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lunes, 24 de octubre de 2022

 

EL SATIRICÓN

 

Comamos y bebamos que mañana moriremos. Vuelven al mundo las viejas costumbres incineradas de la gula. Yo era el farolero de la puerta el Sol cojo mi guitarra y enciendo el farol. Y ahora soy masterchef. Las distribuidoras grandes radicadas en una Jerusalén que no existe nos marcan página acerca de lo que tenemos que comer, lo que hemos de leer, cuantas horas tenemos que correr y a qué horas ir al mingitorio.

De grandes cenas están las sepulturas llenas. La buena cocina es una obsesión de esta tripera sociedad, a todas horas mirándose el ombligo. Cagar alegres y jiñar contentos. De acuerdo, tío, pero hazlo dentro.

Es obsesión de los nuevos césares la mala literatura. Fui el otro día a la sección de librería del Corte Inglés y allí me encuentro con los autores de siempre. Cualquier pedorra que sale por la tele cinco minutos ya tiene derecho de pernada en las grandes editoriales controladas por cavernícolas del mundialismo antiestético y feísta. A la venta libros malos de Isabel San Sebastián, Cristina López Schlichting, la cual nació en un cuartel de la Benemérita y parece que se la ha olvidado y otras muchas maripavas. El buen arte de la literatura, el gran discurso, ha sido enterrado a hachazos por estos nuevos tribunos y tribunas de la plebe que nos han impuesto desde arriba los dictadores feministas y hasta estas autoras noveles son entrevistadas por el Dragón. Así que aburrido y cautivo y desarmado el ejército rojo, me refugio en los clásicos. He vuelto a leer en su lengua original a Petronio. El Satiricón su obra mayor me reconcilia con la vida y con la Roma.

Decía Ernesto Giménez Caballero que cuando llegaba a Roma le entraban ganas de gritar madre. Madre, ay, madre, no quiero vivir en esta España empedrada de pedos mediáticos, pedorros y pedorras que se van sin decir adiós para que huela a rayos en la habitación del castillo. Chicas de la tele muy monas en apariencia y requete-maquilladas, luciendo tocados impecables pero todas homologadas e iguales. Son las sacerdotisas del 666 anunciante y debelador. Forman parte de la clonación que propicia el anticristo que habita entre nosotros. A Mr le cuelgan cada vez más las corbatas psicodélicas tan largas que se hunden por su bragueta y sobrepasan los cojones que deben de estar yertos, septuagenarios. Por eso ya digo que le cuelgan. Así que en alas de Morfeo huyo al capitolio. El Satiricón me hace comensal de uno de sus banquetes que duraban dos días y dos noches. Esclavos de Numidia traían el aper atalajado y adornado de pámpanos y cepas toscanas. El vino de Salerno que se derramaba sobre las togas pretextas corría en grandes jarros por las mesas. Honremos a Baco y después vendrá Venus. Menús de treinta platos. Un esclavo frigio servía junto a las servilletas y los cubiertos dos ganchos de plata para introducirlos en la garganta camino del vomitorio. Los romanos echaban la pota tras sus grandes trapalladas para seguir tragando. Rechacé como descendiente de hispanos de Asturica el jabalí, animal impuro según nuestras leyes dietéticas, el lechón y los chicharrones servidos dentro de un gran lebrillo por una matrona en paños menores. Pero me hinché a garbanzos aderezados con malvasía. Un hondero mallorquín recién llegado de las Galias, y que era centurión de la Legio Septima Gémina, se entusiasmó con el efebo Vinicio al cual besaba y manoseaba; yo apartaba la mirada mirabili dictu cuando aquel demonio súcubo lo sodomizaba coram populo.

Plauto el de los pies planos prorrumpió en grandes carcajadas cuando ambos amantes salieron de estampida camino del tablinium a seguir haciendo cosas feas. ¡Qué horror! El amor nefando debe de amargar como el pepino. La bujarronería me pareció siempre digna de lástima, pero no por no ser carne de hoguera y por tener que correr un tupido velo al respecto ha de ser elogiada sino execrada como toda cualquier merma de la naturaleza donde hay tantas cosas mal hechas. Tampoco hay que poner medallas en el pecho a los bardajes. Con su pan se lo coman. Los bujarrones me asquean. Nunca fue para mí beneplácito el amor amargo, tampoco “monté en globo” pero nadie puede explicar estas debilidades inexplicables, inversiones de la natura que, trocándose del revés, buscan placer en el caño de la mierda en lugar del conducto de la generación que es lo suyo. Plauto, ya muy borracho, no dejaba de darle vueltas a su copa de oro y de decir Numquam satis, numquam satis. Con lo que daba a entender que la pasión esa es insaciable y que el que va no vuelve. Que nunca se sienten satisfechos los que dan y reciben por el culo y es que debe de ser el sexo para ellos algo inagotable. Costumbres paganas amor de efebos ,fiestas y banquetes baños y triclinios donde mandaba en la cocina la carne impura  del cerdo salvaje, bocado exquisito: aper. A las dos horas de estar tendidos sobre el triclinio nuestro anfitrión Naviecus hizo llamar a las hetairas que entraron desnudas en el impluvio tocando el sistro. Muchos de los comensales que eran libertos y que trataban de ocultar con sus largas cabelleras los orificios que taladraron sus orejas, antes de ser manumitidos, se relamían de gusto y alababan la generosidad del huésped garante de tales dádivas sexuales.

De allí a la orgía sólo hubo un paso. Para no ser la oveja negra del concurso, yo me arrimé a un pino verde, esto es, a una pelirroja de Hibernia, hija de un rey remoto del clan de los picti que había sido arrastrada a Roma por los soldados de Adriano como rehén, que hablaba con la lengua de los pájaros y mostraba dos senos poderosos de los cuales los amantes querrían nutrirse eternamente. Sus besos y sus caricias me supieron a miel. ¡Mama Roma¡ Que quiere decir madre. Roma es amor. Se fueron las pilunguis y llegaron los balnearii (bañeros) que nos restregaban bien las espaldas y los muslos en el tepidarium. Muchos de estos selectos esclavos eran expertos en actividades masturbadoras. Las paredes aparecían, como en lo lupanares, tiznadas de gargajos y rastros jaculatorios del amor con prisas. Después de estos masajes en el caldarium nos llenamos de vapores que limpiaron nuestros poros, purificando el cuerpo pecador. Algunos culos romanos eran enormes. De esta tarea se encargaba los depilatores, algunos de ellos eunucos. Se les encomendaba la misión afeitar el vello púbico de las matronas y era muy placentero sentir por abajo desde los glúteos a la barbilla el calor de la caldera debajo del piso del hipocausto. La tarea concluía en el frigidarium. Sentíamos el cuerpo fresco como una lechuga. Así que volvíamos al banquete a seguir trasegando el dulce vino de Salerno y de Sicilia para basquearlo después en los vomitorios. Descargado el vientre, regresaban los deseos de más jarana, pero Naviecus, que era muy creyente en los dioses de su pueblo y que guardaba siempre lámparas encendidas en el lararium doméstico, hizo venir a las Moiras de rostro tétrico y cantar lúgubre que se encargaban de recomendarles a los comensales su cuidado cuan presto se va el placer y cuan callando se viene la muerte. Esta procesión duraba unos minutos; las bacantes ocultaban su rostro, los borrachos se dormían arropados por la melopea lúgubre de las nenias funerales. Hay que morir. Luego comamos y bebamos hasta reventemos.

 Era la máxima de la Roma a la que hoy las nuevas bacantes de la insulsa Telemierda dan pábulo. Las cautivas vestiplices que cuidaban de los pliegues de la veste y la toga de sus señores y los cuerpos arrugados tras el paso por el unctorium y los sudores del laconicum, mientras escuchábamos las charlas sin sustancia de los nugatores troleros y falaces, hacían apuestas sobre quien de todos y todas las presentes tenía mejor cuerpo y cuál de los efebos era el más bello y cuál de las mozas era la más hermosa. Lo destacaba por tener esa vagina en mayúsculas a la que aspira el amor total. Priapo también era muy venerado en lo suyo.

A los sodomitas se les conoce por tener miembros viriles muy alargados algunos casi espantosos que les llegaban a las rodillas. ¡Cómo se empinaban algunos, madre mía, como las varas de una tartana cara al sol! El juego preferido en estas comilonas era sacar la minga a ver quién era el que la tenía más larga para gloria de Priapo y los penates patrios que le concedieron esa gracia de dios. En Roma todo tenía un sitio y una finalidad práctica. Las alumnas hijas de familia  eran guardadas como flores de estufa al calor familiar dentro del valladar de la honra. Intacta había de ser su guarda  la castidad porque ésta es un lirio frágil. Cuando se marchita jamás vuelve a crecer... La palabra clave para entender estas razones de la honra entre los latinos era la palabra "virtus" de la cual tanto gustaban los antiguos romanos antes del imperio. La capital de la catolicidad que yo empecé a amar desde que leí Ab Urbe condita, cuando traducía de adolescente a Tito Livio y a Salustio, estaba llena de hosterías de tabernas y de nostébulos. Visité una cuantas con gran peligro de mi pellejo. Porque en el Vicus Scelertatus y en el Boarius se arremolinaba toda la gente del hampa. Los gladiadores y andabatas residían en aquellos barrios trastiberinos. Allí la vida de un hombre valía poco. Iban a parar a la Via Asinaria todos los asesinos y mangantes del Ecumene conocido. Procuraba juntarme yo a los griegos que eran gente culta y amante de la belleza. De los griegos siempre se aprendía. Se expresaban en un idioma claro y contundente. Entre ellos había grandes oradores.

Prostíbulos tampoco faltaban y algunos eran centros envidiables templos verdaderos de la diosa Venus, donde la diosa del amor me clavó a mí una flecha irlandesa. Cupido me la lanzó desde las tierras altas de Hibernia En aquella pelirroja soñé toda la vida. Era adolescente cuando la conocí. Llamabase Herminia. Su cuello aparecía adornado con un anillo de oro macizo: la bulla, que yo besé unas cuantas veces… aquel medallón un favor que los dioses conceden a pocos mortales la mayoría de ellos pasa la existencia sin conocer el amor, pero a mí el gran Jovis Structor me otorgó ese galardón. Bebí de las aguas del manantial puro. No había alcanzado Herminia aun la mayoría de edad cuando fue aprehendida por las legiones de Adriano, que no profanaron su cuerpo y la trajeron intacta a Roma al templo de las vestales.

En los barrios bajos como el Boarium se escuchaba el trompeteo de los sistros y sacabuches de las plañideras que ensayaban antes de los entierros. La música se estampaba contra los triglifos de bronce. Los adivinos que embaían al público con sus embustes no paraban de hacer pronósticos y anunciar catástrofes. Un idumeo llevaba a la carrera una partida de pavos al capitolio. Mañana serían servidos en la mesa del emperador Nerón.

Los pavos se convertirían en gansos al llegar al Capitolio y empezarían a graznar. Se escuchaba gritar a la sibila de Cumas, entre música de sistros y sacabuches o flautas de la Hélade. Se hablaba por las calles tanto en griego como en latín. Los charlatanes políticos hablaban, nugaces, de democracia y el pueblo estaba rendido y cansado de tanta patraña, desde las tribunas (“rostra")

 A Cicerón parecía que le daban cuerda pues no cesaba de lanzar desde allí sus incesantes catilinarias.. Aquello parecía Hyde Park una tarde de verano londinense. El gesto tribunicio de Rajoy sólo lo admiraban los judíos de pecho enjuto. Los esclavos se llevaban la mano a la nariz o se acariciaban el lóbulo de sus orejas agujereadas, rastro de su antigua esclavitud. Los torsos desnudos mostraban las pinturas de inconcebibles tatuajes para anunciar la vuelta de Roma a la esclavitud.

Volvemos a la esclavitud de la isla Pandataria que está en el vicus de Suburra. Allí los pueblerinos tenían por costumbre el juego de la morra cerca de los peristilos del templo de Júpiter Stator con su balanza protectora de la república. Dedos de marfil que se introducían en la garganta para poder vomitar en los banquetes. Una urraca encerrada en la jaula me dio la bienvenida

Salve, Antoninus,

Salve honor et gloria populo romano repliqué

 El nomenclátor o heraldo anuncia a los recién llegados al impluvio que llovía a cantaros. Era la hora de los parabienes y el momento para recoger el agua fluvial en los aljibes.

 Velarius un ujier del tablinium, al que faltaban dos dientes me condujo a través del atrio. Dijo mientras enseñaba una mella en sus dientes delanteros:

 

Me los rompió un bretón de una pedrada

Vaya un tío. Tuvo bien tino

Era un hondero mallorquí

 

Con todo y eso, allá en Bretaña, pasaron los días más felices de mi vida en aquella provincia entre los galos… Domus Aurea y el palacio de Nerón también los visité. Uno de mis guías que se llamaba Iacetanius por ser oscense, decía que la vida está hecha de aburrimiento, y de economía donde el orden es siempre desorden. Método y risa se superponen. La vida es risa.

 Nos vamos haciendo viejos y a nosotros cada día nos gusta más la paz del hogar. La felicidad consiste en querer lo que quieren los dioses. Tito el hijo de Vespasiano que se enamoró tan perdidamente de Verenice aquella hebrea que dicen que acompañó al cristo camino del Golgota. Pero el amor aquel por poco le cuesta la vida al conquistador de Jerusalén. Su novia trabajaba para el sanedrín y los judíos escupían al pasar por la columna Trajana donde se esculpía la ignominia de su esclavitud. Trajo a Roma el Candelabro de los Siete Brazos el que lucía en el templo de Salomón a lomos de sus esclavos. El amor nos hace iguales a los dioses ligios, pero es peligroso cuando rondan mi tienta las bellas mujeres de Israel las Ester, las Judits las Rebecas y otras mataharis.

Los sicilianos cantan al sol declinante, su casa oculta entre verdes árboles y rodeada de colinas. El tema del dios único. Amor, pasión, cristianismo Nerón, mártires y catacumbas, no se sabe cómo empezó todo. En medio del incienso y la vida orgiástica dioses del l a r a r i u m oratorio o casa de los iconos que guardan los rusos. Ligia estaba en rehenes. Vinicio muere de amor por ella, pero había una dificultad insalvable: era virgen. Y las vestales no podían ser condenadas a muerte. El verdugo las violaba previa la ejecución. Desperté de mi sueño romano entre suspiros de grandeza y baticores, soñando en la pelirroja de Hibernia que transformó mi vida y en la cual sueño muchas veces y creo que moriré pensando en ella.

Volvía a mi realidad española condenado a vivir entre la marginación y la escoria recordando los esplendores de aquellos alegres días de juventud que no volverán.

 

 

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