LAS CLARAS DE CUELLAR
Antonio Parra
El mundo puede que esté mal, yo he dormido
bien, confortado con la llamada de mi querido amigo, José Antonio Alonso –para
nosotros los curillas siempre será Remondo, el pueblo donde nació y ejerce,
buen músico, excelente oído, me gustaría estar en las misas con acompañamiento
de rondalla con que ayuda al cura de su pueblo y aunque no es cura como si lo
fuera ha hecho de su vida motivo la máxima de “llévanos a la perfección por la
caridad” que es la base del ser cristiano, porque el que ama a sus semejantes
nunca se equivoca, el “ama et fac quod
vis” de Agustín- a última hora y me fui a dormir tranquilo y esponjado por el
pensamiento y por la noticia que me dio de que rezan por nosotros las clarisas
de Cuellar.
Pues bien, habrá algún modorro que se mofe de
la idea de “reserva espiritual de Occidente”. No sé si Franco lo sería pero mis
monjitas sí. No es cachondeo. Más que los viajes del papa, más que la labra de
nuestras catedrales, más que el corpus de la perfección teológica de los padres
de la iglesia de Oriente y de Occidente, más que los misioneros, más que los
orfelinatos, más que nuestro boato litúrgico que escandaliza y encandila a los
que desconocen el mensaje mistérico y hablan
por boca de ganso diabólico, el poderío del cristianismo está en la vida
callada de estos hombres y mujeres que se entregan a Jesús.
Vida callada y apartada. Púdrete, grano que
mañana serás espiga. Nuestro poder no es discursivo, ni lógico, porque bien
mirado nuestra religión es una locura de la cruz y aquí estamos los locos de Cristo.
Es
orante.
Rezad
por nosotros, queridas sores.
Que el Señor os escucha. Os hace caso. Sois,
todo en uno, la inocencia y el candor de san Francisco, las dudas de santo
Tomás, pues no todos ponemos el dedo en la llaga, el aseo y humildad de la casa
de Nazareth, y esa energía de Santa Clara que custodia en ristre salió de su
monasterio y espantó a la morisma que había plantado cerco a la ciudad de Asís.
Pedid.
Pedid por nosotros. Por nuestros jóvenes. Por Europa. Por España. Por las
cristiandades de todo signo. Por el papa desde luego y por nuestro obispo. Por
María la hermana de José Antonio que está ya en la Casa del Padre. Pedid por
los moros y por los judíos. Por los que creen y por los que no creen. Por
consagrados y legos, por ateos y
agnósticos de esta nuestra España tan secularizada que parece estar queriendo dar la espalda a su historia
y se nos descristianiza, se nos desespañoliza.
Sin
embargo, nadie podrá resistirse al poder de la Gracia. Ese es un axioma místico
que yo, pecador, vacilante y telumante, en mis ascensiones y caídas, mis
imperfecciones y mis buenos propósitos, pues siempre anduve de la ceca a la Meca en primera línea y abriendo
brecha, buscando nuevos caminos, lo tengo bastante claro: Cristo está en la
historia. No lo podrán echar. Prevalecerá su palabra.
Cuellar. La Virgen del Henar.
Mi
padre que Dios haya, siendo artillero, prestó servicio de vigilancia en el
castillo que entonces era penal, desgraciadamente penal, y en una ronda de
inspección un frígido atardecer de marzo, vio que toda una sección, por causa
del brasero, se habían quedado pajaritos. Irrumpió con todas sus fuerzas en la celda y los sacó como pudo. Empezaron a
salir tíos por la ventana, casi un regimiento, medio agonizantes a causa del
anhídrido de carbono. Les salvó la vida.
Creo que aquel gesto el de mi padre Silvino al que en la
batería llamaban el “Sargento Fuerzas” fue uno de los primeros gestos de
reconciliación en la España enfrentada a causa de nuestro trauma incivil.
Aquellos “rojos” le estuvieron agradecidos de por vida, le
felicitaban las navidades y uno, Luciano que era de Enguidanos, Cuenca, venía a
vernos todos los años y nos regalaba varias cajas de melocotones de su huerta.
Me
hacía mucha gracia el bueno de Luciano, que tenía sus ideas y que creía en la
Iglesia pero no en los curas, según él se exlicaba, y en vez de ir a misa se
plantaba con los brazos en cruz ante un gran crucifijo de la catedral y allí se
tiraba las horas muertas.
En la
España de los cuarenta el gesto no dejaba de ser chocante pero estaba permitido
y nadie se metía con Luciano por sus ideas protestantes
Siempre que paso por Cuellar y me paro a
tomarme un soplillo en ca mi prima Sagrario la pastelera me acuerdo de aquel
suceso. Y a mis hijos de niños les volvía locos lo del trabalenguas: “las
monjas de Santa Clara –no eran las de Cuellar sino las de Peñafiel-tienen un
pájaro tordo que se pasea del coro al caño y del caño al coro”. Anda a decirlo
deprisa. Más deprisa… del coro al caño y del
“c” al coro. Venga, más, papá. Sí hijo. Sí. Pero no te rías. Que el que
se ría paga la bola.
Que
las monjitas de Santa Clara y tengan un pájaro tordo domesticado son muy buenas
y rezan por nosotros no deja de ser un hecho puntual como dicen ahora los
cursis.
Al menos nos hacían reír por aquello de que
un santo triste es un triste santo, etc. total que estoy bastante familiarizado
con la Orden y el 12 de agosto, fiesta de Santa Clarita, es un día muy
especial.
Que me
recuerda aquellas diáfanas mañanitas del
verano segoviano. Y las campanas y las torres de cigüeña de San Antonio el Real
donde mi madre tenía algunas amigas que eran de su pueblo. ¡Qué delicia
aquellos pasteles borrachos! Venía la demandadera y nos los entregaba por
torno. Siempre me impresionó aquella reja púas en ristre, imbatible, y aquella
voz melodiosa, cantarina que nos saludaba por desde detrás de la clausura.
-Uy
que niños más gordos qué bien se le crían a usted, Juanita.
-Con
buena leche y buenos chuscos del cuartel, sor Conce.
Era la posguerra y no había. Pero no
pasábamos hambre. Y aquellas visitas a las monjas servían un poco de alimento
espiritual.
Total. Que hoy estoy contento. Me viene a los
labios un romance de Joaquín Díaz que canturreo: que mis padres me quieren
meter monja monjita de Santa Clara, etc. o sea que llévanos a la perfección por
la caridad. Y en el mundo imperfecto quedan todavía algunos perfectos, más de
lo que se supone.
Las preces del Justo tiran del carro
. Uno no es más que un periodista. Tiene algo
de provocador.
A estos pobres artículos míos de la Red
habría que ponérseles el epígrafe de agitánese antes de usarse. Quizás sea un
poco exagerado pues me gusta sacar al personal de su modorra conformista y de
sus casillas. ¡Cosas mías! ¡Cosas nuestras! Aun creo en el poder –acaso sea un
iluso- de la palabra. Mi pensamiento es teresiano: Quien a Dios tiene nada le falta y que para Él no hay
imposibles.
Nos
acabamos de reunir los curillas de nuestra promoción. Fueron las Bodas de Oro
con nuestra fe y del encuentro quedó bastante claro que seguimos siendo hombres
de Iglesia porque aquel espiritu que
respiramos en el seminario aun alienta en nuestras vidas y estará creo, si Dios
ayuda, a nuestro último huelgo.
La idea está lanzada.
Ante la carestía de vocaciones sacerdotales y
ante el riesgo de que cierren las iglesias y concluya su acción parroquial,
nosotros, los veteranos, estamos aquí para mantener el culto, para consolar a
los enfermos, para asistir al que sufre,
administrar los sacramentos, visitar al preso, enseñar el catecismo,
devolver a la iglesia a los jóvenes del botellón, parlamentar en los foros,
escribir artículos y recuperar esa labor pedagógica y regeneradora en la cual
siempre fue eximia la Iglesia, sobre todo, la española.
En fin,
muchas y muchas cosas. Sobre el tapete está nuestra propuesta y si el obispo
nos llamase. Diríamos “adsum” (presente)
Mas,
sobre todo seguid apretando con vuestros rezos queridas clarisas de Cuellar.
Para que esta idea llegue a buen puerto.
Por último en la conversación con mi amigo
Remondo hubo algo que me emocionó. Tuvo que interrumpir la llamada del móvil
porque llegó su nieto David. Que quería que su abuelo lo acostase como todas
las noches. Si no, no se dormía
¡Bendito gesto de humanidad y de ternura!
Nosotros no somos ogros. Hemos formado una familia e intentamos que ésta haya
sido cristiana. El seminario nos enseñó a diferenciar el mal del bien y hemos
sido hombres de provecho. Y ahí está ese gesto maravilloso de mi amigo
acostando a su nietecillo.
Paz y
bien.
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