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viernes, 29 de septiembre de 2017

DÍA DE SAN BERNARDO EN FUENTESOTO
 


Un año más y siguiendo una tradición secular perdida pocos años antes de la guerra civil y resucitada en tiempos de la democracia, Fuentesoto honró al glorioso san Bernardo con la procesión a la ermita de san Vicente de las Povedas, camino de Pecharromán.


Dedicada a Vicente aquel diacono aragonés mártir de la fe, cuyo culto estuvo extendido en la Hispania visigótica, es uno de las joyas románicas mejor conservadas —sólo un ábside semicircular cubierta de bóveda de cañón tres lucernas o saeteras y guardapolvos con adornos de taqueado jaqués, figuras geométricas y adornos florares en los capiteles, en la parte interior se representan animales y obispos, que corroboran la suposición de una mano mudéjar, respetemos al Islam— edificado c.1135 en piedra caliza. Seguramente, formó parte de una “anillo de oro” o círculo de monasterios de monjes blancos que sustituyeron el anacoretismo (aquella zona del Duratón es comarca de cuevas como la de los Siete Altares de Sepúlveda) por el monaquismo. Los solitarios de esta Tebaida segoviana en zona apartada y abrupta optaron por la vida en común.


Los monasterios del Cister eran lo más parecido en los siglos medios a los “kibutz” israelíes de hoy. Eran centros de producción y feudos de defensa. Allí se abrazaba un género de vida austera de trabajo y plegaria, también de estudio porque el “armorium” o cuarto de los libros era tan importante como el refectorio y el dormitorio corrido, vida en común.


Pero no sólo rezaron. También trabajaron, plantaron viñas, cavaron huertos y araron tierras. En los majuelos de Sacramenia, Pecharromán, el Vivar y Valtiendas se pisaba una uva que, transformada en mosto, daba el mejor clarete del mundo.


El Vega Sicilia y los excelentes caldos de la ribera del Duero zona Peñafiel fueron el descubrimiento de estos frailes blancos que todas las tardes cantaban himnos en honor de la Virgen María y tomaban un jarrillo a las comidas. Ellos trajeron el vino y el canto gregoriano. Eran monjes soldados.


Tengo entendido que Ben Gurion copió algunos capítulos de las Constituciones para el Estado Hebreo de Bernardo de Claraval, aunque sustituyendo la palabra Dios por la Roca de Israel.


El monje ideal, apartándose del mundo, goza de las buenas cosas de la existencia: el trabajo, el reposo, la quietud, la amistad sin los líos del amor y la familia, la caridad con el prójimo, abraza la virtud en menoscabo del vicio, aun sin perder de vista la fragilidad de la condición humana que con frecuencia sucumbe a la tentación. Ora y labora. Huye, calla, llora y reza es la receta del Talmud en la lucha contra las fuerzas diabólicas y el espíritu maligno que nos rodea


Hay rasgos misteriosos o que no se comprenden en la personalidad de este bienaventurado abad borgoñón, el cual a lo largo de sesenta años de vida pobló Europa de casi dos centenares de monasterios desde el Humber inglés en la frontera con Escocia hasta el Duero y desde el Loira hasta el Danubio y el Vistula. Eran vergeles, jardines de María, remedando el “hortus conclussus” de la Biblia, ¡qué descansada vida la del que se aparta del mundanal ruido! situados en valles apartados a orilla de los ríos y en Castilla los muros sagrados de estos monasterios como los de Sacramenia se convierten en alcázares fortificados. Visión del locus amenus pero sin bajar la guardia, que el enemigo acecha.


Por fuero de Brañaseca otorgado por el rey Alfonso VII el Emperador surgieron los aportillados o caballeros prevenidos en frontera. Los esclavos podían manumitirse al socaire de esta norma y los musulmanes gozar de libertad dentro del territorio castellano. Así como los judíos. Parece que hubo dos aljamas importantes una en Sacramenia y otra en Sepúlveda.


Claro que esto no se cumplía siempre porque los monjes soldados al llegar la primavera llamaban al arma y tenían que pelear contra los invasores del sur. A juzgar por las adarajas o ladrillos sin terminar de ser colocados se aprecia que las iglesias de san Vicente y las de san Gregorio no pudieron ser terminadas porque se acabó el peculio, por las prisas de la llegada de una aceifa o porque el enemigo las derribó.


Son misterios que suscitan la meditación del que contempla estas sagradas piedras. Otras plumas más cualificadas como las de Quadrado o las de mi paisano el doctor José María Costa Arribas— en las páginas del Adelantado— disertaron, con más autoridad que la mía, sobre las peculiaridades de esta comarca en la franja ulterior de la provincia en todos sus aspectos (lexicográficos, aperos, refranes, trajes, modos de labrar y construir, usos y costumbres incluso el sentido del humor que es muy peculiar según nos ha descubierto el gran escritor, musicólogo y etnógrafo  Joaquín Díaz.)


Sin embargo al que suscribe le cumple el orgullo de que mis paisanos no hayan hecho caso omiso hacia mis prevenciones sobre el valor histórico de estas joyas ocultas en sus predios.


Ya en 1968 publiqué (ya ha llovido) un reportaje en Diario SP “Ermitas abandonadas en el camino de Sepúlveda a Peñafiel, era el título, con unas excelentes fotos de Santiso. Hoy san Vicente que por aquellas fechas era un muladar está abierta al culto y los “corines” mote con que se designaba en la comarca de Villa y Tierra a los de Fuentesoto con gran esfuerzo adecentaron la iglesia de san Gregorio. Que san Bernardo confesor y san Vicente mártir los bendigan. Loores y vida larga.  

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