulos de los libros de historia los tramontaba sin romper ni
manchar a la velocidad del rayo, sin regolfos ni pasos en falso. Se me había
concedido por la virtud del legado que me amparaba deambular por lo visible y
lo invisible. Contra lo habitual, no estaba borracho. La fuente de la
inspiración fluía impertérrita. Desde las cornisas del porvenir daba un salto
atrás hacia las cumbres de mi niñez. Estaba siendo testigo de cargo de grandes
cosas, algunas de las cuales revelaré aquí. De
otras haré reserva. El amparo y guía del supremo jeliz que pesa la seda
fue la experiencia más dichosa que he podido experimentar a lo largo de mis
días. Aferraba entre sus dedos la devanadera de los siglos pasados y los
futuros. ¡ Yo, pobre de mí, me sentía gusano!
- Divino Miguel, nada se te escapa.
- Eso tenlo por seguro
- Tú me has librado de ir a presidio. Espantaste a
los que me quisieron dar caza. Desviabas la saeta que iba justo en dirección de
mi pecho.
- ¿ Acaso no estoy aquí para prestar ayuda al inocente?
Siempre. Es parte de mi trabajo.
- ¡ Ah, aquella santa mujer! ¡Aquel serafín!. No me
la merecía.
El ángel guardó silencio, pero de buena gana le
hubiese pedido que me llevase a esta ella ¿ Por donde andará? ¿ Será feliz?
Toda mi existencia pivotaba alrededor de aquellas
ruinas de la iglesia alto medieval en la colina porque habría de reposar mi
cuerpo, que eso lo tengo casi por seguro, aunque mi alma acampaba muy lejos, al
otro lado del mar. He ido buscando la estrella del norte. Eran las ruinas arcangélicas
mi punto de partida. Algo vivificante. En la cumbre del antiguo castro
celtíbero, donde acampó una legión romana y después hubo un monasterio, moraban
mis lémures, manes y penates. Los lienzos de pared, la sencilla verticalidad de
la argamasa y los contrafuertes hacían pensar en el San Miguel de Lillo de mi
Oviedo del alma. La llama de la fe nunca se apaga. Por un proceso de
metempsicosis el Destino me había hecho nacer allí en aquel pueblo, lleno de
bodegas y de tinajas, mezcla de razas. Alfonso VII el Emperador repobló el
páramo con moros manumitidos después de la toma de Jaén. Se fundieron las
estirpes, pero nosotros no pertenecíamos a los gavilleros. No eramos del cupo
de advenedizos, sino a los que profesaban el culto a Miguel y cantaban la misa
según el rito griego. A la legua se nota que esta es tierra de vientos y de
intemperies. Por el norte, los cistercienses y por el sur la “razzia” islámica
dieron a estos tesos un equilibrio para la convivencia difícil. Cuando cruzo
Pajares, empero, me siento como en mi casa. ¿ Qué secreta coincidencia, qué
fatalidad determina que las piedras de una iglesia semi derrumbada nos hagan
pensar en una vida anterior que tuvimos en otra época? Los iconostasios y la
pila bautismal del arte asturiano son mi punto de referencia.
- Esta iglesia es visigótica - dije en una
conferencia que di en mi pueblo (me mandaron decir el pregón de las fiestas).
Al mi pueblo lo dicen Harijas. No sé por qué. No me
hicieron caso. Murmuraban por detrás. “ Ya está el nieto de Sardón con sus
monsergas... Cantó misa y colgó los
hábitos. Conoció a una francesa cuando fue a París y se salió. Era muy listo
pero salió corredor. A los renegados les persigue la siniestra sombra de Judas.
O se ahorcan. O se dan a la bebida. Más vale que no hablase tanto. Y mira que
lo hace divinamente. Una cosa es
predicar y otra...”
Les alegraba que fuese un mendigo fracasado. La
gente de Harijas, por su talente envidioso, no es de muy buena condición.
Siempre andan a la lumbre que más calienta y al sogato de la solana.
- Puede ser, pero no es un templo miguelino. Estaba
dedicada a San Gregorio - dijo el fraile de San Juan de Dios.
- A San Miguel - afirmé tajante.
Me tacharon de majadero. Llevaba, sin embargo,
razón.
Un par de arpilleras que quedaban en la torre
testimoniaban el carácter estratégico de la fortificación. Siempre me ha
gustado pararme largas horas y contemplar el campanario desde lo hondo del soto
por ver si acertaba a devolver a la vida a los que pasaron por el lugar y poder
así revivir las escenas que se desarrollaron en los contornos.
Al lugar lo
llaman “ Torreón de Mayores”. Es a todas las claras una iglesia visigótica,
como yo descubrí, aunque los de mi
pueblo no hicieron caso. De traza cuadrada y curvilínea por dentro.
- Sí, de acuerdo. Esas ruinas tienen mucho valor,
pero en dinero contante y sonante ¿ qué nos van a dar? Aquí lo que se necesita
es candela.
- Eres una analfabeto.
- Yo lo que me han dicho. Que vale mucho. Pero no
nos han dado ni una perra.
Por aquí la gente, amén de desconfiada y de
rastrera, es bastante bruta. Poco queda de aquella raza de gigantes. Hemos
degenerado biológicamente.
Trepaba por la cuesta, anegado en mis pensamientos.
La furia se volvía bilis en mi cerebro. No había nada que hacer. Se mueren las
piedras. Se derrumban los arcos. Los pueblos ruedan por la pendiente viniéndose
abajo. Esta gente ya dio de sí todo lo que tenía que dar. Sólo no queda un poco
de harto mala leche. No hacía más que
pensar en tales melancolías. Se me iba el santo al cielo y nunca coronaba la
cima. Había reunión de demonios en la cúspide y parlamento de gitanos, que
se han atrincherado en las escuelas y a
ver quien es majo que los echa. Como han canonizado a García Lorca, los calés
han dejado de robar gallinas. Se hicieron los amos.
- Ahora mandamos nosotros. ¿ Os acordáis de cuando
entonces?
- ¡Qué hacer!.
- Pues os las vamos a dar todas por un carrillo.
- ¡Ah! ¿Sí?
- Ea.
- Se han cambiado las tornas.
Némesis se llama tal figura. Hasta las fiestas
patronales habían cambiado de santo tutelar. Ya no era a San Gregorio al que
honramos sino a la propia Adstrea. Que
la casta e implacable Ramnucia nos proteja. Han tomado el barrio de
abajo. Ay, amigo, se hicieron fuertes. Medio pueblo ha emigrado. Las casas
están vacías. Crecen las malas hierbas en los umbrales de las moradas. El
pueblo se muere. Sin embargo, por los veranos esto se llena de gente que viene
de Getafe y de Móstoles. Regresan a la querencia del impresionante cementerio
del somo. Hay un retorno paulatino tras la desbandada general de los sesenta.
Ley de vida.
La diosa nueva con mucha mano izquierda, en cuyo
corazón convergen nuestras plegarias y nuestras miradas se ha vuelto razón
suprema en esta España endemoniada del noventa y ocho. Némesis es la novia de cronos y terminará
devorando a sus hijos. Ahí lo tenéis zampándose el fruto de sus pardos
costillares en los esperpentos de Goya. Las
gentes no parecen sino vivir ya más que o, para la venganza, o para el
estúpido jolgorio de los veteranos de la tercera edad que tratan por todos los
medios de resarcirte por lo que no tuvieron.
A la vejez viruelas. Malas deben
de andar las cosas cuando esos carcamales, en lugar de estar a lo que están y
hacerse cargo de que ya no son muchacho, quieren echarse novia.
- Me siento, Señor, extraño entre los míos.
Desprecian el idioma. Agachan las orejas. No se defienden. Ha cambiado el
centro gravitatorio del poder. No tienen un pelo de tontos. Lo intuyen. Las
normas de la moralidad arcaica han prescrito. Pero éste ha dejado ya de ser mi
país.
- Es provisional. Pronto volverá a dar vuelta la
tortilla y otra vez a empezar.
Caminaba jadeante cuesta arriba. Me parece que nunca
acabaré la ascensión al monte sagrado. Me causaba cierta zozobra y como
aprehensión ver las inscripciones de las lápidas y las cruces en forma de rosa
de los vientos formando círculos geométricos y escaleras me hacían pensar que
me encontraba en lo más hondo del laberinto. Aquellas piedras, aquellas cruces,
escondían para mí su sentido iniciático. Lo críptico tiene entronques con una
divinidad telúrica. La muerte es la condición inexorable de las cosas, pero la
rosa de los vientos quedó impresa en la piedra y en la cerámica “ silligata”.
Sus aspas deshojan la flor de la fortuna. En lo que me afecta, este viaje por
los caminos que no conocen la erosión ni la acción violenta del viento. El
lugar estaba - así, al menos, me lo pareció a mí siempre - en perfecta comunión
con el universo. Repleto de la luz lejana y misteriosa de las estrellas que
comunican sus influjos subrepticios generación tras generación a los
antepasados y a los hombres venideros. Al traer a colación estas razones o
sinrazones, siento, la verdad, un poco de vértigo.
Lo llamaban el Castro de los Difuntos, pero también
podía ser el monte de la vida, un remedo por aquellos tesos de la cima del
Gárgano, donde tú, Miguel hiciste acto de aparición para dar paz y consuelo a
las víctimas de la culpa de Adán. Su diseño era como el de un túmulo, porque
presentaba un aspecto de dolmen nodal. Un sitio de intersección por el cual
transitaban a sus anchas todas las coordenadas de mi existencia. Sobre el vértice lleno de una energía
misteriosa cada vez que peregrino a este lugar vuelvo nuevo. Todo mi ser parece
sometido a las corrientes de un río atávico. Volvía nuevo. Aquella torre
deshabitada - los grajos y las palomas
torcaces anidaban en los clavijeros, mientras era curioso ver cómo planeaban
sobre la veleta enmohecida los días claros familias de buitres leonados -
representaba para mí el mito del eterno retorno. Vuelvo al polvo donde salí.
Allí están los huesos que me engendraron.
XX
Si Winifredo Sardón hubiese sentido en la niñez los
arrullos del calor materno, a lo mejor
no hubiese sido un perdedor. Pero la razón de su inseguridad y de sus
torturas tenían que ver con aquella infancia plagada de desdichas y abandonos.
Hay seres humanos a los que se escucha gemir en el vientre de la madre. Serán
profetas, adivinos, videntes. Los hay a los que se persigue, vapulea y
menoscaba dentro del útero. Andando el tiempo se convertirán en resentidos,
tarados. Algunos llegarán a ser asesinos. Muchas veces a lo largo de su vida,
había tenido la sensación de haber venido a través de un orificio poco adecuado
a esta perra vida. Ethelburga, quizás representase las virtudes de la raza:
hacendosa, limpia, casta, y muy lista, pero dominante, tirana para con su
marido, católica de devociones externas, muy pagada del trato con los curas,
pero una mujer sin entrañas. La perfecta loba capitolina que no sabe lo que es
querer.
A lo largo de su existencia había llegado a ese
convencimiento: la razón de sus fracasos y taras fue el haber sido aborrecido
en el nido. No lo podía razonar. Era una intuición atroz, la más palmaria verdad
de su existencia, un trauma con el cual no se puede hacer literatura, porque
era de una naturaleza tan desbordante y tan aplastante que remover semejante
herida le causaba un dolor tremendo. ¿ Puede una madre odiar a su hijo? Por mal
que les pese a los pazguatos, en España esta monstruosa anomalía suele darse
con frecuencia. Duele decirlo, pero es así.
Tenía el presentimiento de que los hados no le
preparaban nada agradable. Lo había adivinado desde niño y, cuando uno nace
perdedor - ya se sabe - parece que lo barrunta. Al subir por la ladera del
campo santo, flanqueada por las cruces de piedras, corría delante de él la
estantigua de sus remordimientos y fracasos.
- Todo lo que tocas se vuelve hiel. You bring the
bad luck.
- He destrozado demasiadas vidas a mi alrededor,
pero no es culpa mía sino del gusano que llevo dentro. Soy una manzana con
bicho. Ese bicho no me deja vivir ni sosegar. Me obliga a comer o a fumar
constantemente o a tener algo entre los dedos. Quizá se deba todo a mi
inseguridad, pero yo te pido perdón. ¡ Ah, Armentia, dulce himno de mi vida
atormentada!, ahora ¿ por dónde andarás?
El silencio dominaba la ladera. La procesión de los
fantasmas de su pasado avanzaba penosamente cuesta arriba, como si temiera
coronar la cima del somo, coronado por el campanario de la tierra que miraba
para el vacío con los ojos huecos. Podía ser un monje petrificado o un obispo
que se sentaba en su gremial elevado sobre los sepulcros, al amor de la roca
viva que celaba los despojos de gente conocida, a la que se había acercado y
contemplado - algunos le habían gastado bromas pesado o medido los lomos con la
tralla, cuando trillando se dormía y la yunta se salía de la parva o el ganado
comía el pienso, algo que le sacaba al abuelo de las casillas, y mira que el
abuelo Toribio era un hombre sereno y terne para perder la compostura - o
exactamente besado el día de la primera comunión, y ya sólo servían para abonar
los cardos y las malvas. En esta vida no está dicha la última palabra. Tiene
que haber un más allá. De lo contrario, el Manantial de la Luz cometería una
injusticia.
Los paredones conservaban una pátina leonada, pero
el aire era tan puro que hasta la cal del enfoscado de la piedra, tarea
realizada hacía diez siglos, conservaba el trazado de cal blanca sobre las
cuadrículas de la sillería. Aquella torre, fuerza telúrica de su naturaleza,
seguía ejerciendo sobre su imaginación influjos extraños. Sus angulares le
habían marcado de por vida. El aire era tan puro que había contribuido a
conservar con sus auras la virginidad de aquella arquitectura, donde aguzando
un poco el oído, podía escucharse el canto mozárabe de los monjes caballeros
que habitaron el teso hacía muchísimos años. Los peldaños de la escalera de
caracol por donde se trepaba a tocar las campanas presentaban una huella
alabeada por el centro. Las zancas en el estribo era indicio solemne del paso
de las generaciones. La curvatura aquella de la piedra gastada y bruñida
podría, si se abriesen de repente las fauces del rapsoda invisible, repetir historias
infinitas de cristianos que por allí subieron y bajaron. Calculados los pasos y sumados los ascensos y
descensos de tanto sacristán premioso y de casiller fugitivo seríamos capaces
de izar, haciendo trabajar a la imaginación, una escala que llegase hasta el
cielo. Aquella era la algorfa del espíritu, un granero de recuerdos bajo el sol
de Harija. Y un dato a destacar: la estatura de los españoles ha ido aumentando
con el tiempo. En la edad media los hombres eran canijos. El vano que abre el
tiro de la escalera es tan enjuto de proporciones que hoy uno de talla normal
ha de entrar de lado y agachando bastante la testa. El dintel lo pulieron los
muchos coscorrones de azacanadas carreras. Habían voleado frecuentes las
campanas tocando vísperas y a la hora del ángelus pero el bronce sabía la
historia de Harija al dedillo con sus alegrías y sufrimientos. Tocaron a
guerra. A clamor. A fuego. Proclamaron victorias.
El cristianismo, con todo -pensaba Sardón-, hubiera
atemperado el genio belicoso de los de Harija, pero no fue capaz de redimirlos.
No entendía, por ejemplo, la ferocidad de sus paisanos. Eran almas frías como
el hielo. O bien, reaccionaban a la contraria y se mostraban tercos y
apasionados, casi siempre por cuestiones de dinero. La ardiente lava del volcán
se derramaba por la ladera. Esta avalancha nadie lo podría detener a excepción
del musculoso brazo del arcángel imbatible, con el cual sí que puede decirse
que no valen maulas.
Parece ser que Dios tiene la vista larga. Echa otras
cuentas. Aquí hay algunos que marchan divinamente, mientras otros sufren lo
indecible por culpa de los poderosos. Los ricos cada vez más ricos y los pobres
cada vez más pobres. Esa es la fija. Pero que no echen al vuelo los badajos con
tanta alacridad, porque al freír será el rey y a todo cerdo les llega su
sanmartín. Unos, gélidos como tempano y a otros no les cabe el corazón en el
cuerpo de tanto fuego. A los ricos todo lo que cae bajo su pulpejo se
transforma en diamantes. Sus dedos malabares todo lo convierten en fama,
mientras tú, alma de cántaro, engordas a ojos vistas. Estás cada vez más fuera
de cacho y ni para delante ni para atrás. Venga paseos camino del frigorífico,
y duro darle al fumeque y al trigémino. Con tanto pipar su cuerpo va a
transformarse en humo.
- Eso quisiera yo.
- ¿Cuánto pesas?
- He dejado de ir a controlarme. Para mí la báscula
como si no existiera.
- Pues no te lamentes, que no haces más que
protestar como un modorro. Vives instalado en la cultura de la queja, como
diría cualquier editorialista de dos al cuarto del diario “ El País”.
- Yo me quejo y luego me hago el Tancredo. Tiro la
piedra y escondo la mano y no me va del todo mal, las cosas como son.
- Si no hubiese democracia, y se hubiese proclamado
el régimen de libertades ¿ dónde estarías tú? Nunca te viste en otra más gorda
y luego no haces más que darle al cuerno de las lamentaciones.
- No te quito la razón.
- Porque la llevo.
Sardón se quedó en silencio. Había escuchado el
oráculo de la sabiduría. Aturdía en lontananza un clamor campanas. Tocaban a
muerto por los caídos del noventa y ocho,
era el día de difuntos de la España. Al cadáver de la patria lo llevaban
enterrar, los despojos habían sido amontonados sobre unas andas pobres pero con
gualdrapas. Un guardia ruso no dejaba de proferir muy algarero él su grito
preferido:
- Davai. Davai.
Acto seguido, desgolletaba una botella de aguardaste
y bailaba el “ trepak” hasta caerse rendido sobre las tumbas.
- Cosaco, Tarás. Nunca te olvides de tu látigo.
- Ni de mi pipa. Para mí mi cachimba es algo más
importante que la mujer. Una me abandona y la mando al diablo. A por otra, pero
una pipa es algo más. Es el arca que contiene los sueños y los pensamientos. El
querer también se vuelve vedija de humo, buen símbolo de la vida y del amor. Mi
cachimba y yo somos inseparables.
- Razón llevas, capitán, que con tanta valentía
conducías tus escuadrones por la estepa. Te echaron mano los polacos a orillas
del Dnieper. Ya estabas a bordo de la barca y a poner agua de por medio entre
tú y tus perseguidores cuando te diste cuenta de que te había dejado olvidada
tu cachimba y regresaste a por ella. En ese instante, bravo atamán, los polacos
te echaron mano.
- Un buen cosaco sólo tiene tres amores: su yegua,
la estepa y la petaca para echar un cigarro. La mujer queda en segundo lugar.
Es un divertimiento como el “vodka”.
Pero aquel
Aquiles de la estepa, que amaba a la religión del Galileo y la Ortodoxia, tanto
como aborrecía al infiel tártaro y al hereje jesuita había quedado vencido. Los
polacos lo echaron mano - mala suerte - porque tenía ganas de fumar y se volvió
en busca de su pipa. Lo ataron a un árbol y lo crucificaron. Murió profiriendo alabanzas a la Trinidad.
Curiosa historia. Con Tarás feneció el último caballero andante de Europa. Las
guerras han dejado de ser proféticas sin escuadrones y sin relinchos. Pero en
este húsar, producto del genio rotundo de Gógol, llevaba dentro del alma una
fuerte carga profética. El vaticinio ahora se está realizando. El hebreo al que
él salvó la vida cuando los zaparogos de Sieh orquestaron una de las habituales
orgías de polvo y de sangre, que se convirtió en “pogrom”, y que montó un
tenderete debajo de un carro, hoy manda en el mundo. Éste era Yako, un hombre
que desconoce el agradecimiento y la piedad. Se ha hecho dueño del orbe porque
no cree en los valores cristianos de su antiguo valedor (amor a la bondad y a
la belleza, la tolerancia, el perdón y la reconciliación) y por el contrario
proclama la filosofía de la venganza, el interés, y su fe en la guerra no como
palenque del honor donde un grupo de caballeros litigan sus diferencias con el
sable y con la espada sino con las bocas de fuego de inventos mucho más
poderosos y terribles que la de aquel cañón francés de la cual, tú, maestro
Gogo, hablas en tu novela, imbuida de clarividencia futura, de majestad
profética y de grandeza épica, porque tú fuiste en verdad el Homero de la
estepa. Hoy esos instrumentos de matar hacen mucho más daño. Cual sombra
siniestra en torno a tu pluma revoloteaba son sus alas negras que agitaban
clamores de luto y de llanto, parece que llegaste a ver el fantasma siniestro
de los campos de ajenjo apocalíptico (Chernobil) en el campo del honor, sino
como inmensa maniobra de apetencias económicas en juego y dispositivo de
control demográfico y poblacional.
Por último, el polaco maligno, que le arrebató su
fortuna y sus hijos, a uno por el amor de una princesa de Liublin que hadó mal
al muchacho y el otro ajusticiado por profesar
la fe ortodoxa en la plaza pública de Varsovia ante los ojos camuflados
del pobre Tarás que había llegado hasta allí camuflado en una carreta de
ladrillos, protegido por los amigos de Yako, a los cuales hubo de pagar toda
sus fortuna a cambio de la ayuda hebrea para consumar dicho deseo de ver morir
al hijo amado, hoy imparte cátedra desde la silla gestatoria en la corte de San
Dámaso. Se a consumado así la conspiración universal contra la cual cabalgó con
todo su brío el valeroso caudillo atamán.
- Ahora ya puedes fumar todo cuanto gustes.
Sin embargo, pronto escucharán tus enemigos el
galopar intrépido de tu caballo. Sonará de nuevo el cornetín de llamada a los “
kurenes “ esteparios y tú regresarás. Tremolando sobre los crines de tu yegua
el pendón de san Jorge, la espada de San Miguel.
Taras, tú no podrás faltar a tu cita.
XX
Yo vengo de la lección extensiva, robada al sueño y
en los lugares más insólitos de los rusos. De la lectura, que es un horno
candente de sueños donde crepitan las llamas del amor a la verdad
incombustible. Amo el canto de las letanías. Señor ten piedad. Cristo,
muestranos tu misericordia. Divino Espíritu que arrasa y transforma el mundo,
derrama sobre nuestras cabezas la flama
de la sabiduría eterna. Gloria a Ti, Trinidad excelsa. Soy un ruso tras
terrado, un esclavo de la palabra escrita, amante de las letras eslavas. Pronto
empecé a leer y releer a los maestros rusos. En las pensiones del Madrid algo
canalla. En los románticos lucernarios y sotabancos de South Kensington, donde
tuve contacto con la belleza y con los fantasmas. Uno de mis hermanos al que
tuve de huésped con el Mole, aquel hippy al que recogí en mi casa y los dos, el
hermano y al que recogí bajo mi techo, me robaron una novia neozelandesa, antes
de despedirse una mañana fría de marzo, me regaló los dos tomos de los “
Hermanos Karamazov”. Cría cuervos. Algunas veces los escuché a los dos moverse
y espiarme detrás de la puerta, mientras
hacía el amor con alguno de mis casuales encuentros femeninos. El punto de
recalada de mis devaneos era un bailongo sito en Picadilly; lo rotulaban el “
Empire”, porque, en verdad, era un hermoso lugar con cornucopias victorianas,
forjas y sillones de rep, paredes de raso, y un proscenio en el que solía tocar
una orquesta del mejor “ brass” inglés, y sirvió de punta de lanza de lanza de
un imperio de juventud. Fue abrevadero de mi sed de conquista. Cuando Modesto
me regaló aquella novela de Dostoievski
publicada por Penguin, se me pasó el enfado que tenía contra él y contra su amigo
el hippie, aunque desde entonces he procurado restringir mi generosidad
hospitalaria para con desconocidos que acaban echandote de casa.
Allí está uno
de los pasajes cumbres de la literatura mundial (el discurso del monje
Zossima). Luego se largaron, pero de estos extremos creo que tendré ocasión más
adelante, si Dios me da alientos y no se han secado mis pulmones de tanto pipar
y añorar. No soy capaz de escribir sin el canuto de la cachimba, amiga del alma
y único consuelo para un escritor cerril, entre los labios.
Recuerdo, asimismo, que poco antes de cumplir los
veinte años me había leído traducidas por la Editorial Prometeo la mayor parte
de los escritos de Gorki, Chejov, Andreiev, Nicolás Garín. En estos encuentros
literarios, al viajar en el metro o sentado en algún banco del parque o de la
calle de García Mocato o en prestamos de la biblioteca pública de Cuatro
Caminos hubo un lanzamiento hacia los ámbitos de la ensoñación. Aquellos escritores, fallecidos ya, de pronto
en el ir y venir de las paginas y de los vagones y trasbordos, resucitaban. Se
convertían en guardianes de mis esperanzas. Algún día yo sería capaz de
escribir con la maestría y pericia con que ellos lo hacían pero lo que yo no
sabía entonces era que aquel género de vocación inasible en nuestra época, con
lo que ha llovido desde entonces, era un pasaporte para vivir sepultado en
vida. Entre libros.
Recuerdo mi
figura, hética, por aquel entonces, deambulando por las calles madrileñas, con
un paquete de celtas cortos en el bolsillo o fumando desasosegadamente,
obsesionado por ahorrar y por adelgazar. El real que costaba el tranvía lo
guardaba hasta reunir las cincuenta pesetas que costaban a la sazón un tomo de
la Austral en la colección de bolsillo. El chivo y las estrellas consteladas,
como puntos de luciérnagas, me hacía pensar para mi capote: “ Algún día, yo
seré escritor”; y me reclinaba sobre la barandilla de hierro que tenía el
escaparate de la famosa librería, para apoyarse, cual si se tratara de la
cubierta de un transatlántico. La luna del escaparate brindaba infinidad de
descubiertas espirituales, y me adentraba en el mundo maravilloso de sueños que
no se han podido concretar nunca. “ Yo firmaré mis obras. Ganaré el Nadal o el
Planeta. Seré famoso”.
Iluso de mí e ignorante. No sabía que esto de la literatura es como
una lotería y que los dioses de la nombradía son aceptadores y muy caprichosos.
Únicamente, unos cuantos elegidos coronan la cúspide. No obstante, tengo que
confesar que para mí los libros, en particular, los de los maestros que
consigno, brindaron para mí una segunda vida. Fueron un encuentro conmigo
mismo. Con mi propio devenir y la misma historia de mis pasos y de ambulaciones
por ciudades como Madrid, Londres, París, Nueva York, que he recorrido como un
soñador maldito, sin entrar en el juego. Las musas me mantenían a raya. Sin
embargo, aquellas lecturas constituyeron el fuego sagrado en los que alentó
toda una existencia tan chocante y contradictoria como la vida. Luego de
ordenarme presbítero, porque me había enamorado perdidamente de Armentia, la
mujer que yo había soñado a través de mi intrigante comercio espiritual con los
escritores rusos - ella fue como una ondina en algún cuento de Turgeneff, el
ideal remoto e inaccesible - una noche de eucaristía literaria que a duras
penas seré capaz de escribir se presentó como en una película lo que habría de
ser mi pasado: la muerte de cáncer de Armentia, mi triunfo literario como
corresponsal en Londres, donde llegaría a ser un periodista que despuntaba y
prometía, y, por último, el despeñadero de un casorio malavenido. “ Los hombres
sensibles y geniales, desgraciados en el amor,
suelen unir sus destinos con alguna mujercilla a la que encuentran
debajo de una escalera. Este choque marca para siempre su vida”.
Si Armentia representó para mí el cenit, porque el
amor es omnipotente y salva todas las barreras, Nettle marcó el punto de
inflexión de aquella felicidad “ too good to be true”, el nadir, las voces, las
infidelidades, las mentiras, la sigilación, los despropósitos, los enconos, las
mentiras y las humillaciones que no cesan. Si aquella bendita inglesa, que
murió en la flor de la edad, significó el cielo, la española ha deparado un
infierno de torturas infinitas, podagras, desavenencias. No sé ni como estoy
vivo para contarlo a estas horas. Debe de ser que Nuestra Señora, a la que he
venerado tanto y sentido una devoción especial, desde niño, se interpuso ante
la fiera tendiendo su manto de salvación. Hubo unos años en que estuve a punto
de cometer una locura y convertirme en el nombre de cualquier vulgar asesino
que sale en las crónicas negras de los medios comunicativos a diario, contada
de forma parcial y torpe con voz de acusica por la vocecilla o el plumilla de
punto de esos ídolos de cartón piedra, meticones sabelotodo, chamanes,
hermeneutas de lo evidente, “ great big teasers “, truchimanes y espoliques del
vicio, ulteriores hierofantes y oráculos de la vulgaridad que nos ahoga, heraldos del fango (parece que se recochinean
en el dolor ajeno; al no haber ley, la prensa y las estaciones de emisión
electrónica que se proponen un bombardeo concienzudo de boñigas espirituales,
ramplones, con algo de sacamantecas, han erizado las puntas de diamante de sus
almenas babilónicas de malandanza, desesperación, pujos coprófagos, y malditos
traidores por mucho que se les llene su empalagosa boca de invocaciones a las
libertades y a la Constitución.
! Dios cuánto
anhelan revolcarse en la basura, pues han encontrado en tales percances un
negocio, medran a costa de la infamia, la locura sexual, pero no hacen sino
seguir las pautas trazadas con arreglo al diorama siniestro de don Segismundo
Freud, para quien la vida no es más que
un sueño de delirios sexuales, o don Carlos Marx, onírico personaje, y una
inmensa testa vacía pseudo filosofo que
sigue vendiendo a los ilotas de la tierra instinto de venganza, mucho odio y
más aire, o doña Simona de Beauvoir,
escritora “ bollera” que no oculta en sus libros su inclinación por los pecados
reservados contra natura y enhiesta el pendón de las reivindicaciones del sexo
hembra, las feministas trasnochadas, más o menos epicenas, que no merecen el
digno calificativo de ser mujeres,
porque, serlo implicaría una grandeza de alma, y ellos todo lo tienen estrecho
y pequeño, excepto la vagina de enormes tragaderas. Son la pesadilla de
Lisistrata en nuestra desventurada época, porque por ellas puede venir el
percance. Se pasan la vida haciendo
cábalas y micrófono en ristre se convierten en inquisidoras de la felicidad
ajena. Hay demasiado dolor en el mundo y mucha basura, pero ellas continúan
empeñandose en untar a sus audiencias de mierda.
La Virgen me ampara de estas hienas corrupias y nos
da alientos para vivir en un mundo sin amor y que no cree en el dolor, crisol
de las almas, escoplo que moldea al hombre, lo forja haciendolo recapacitar
sobre su propio destino a la luz de la insignificancia efímera de su naturaleza
contingente. La Virgen es la castidad,
la sencillez, la belleza del alma sin complicaciones narcisistas de la anatomía
cultual humana. Propone un nuevo camino de amor y de paz para estos tiempos
vacíos de malandanza final. Pronto la Lisistrata atormentada la veremos
envuelta en los anillos de la serpiente, de la hidra que mató al Laoconte.
XXI
Cuando Cristo hizo patente a sus discípulos su
preocupación por los profetas falsarios, estaba poniendo el dedo en la llaga
sobre los malos que aguardaban a la humanidad tras la venida de Carlos Marx,
cuya figura sigue perfilandose mesiánica abanderando las huestes de la anti
cruz. Caído el muro de Berlín, naufragado el soviet ismo, el materialismo
dialéctico ha mostrado la ferocidad de su verdadero rostro. Marx no era más que
un señuelo, la voz de su amo. Ahora se ha descubierto que no era más que un
abanderado de la gran banca, un agente encubierto del supercapitalismo. Sus
modos y maneras de perfiles destructivos perviven al otro lado del charco desde
donde llegan hasta Europa. Era la comparsa que necesitaban los sionistas para jalearse.
Se da la situación inaudita de que aquellos a los que perseguían y de puertas
afuera profesaban odio eterno eran los que le pagaban.
Ha quedado bien patente que la liquidación por
derribo de la Urss no ha sido más que una maniobra pactada. En la treta se
perciben convenios urdidos entre bambalinas por el Super Cofrade. Todos
creíamos que después de Gorbachov Rusia regresaba al redil de la antigua fe
ortodoxa. Eso es lo que anhelábamos aquellos que creímos en esa fuerza
mesiánica que irradian los patriarcados de Kiev y de Moscú, pero hubiera sido
demasiado para la Bestia Sin Rostro. Equivaldría a enterrar a Marx y en Wall
Street no están por la labor del sepelio de la sardina. Descubiertas las
cartas, han comprobado que la Unión soviética, la poderosa
superpotencia nuclear etc. no tenía otra misión que hacer de cimbel para que
hiciese músculo el otro gran coloso. Dios bendiga a América. Moscú [nunca se
olvide el origen de la Revolución de octubre
y quiénes fueron sus padrinos] no era más que un tigre de papel. Ni Marx ni Freud, los dos grandes heraldos
sobre los que gravita el nuevo orden mundial, han muerto en la hoguera. Sus
mandatos y teorías filosóficas, que se oponen en todo al legado evangélico,
siguen frescos. Las llamas del auto de fe en que han quemado a Marx los
norteamericanos no eran más que una farsa.
Por el juego de oposición de contrarios, capitalismo
y socialismo representan dos piezas en
el engranaje del inmenso rodezno de la modernidad. Pero habrá que guardarse de
los falsos profetas, que predican la llegada de un reino mesiánico. Ese tiempo
nuevo en el que ellos insisten, plagado de sofismas y de lugares comunes, es el
mejor caldo de cultivo para meter en adobo su mentira satánica. Para que la
injusticia, el desconsuelo, la angustia, el encono y los odios se instauren en
nuestras vidas. No es el Mesías el que llega. Esta es la hora de los vampiros.
Con clarividencia profética el polígrafo ruso
Nicolás Berdiaeff hace sonar su voz de alarma. Nadie ha desenmascarada las
argucias del Nuevo Orden como este escritor. Su pensamiento diáfano descubre
las añagazas y peligros que afligen a
las sociedades en puertas del siglo XXI. “ En los últimos días - dice- las
gentes se verán inmersas en un torbellino de angustias y de violencias. Será llegado
un tiempo de agitación interior y de lucha acérrima. Conflicto sórdido y
despiadado sin tregua ni cuartel. Esto
dejará desgarradas las almas en jirones”. Capitalismo y Comunismo no son más
que la pescadilla que se muerde la cola. Comparten un mismo todo. Utilizan la
misma dialéctica de la guerra de clases. Hemos ido a dar desde el materialismo
dialéctico al materialismo consumista.
El concepto altruista de la lucha de clases ha sido sustituido por una
violencia subliminal, dentro y fuera del hombre, bien administrada.
Al dúo, agotada la utopía marxista, se ha unido un
tercer elemento: el Feminismo, que exhorta a la guerra de clases. El lema
mutatis mutandis sigue respondiendo al mismo imperativo del odio: parias del
mundo uníos, mujeres de la tierra estrechad los vínculos y haced campaña contra
el varón dominante. Es posible que la condición femenina fuera objeto de un so
juzgamiento sistemático en pasadas culturas, pero ninguna filosofía hizo tanto
por defenderla como el cristianismo.
Si a ello se agrega el control de los medios de
producción por el de los medios de comunidad tendremos la receta para la utopía
perfecta: una sociedad dominada y teledirigida. A sus ordenes, Gran Capataz e
la Urna y el Voto, de lo que usía piense, de lo que diga y de lo que nos mande.
Dice Berdiaeff:
“La lucha de los guerreros, a pesar de ser cruel,
era franca y honrada, mientras que la que emprende la sociedad capitalista es
una lucha secreta, disimulada, escurridiza [la de la Bolsa, la Banca, la de los
partidos parlamentarios, la de la Prensa]. En esta sociedad todo tiende a
adquirir un carácter complejo, de un simbolismo en clave, en el que se pugna al
albur del poder fantasmagórico del dinero. Los bancos dirigen el mundo de una
manera invisible”
Por si esto fuera poco, tenemos ante el palenque los
conflictos étnicos enmascarados bajos las tensiones de las antiguas guerras de
religión. El de los nacionalismos retrógrados, como el catalán o los vascos, y
que no son sino una manifestación poderosa de las teorías raciales de Gobineau,
de la exaltación de la tribu en guerras locales. En un mundo tan nivelado,
donde el papel higiénico es el mismo en todas las partes surgen las voces de
aquel ultra nacionalista que piensa que su ADN desde el punto de vista racial
está más aventajado que el de aquél al que llama su opresor y su oponente. Tan
raquítica mentalidad de la superioridad de una raza determinada que es como
para abrir otra vez los manuales de aquel judío alemán que se llamaba
Rosenberg, padre del nazismo alemán, convive con la televisión a escala
planetaria, el teléfono móvil y las comunicaciones por satélite. Mamón y Moloch
son dos hermanos mielgos. Se han puesto
a jugar a las cartas. Mancomunados, hacen el buz, juntos, se pusieron a trillar
la parva. Las dos frentes de la cara de Saturno se estudian mutuamente.
Cualquier síntoma de debilidad puede costaros la piel. El personal tiene tanto
miedo como poquísima vergüenza. Cristo nos enseñó el autocontrol de los héroes.
A no tener miedo a los que son capaces de arrebatarnos la vida del cuerpo, pero
que carecen de jurisdicción sobre la del alma.
Por desgracia, nadie parece hacerle caso. Se vive
furiosamente el momento en un inmanentismo casi trágico que está sacando de
quicio las cosas.
Para consuelo de aquellos que desdeñan el lenguaje
de la carne hay que tener muy en cuenta que el dios con dos caras sempiternas
es muy dado a la mudanza. Con él nunca se sabe. Tan pronto se está arriba, como
abajo. El tipo de conflictos restringidos o regionales al que nos tiene acostumbrados
cada ocho o diez semanas constituye la válvula de escape de un sistema que
guarda ciertas características de los chupasangres, a la vez que da pie a toda
una parafernalia tecnológica que sirve de cimbel a sus ansias de violencia, a
la agresividad injerta en ese sistema de valores que llamamos democráticos. Un
sistema que no cree en sí mismo a la fuerza tiene que ser un campo de Agramante
en constante preparación para la guerra. Hay que producir y ensayar nuevos
inventos. Estirar hasta el máximo la capacidad de exterminio.
Berdiaeff demuestra por su parte que esta capacidad
auto innovadora junto con la potencialidad del desarrollo científico nunca
entró en los cálculos del padre del materialismo dialéctico. Sin embargo, tiene
en cuenta el filosofo ruso que Marx aceptó en su genial explicación el axioma
mesiánico de que todo cambio implica violencia y toda violencia supone a la vez
un cambio. A la par, tampoco tuvo en cuenta la presencia de Dios en la
historia, ni el aspecto soteriológico de la persona de Cristo, que es y está
ahora siempre. El misticismo ruso vio en Él la fuente de todo progreso. No es
ya meramente una fuente de gracias espirituales, sino también de bienes
materiales, una dinámica de perfección, el gozne sobre el que gira la historia
misma. Yerran, pues, todos aquellos que piensan que a partir del bien, de la
bondad, los altos sentimientos y la belleza se puede componer buena
literatura. El “ Germinal “” de ola
cuenta con innumerables adeptos entre las sectas feministas más iracundas, pero
hay muchos que ignoran el lado esotérico de Zola, un hombre que contó mejor
nadie el primer milagro que se produjo en Lourdes.
Mal que les pese a muchos, la palanca que pone en
marcha el arcaduz de la noria de los siglos es el pensamiento. No es el rasero
igualitario ni la razón utópica [a través de la maldad nunca podremos acceder
al bien] sino en el logro de las promesas evangélicas, o “ xαiρωσ”. Cristo es el
alfa y la omega. El principio y fin de todas las cosas. A este devenir
histórico en virtud del cual la hora presente se transfunde en tiempo futura,
el punto de encuentro del presente con la eternidad, lo llama el alemán Tillich
“ kairos”, aplicando a este predicado la teoría que conocen los padres de la
Iglesia Griega con el nombre de “ schiliasmos” (un tiempo nuevo de redención y
de misericordia que se alza a nuestro alcance). Por desgracia, los comunistas
no creen en más que en la materia. Un punto en el que concuerdan con el
capitalismo. Materialismo dialéctico y materialismo consumista o capitalismo
salvaje forman yugo perfecto para uncir a la humanidad entera y crear una
generación de esclavos. Sin embargo, los planteamientos de la Revelación se
mueven en perfiles antípodas. Cristo trazó las lineas cruciales o cimientos del
mundo futuro sobre el plano de la eternidad, de su rango o dignidad, deiforme.
Mucho cuesta admitir este planteamiento, ante la ingente masificación de las
costumbres, el poder y la fuerza del número, o la anulación tecnológica, el
tedio, la vulgaridad y a esa cura de caballo de hedonismo al que se ve sometido
el hombre del siglo XXI. Se ha hecho muy
difícil ser cristiano. Sin embargo, por la naturaleza de la gracia y por el
bautismo, el ser humano se encuentra llamado a muy altos destinos.
En la otra vertiente, se ve que el determinismo, la
lucha de clases, o la masificación de la vida social obra a los efectos de una
cáscara de huevo vacía. Marx se equivocó, acaso de mala fe, pero, porque
propaló una mentira, aparentemente atractiva aunque cargada de un odio
satánico, el mundo tendrá que pagar la culpa de sus excesos mentales durante
bastante tiempo. Relativizó al hombre. Marx dijo que no hay verdades absolutas.
La única verdad absoluta es que no hay absolutos en esta vida. Era la voz de su
amo. Pretextando favorecer a los pobres, a quien en verdad servía este judío
alemán era a la causa del supercapitalismo. Lanzó las masas a la calle y del
enfrentamiento de nazismo y comunismo el sistema que saldría fortalecido sería
precisamente el que él intentaba socavar. Solamente una mente diabólica podría
desempeñarse y evolucionar con tanta perfidia. Pese a la sesuda seriedad
alemana “ Das Kapital” con su sintaxis invertebrada y enojosa tiene algo de
libro humorístico. Su autor, consciente de que estaba tomando el pelo no sólo a
los lectores sino a media humanidad, produjo un libro indigesto. Hoy su teoría
ha arraigado muy particularmente en el mundo de la comunicación y entre las
feministas. La lucha de clases reducida a la mínima expresión se ha convertido
en guerra de sexos. Se han conflagrado los hogares. Los hijos se rebelan contra
los padres y las esposas maltratan groseramente a los maridos. El lenguaje del
amor y del perdón, como recomendaba Marx para llegar a la utopía, se ha
convertido en odio, competitividad, garra, ley y supervivencia del más fuerte.
Si el protegido de los Rothschild se proponía conseguir que esto ardiese, se ha
salido con la suya. Paradójicamente el mejor barbecho a sus teorías no ha sido
ni Inglaterra ni Rusia, donde mayor calado tiene sus proyecciones endemoniadas
es en Estado Unidos, que de una manera macabra, y de rebote, está tocando con
la punta de los dedos esa sociedad igualitaria de lucha de clases,
perfectamente controlada por un estado que se ha hecho con el control, dejando
pálidas las previsiones de Huxley y de Orwell. En el país más capitalista del
mundo se encuentra el temible Animal Farm[1]
entrevisto por los utopistas. ¡ Simplemente, cómico! Una broma pesada es la que nos ha gastado
este apóstol de las barbas fluviales.
Debajo del magno tinglado, como cuando Einstein
sacaba la lengua, haciendo burla a las leyes gravitatorias diciendo que el
mundo es curvo, resuena la carcajadas hueca de Israel. El mundo se tomaría
demasiado en serie las propuestas del pensionista de la gran Banca. El había
cumplido la consigna que le dieron sus jefes a rajatabla. Querían que inventase
una vacuna contra el escorbuto y el hambre. Los
plutócratas, tratando de pasar por altruistas, querían repartir algunas
migajas, para, de esa forma, prevalecer, adquiriendo visos de respetabilidad.
Es la filosofía en que se fundamenta todo ese gran tinglado de las OenOenegés,
el que van de comparsas, desde el Vaticano hasta la última enfermera de
Mostoles que hace las maletas para el Congo, y se expone a que la violen, a
adquirir el tifus exantemático y la malaria, pasando por Mendiduce, que de
cooperante ha pasado a ser escritor de relumbre galardonado con el Planeta. Su
piedra de toque es la mala conciencia y la relreflexiónbre la existencia de la
injusticia en el mundo, generada por los gnomos de Zurich o los fakires de Wall
Street.
Lo que se saca de la manga es un híbrido sistema
filosófico a la larga servirá para ensanchar la clientela de los fabricantes de
navajas, los consorcios amentisticos y los que siempre se han lucrado con el
negocio sustentado por la agresividad humana. Parias de la tierra, uníos.
Alzaos para combatir. marx se inventa una retórica y está retórica parece
calcada de las constituciones ignacianas, porque el insigne, al igual que el
padre de los jesuitas en que el fin justicia los medios para alcanzar la
utopía. Mas, ¿ cómo es posible - reflexiona Berdiaeff- que de las tinieblas se
alcance la luz? Se salta la valla de los principios de la Física, que atribuye
a todo principio una causa. ¿ la fraternidad universal, la equidad y armonía
habrán de nacer de la envidia, el odio, el enfrentamiento, la venganza? Como
todo judío, Marx es pesimista, misántropo y enemigo de la condición humana,
pero parece ser que con este silogismo cornuto el terco filosofo alemán recabó
ganancias. Vino a escarbar en la antigua creencia de que la violencia es la
partera. Es un dicho que está en el Talmud, pero pasando por alto la existencia
de una Trinidad bondadoso y vivificante. Hay un apotegma inglés indefectible: How
two wrongs can make a right ?[2]
Calca, asimismo, en sus teorías los postulados de
los que hizo lema la norma jesuitina en su especulación sobre las dos banderas
o los dos señores a los que se aplica la solución salomónica del todo en
tanto en cuanto, preconizando de paso la depauperación progresiva del
proletariado, (“ Verelendungstheorie”).
Pero bajo la máscara de gran revolucionario se esconde un demagogo. Marx era un
tapado, que, servil a las consignas propaladas por sus amos, no hace sino
prevenir la ciudadela y dotarla de defensas convincentes para el cerco que se
aproximaba. Se lanzó a defender el “ statu quo 2 por la vía contraria. En
resumidas cuentas, protege a solapadamente a la que aparentemente intenta
impugnar,
¿ En que cabeza cabe que, a partir de un estado de
necesidad pueda alcanzarse un estado de libertad? Axiológicamente, esa norma
contraviene los procedimientos racionales. El relativismo marxista obliga a
anteponer los intereses de clase, aunque ésta sea clase trabajadora, a los
intereses del individuo. Este es un rasgo del que participa la psicológica
católica y en parte el funesto sentido de las relaciones del hombre con Dios
que impuso la Contrarreforma, la cual en muchos casos bebe mas en las fuentes
de la Cabala y en el pensamiento judío que en el Evangelio.
¿ Trabaja sobre el principio de ña unión de
contrarios? ¿ Es hacedero descubrir ña libertad a partir del estado de
necesidad? Axiológicamente esa norma contraviene los métodos de la razón, pero
toda la tramoya ideológica del prócer libertario está montada sobre un
silogismo cornuto. Su relativismo le obliga a antecoger o triar los intereses de clase, aunque sean los de la
clase trabajadora, a los del individuo. Justo lo contrario de lo que predicó
Cristo y de la doctrina que profesa un cierto catolicismo para el cual lo más
importante es preservar la armadura, la cercha del arco ojival, que funcione el
papado y los privilegios de casta. Buscan la masa global. Este es un rasgo muy
característica de la fría espiritualidad jesuitina, responsable de tanta
fraseología vacua, succedánea de una santidad difusa y como emasculada.
Hemos escuchado la frase muchas veces: Extra
ecclesiam nulla salus... Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo... etc.[3]
es invocado como máximas exclusivas de una verdad y de una primacía en
propiedad para salvaguardar las miras particulares de un grupo eclesiástico,
que forma parte de la Iglesia, pero que no es toda la Iglesia. Berdiaeff, por
ende, entra a saco contra el cesaropapismo, pero sin apartarse ni un ápice de
las convicciones propiciadas por su fe ortodoxa. Es un defensor del carisma del
espíritu y un profeta del triunfo de la cruz. Para él la Iglesia, depositaria
del acervo común, de la herencia indivisa de la Tradición y de la norma
apostólica, que nunca estuvo sometida al escrutinio de la Inquisición, ni se
vio implicada en las habituales guerras de religión medievales, encara la
legitimidad y la continuidad.
No vayamos a creer a Berdiaeff un retrogrado. Piensa
como un ruso ortodoxo. Sus clarividencias son mesiánicas. Se mueve a caballo
entre la tradición del misticismo ruso, para el que una mejora de la condición
humana sólo puede llegar a partir de una renovación espiritual, intimista,
libre, autentica, nunca basada en las mentiras o las medias verdades oficiales u
oficialistas. El progreso tecnología y los inventos han estar en función del
hombre, y no al revés. Si éstos sirven para acrecentar el entendimiento y hacer
la vida más tolerable entre los hombres, ¡ en buena hora! De lo contrario, sólo
servirán para un momento programado de la esclavitud. Serán un factor alienante
de la condición humana:
La transmutación del trabajo en mercancía, la
transformación del hombre en objeto; el egoísmo de la competencia implacable
debe ser ajeno a la conciencia cristiana.
Es lo mismo que opinaba Tarás Buba, el cid
ucraniano, que se lanzó a los caminos de la estepa rusa a ganar el pan en lucha
contra el tártaro y el polaco. El piadoso y sencillo, a la par de valiente,
atamán tendría que presenciar la horrible escena del ajusticiamiento de uno de
sus hijos en la plaza pública de Varsovia en un auto de fe a cargo del cerril
gutman de Varsovia, muy católico, muy apostólico y muy romano, pero
terriblemente nte sectario y fanático. Gogol pone el dedo en la llaga cuando
descubre que las diferencias entre la Ortodoxia griega y el catolicismo romano
son insalvables. No se puede luchar contra la soberbia y los perjuicios de los
que se cree en posesión de la verdad, y mira al resto de los mortales por
encima del hombro. Es como acocear el aguijón.
Las lágrimas de Tarás ante el cadáver de su
primogénito ajusticiado fueron vertidas no sólo por un mártir de la ortodoxia,
sino también quiso que su llanto sirviera de bálsamo a las heridas causadas en
el Cuerpo Místico por los enconos, las mezquindades, los perjuicios humanos,
con esa mala costumbre a hacer bandera de lo más sagrado para salir en defensa
de intereses espúreos.
Nos topamos aquí otra vez con la idea del mal, que
es una constante en los pensadores
eslavos: ¿ por qué se encarama a lo alto de los pináculos de la fortuna
y brilla con luz propia en los faros del gran mundo, mientras los limpios de
corazón, pero emotivos, pueblan las cárceles y los pabellones de la muerte?, ¿
por qué la virtud parece condenada a estar en capilla?
A criterio suyo, los hombres se dividen en dos
categorías: la de aquellos que son capaces de crear, y la de los gregarios. Una
mayoría aplastante ahoga dentro de sí toda su capacidad creadora para no vivir
más que hacia adefuera. Son los hombres sarcinos , según san Pablo, los que se
administran de acuerdo con los principios de la prudencia de la carne. Estas
ingentes conglomeraciones de seres humanos v han dado lugar a un tipo de ser
amorfo, lleno de convencionalismos. La burguesía no cree sino en aquello que
tiene delante de los ojos, o lo que le resulta palpable. Y esta grey
burguesa suele vivir aplastada bajo el
yugo de la mediocridad. Berdieaeff insiste en que la religión no es el opio del
pueblo, sino el único camino para satisfacer sus anhelos de libertad y de
trascendencia.
Por desgracias, concluye, también la religión ha
caído en manos de los leguleyos. Es víctima de los intereses de partido y vive
sujeta a los impostores que, so capa de predicar a Cristo, han vuelto a
clavarlo en una cruz.
Llega por ese camino a dar la razón a Lutero que
veía en el papado una anticristo. Al molde de la prevaricación suprema. No
obstante, si sus condenas y descalificaciones a los usurpadores del mensaje
evangélico parecen a veces algo duras, su esperanza, sin embargo, en el futuro
de la Iglesia - entendida no como jerarquía roana - no puede ser más
esperanzado. El Cristo ortodoxo es un Cristo obrero, que vive del trabajo y del
sudor de sus manos: el hijo del carpintero, el impugnador de todo fariseísmo.
Es el Señor de los pobres. Se mezcla con la gente. Nada de montanismo. Sus
elegidos provienen de los grados ínfimos de la escala. Cristo no ha de
pertenecer nunca a una “elite”. Es el redentor cósmico. Lo que sucede es que
muchos han tratado de apropiarselo en todo este tiempo. La Iglesia verdadera
pertenece a los santos, a los que dan testimonios, baluarte invisible de la fe,
torres de reparación. Es la legión inmensa de los elegidos innominados.
Está claro que su reino no era de este mundo. Por
eso fue tan sañudamente perseguido por las fuerzas seculares, porque mostró una
divina resistencia a moldarse a sus deseos. Huyó al desierto cuando le fueron
prometidas congruas, cargos, que trataban de acreditarla de la fama de los
grandes profetas de Israel. Renunció a los honores e increpó al diablo, cuando
éste le pidió que se arrojase de lo alto del pináculo del templo. La grandeza
de Cristo es interior y, en su mayor parte vida oculta. En esta vena oculta han
sabido recalar todos los místicos. Pero también hay rebelión contra los poderes
fácticos, renuncia, desdén a la vana gloria. Humildad de Dios.
No quedará completamente realizado el mundo futuro
en este erial. Cristo expresó sus reticencias ante aquellos que querían
investirlo de una realeza material. Se muestra escéptico, consciente de lo
difícil tarea de los apóstoles, a los que previene de las dificultades, de
tener que remar siempre contra corriente, contra el Príncipe del mundo. Reta a
Satanás a un combate sin fin hasta los últimos tiempos. Pero el tenor de tal
lucha es del todo esotérico. No quiso prosternarse ante él, ni besarle las
posaderas, como han hecho algunos de los que se dicen sus vicarios - Wojtyla
cuando arrecia todavía la tormenta del asunto Lewinski no ha dudado después de
darse un baño de multitudes en ese país misterioso y maldito que es Mexico,
donde se ha derramado mucho más sangre de cristianos que en las nueve
persecuciones de los emperadores romanos, para así aplacar su ego de “ papa sol
“ de todos los pontificados, de ir a estrechar la mano del fornicario Clinton[4].
Al acercarse la consumación de los siglos - nos lo advierte el Salvador- la fe
se entibiará, vendrán falsos profetas a apacentar la grey; como consecuencia de
estas artimañas, se enfriará la caridad entre los hombres. Habrá que volver a
preguntarse si no será 3esto lo que está pasando.
Parece que los demonios de la confusión histórica
han hecho acto de presencia. El que se dice su legado se ha unido a la hueste
de quienes le persiguen. La contemporización de la Iglesia con las fuerzas
operativas del anticristo, radicadas en la Sinagoga, que se ha operado durante
este pontificado, pone a la Iglesia en un clima parecido y enrarecido, de dos
obediencias como el acontecido con Clemente V, responsable del Cisma de
Occidente, con el traslado de la corte pontificia a Aviñón en 1307, y que
estuvo enteramente sumiso a los
caprichos de Felipe el Hermoso, uno de cuyas primeros actos de gobierno fue
suprimir a los templarios y quemar a su maestree, Jackes de Molay, en la cárcel
del Temple[5].
Ahora ¿ no habrá hecho dejación de sus poderes, en
su capacidad de pastor del rebaño para adoptar una bandera de conveniencia y
cómoda para los intereses del amo del mundo, pero no conforme a las
estipulaciones del Maestro de Justicia? ¿ Yendose a Mexico no estará intentando
este senil prelado quemar las naves como cortés? A la Iglesia jerárquica le
queda poco porvenir, por más que esos asesores de imagen que rodean a Wojtyla,
en su mayor parte españoles y del Opus, Navarro Valls y A. Gómez Fuentes.
¿Están maquillandolo a la perfección para copar las primeras planas de los
periódicos y captar unos espacios halagüeños en la hora punta televisiva? Un
vicario de Jesús no tiene por que está sometido a esa manipulación informativa
que no tiene fin.
Venía de la llamada iglesia del silencio y ninguno
de los sucesores de San Pedro ha tenido la habilidad de meter tanta bulla como
este polaco. Compite en la pugna por el “ prime time” con los escándalos de la
Lewinski y Clinton, los bombardeos de Bagdad, los rebuznos de Arzalluz, etc. ¿
Es esta la verdadera tarea de un pontífice echado de manos a boca en los brazos
de la publicidad y de los asesores de imagen? El ciclón de Cracovia todo lo
arrasa, pero es un viento que pasa pronto, una lluvia que no cala. Un golpe de
efecto publicitario.
Razón llevaba Tarás Bulba al hablar mal de los
polacos. La devanadera de la historia se perfila impenetrable en sus
circunvoluciones y raptos. Sin embargo, en el fiel de la balanza del cielo la
aguja se empina hacia arriba. Las sentencias de Berdiaeff ofrecen lucidez
profética, descubriendo el autentico rostro que está detrás de la máscara. Marx
y Engels se constituyeron en los peones de brega de una dominación del mundo
programada desde Londres, desde Francfort, y, posteriormente, desde Wall st., Y
al albur, últimamente se ha unido el Vaticano. En el crepúsculo del siglo XX ha
habido dos años clave: 1989, con la capitulación de la URSS, servida en
bandeja, como un rey chico cualquiera, por M. Gorbachov ante George Bush y
1992, un año mucho más terrible, porque la Iglesia de Cristo, presionada por el
clan judío, cedió a la presión. Todavía recuerdo a aquel grupo de zionistas
desplegando en la plaza de San Pedro la bandera con la estrella davídica y
proclamando la victoria de Israel o a aquel grupo de exaltados activistas anti
castristas cubanos que, estando Juan Pablo II en Covalonga, le increparon con
insultos acusandole de haber sido miembro de la KGB. Queda aun por esclarecer
el atentado sufrido por Alí Agca. Personalidad misteriosa. ¿ Iba realmente a matar
al papa? ¿ Disparó con balas de fogueo? ¿ Fue un aviso de que la próxima vez se
actuaría más de firme? En cualquier caso, hay que contar el escandalo de las
finanzas de San Pedro y un cambio de rumbo, una perdida de la clásica
imparcialidad de la Sede Apostólica a partir de esa fecha.
Esta postura de doblez ante el chan taje del
poderoso está en contrasta con la dignidad del primado ortodoxo de
Constantinopla o la del patriarcado de Moscú. En la silla de San Andrés y en la
de Cirilo y Metodio el servicio a Cristo se interpreta de otra manera menos
servil. Un papa muy político puede acabar convirtiendose en un lacayo de los
intereses creados. Gogol ya lo advirtió en esa deliciosa novela, cargada de
ternura y sufrimiento que fue “ Tarás Bulba “, que murió mártir del fanatismo
polaco y de los monederos falsos de la casa de Leví que lo exprimieron el jugo.
El viejo Tarás vivió para la estepa. Amaba el aire y los horizontes sin confín.
Murió al querer ir a rescatar la pipa que se le había olvidado. Un buen cosaco
siempre fuma. Vive para la sentnia y para la defensa de sus semejantes. No es
nada egoísta. Fuma y bebe pero, con sus defectos y pecados, siempre estará
dispuesto a morir por el Cristo ortodoxo, por la salvaguardia de una
civilización, hoy tan en entredicho. Sobre Europa se baten los tártaros. Mandan
mucho los polacos y por si fuera poco los judíos son amos de la bolsa. Me he
acercado con estremecimiento acongojado a las deliciosas paginas de este
libreto. Alta y sublime literatura como la de la “ Iliada”.
MI SACERDOCIO
Aquella puerta verde de nuestra casa en Valdevilla
se abriría para no cerrarse nunca más. Cayeron los cañizos de la techumbre del
sobrado. Los gitanos arramplaron con las cañerías y la cocina de hierro de la
cocina a cuyo amor de lumbre pasamos las veladas del invierno. Venían los hijos
de Froilán el maestro y de Micaela, su mujer, que era algo pariente de mi madre
a merendar. Mi madre hacía tortillas de patatas y soplillos. Se extendían los
vuelos de la mesa grande y allí había un hueco para todos. En aquellos años
primeros de mi vida yo creía que el mundo era recto, depositario del bien y de
la belleza. Por el puente de Valdevilla no había pasado aun el carro de la
muerte y del dolor. A mí me fascinaban mis primos los hijos de Froilán. Uno de
ellos me hablaba en aquellas interminables de holgorio de la vida sacerdotal,
pues era seminarista y me convenció de la idea de hacerme sacerdote. Por
aquellas fechas jugábamos a decir misa cantada. Desde entonces no he sido capaz
nunca de desprenderme de la fascinación del latín. Pero también me fascinaba
aquel aparato de radio que había en un rincón de la cocina vestido con unos
faldones y aparejado de forma muy coquetona. Con los encajes y cortinillas
asemejaba a un tabernáculo misterioso. Era el sagrario de las ondas hercianas.
La voz iba y venía como por arte de magia, como consecuencia de una mezcolanza
de imanes, tubos catódicos, condensadores y lámparas una fascinación
fundamental. Desde el rincón de la cocina yo era capaz, mediante un giro de la
rueda del dial, de moverme hacia los anchurosos mundos de lo irreal.
Escuchábamos Radio España Independiente, las charlas
del P. Venancio Marcos por Radio Nacional y el carrusel deportivo. El aparato
de radio era casi lo único que echaba yo de menos de la vida seglar durante mis
años de seminario. Solamente el rector y los superiores tenían un aparato, que
se encendía exclusivamente los domingos para escuchar a través de Radio
Vaticano el Ángelus del Papa. El invento de Marconi me parecía algo mágico.
Mientras yo bregaba con Platón y Cicerón durante los cinco años de Humanidades, y con la Historia de la
Iglesia y con Aristóteles durante los tres de filosofía y me transformé en un
ser diferente después de estudiar a Sto. Tomás - el mundo ya dejó de ser el
mismo después de entrar en contacto con el Doctor Angélico - a lo largo de
teologado, aquella radio seguía funcionando. Cuando seas cura, te den una
parroquia, no te será lícito dormir con una mujer, pero podrás siempre tener
una radio. Las hay a barrisco en las casas curato. No podrás conocer las
caricias de la hembra, ni oler su carne, ni acariciar su piel. El diablo me
tentaba con el pensamiento de que la vida no es vida sin el conocimiento
carnal. No es bueno que el hombre esté solo. El día que ingresé vino a casa un
maletero con gorra de plato. Manejaba una carretilla muy larga en la cual
cupieron el baúl, las mantas, el colchón y todas las humildes pertenencias. ¿Te
vas? Sí. Me voy para no volver más al mundo. Quiero ser cura. Me ha entrado la
vocación. Eso es imposible. ¿ Cómo imposible? Algún día lo sabrás. Ahora eres
muy pequeño, tienes tan solo once años. El mismo maletero, un poco más viejo y
cansado sobre la esteva de la carretilla, fue el que hizo la conducción de mis
libros y de todo mi ajuar hacia la estación de los coches de líneas. Habían
pasado doce años justos del día de la fecha y yo era un misacantano. Seguía
sintiendo ese fervor por la radio. Me fascinaban las misas cantadas que
retransmitían desde lugares lejanos, el boato de la liturgia magna, los
cánticos en latín, las rutilantes casullas empedradas de oro, todo ese depósito
de la fe engalanada que refleja la vida en el paraíso concebida como una
perenne eucaristía. Dios me hablaba desde los micrófonos. La voz del serafín
sonaba a través de los himnos. Para mí el misterio inefable de la retransmisión
sin hilos era un testimonio evidente de que Dios se encontraba en el cosmos. Me
acababan de ordenar sacerdote según la orden de Melquisedec. Yo estaba lleno de
proyectos y de entusiasmos de apostolado. Acababa de cumplir veintitrés años.
- Bueno, señor cura
PUSHKIN, MESÍAS RUSO
O EL CARISMA DE LA PALABRA
por ANTONIO PARRA
Está claro que la historia de nuestra evolución espiritual pertenece a
las páginas de los libros leídos o adquiridos, guía de nuestro acervo anímico,
círculo mágico en el que nos resolvemos o revolvemos, y, acaso, línea que nunca
podremos cruzar sin desventaja, o sin hacer traición a nuestro espíritu. He
hurgado en los fondos de mi bien abastada y anárquica biblioteca, donde los
clásicos rusos ocupan un sitio de prelación. Había un lomo, ya lacio y
amarillento, con empellones y desconchados en la cubierta, que al punto me ha
traído a la mente imágenes de un fondo retrospectivo y sin cálculos. ¡ Densos y
ajados afanes de juventud! He sentido, de repente, como un latigazo y la
pregunta retrospectiva de Horacio: ubi sunt? ¿qué fue de todo aquello?
¿ dónde está lo que amábamos entonces? Esta inquietante interrogante horaciana
es ya, de por sí, un surtidor de fuerza
literaria, motivo de inspiración a lo largo de la historia de la literatura
mundial. Quizá, se escriba para conjurar ese enigma de la existencia humana,
abocada a un final inexorable, el de la muerte.
Al verlo los ojos, el alma se
me ha hundido en una sima de añoranzas. Hay libros, por aquello que decía San
Juan de “ in principio erat verbum “, que fijan el cipo del arranque vital, o comienzo de
nosotros mismos. Un título: La dama de los tres naipes y otros cuentos, por Alejandro Pushkin, en traducción de Félix Díez Mateo, Buenos Aires, 1952. Y una fecha escrita en tinta
azul, ya muy buida, porque la tinta es sangre del alma, que también ha envejecido,
igual que el propietario, acusando las devastaciones del paso de los años, pero
que trae imágenes y rostros borrosos a la memoria. Debajo una fecha: primero de
junio de 1963. Seguramente, fue adquirido en alguna de las casetas de la feria
del libro que se celebran en Madrid cada primavera.
Desde las paginas desfondadas de esta novelita, sucinta, concisa,
llena de una prosa misteriosa que ilumina, muy pujada y repujada, como todo lo
de Pushkin, pero el lector nunca es consciente del esfuerzo del autor, según
suele ocurrir cuando estamos en presencia de un genio, mi propio pasado me
estaba haciendo guiños. Hay en la literatura un propósito angélico que es
trasegado por el ala mucilaginosa del olvido. Retumban las carcajadas del
serafín negro en la tumba de los sueños. Lo inane acaba por imponerse a lo
bello. La cosa no tiene vuelta de hoja.
Este cuento, sacado del natural, donde Pushkin, en el origen genial del
escribir moderno, afronta, con pluma vívida y
velocísisima impresión del elán vital de cuanto le rodea, refleja lo
inane de la vida de un tahúr. Pero detrás de todo esto, se esconde la idea de
un destino (sudba) inexorable e invencible, que es aquí
una mujer: la dama de picas. Es la historia mefistofélica, del pacto con el
diablo, a la que sucumbe la vanidad o la impericia de la humana naturaleza.
El mensaje claro, pero lleno de piedad, que proyecta Pushkin aquí,
podría cifrarse en que todo es vanidad, parodiando al mataoites mataiotés del Crisóstomo: el amor,
la belleza, la salud física, el relumbre y el decoro han de tenerse por
espejismo. Siempre acabamos doblando la raspa. El bien y el mal se acaban.
Yo no había cumplido aun diecinueve años. Seguramente, se trata de una
de las primeras adquisiciones de mi biblioteca, porque el sueño de mi vida lo
configuraba ser escritor. Sabía que mi proyecto existencial se encontraba unido
a los libros, fuente de felicidad, supremo y dogal de mis castigos, como así ha
sido. El autor ruso hizo las veces de maestro de ceremonias, y en sus páginas,
leídas apresuradamente, en largas vigilias de café y tabaco y sueños de
grandezas ineludible[”algún día podré yo escribir algo como esto, seré
publicado y reconocido”] me hizo la acolada. Con él velé mis primeras armas.
Recibiría el grial del ideal caballeresco literario, me abrió el iconostasio de
un concepto estético en el cual fui ahondando y adentrandome con los años. Toda
la literatura rusa me ha hecho vibrar. La Dama de picas era el primer guiño
seductor de la femme fatale.
Después de Pushkin, vendría Gorki, cuyos relatos me harían llorar, y
que devoraba mientras viajaba en el metro. O Chejov, Dostoievski. Andreiev,
Ivan Bunin. Era consciente de que me
enfrentaba a un reto difícil. En la Biblioteca Publica de Cuatro caminos me
engolfé en la lectura de mis amados maestros rusos. Allí trabé contacto con la
literatura en sumo grado. Este primer contacto me llenó de prejuicios hacia
otros autores o hacia la novela de otras literaturas, porque pienso, y sigo
pensando, que sólo la rusa ha tocado techo desde el punto de vista novelístico.
Dostoievski, el gran buceador del alma humana, que acomete sus empresas de
imaginación como si fueran paseos psíquicos en el laberinto del corazón del
hombre, es el no va más. De esta manera, creía yo haber dado mi primer paso en
la gran promenade. ¡Iluso de mí!. Desconocía que el mundo estaba abocado
a una tremenda movida, con la inversión e involución de los conceptos
estéticos. El canon de belleza iba a ser defenestrado a manos de otros
intereses más espurios que concurren al hecho literario. El mercadeo estaba a
punto de hacer acto de presencia. Las
etéreas e inasibles musas dependían no tanto de un acto de inspiración sino del
determinismo de las cajas fuertes.
Los americanos han creado el éxito de ventas. Inundaron las pantallas de
cine y de televisión de basura e implantan en el mundo un sistema político que
no tolera la contestación, habida cuenta de su totalitarismo político. En ese
mundo de violencia primaria el único héroe sería Buffalo Bill. Un cuatrero
nunca podría entender la inteligencia, la sensibilidad, el humor, por ejemplo,
de Eugenio Oneguin. Antes de emprender mi andadura, me di cuenta de que mis
visiones teológicas y estéticas me situaban al margen de este mundo de
pistoleros de la lechigada de Jefferson y Washington, en lo marginal.
Al sentarme frente a un tapete verde en el que habían naufragado al
poker las mejores fortunas, sabía de antemano que me lo jugaba todo a una
carta. Enfrente de mí se encontraba un ser de rostro sombrío, hocico cabruno y
ojos de buey, y una cabeza poderosa como el cimacio de un capitel granítico,
peana de las cumbres y de los derrumbes. Era el jefe supremo de toda la timba, el baranda del mundo. Ponerse a escribir una novela o a
componer un poema entraña este enfrentamiento con las fuerzas oscuras. Uno
intuye que va a perder la partida, pero se arriesga. Toda literatura, por
humilde que sea e inane a los ojos del lector, pero nunca del autor, es un
conjuro contras las fuerzas oscuras. El que escribe asume el papel de demiurgo. Lo envida.
Para semejante tarea hay que tenerlo bien puestos. Uno sabe de
antemano que se compromete a una lucha sórdida y feroz; en muchos casos, sin
espectadores. No estoy de acuerdo con la creencia de que la vocación literaria
tenga que ver con el deseo del renombre, sino que responde a un anhelo íntimo e
irrefrenable de compromiso consigo mismo.
Sin embargo, el lance es fútil. Todo termina siendo un encuentro de
whist ante un rival que es un coloso y que, además, juega con las cartas
marcadas. Uno querría saber el secreto de esa combinación que nos hiciera
invencibles. Esa combinación mágica que se guarda bajo la manga para ganar cualquier albur la condesa,
personaje gigantesco y espectral de este denso y breve cuento del genio ruso,
en que se resume el teatro del mundo, y se hace un diagnóstico inmejorable de
la vida humana, no es otra cosa que el tres, el siete y el as de corazones.
El relato plantea del dilema eterno de amor y juego. La cruda realidad
siempre acaba por desbancar a los buenos propósitos. No entiende de afectos, ni
se anda con muchos miramientos en sus actuaciones la madre naturaleza, cuyas
pautas de conducta actúan de una forma impávida y sin que el hombre vencido sea
capaz de contenerlas ni acelerarlas. Entran
luego en liza el azar. Eso que llamamos fortuna no es más que un
capricho de los factores al albur.
Las mujeres de las que me enamoraba yo por entonces tenían que ver con
las heroínas soñadas en estas novelas. Al
respecto, recuerdo un despecho amoroso que me acaeció en Oviedo el año 74.
Mis velaciones matrimoniales fueron canceladas la víspera de mi boda. No pudo
haber fortuna más desastrosa en aquel embate. Sota, caballo y rey. As tres y
siete de corazones. Flotaba en la neblinosa madrugada de un domingo otoño el
perfil misterioso de la Sota de Picas. La ciudad se desperezaba de su letargo,
dispuesta a empezar un nuevo día, cuando yo regresaba vencido. Tuve la
desgracia de emborracharme y de haber acabado en la comisaría. Pero esa
peripecia la narré en mi novela, crasamente relacionada con esta novelita de
Pushkin, Señora Blanca. Todas las obras geniales se caracterizan por esa fatalidad inapelable
y profeta. Los grandes poetas no son más que heraldos de ese demiurgo al que
tira el guante aquel que comete la imperdonable audacia de escribir, para
conjurar sus propios fantasmas y los de los demás, o echar un exorcismo frente
a las fuerzas oscuras.
Había sido derrocado por la condesa inescrutable. Vi flotando sobre la
mañana, cruzada por las nubes raseras que descendían del monte Naranco la
sonrisa aterradora de Gioconda de la Dama de Corazones. Lo que había leído
mucho antes había cobrado carta de
naturaleza en mi pobre existencia.
Recuerdo que en una cafetería
elegante de la vieja Vetusta, ciudad clariniana y una de las más literarias de
España estaba yo aguardando a mi adorada, cuando esta llegó y vino a decirme
que de lo dicho nada. Tenía entre las manos “Historia de una anguila “ de
Chejov, en el que premonitoriamente se narraba un caso parecido al que me
conmovió hasta los cimientos: una historia de desamor.
Casi no pude creerlo. ¿ Pero cómo es posible Masha - la protagonista
de la novela se llamaba como mi desdeñosa dama -¿ Cómo es posible? Abandoné el
establecimiento de estampida, dejando atrás el libro en el cual había dejado metidos
unos poemas y una de las pocas fotografías que conservaba de mi infancia. Esta
pérdida de dos objetos entrañables, aquel libro de Chejov y la fotografía en la
cual aparecía yo, niño rubito vestido de marinero, al lado de mi madre y de mi
padre, en traje de gala, junto al coronel del Regimiento, en el que servía mi
artillero progenitor, la soleada mañana en que se nos concedió una vivienda de
protección oficial en la barriada de Valdevilla, la sentí más que las calabazas
de aquella ingrata. La suerte se empeñaba en cerrarme el paso. Pero todo estaba
escrito con antelación en los libros de mis rusos preferidos, a la vez amados,
y a la vez malditos: Chejov. Pushkin, Gorki, Dostoievski.
Aquella mañana había visto dibujada sobre el vaso de la última tónica con
ginebra esbozarse el rictus burlón de la
dama de picas, clavándose como un cuchillo en mi memoria. Luego escuché el golpeo sórdido del destral del
leñador que asesinaba al último árbol del Jardín de los cerezos. Regresé a Londres a la mañana siguiente en el primer avión, el alma
llena de congojas, y la mente embotada bajo los efectos de la resaca. Un
escritor sabe que es muy poquita cosa: un dipsómano de la palabra, o un jugador
al que el destino no perdona nunca sus osadías. Con las cartas que barajaba -
la más señalada, la de formular preguntas que no son de su competencia y sí de
la divinidad, ese misterio cósmico que nos envuelve- reconocía haberme puesto a
jugar un tute a la baja. Tenía todas las bazas perdidas. Pensaba
que los grandes libros trazan la ruta de nuestros caminos, porque están
empedrados de mensajes crípticos sobre
porvenir que aguarda a cada cual, y vienen envueltos en un halo de
piedad y de ternura infinita. Se trata de una pugna sin cuartel contra el
destino. Hay un poder premonitorio en toda gran poesía.
La ironía que despliega Pushkin en esta zdacha, o novela corta, apunta a
desenmascarar ese rostro insensato, cruel y antojadizo con el que nos
encontramos al nacer. Saturno, la deidad infanticida, devora a los vástagos de
sus entrañas.
La Dama de las Tres Picas es un
“thriller” en el que se conjugan el amor, el odio, la madre que rechaza a su
propio hijo, cruel veleidad, que contemplamos a ojos vistas desde el absurdo de la desdicha.
Relata en esta obra del género negro la vida tal cual es, lejos del mesianismo,
la aureola que caracteriza a la mayor parte de los escritores rusos. Así y
todo, este cuento está rodeado de misterio. Si Pushkin no tuviera ese estilo
inconfundible, podríamos creer estar ante una obra firmada por Edgar Alan Poe.
En la literatura rusa, toda
ella cargada de mesianismo, esta particularidad es mayor que en otras.
Estudiando a los grandes maestros como Dostoievski, Gogol, Andreiev, Bunin, y
demás, se puede casi determinar de forma matemática el hado de los pueblos,
porque han sabido calar en el alma humana a la luz de un cierto designio
divino. En buena parte, el Cristianismo encuentra en ellos sus profetas
mayores, de la misma manera que el Antiguo Testamento recala en Jeremías,
Ezequiel, Amós, Isaías o Daniel. Sin embargo, Pushkin, dando de lado a esta
veta mesiánica, tiende a la universalidad por encima de credos o de
convencionalismos religiosos. Los escritores geniales muestran esa inclinación
a la clarividencia, como si recogiesen, por designio divino, el testigo de la
profecía.
Nunca tendremos que perder de vista esta configuración del profetismo
ruso. A través de algunos de muchos de sus autores (en ninguna otra literatura
se registra una pléyade tan vasta y varia como la que presenta el panorama de
la escritura rusa a lo largo del siglo XIX), Dios está mostrando a la humanidad
sus planes sobre el mundo. Hay quien menoscaba este misticismo alegando que el
alma rusa es triste. Esto resulta, amen
de una injuria, un lugar común que pocos de los que la califican a la ligera
serán capaces de demostrar axiológicamente.
Pushkin, por ejemplo, es todo ironía y delicadeza. Y el humor compasivo
para con las debilidades de la fragilidad humana elevado a la enésima potencia.
Volvamos a la Dama de Picas. He aquí a una octogenaria condesa,
que en sus días de emigrante París rompió los corazones de grandes personajes,
como Richelieu, jugando a la brisca. Es una consumada jugadora, y posee una
combinación avasalladora para ganar al jeu de la reine. Es la dama de corazones que irrumpe con la fuerza de una diosa
mitológica. Pushkin en unas pocas líneas nos cuenta la historia misteriosa de
esta antigua beldad, que envida y sale victoriosa. Era el socorro de tahures
desesperados como Chaplitski, quien hizo caso a la condesa y en una sola noche
desbancó los trescientos mil rublos de una puesta.
Vestía a la moda de setenta años atrás, pero, como quien tuvo retuvo,
según va el dicho, era todavía coqueta. En escena, y tras el bastidor aparece
un joven oficial de la guardia. Está ocultando sus cartas el autor para que el
lector en el transcurso de la novela vaya recomponiendo el rompecabezas de la
trama. Al final salta la sorpresa. El cañamazo argumentativo nos presenta
también a Lisaveta Ivanova, institutriz de la condesa. Hay trazos de
descripción homérica, rápidos, certeros. Lisaveta era una criatura atormentada,
porque amargo es el pan ajeno y enojoso el camino, cuando hay que subir y bajar
escaleras extrañas. Tenía que aguantar a un ama despótica, que era terca y
caprichosa, y se rodeaba de una corte de aduladores que engordaba y encanecía a
su lado. Tenía que servir el té con arreglo a las normas de la etiqueta, ser
para ella señorita de compañía. Para colmo, la condesa, una casa venida a
menos, no le pagaban nunca sus honorarios. En Rusia ocurría en la era zarista
lo que ahora con los funcionarios de la administración estatal. Pasan meses y
meses sin que estos reciban un sueldo.
La Dama de Picas, orgullosa, fascinante, faceta y acostumbrada a los
fulgores del gran mundo, aparece con el papel de madrastra. A Lisavetha le toca
desempeñar el de Cenicienta. Espera la
llegada de un príncipe azul, de su libertador. Es Germán, un joven teniente de
húsares, y luego se descubre, hijo secreto de la Dama de Picas. De ella ha
heredado su afición a las cartas y la fatuidad gloriosa. Seducido por el tapete
verde y por la belleza de la azafata de
la condesa. Estamos a las puertas de un romance en el que un hechizo que va a
desarrollarse en un ambiente entre aristócrata y diabólico. El mozo había sido
arrastrado hacia la casa por una fuerza desconocida. Es el tirón de la sangre,
pero en este amor filial hay algo más: una especie de hechizo, y hasta un pacto
mefistofélico. Le entrega un billete a Cenicienta. Ella lo guarda.. Era una
declaración de amor. “ Era tierna, afectuosa y tomada directamente de una novela alemana,
pero Lisabeta no sabía alemán y quedó muy satisfecha con ella”
La pluma de Pushkin es como un mazo en la diestra. Mefistófeles hace
acto de presencia tras el biombo del dormitorio de la condesa por medio de
Germán, el oficial de la guardia. Está claro que el protagonista es el diablo
con su tremenda fuerza que avasalla el libre albedrío y el afán humano. Esta
idea va a repetirse a lo largo de la literatura desde Lamertoff hasta Bulgakov
y sobre todo en Hermanos Karamazov. Los hombres no somos más que fantoches en la mano
del destino, se mire como se mire, te pongas como te pongas.
Germán seduce a la infeliz institutriz. La pobre doncella tenía la
cabeza a pájaros. Es víctima de su propia fantasía. Había leído demasiadas
novelas alemanas. Cae entre las garras
del don juan pequeño burgués. Éste a su vez, comido por la avaricia, está claro
que se había propuesto por objetivo no los favores de Lisabeta. Lo que quería
era conocer la combinación mágica de la condesa X, de quien desconocía que era
su propia madre, mentor y verdugo a la
vez, porque, al revelarle un secreto del juego de cartas, va a introducirlo en
los caminos de la perdición. Concibe una treta con su novia para acceder a los
aposentos privados de la aristócrata. Se presenta allí una noche después de un
baile y le pide la combinación mágica. La pobre vieja, al verse delante del
joven, padece un sincope mortal.
Parece ser que hubo un malentendido. El audaz húsar sólo había
pretendido asustarla. Pero tiene remordimientos. Sin embargo, una noche de
verano, una de esas típicas noches hiperbóreas peterburguesas, cuando el sol
nunca se pone, y que volveremos a
encontrar en “Crimen y Castigo”, está triste y desvelado; ve aparecer una
sombra detrás de la ventana. Creía que era su asistente que llegaba de la
taberna, siempre como una cuba, pero fue a mirar y vio que éste dormía ya la
borrachera en el diván del zaguán contiguo. No, no era Nikita. Era un fantasma.
El espectro de la dama blanca
era real y le comunicó su secreto: el as, y el siete y el tres eran la
contraseña mágica. Con esa clave podría siempre ganar cualquier partida. Sin
embargo, le pide que se case con Lisabeta y que abandone sus costumbres de
tahúr y la vida de crápula. Estamos de nuevo ante el famoso pacto del Dr.
Fausto:” yo te doy riqueza, belleza, dinero, poder, y a cambio, tú me entregas
el alma”. Es un asunto recurrente en todas las literaturas.
Sólo podría el joven hacer uso
de esta combinación recomendada una vez.
Puesto que le puede la codicia, no Germán obedece al espectro y se convierte en
una victima de su madre, la Sombra, la Dama de Picas. La idea de aquellas tres
cartas del abracadabra pasa a ser en él una idea fija. El húsar, obsesionado
por el juego, y por estas tres cartas de triunfo, enloquece.
Dos cuerpos no pueden ocupar el
mismo sitio a la vez, nos advierte Pushkin, remedando las palabras de Cristo
acerca de los dos señores. Hay que poner todos los huevos en un mismo cesto. No se puede servir al bien y al mal.
Su inadvertencia o su desobediencia al espectro, tras una peripecia
por los mejores casinos de la Ciudad Imperial, le llevan a la bancarrota y
termina en un nosocomio. En su delirio infernal, Germán no dejaba de repetir el nombre de las tres
cartas: el as, el siete y el tres, y con este nombre a flor de labios murió,
pobre y olvidado de todos. Por lo que
respeta a Lisabeta a la que había dejado encinta de una hija pudo casarse con
el mayordomo de la condesa, y Polinskiy, que hubiera sido el pretendiente ideal
pero al que rechazó por Germán - el amor es ciego- se casó con una princesa y
llegó a capitán de húsares. De la timba a la tumba. Siempre rendimos viaje de
la misma forma. Acabamos todos en ese metro cuadrado del osario. Al nacer
participamos todos de un destino común. ¿ Qué fue de ti, Lisaveta? ¿ Cómo es
posible, cómo es posible, Masha? La belleza se nos escapa. No resulta factible
responder a tantos interrogantes. Sin embargo, la vida es tan bella...
Pushkin, genio de mi destino, nos ha introducido a todos en el
laberinto.
En el Negro de Pedro el Grande, obra inconclusa, y acaso de autobiográfica urdimbre, aborda de una forma
tajante el racismo, la volubilidad amorosa de las mujeres y la difícil
aceptación por los boyardos de un árabe (es posible que Pushkin fuese un
abisinio de origen copto) favorito del monarca; estamos ante una historia de
amor, lealtad y de celos. Ibrahim, un tártaro,
es enviado a París por el emperador. Allí conoce la vida de los salones
y traba contacto con una condesa de la que se enamora. Fruto de estas
relaciones es un rorro. Para que el escándalo no se propague y el marido de la
dama no se entere urden los amigos del plenipotenciario ruso una estratagema.
En el momento del alumbramiento, el niño que es negro es sustituido por otro de
blanca tez. Apremiado por el zar, Ibrahim ha de regresar a Petrogrado. El
propio Pedro el Grande sale a recibirle en su regreso de París y lo hace
hospedar con él y su familia en Zarco Seló. Y, no contento con eso, Pedro lo
nombra su favorito.
Ibrahim pasaba los días con monotonía , pero la actividad dio como
resultado que no se aburriera. Cada día se unía más al soberano y comprendía
mejor su grandeza de alma. El seguir los pensamientos de un gran hombre es
ciencia especialísma. Ibrahim vio a a Pedro en el senado, tratando con
Buturlini y Dolgorgki, juzgando las grandes cuestiones legislativas; en el
colegio del almirantazgo , fijando la grandeza marina de Rusia; lo vio con
Taphon, Gabriel Budnski y Kopievich, y en las horas de reposo examinando
traducciones de autores extranjeros, o visitando fábricas . Rusia representaba
para Ibrahim un taller inmenso..
Con ello alude al carácter emprendedor y gigantesco del gran atlante
de la historia rusa, Pedro I, y sitúa al protagonista en su verdadera
perspectiva del ambiente de época, como privado del arquitecto de la Nueva
Rusia. Pushkin nos retrata a un emperador magnánimo, tolerante, entusiasta con
las cosas que llegan de Francia, pero consciente de su papel de impulsor de la
gran resurrección de su patria, que está, empero, rodeado de una corte de
boyardos, que intrigan entre sí. Debió
de vivir el autor intensamente la vida de los salones, puesto que mucho y bien
conoce el carácter femenino. En su afición a las modas, en su trivialidad
mundana.
Con mirada de aguila parece intuir la debacle de lo que se llama en
occidente la “prensa rosa”, basada en el cotilleo y los convencionalismos y los
últimos romances cortesanos. Es pesimista acerca de la mujer, siempre tan
cambiante en cosas relacionadas con el afecto, y de una gran capacidad para el
disimulo. Pero esta misoginia no le impide decir que estas cabecitas locas sean
la sal y la pimienta de la vida. Sólo por amor merece vivirse.
La acción se nos queda in medias res, cuando el moro Ibrahim, un
personaje que nos hace pensar en Otelo, regresa a Petesburgo y a propuesta del
propio zar pide la mano de la hija de un boyardo, en el cual encuentra
reticencias.¿Qué pasó de la condesa X? Al principio, llegan de París cartas
apasionadas, pero el gran incendio de pasión en esta relación adulterina poco a
poco se va enfriando, hasta no quedar ni siquiera rescoldos. La condesa , y
esto lo sabe a través de su amigo, Korsakov, encontró a otro.
Aborda, asimismo, con esa clarividencia del genio para intuir
problemas universales de monto, como es el de la paternidad biológica. ¿Qué
hacer si nuestra mujer da a luz un hijo negro ? Parece ser que debió de haber
sufrido esta tragedia el propio Pushkin,
muerto en un duelo por salir en defensa de su honra, una honra y un honor que,
para desgracia nuestra, emplazamos los hombres de la cintura para bajo, en las
partes menos nobles de nuestro cuerpo, a los treinta y ocho, sobre sus propias
carnes. Siendo él de raza bereber, estuvo relacionado con dos mujeres. Una le
dio una hija de color trigueña y la segunda - esta sí - parió ocho mestizos o
cuarterones, que llevaban la firma genética
del padre. En el primero de los casos, las dudas, conducentes a la
irrisión, son flagrantemente espantosas.
Pero así es la condición humana.
No podemos cotejar este dato del todo, porque la vida sentimental del
autor fue siempre turbulenta, pero lo que sí se puede garantizar que esa mezcla
de razas y de colores en el tálamo nupcial fue el problema de uno de sus
abuelos. Hoy se habla de “melting pots”, de “limpieza étnica” y del “juntos
pero no revueltos”. La raza blanca, predominante en las diferentes culturas que
conocemos, ¿ está llamada a desaparecer?
Como procedente de origen africano al gran escritor ruso no se le podía
ir de las manos esta interrogante. Hay que decir que su visión acerca de este
contencioso de tanto momento no se parece al de ningún autor eslavo. El
enciclopédico ilustrado ya estaba dando las pautas del acontecer en las
relaciones inter étnicas. Es una pena que no le diera tiempo a terminar esta
novela, tan trabajada y pulida no solamente desde el punto de vista literario,
sino también histórico. Se documentó en un antepasado suyo, un esclavo egipcio
que manumitido por el zar fue enviado a Paris. Allí participa en la guerra de
Independencia de España al lado del invasor francés. Vive en París una gran
aventura con una dama noble. El marido nunca llegó a enterarse de esa relación
que dio su correspondiente fruto, pero la pericia de ayas y de amas de cría
hizo que se permutara al hijo del negro con otro de color huerito, y aquí paz y
después gloria. Regresa a Petrogrado, pero su nombramiento como privado del
monarca parece ser que despierta envidias y recelos entre los boyardos. Ahí
concluye la novela.
Si las novelas de Dostoievski son como peregrinaciones al mundo del
subconsciente, y de la misma manera que Gogol fabrica esperpentos, o de la
pluma de Gorky surgen salmos sin parar, y Chejov compone sonatas, las obras de
Pushkin asemejan oberturas, que conducen a la gran sinfonía total. Su prosa y
su poesía rezuman una magia iniciática, algo inasible, que es música, pero
también especulación profética. Su palabra se cumple y es por esto por lo que
sus escritos no han perdido lozanía y se muestran vivos y palpitantes. Están de
plena actualidad al cabo de dos siglos. Esta preeminencia, en virtud de la cual
los poetas gozan en cierto modo de la sabiduría divina, avizorando el porvenir
y los arcanos de la historia y de la psicología humana, es algo que las musas
reservan a unos pocos elegidos.
Él mismo debió de pertenecer a alguna sociedad secreta. Esta filiación
masónica sale a la palestra en otra extraña composición corta, El Ataudero, una especie de danza de la
muerte dieciochesca, o sottie medieval, al estilo de François Villon, o
de los laberintos de fortuna de Juan de Mena, en el que el humor de un
fabricante de catafalcos, un oficio en el que no suele haber paro, triunfa
sobre el macabro espectáculo de los muertos resucitados. Este cuento sigue la
linea fantástica de la novela gótica. Adrián Pjorov es invitado a la fiesta por
su vecino, un zapatero alemán, por nombre Schultz. Al pobre fabricante de cajas
le falla sólo una cosa: su falta de sentido del humor, pero los muertos parece
ser que gozan de excelente salud y
tienen buena memoria. Así el primer usuario de uno de esos pijamas de
madera que él fabricaba, un sargento de artillero al que vendió un féretro de
pino haciendolo pasar por uno de roble, acude a echarle en cara su ingratitud.”
Recuerdame: soy tu primer cliente. Me enterraste en 1799 en una caja de pino y
me hiciste pagar una de roble. ¿Por qué lo hiciste, Adrián Pojorov, bribón?
Eres un bellaco”. Todos los muertos que se daban cita en aquel corro secundaron
las palabras del sargento, recriminaron terminantemente al ebanista de la
última manda su mala acción He aquí que éste perdió su presencia de animo
ante la demanda del sargento Kirikuñin, su primer cliente, al que recordaba al
cabo de tantos años. El fabricante de
ataúdes se siente confundido y humillado, para, al despertar, darse cuenta de
que todo no había sido más que una pesadilla que aquejaba al buen artesano de
últimas voluntades. Un sudor frío bañaba sus sienes.
Sucede con frecuencia: a veces la realidad supera a la fantasía. Los
muertos que nunca se quejan pueden rebelarse ante la avaricia, la cólera y la
crueldad de los vivos. Saldrán de sus sepulcros para zarandear por la solapa a
los asesinos y gritarles:
- ¿Por qué lo hiciste, hermano? Ningún mal te inferí y tu viniste a
derramar mi sangre inútilmente.
Es la eterna queja del justo Abel ante Caín, el homicida.
Ojalá, voto a bríos, que ete
desvarío onírico que aqueja al personaje de Pushkin la tengan hoy en mente los
gerifaltes otanianos que están dando tanto trabajo a los enterradores de
Belgrado, Kosovo y Metopia, para que sus crímenes de lesa humanidad pesen sobre sus
conciencias. ¡ Así revienten los tiranos!
De ordinario, Pushkin escribe con un guiño pícaro en los ojos para el
lector, que refleja su gusto por la vida al tiempo que trata de presentar una
visión irónica del mundo. Al igual que Cervantes, al que imita en su tolerancia
y en su compasión, su objetivo no es la carcajada, sino la sonrisa. Para reír a
mandíbula batiente, hemos de acudir a Quevedo o a Gogol. Entrambos ofrecen un inquietante paralelismo,
que merecería el interés de los especialistas en literatura comparada.
Sin embargo, reiteradas veces remonta el vuelo, alzándose hacia las
cimas proféticas del Aguila de Patmos. Los grandes escritores no solamente
saben definir el carácter de una raza o de un pueblo, sino que también atisban
su porvenir. Modulan estereotipos universales. Sus hormas valen no solamente
para un solo país sino para la humanidad entera.
En tal sentido, no deja de ser reconfortante a la vez que misterioso
releerlo en estos tiempos de guerra, cuando, con un empecinamiento y tesón de
pesadilla, los aviones otanianos martirizan Yugoslavia. Hay que volver a
inventar palabras en el diccionario, porque la escena de la capital Serbia bajo
las bombas recuerda el rostro
crucificado de Coventry. El coventrizar de 1941 se parangonan con el
“belgradizar” de esta ultima primavera del milenio, colofón de un siglo cruel.
¿Se dieron cuenta ustedes que el fin de este siglo consta en sus siglas de un
666 al revés? Hay funesto en el guarismo. Han llegado los apóstoles de la cruz
invertida. ¿Será esta la hora de las tinieblas que nos anticipó Jesucristo en
el Huerto de los Olivos?
El cuatrero Clinton asesorado
por esa nueva Semiramis de la venganza, que se llama Magdalena Albright, y el
manso y tornadizo Solana, con la asistencia de ese acólito con cara malvada,
presente en las comparecencias y ruedas de prensa, ya tan rodadas de Bruselas,
que se llama Jaime Shea, y al que yo llamo el chusquero de Dagengham, pues su
acento no puede ocultar que debió de nacer en Romford o en alguna ciudad
dormitorio al Este de Londres, nos asedian y entristecen con sus eufemismos y
patrañas sobre bombardeo filántropo, guerra humanitaria, escudos humanos,
paz armada, fuego amigo, solidaridad encarcelada, refugiados, que, como no son
personas sino cifras para un suma y sigue macabro o pretextos para cebar una
causa descabellada, y todo ese doble lenguaje anfibológico, lleno de
trampas y de añagazas, que, en boca de los aliados revalida los principios de
Goebbels, ministro de propaganda hitleriano, de que una mentira repetida mil
veces se convierte en dogma de fe, y que la maldad puede llegar a ser bondad
axiomática. Me abruma esa continua y descarada distorsión de los hechos
objetivos, y el cínico doble lenguaje de los esbirros de Yugoslavia.
A los que han violado el
derecho de gentes, y bombardean Prístina, la suerte de los kosovares, por la
que dicen haberse alzado en armas, les importa un ardite. Es a hundir Europa y
a convertirla de nuevo en campo de Agramante, mediante el enfrentamiento de
Rusia y Alemania, a lo que juegan. Su coartada es la idea de vengar a unos
pocos turcos cuyos fueros dicen haber sido conculcados por Belgrado. Pero el
objetivo más allá: la destrucción de Europa. Para ello han recurrido a la
alquitara de las luchas étnicas, los nacionalismos, la creación de un estado de
tensión general que degrade la convivencia entre las regiones. Hay mucho de
alambique sociológico de recetas preparadas de antemano por el Pentágono.
Dentro de esa envoltura triunfal se esconden muchos caramelos envenenados.
Los que exterminaron a todos
los sioux y a los apaches de América del Norte se alza ahora en campeones del
mestizaje cultural a través de un vocablo tan malsonante como apocalíptico: la
limpieza étnica. Que suena a detergente ,a camara de gas y a morgue. No pueden
sosegar. Tienen que estar todos los días poniendonos cadáveres sobre la mesa.
La muerta está servida, mi general Clark.
¿Nunca sabrán entender que Pushkin era un criollo y fruto serondo de la cultura del mestizaje o fusión de
razas, que ha sido la característica del cristianismo ? Rusia y España, dos
naciones acostumbradas a vivir en la frontera, situadas frente al islam y
frente al turco, y que forjaron su destino mirando hacia la cordillera del
Atlas o hacia el Caúcaso, saben muy bien que esta es una cuestión delicada en
la cual ciertos errores o condescendencias se suelen pagar con alto costo de
sangre. Sin embargo, los hijos de Buffalo Bill se empeñan en balcanizar el
Viejo Mundo. Un antiguo refrán español
enseña que conviene la armonía y que “hay que vivir juntos pero no revueltos” y
los españoles sabemos por excepción que el musulmán no se integra y que trata
de imponer su religión y sus costumbres adonde quiera que va. Acaso de lo que
se trata es no ya meramente de conseguir que Europa sustituya los minaretes de
las mezquitas por las espiras de las catedrales góticas sino de tornar la cruz
del revés.
Estamos a las puertas del siglo XXI en los preludios de nuevas y terribles
guerras religiosas.
¡Oh, Jimmy Shea, deja de atormentarme con tus frases que son
pedruscos, y tu retorica encendida, de una contundencia tabernaria ¡Oh, William
Clinton, macarra de Kansas City, en vez de hacer una guerra lo que en realidad
te convendría es una visita al urólogo!
¡Oh Magdalena, la del culo en pompa, la nariz ganchuda, la pierna
garrida y toda la saña del sanedrín en la mirada, aunque digas haber venido al
mundo en Checoeslovaquia, ya se te pasó la edad de lucir escotes y pasearte por
el Pentágono en minifalda, porque nunca dejarás de ser una paleta de Praga,
Mesalina insatisfecha, cruel, ninfómana. No alces tu mano cainita contra la
cara del pueblo serbio, que es también pueblo de Dios, y que es también Israel,
¿oíste? Echate a temblar ante el brazo del Todopoderoso. Te quedan pocos meses.
Un cáncer te roe la matriz. Dos pólipos enormes te están royendo las entrañas.
Arriba se está preparando para ti, ramera malvada, la hora de la venganza. Has
de hacer penitencia.
A Solana ni lo miento, porque
es el hombre gris, el perrillo de aguas que ladra bajo las patas del dogo,
manso, traidor, tornadizo, una peligrosa insignificancia, cumbre de la
ambición, y sobrino de aquel eminente don de Oxford al que llamaban “tonto en
siete idiomas”, pues su tío abuelo, don Salvador de Madariaga, era la vera
efigie de don Opas, un verdadero judas a la hispana.
Ninguno de estos personajes de
la trinca infame, que golpea con nubes de fósforo y trilita, y suelta de las
panzas de los B52 cargas radiactivas sobre guarderías, manicomios, escuelas,
hospitales e incluso cárceles, o destruye los hermosos puentes sobre el
Danubio, debe de haber leído una novela tan impresionante, por el lenguaje, o
las matizaciones psicológicas sobre todo en lo que se refiere al corazón de la
mujer ( y en él late el corazón de los pueblos, aunque se diga que las damas no
tengan bandera) como Eugenio Oneguin. Los matones no leen. Sacuden,
matan, bombardean, pero creo que cometen un error de bulto al menoscabar a
Rusia y a todo lo ruso.
Tal vez estén hipotecando su propio futuro con tanta jactancia, pero
les convendría enfrascarse en la lectura de este gran escritor que sólo vivió
desde 1799 hasta 1837 y murió en un absurdo lance de honor. Nacido tal día como hoy, un 26 de mayo, de hace dos
siglos[6]
pero que, pese a lo corto de sus días ,vivió muy intensamente y su pluma y su
mirada entendieron el mundo y supieron calar hondo en los misterios de la
condición humana.
Con no ser un escritor político, ni patriotero, es la esencia del patriotismo,
aunque para entenderle del todo quizás tenga que ser ruso y habitar esa
maravillosa lengua por él inventada y recreada, porque fijó con la calidad de
su estilo lo que hoy se considera ruso moderno. Bajo sus auspicios llega a
alcanzar una perfección homérica. Tampoco conviene dar de lado al poder
premonitorio de su escritura. La escritura pushkiniana está trascendida de esa
clarividencia, que debería llamar la
atención de los que pierden la piel del oso antes de cobrarla.
Mejor que nadie Nicolás Pushkin supo penetrar en el enigma del alma
eslava. Rusia es como una “matrioska”. Debajo de una figura se esconde otra, y
otra, y otra. Es el misterio de la Dama de Picas. Nunca se llega al fondo. En Roslavlev,
un cuento ambientado en las guerra napoleónicas narra la historia de una
jovencita afrancesada de Petesburgo
admiradora de todo lo europeo, que lleva una vida disipada de modas,
saraos, bailes y salones, amoríos. Sin embargo, cuando las tropas del general Bonaparte
entran en la capital, se apresta a la defensa contra el invasor gabacho -un
caso muy parecido al de Agustina de Aragón- y se enamora de oficial caído en
Borodino. Son los propios moscovitas los que prefieren la muerte en holocausto
antes que rendirse ante el sitiador extranjero y son ellos mismos los que pegan
fuego a su querida capital. La historia de Polina, que así se llama la heroína,
concluye con una advertencia profética sobre la capacidad de sacrificio del
pueblo moscovita, aparentemente indolente y derrotado, pero que, de repente,
espoleado por alguna causa exógena, se crece como enardecido y transformado por
la llama de un fuego sagrado:
“Es posible -dijo ella-que Sinecure tenga razón, y que el incendio
de Moscú sea obra de nuestras manos. En tal caso, yo me enorgulleceré siempre
de llamarme rusa.¡Todo el mundo quedará atónito ante la magnitud del
sacrificio! ¡Jamás Europa se atreverá ya a luchar con un pueblo que se desgarra
con sus propias manos e incendia su ciudad!”
El párrafo tiene una vigencia perentoria en el día de hoy. Si volvemos
la oración por pasiva, Moscú puede ser perfectamente mañana lo que hoy es
Belgrado. Las enseñanzas de esta pieza narrativa del vate debieran de disuadir a los Napoleones y
Hitler de turno a cualquier despropósito o aventura militarista. Que se aten
los machos, que se lo piensen dos veces. Rusia posee un alma fuerte y robusta,
y Rusia es Pushkin, un inmenso Volga cuya navegación no encuentra confín. Se
sabe depositaria del destino de la humanidad, porque siempre fue guiada por un
afán mesiánico y redentorista. Sabe que la violencia y la fanfarronería no es
más que un síntoma de debilidad (los americanos se han dedicado a hacer la
guerra y molerle las costillas al prójimo porque son un pueblo sin apenas
historia y con demasiados complejos y tratan de disfrazar en matonería su
flaqueza). Suelen actuar con nocturnidad y alevosía, llevando la guerra siempre
lejos de sus fronteras, para que no les salpique la sangre de sus propias
víctimas. Es la enseñanza que se saque del análisis de su cobarde y maquiavélica
conducta en las dos conflagraciones mundiales del siglo que acaba. En esta de Yugoslavia parecen haber cometido
un error de bulto al precipitarse.
No convendría tampoco exasperar a Rusia, porque el tigre en letargo
puede despertarse y sus garras son
poderosas y su casta tan valiente que no vacilará en desgarrar su propia piel
antes que entregarse.
El arte de la novela rusa, de la cual Pushkin es el puntal señero,
parece en desacuerdo con aquella teoría de que la literatura ha de encauzar sus
pasos por un trazado previsto, convencional y escéptico, distanciado de su
objetivo. Ha de ser la literatura mansa y subsidiaria del poder, ora mediante
el panegírico a los valores del sistema o mediante la evasión, y, en último
término, pesimista sobre la condición
humana y su futuro.
En los rusos, por el contrario, palpita un aliento espiritual,
profético, algo relacionado con el carisma divino y el Evangelio. De ahí que
autores como Pushkin, de escasa raigambre o convicción religiosa en apariencia,
resulten antenas señeras del pensamiento
cristiano, optimista, regocijado y lleno de alientos. No se propone en
sus libros ser mesiánico, y, sin embargo, nunca deja de serlo. Propone al mundo
un programa de salvación mediante la palabra.
Antonio Parra Galindo
23 de mayo de 1999
Escrito en Madrid, en homenaje al gran autor, con motivo de cumplirse
su bicentenario.
27 de mayo de 1999
Sr Doña Asia
Safina, periodista y escritora, Radio LA VOZ DE RUSIA, Moscú.
Muy estimada
Asia:
Con motivo de
celebrarse hoy dos siglos del orto del gran Pushkin, me he atrevido a componer
este ensayo, en el que abordo la figura desde un ángulo personal. Es un
capitulo de un libro sobre autores rusos, en el que estoy enfrascado, y que
espero pronto poder terminar.
No se si
habréis recibido una carta que envié el 24 de marzo. De cualquier forma, esta
guerra en Yugoslavia está siendo una pesadilla para mí al igual que para muchos
de nuestros compatriotas, que amamos la paz y la tranquilidad. Rezo para que
concluya pronto.
Su Santidad el
patriarca Alexei ha definido esta campaña como el deseo de unos pocos de
“imponer su voluntad a muchos”. Esa afirmación muy cierta es.
Convertir Belgrado en polígono de tiro y
alegar que se está defendiendo la vuelta a casa de los kosovares me parece,
amén de un atropello de la verdad y de la justicia, conculcando las normas de
convivencia internacional y el derecho de gentes, un acto monstruoso. Pido a
Cristo bendito que se acabe el sufrimiento de la mártir y admirada Yugoslavia.
Según expongo
en mi humilde artículo sobre Pushkin, sentí un estremecimiento interior cuando
en una de sus obras analiza el carácter heroico de los moscovitas, quienes ,
para derrotar al Corso, no vacilaron en pegar fuego a su ciudad. De esta
actitud numantina participa el pueblo serbio. ¡Que Dios les proteja!
Son mis
hermanos ortodoxos los que sufren el acoso de la belicosidad y la tiranía
arbitraria e hipócrita. Ellos no son los agresores sino los agredidos.
Por lo demás,
yo estoy mejor de salud, gracias a Nuestra Señora, a la que he honrado todo
este mes de mayo con el rezo del rosario y el canto del “Akathistos”. Me
impresionó mucho lo que me cuentas de que un icono santo ahí llora lágrimas de
mirra. Quizás nos encontremos en los pródromos de la segunda Venida del Señor,
pero de cierto no sabemos nada, aunque estoy seguro de que los impíos serán
castigados. También me conmovieron unas imágenes que pasó nuestra televisión de
un soldadito ruso caído en Kosovo. Mostraron sus pertenencias personales y eran
una imagen de la Virgen María y otra de Cristo en que se leía “Cpasitely”. Quiera Nuestro Señor que la sangre de este
mártir sirva de abono de victoria de los que pelean contra la injusticia y
maldad.
Escucho
vuestros programas todas las noches. Quisiera felicitar a María Ivanova por su
cumpleaños que cae el primero de junio. Os deseo, paz, salud y alegría en medio
de los tiempos tan poco pacíficos, ensangrentados por la prepotencia, la
amenaza y la desdicha, que nos cercan. Y os envío un abrazo . Queden todos con
Dios. Y confío que mi colaboración, que os remito, sea de vuestro agrado.
Gracias , hermana Asia, ya sabes que oro con fe y esperanza por Rusia y por la
salvación del mundo. Ojalá que el duro corazón de los gerifaltes se ablande a
la vista de tanto sufrimiento. La injusticia de los que avasallan no podrá
triunfar.
Vuestro
afectísimo
Antonio Parra
Galindo
7 de julio de
1999,
Dia de San
Fermín
Asia Safina,
Redactora y
coordinadora del programa MOSAICO,
Radio LA VOZ DE
RUSIA
Moscú
Querida Asia
Safina:
Muchísimas
gracias por haber insertado algunos párrafos de mi pobre homenaje al Gran
Pushkin. Con sumo gozo escuché tu voz, porque los viernes, ya desde hace unos
cuantos años, siempre me habéis tenido entre vuestros entusiastas escuchas.
Este maravilloso invento que es la onda corta, en la que el sonido es llevado
por las alas del serafín, es algo que Dios nos da para mantener comunicados a
los seres humanos, sin diferencia de razas, ni de color, de latitud o de
idioma.
Os felicito a
todos porque habéis hecho una gran labor al servicio de la verdad y de la
justicia durante esa pesadilla que ha durado 72 días del ataque contra
Yugoslavia. La multitud de cartas que han inundado vuestra redacción demuestra
que la mayor parte de la humanidad no está por la labor de la guerra. Los que
amamos la paz mucho nos hemos honrado con vuestras audiciones. Una vez más,
gracias Rusia, puesto que gracias a ella se ha evitado estas semanas de atrás
el estallido de una guerra nuclear.
Jeltsin, por el
que este pobre pecador elevó sus oraciones y pidió a Nuestro Señor que nos le
conservara ya hace más de un lustro( mis plegarias fueron atendidas y que Dios
le guarde muchos años), se ha portado como lo que es: un gigante político. Y lo
mismo digo del admirable canciller vuestro de Exteriores, Ivanov, que es un
sabio y al que he admirado desde que era embajador en Madrid. Ha demostrado su
gran talla de estadista, pues no ha actuado como un simple ministro de
Exteriores que defiende los intereses de su país , sino en nombre del globo
terráqueo. Incluso la jugada de meter a un contingente de paracaidistas rusos
en Pristina antes que llegasen los aliados ha sido un golpe de efecto maestro,
que avala genialidad y sabiduría casi
divina. El bendito Arcángel Miguel inspiró esa movida, porque, de lo contrario,
humanamente es imposible. A veces Dios confunde a los soberbios y exalta a los
humildes. Los petulantes británicos se quedaron con un palmo de narices.
Rusia ha sabido
estar a la altura de lo que es: una gran potencia de la paz.
Quizás estemos
aun muy lejos de alcanzarla en los Balkanes, quizás, mediante las insidias y
las presiones, consigan derrocar a Milosevic y poner allí a un “quisling”
serbio.
Sin embargo,
ello no es óbice para que yo siga pensando que tanto Solana como Clinton y sus
comparsas han cometido una torpeza incalificable al violar el Derecho de
Gentes.
El mundo,
después de esto, tendrá que abrir los ojos. Las masas, intoxicadas por la feroz
propaganda, tendrán que aprender a pensar por sí mismas.
Estos días
cantaba yo muchas noches ante el icono de San Nicolás y el del Santo Rostro,
que gentilmente recibí de vuestra generosidad el himno del Magnificat que brotó de
los labios de la BOGORODITSA y que reza así:
Magnificat anima me Domino. Et exultavit cor meum in Deo Salutari meo.
Quia respexit humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex hoc beatem me dicent
omnes generaciones. Quia fecit mihi marabilia qui potens est et sanctum nomen
ejus.
Misericordia ejus a progenie in progeniem timentibus eum. Fecit potentiam ex brachio suo et dispersit
superbos mente cordis sui. Deposuit potentes de sede et exaltavit humiles.
Esurientes implevit bonis et divites dimissit inanes. Suscepit Israel puerum
suum recordatus misericardiae ejus.
Sicut locutus est ad patres nostros, Abraham et semina ejus in saecula.
1234567889. Perdonen mi traducci_n al ruso.
Blagoslovie duscha maia Gospodii
y moi tsertse radiltsa na Bogy moi spasitlei. Potamusta On rasmatribal
skromnosty rabia sibiá. Bot cichas chto vcia pokolenia vznalsaia minia
Bogodoritsa. Pottamys ta delal na miñié zamechalnia dela. Costradanie yevó y va vieki vekov. On kriopki
i c ryko yevo delal cily i obratil po pobegy moguchie. On razryschal
visokomerniee i ponialsia scromniee. On pital golodix i otpravialtsa kormivnniiee.
Izrael poluchil sbin sebia potamuchto on vminial sostradanie Bogy. Kak on
obeschal naschami otschamy, Abraam i bcie pokolenia yevó. Amin. ( He intentado traducirlo al
ruso, excusen las concordancias vizcaínas)
El versículo que dice “depuse a
los poderosos de su trono y exalté a los humildes” se ha cumplido por estos
días.
¡Qué grande y que bueno es Dios,
Asia Safina! Nunca falta a su palabra.
Por mucho que nos empeñemos los hombres en desbaratar su obra, nunca
irán las cosas más allá de lo que Él quiera. Nunca puede ser el cuervo más
negro que sus alas. Sirva esto de aviso para los impíos que alientan la
construcción de una nueva Torre de Babel. ¿No es esto a lo que aspira el Nuevo
Orden otaniano ?
Hágase su voluntad.
En este canto de la Santísima
Virgen está condensado todo la esencia mística de Israel de la que comulgo y me
siento participe, pues hay dos clases de
elegidos, los que ven a Dios y los que luchan contra Él. Humildemente, yo
quisiera estar en el primer cupo de judíos, de los que glorifican a Cristo. La
humanidad no puede caminar de espaldas al Calvario ni al Sinaí. Nunca renegaré
tampoco de mi raza. Y es precisamente por eso, por lo que a los ojos del vulgo
soy un perdedor. Porque siempre denunciaré la injusticia, porque me gusta la
paz y el perdón de los santos de Israel. detesto el odio y la revancha tanto
como me veo en obligar de denunciar la iniquidad. Creo que a la luz de esto
comprenderás la cólera de mi anterior carta. Soy incapaz de transigir con la
prevaricación, y es que estas semanas de atrás vi surgir la torvo rostro de la
Bestia. Ahora ha vuelto a hundirlo, pero, descuida, que volverá a levantarlo,
el Ángel de Tinieblas odia a los Hijos de la Luz.
En fin, entrañable señora, me
huelgo mucho con poder escribiros. He seguido los últimos mosaicos y su
descripción de las lejanas tierras del extremo oriente. Cuanto me gustaría
poder visitar algún día en el monasterio de Valaam. Tengo algunas grabaciones
religiosas de aquella comunidad, porque los monjes tienen un rito distinto y
una forma de plegaria especial, muy sentida y solemne.
Fue para mi una sorpresa conocer
de tus orígenes tártaros. Debe de ser por esto, por lo que eres tan entrañable, tan cordial, y tan eximia
amazona. Los calmucos es la raza que mejor monta a caballo. Eso lo llevas tú en
el torrente de la sangre. Habrás probado la leche de yegua y sabrás hacer el”
kfir”, secreto de la salud y de longevidad de aquellos pueblos que están a la
otra orilla del Volga. También mis felicitaciones por tener un nietito de seis
años. Nos vamos haciendo viejos, Asia. Pero , que importa, el corazón sigue
siendo joven.
Beso tus manos y deseo que haya
paz en el mundo y mucha salud y amor para todos. Es lo que os desea este oyente
español. Que el verano sea mejor que la
primavera a causa de la funesta guerra que nos ha sacado a todos un poco de
quicio.
Vció Xaroshevo os desea Antonio
Parra, entusiasta de la Voz de Rusia
[1] “Animal Farm “ ( La granja de
los cerdos ) famosa novela antimarxista del britanico , George Orwell.
[2] No es posible que dos pecados
hagan de padre y madre de la virtud
[3]Fuera de la
Iglesia no hay salvación. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia. Con este lenguaje parabólico y
místico de Jesús algunos tratan de defender la prelación del dogma católico,
anulando y descalificando a todos aquellos que no piensen igual o tengan una
versión y una visión de Cristo diferente. aquí se palpa la frialdad de Roma,
que utiliza un lenguaje muy poco evangélico. Al fin y al cabo la tiara papal
con la triple corona estaba inspirada en el albogalero ( albus,
blanco y galerus, bonete), un gorro sacerdotal con que oficiaban los
sumos pontifices etruscos.
[4] Se calcula que durante la revolución de los “ cristeros “ perecieron
en Mexico más de un millón y medio de cristianos.
[5] Jacques
de Molay, al morir, formuló una maldición contra la dinastía de los Borbones.
Su palabra profética llegó a cumplirse sobre la cabeza de Luis XVI que rodó por
la guillotina montada en la bastilla, lo que antes era la sede del Temple
[6] El 26 de mayo
del calendario gregoriano corresponde al 6 de junio del juliano, en que los
rusos conmemoran el natalicio del genial poeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario