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viernes, 29 de diciembre de 2017

SHERLOCK HOLMES

Las novelas policíacas son la cosa más aburrida que he visto pero alguna leí en la mili de Ágata Cristi. Los ingleses ganaron mucho dinero con este género y royalties que exportaron al mundo. Ellos son los inventores dej thriller en sus variantes detectivesca, suspense, novela de buenos y malos, novela negra Agotado el género, se decidieron por las novelas de espías que también son un rollo. Un rollo inteligente o como ellos dicen clever porque en ellas no ha de haber ningún milagro y los hechos se decantan por deducción.
 Pocos se meterán entre pecho y espaldas los seis centenares de página del Sastre de Panamá. Sherlock Holmes me cae simpático porque edra un marginal y es un tipo que va a su bola con esa independencia del escocés frente al inglés. Así debió de ser Conan Doyle. Cuando vivía en la capital inglesa algún cachondo me hizo llevarle al 133 de Baker Street, mi amigo creía que la cosa del detective no era ficción, que el policía vivía allí.
 Como novelista Doyle es de la misma estirpe de Walter Scout en cuyo arte aprendió. La novela negra como la histórica ha de tener profundidad de imaginación, un cierto espíritu burgués, pasión por el artificio. Así cuando conviene hace disparar a sus personajes cohetes voladores para dinamitar una coartada. La novela es el arte de seducir y de deslumbrar. Por lo que un buen escritor ha de tener no madera de héroe sino de impostor. Otro aspecto nada desdeñable para mí es la calidad de cocainómano y fumador empedernido. Escribir es  como una adición. No me chuto sino con infinidad de lecturas pero fumo porque la realidad esconde demasiadas interrogantes y todo se disuelve en humo. Las volutas que se alzan al éter desde la cazuela de mi pipa son un exorcismo contra lo sórdido e inevitable de un destino implacable. Además el tabaco crea atmósfera.
 Quien no conoce a los hombres no conoce a los vicios pero tiene el fumeque un peligro: la abulia y fue el aburrimiento lo que puso a Sir Conan Doyle en el disparadero de matar a su personaje dejando que se despeñara por el desfiladero de Reichenbach. Luego tuvo que resucitarlo a cambio de cien libras que le adelantó la editorial. Nunca le satisfizo al autor su personaje que tanto dinero le dio a ganar. A Doyle lo que verdaderamente le entusiasmaba era el espiritismo y no la novela de intriga en la que vierte este escritor escocés toda la racionalidad y sentido común británica por la vía deductiva.  Lo que se denomina cleverness. Un inglés siempre dirá de una película o de un drama en que la acción sale por donde nadie lo esperaba que es Cléver. Sherlock Holmes was a clever thinking machine que no trabaja ya meramente como detective privado sino como guardián de una civilización

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