José Sacristán: «A León no voy de viaje, voy de peregrino»
El veterano José Sacristán recala esta noche en el Auditorio Ciudad de León con ‘Muñeca de porcelana’, un papel escrito para Al Pacino que él borda de forma magistral.
VERÓNICA VIÑAS | LEÓN
19/01/2018
19/01/2018
Llega a León para hacer una colonoscopia al poder. El veterano José Sacristán da una lección de teatro en Muñeca de porcelana, una obra escrita por David Mamet para Al Pacino, hasta que al autor le hablaron de la interpretación del actor español, al que envió una felicitación y una pulsera de regalo. Sacristán dice que nunca viaja a León, que a esta ciudad siempre viene de peregrino.
—Mamet escribió ‘Muñeca de porcelana’ pensando en Al Pacino. ¿Esto le impresionó o le condicionó a la hora de abordar el papel?
—Sí. Yo suponía que algo que interesaba a alguien con tan privilegiada posición en el mundo del espectáculo tenía que tener interés. Ya han pasado dos años desde que la estrenamos y creo que aquí le hemos sacado una rentabilidad mayor que en Broadway.
—Al parecer, a Mamet le ha gustado más su interpretación que la de Al Pacino.
—Vino su representante al estreno y me dijo que le iba a contar a Mamet lo que había visto y que lo que aquí hacíamos se acercaba más a la idea que Mamet tenía de la función que lo que se estaba haciendo en Broadway. Al mes y pico recibí una carta de Mamet felicitándome por mi trabajo y me mandaba una pulsera de plata de regalo con su nombre. Quien conoce a Mamet sabe que no es hombre dado a regalar pulseras. Lo traduzco en un elogio, pero no soy tan temerario ni tan estúpido para decir que mi trabajo es mejor que el de Al Pacino.
—¿Qué supone estar en la lista de los mejores 25 actores del mundo, según el American Film Institute?
—Eso fue una broma de uno de mi pueblo, uno de Chinchón, que se coló ahí y puso mi nombre. Le detuvieron y ha dicho que no lo volverá a hacer. Yo me siento muy agradecido. No sé quién coño puso mi nombre pero sería idiota si pensara que estoy en el número 20, detrás de Michael Caine y delante de Benicio del Toro. Sería imbécil si creyera eso y hasta ahora los de Chinchón tenemos cierto sentido crítico.
—Ha definido ‘Muñeca de porcelana’ como «una colonoscopia al poder»...
—Sí. Mamet utiliza unos materiales que se acercan más a la colonoscopia que a la radiografía. Es uno de los cronistas más lúcidos de su tiempo, porque es riguroso, no se casa con nadie y tiene un punto de mala leche. La denuncia que Mamet hace de lo que ocurre en estos momentos en esas instancias salpica no sólo a la gente que maneja el poder, sino a los de a pie, a los que, por acción o por omisión, los ponemos ahí y los jaleamos, los aplaudimos y en ocasiones hasta besamos por donde pisan.
—Hay llamadas que pueden cambiar el rumbo de una vida, como sucede en la obra. ¿Le ha ocurrido, como a su personaje?
—No, no he recibido llamadas de tal calibre como para que transformaran el rumbo de mi vida o de mi destino.
—Las actrices de mediana edad se quejan de que no hay papeles para ellas. Usted, en cambio, no para de hacer series de televisión, cine, teatro...
—Estoy de acuerdo en que hay una forma de injusticia, una forma de atropello y discriminación, que no sólo ocurre aquí, sino en otras latitudes. No puedo si no solidarizarme y denunciarlo. En este mundo del espectáculo ha sido una constante permanente, lo cual no quiere decir que haya que consentirlo, pero obedece, desde mi punto de vista, a reglas de juego del mercado laboral más que del moral.
—Los actores son de los pocos colectivos que tienen el coraje de poner en evidencia al Gobierno. ¿El precio es no trabajar?
—En mi caso no ha sido así. Yo nunca he ocultado mi manera de pensar y eso no ha repercutido de una manera directa en mi trabajo, aunque en ocasiones sí es cierto que somos un colectivo al que un gran sector de la sociedad de este país nos mira por encima del hombro, precisamente, por nuestras manifestaciones en cuanto al modelo de sociedad en el que vivimos.
—¿Cree que los actores, por su mayor acceso a los medios, tienen la obligación moral de denunciar lo que ocurre?
—La obligación moral está en cada uno. Los que ocupamos una plataforma pública desde la que podemos opinar creo que tenemos una enorme responsabilidad; a partir de ahí, que cada uno haga lo que crea pertinente.
—¿Ha perdonado a los de Podemos, que le llamaron fascista?
—No tengo nada que decir, porque después de aquello les puse la voz en la campaña electoral, porque me llamaron. Lamento el punto en el que se encuentra Podemos, como el propio Iglesias ha reconocido. Creo que la deriva en la que están no es la más correcta.
—¿Cree que la izquierda tiene arreglo?
—Todo tiene arreglo. La deriva viene dándose desde el congreso de Vistalegre. Las conclusiones de aquel congreso a mí no me gustaron y, a partir de ahí, creo que los bandazos son cada vez más claros y perfectamente reconocidos por el señor Iglesias.
—¿La sinceridad tiene un precio?
—Sí, pero vale la pena. Una sinceridad llevada a sus últimas consecuencias es tan estúpida como mentir permanentemente. La sinceridad, a veces, puede ser un acto absurdo, gratuito y doloroso. Hay verdades, en ocasiones, que para qué puñetas las vas a manifestar si lo único que haces es dañar al personal... Yo me suelo preguntar a cuánto está el kilo de tranquilidad conmigo mismo. A partir de ahí, la sinceridad la manejo como puedo.
—¿Está enganchado a alguna serie?
—No tengo tiempo. Lo que sí procuro es ver casi todo lo que se hace para tener una opinión.
—¿Se hacen mejores series que cine?
—No sabría decir. Es cierto que la gente del cine está haciendo televisión. La ley de vasos comunicantes está hermanando un medio y otro. Sería muy difícil diferenciar el producto que cuenta una historia y se cuenta en una tienda llamada cine o el que se cuenta a partir de otro soporte. En Estados Unidos el hecho más creativo en ficción se está dando más en la televisión que en el cine.
—¿Cómo lleva ir de gira por provincias?
—Muy bien, esto es de señoritos, después de los tiempos de las dos funciones. Si lo que haces te gusta, y Muñeca de porcelana me apasiona... Pongo mis condiciones, no voy atropellado. Las giras son cómodas y muy fáciles de llevar, lo paso muy bien.
—La obra es casi un monólogo, ¿cómo lleva estar prácticamente solo en el escenario?
—Es una cosa mecánica. Proporcionalmente mi papel tiene un desarrollo mayor que el de Javier Godino, pero sin él no sería posible. No es tanto la duración como la confección del personaje, su identidad y su carácter.
—¿Nunca tiene un lapsus en el escenario?
—Hasta ahora, no; toquemos madera. Estoy prevenido, porque he cumplido 80 años y mi amigo y maestro Fernando Fernán Gómez ya me advertía, porque a él empezó a pasarle a partir de una edad. Creo que Nicholson ha decidido tirar la toalla porque comprobó que no retenía los diálogos. El propio Al Pacino retrasó un mes el estreno de Muñeca de porcelana porque tenía problemas con el texto.
—¿Es supersticioso? ¿Tiene manías antes de pisar el escenario?
—No, ninguna que no sea el respeto y que cada vez que se levanta el telón es como empezar de nuevo. Ese salto en el vacío siempre da un cosquilleo, pero se pasa.
—¿No es cansado hacer siempre la misma obra o cada vez es un reto diferente?
—Hay que hacer creer al público que lo que va a ocurrir ese día ni ha ocurrido antes ni va a ocurrir después. No puedes caer en la rutina, en el buen hacer previsible. Cada día hay que arriesgar.
—¿Hay algún director con el que no haya trabajado y le gustaría?
—Unos cuantos, pero no voy a caer en el agravio comparativo.
—¿Cuántos papeles rechaza al cabo del año?
—No puedo decir el número, sería una pedantería por mi parte. Disfruto del privilegio de poder elegir y hay ocasiones en las que no me gusta lo que se me ofrece y, si no me gusta, me quedo en mi casa.
—¿Tiene algún recuerdo de León?
—¡Cómo no! Tenéis una Catedral que no está mal y un parador al que no puedo ir porque está en reformas, donde estuvo mi amigo Quevedo. A León no voy de viaje, yo voy de peregrino. Me identifico mucho con esta Castilla fría y áspera y, al mismo tiempo, cojonuda.
Lugar: Auditorio Ciudad de León
—Mamet escribió ‘Muñeca de porcelana’ pensando en Al Pacino. ¿Esto le impresionó o le condicionó a la hora de abordar el papel?
—Sí. Yo suponía que algo que interesaba a alguien con tan privilegiada posición en el mundo del espectáculo tenía que tener interés. Ya han pasado dos años desde que la estrenamos y creo que aquí le hemos sacado una rentabilidad mayor que en Broadway.
—Al parecer, a Mamet le ha gustado más su interpretación que la de Al Pacino.
—Vino su representante al estreno y me dijo que le iba a contar a Mamet lo que había visto y que lo que aquí hacíamos se acercaba más a la idea que Mamet tenía de la función que lo que se estaba haciendo en Broadway. Al mes y pico recibí una carta de Mamet felicitándome por mi trabajo y me mandaba una pulsera de plata de regalo con su nombre. Quien conoce a Mamet sabe que no es hombre dado a regalar pulseras. Lo traduzco en un elogio, pero no soy tan temerario ni tan estúpido para decir que mi trabajo es mejor que el de Al Pacino.
—¿Qué supone estar en la lista de los mejores 25 actores del mundo, según el American Film Institute?
—Eso fue una broma de uno de mi pueblo, uno de Chinchón, que se coló ahí y puso mi nombre. Le detuvieron y ha dicho que no lo volverá a hacer. Yo me siento muy agradecido. No sé quién coño puso mi nombre pero sería idiota si pensara que estoy en el número 20, detrás de Michael Caine y delante de Benicio del Toro. Sería imbécil si creyera eso y hasta ahora los de Chinchón tenemos cierto sentido crítico.
—Ha definido ‘Muñeca de porcelana’ como «una colonoscopia al poder»...
—Sí. Mamet utiliza unos materiales que se acercan más a la colonoscopia que a la radiografía. Es uno de los cronistas más lúcidos de su tiempo, porque es riguroso, no se casa con nadie y tiene un punto de mala leche. La denuncia que Mamet hace de lo que ocurre en estos momentos en esas instancias salpica no sólo a la gente que maneja el poder, sino a los de a pie, a los que, por acción o por omisión, los ponemos ahí y los jaleamos, los aplaudimos y en ocasiones hasta besamos por donde pisan.
—Hay llamadas que pueden cambiar el rumbo de una vida, como sucede en la obra. ¿Le ha ocurrido, como a su personaje?
—No, no he recibido llamadas de tal calibre como para que transformaran el rumbo de mi vida o de mi destino.
—Las actrices de mediana edad se quejan de que no hay papeles para ellas. Usted, en cambio, no para de hacer series de televisión, cine, teatro...
—Estoy de acuerdo en que hay una forma de injusticia, una forma de atropello y discriminación, que no sólo ocurre aquí, sino en otras latitudes. No puedo si no solidarizarme y denunciarlo. En este mundo del espectáculo ha sido una constante permanente, lo cual no quiere decir que haya que consentirlo, pero obedece, desde mi punto de vista, a reglas de juego del mercado laboral más que del moral.
—Los actores son de los pocos colectivos que tienen el coraje de poner en evidencia al Gobierno. ¿El precio es no trabajar?
—En mi caso no ha sido así. Yo nunca he ocultado mi manera de pensar y eso no ha repercutido de una manera directa en mi trabajo, aunque en ocasiones sí es cierto que somos un colectivo al que un gran sector de la sociedad de este país nos mira por encima del hombro, precisamente, por nuestras manifestaciones en cuanto al modelo de sociedad en el que vivimos.
—¿Cree que los actores, por su mayor acceso a los medios, tienen la obligación moral de denunciar lo que ocurre?
—La obligación moral está en cada uno. Los que ocupamos una plataforma pública desde la que podemos opinar creo que tenemos una enorme responsabilidad; a partir de ahí, que cada uno haga lo que crea pertinente.
—¿Ha perdonado a los de Podemos, que le llamaron fascista?
—No tengo nada que decir, porque después de aquello les puse la voz en la campaña electoral, porque me llamaron. Lamento el punto en el que se encuentra Podemos, como el propio Iglesias ha reconocido. Creo que la deriva en la que están no es la más correcta.
—¿Cree que la izquierda tiene arreglo?
—Todo tiene arreglo. La deriva viene dándose desde el congreso de Vistalegre. Las conclusiones de aquel congreso a mí no me gustaron y, a partir de ahí, creo que los bandazos son cada vez más claros y perfectamente reconocidos por el señor Iglesias.
—¿La sinceridad tiene un precio?
—Sí, pero vale la pena. Una sinceridad llevada a sus últimas consecuencias es tan estúpida como mentir permanentemente. La sinceridad, a veces, puede ser un acto absurdo, gratuito y doloroso. Hay verdades, en ocasiones, que para qué puñetas las vas a manifestar si lo único que haces es dañar al personal... Yo me suelo preguntar a cuánto está el kilo de tranquilidad conmigo mismo. A partir de ahí, la sinceridad la manejo como puedo.
—¿Está enganchado a alguna serie?
—No tengo tiempo. Lo que sí procuro es ver casi todo lo que se hace para tener una opinión.
—¿Se hacen mejores series que cine?
—No sabría decir. Es cierto que la gente del cine está haciendo televisión. La ley de vasos comunicantes está hermanando un medio y otro. Sería muy difícil diferenciar el producto que cuenta una historia y se cuenta en una tienda llamada cine o el que se cuenta a partir de otro soporte. En Estados Unidos el hecho más creativo en ficción se está dando más en la televisión que en el cine.
—¿Cómo lleva ir de gira por provincias?
—Muy bien, esto es de señoritos, después de los tiempos de las dos funciones. Si lo que haces te gusta, y Muñeca de porcelana me apasiona... Pongo mis condiciones, no voy atropellado. Las giras son cómodas y muy fáciles de llevar, lo paso muy bien.
—La obra es casi un monólogo, ¿cómo lleva estar prácticamente solo en el escenario?
—Es una cosa mecánica. Proporcionalmente mi papel tiene un desarrollo mayor que el de Javier Godino, pero sin él no sería posible. No es tanto la duración como la confección del personaje, su identidad y su carácter.
—¿Nunca tiene un lapsus en el escenario?
—Hasta ahora, no; toquemos madera. Estoy prevenido, porque he cumplido 80 años y mi amigo y maestro Fernando Fernán Gómez ya me advertía, porque a él empezó a pasarle a partir de una edad. Creo que Nicholson ha decidido tirar la toalla porque comprobó que no retenía los diálogos. El propio Al Pacino retrasó un mes el estreno de Muñeca de porcelana porque tenía problemas con el texto.
—¿Es supersticioso? ¿Tiene manías antes de pisar el escenario?
—No, ninguna que no sea el respeto y que cada vez que se levanta el telón es como empezar de nuevo. Ese salto en el vacío siempre da un cosquilleo, pero se pasa.
—¿No es cansado hacer siempre la misma obra o cada vez es un reto diferente?
—Hay que hacer creer al público que lo que va a ocurrir ese día ni ha ocurrido antes ni va a ocurrir después. No puedes caer en la rutina, en el buen hacer previsible. Cada día hay que arriesgar.
—¿Hay algún director con el que no haya trabajado y le gustaría?
—Unos cuantos, pero no voy a caer en el agravio comparativo.
—¿Cuántos papeles rechaza al cabo del año?
—No puedo decir el número, sería una pedantería por mi parte. Disfruto del privilegio de poder elegir y hay ocasiones en las que no me gusta lo que se me ofrece y, si no me gusta, me quedo en mi casa.
—¿Tiene algún recuerdo de León?
—¡Cómo no! Tenéis una Catedral que no está mal y un parador al que no puedo ir porque está en reformas, donde estuvo mi amigo Quevedo. A León no voy de viaje, yo voy de peregrino. Me identifico mucho con esta Castilla fría y áspera y, al mismo tiempo, cojonuda.
Lugar: Auditorio Ciudad de León
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