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domingo, 6 de enero de 2019

ENRIQUE IV NO ERA TAN IMPOTENTE COMO CUENTAN (de ABC)

Juana la Beltraneja
Juana la Beltraneja - ABC

Juana la Beltraneja, la excelente Señora, nunca tendrá la prueba del ADN

La hija de Enrique IV el Impotente fue un «pecado oculto» de Isabel la Católica, puesto que la pugna por los derechos dinásticos de su sobrina causó varias guerras hasta que los Reyes Católicos consolidaron el poder


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En la investigación histórica siempre aparecen dilemas. En su mayoría son enigmas contradictorios y aparentemente irresolubles que llevan de cráneo a unos y a otros picando la curiosidad de todos.
El caso de la ilegitimidad de Juana, apodada «La Beltraneja» por suponerse hija de Don Beltrán de la Cueva en vez de del Rey, ha sido uno de los más intrigantes a lo largo de estos cinco siglos y medio de historia. No es de extrañar ya que el Rey antes de casarse con su madre lo estuvo con Blanca de Navarra de la cual se anuló según las lenguas viperinas sin haber sido ni siquiera desflorada. Los tergiversados cargos empezaron a tomar forma.
Juana fue la única hija nacida después de seis años de matrimonio entre Enrique IV apodado «El impotente» y Juana de Portugal su segunda mujer. La duda sobre su verdadera filiación fue una acusación tan razonablemente fundamentada ya entonces que, cual semilla hábilmente emponzoñada, consiguió fructificar hasta nuestros días. ¡Si hasta las coplas de Mingo Revulgo lo cacareaban ya en las plazuelas de los pueblos!

Cornamentado marido

La pequeña Juana, atacada por los enemigos de un padre débil de carácter que poco hacía por defenderla y por una madre disoluta que en vez de ayudar a desmentir las acusaciones que recaían sobre ella, se dedicó a realimentarlas cornamentando a su marido con un sobrino del arzobispo de Sevilla con el que tuvo dos bastardos, poco tuvo que hacer.
Juana fue un peón más de ese complicado ajedrez donde todos jugaban a hacerse con el poder cambiando de bando según sus intereses. Pero … ¿Fue entonces Juana realmente la verdadera hijade Enrique IV? No fue fácil dado que la historia más inmediata de Juana fue escrita por los cronistas de Isabel la Católica que como vencedora en este entuerto se cuidó muy mucho de no dejar pistas que pudiesen contradecir su triunfo.
Lo mejor sería empezar de atrás adelante. Así que el primero que captó mi atención fue el propio capellán y cronista de Enrique IV, Diego Enríquez del Castillo. Comparé sus escritos con las posteriores crónicas de Alonso de Palencia o de Hernando del Pulgar y así con decenas de libros hasta llegar al soberbio ensayo que sobre ella escribió Tarsicio de Azcona.

Inseminación artificial del siglo XV

Por el camino entre unas visiones y las contrarias topé con el ensayo que escribió Gregorio Marañón sobre Enrique IV de Castilla. En una nota de pie de página hacía mención de un manuscrito de la biblioteca Nacional donde un viajante llamado Münzer, entre los años 1494 y 1495 contaba sus experiencias. En el menciona que la reina fue fecundada sin ser desflorada. Reproduzco el fragmento más interesante a mi modo de ver:
«Fecerunt medici canam auream, quam regina in vulvam recepit, an per ipsam semen inicere posset; nequivit tamen. Mulgere item fecerunt feretrum eius et exivit sperme»
Me quedé perpleja al leerlo. ¡Una cánula de oro fue introducida en la vagina de la reina con el semen del Rey! Sin duda estaba narrando un rudimentaria forma de inseminación artificial en pleno siglo XV. Al parecer eran experimentos habituales para los veterinarios desde tiempo inmemorial y era razonable que la desesperación ante la falta de embarazo de la reina les empujase a probar todo tipo de prácticas a pesar de que muchos años antes Catalina de Lancaster, la antepasada de Enrique IV, hubiese prohibido expresamente a los católicos servirse de judíos o moros. Los tribunales inquisitoriales estaban empezando a fraguarse en la mente de muchos y aunque tardarían aun casi tres décadas en materializarse, sus brasas empezaban a avivarse.

Víctima de otra injusticia

Por otro lado, Don Gregorio Marañón que estudió el cadáver de Enrique IV casi se atreve a asegurar la certeza de la impotencia de Don Enrique diagnosticándole como enucoide, pero… ¿Era estéril realmente? Si la rudimentaria inseminación fue efectiva Juana habría sido la legitima hija del Rey. Estos mimbres tenían que ser aprovechados para una novela.
Juana de Castilla titulada para los portugueses la excelente Señora y por los españoles apodada despectivamente como la Beltranejahabría sido entonces otra víctima de la injusticia en la historia. Su ingenuidad infantil no le sirvió de armadura para defenderse del poderoso mentidero armado de infundios.
Juana una vez desterrada por su tía, madrina de bautismo y usurpadora de su corona Isabel la Católica; terminó viviendo en Portugal mucho más tiempo que en Castilla. Primero ingresada en un convento en Coímbra y después en Lisboa. Contó siempre con elrespeto de todos los portugueses.
A lo largo de su vida conservó su dignidad al comprobar como el rey de Portugal al ver perdida la batalla por su legitimación no la quiso como esposa. Lo mismo haría al no querer a Juan el hijo de los Reyes Católicos como marido pues no se consideraba reina consorte de Castilla sino legítima. Y por último al no acceder a casarse con Fernando el Católico una vez viudo de Isabel y antes de casarse con Germana de Foix, aunque esto no esté probado del todo por los historiadores.
Juana fue la cabeza de turco que cayó. Desde su destierro supo de la muerte de Isabel. Tuvo que comulgar con piedras de molino al ver como su tocaya y prima se llamaba reina a pesar de que la creyesen loca. Se informó sobre su sobrino, un extranjero venido de Flandes al que titulaban Carlos el Emperador.

Conoció cinco reyes, firmaba «yo la reina»

Aguardando siempre en la sombra del silencioso destierro Juana siempre albergó la esperanza de un regreso. Dos años antes de su fallecimiento nació Felipe, el segundo de este nombre, y con él serían cinco los monarcas de Castilla y España de los que llegó a ser contemporánea. Siempre firmó como yo la reina.
Callada y siempre discreta murió en Lisboa. Sus restos desaparecieron a posteriori en el gran terremoto de 1755 por lo que nunca se podrán hacer las pruebas de ADN para saber si de verdad fue hija de Enrique IV de Castilla.

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