A la mujer segoviana
Y después de San Antón, viene febrero de la mano de Las Águedas.
En el corazón del iniverno a las puertas de Carnaval con ferréa tradición ancestral se celebra la gesta de las mujeres segovianas sean o no de Zamarramala -localidad cuna de la fiesta-. Mujeres zamarriegas libertadoras que abanderan cada cinco de febrero, al son de la dulzaina y tamboril la fiesta de Las Águedas.
A esas segovianas de toda la provincia, las de la jota, a las más segovianas de todas, a las que se visten y queman el pelele, y a las que se sienten segovianas igualmente allí donde estén. Mujer segoviana tenías que ser, en procesión hermanada dedicándose la jornada y reconquistando tradiciones transmitidas de madres a hijas, ataviadas con el traje típico que define el folklore de esta tierra.
El origen de esta popular fiesta se remonta al 1227, durante la ocupación morisca, y la toma del Alcázar de Segovia por los Reinos de Taifas. Una estrategia bélica de esmerada astucia y arriesgada bargantada protagonizada por las mujeres del pueblo segoviano de Zamarramala, permitió liberar la fortaleza de manos musulmanas. Aquellas mujeres que lavando ropa junto al río Eresma supieron amenizar con retrechería y artificio las miradas atentas de aquellos guardianes mozárabes que atrincherados dominaban el castillo fortificado y que atraídos sin remedio por el conjuro de aquellas segovianas abandonaron sus puestos vigías para rendirse a las zalamerías de las mujeres zamarriegas al tiempo que sus maridos, novios y hermanos salían de sus escondites convirtiéndose en soldados cristianos para reconquistar la fortaleza aprovechando así el despiste y señuelo tendido a los a los intrusos de Al Ándalus.
Por tan audaz hazaña y en agradecimiento a su valiosa contribución se decidió otorgar a las mujeres de Zamarramala el privilegio de mandar un día en el año, vestidas con sus mejores galas y trajes regionales, tomando el mando y celebrando con su patrona, Santa Águeda mártir protectora de las mujeres, pretérita costumbre que se ha prolongado hasta nuestros días.
La festividad de las mujeres gobernantes castellanoleonesas y más en particular de la mujer segoviana incluye una procesión religiosa, bailes, degustaciones culinarias y premios a personas o entidades que hayan realizado actividades a favor de las mujeres (el Matahombres de Oro). La mujer acapara su merecido protagonismo en esos días entre jubones, justillos, monteras, mantillas, sayas carmesís en su mayoría y manteos de paño con tiranas y entredoses de azabache, camisas de corchados, delantales variados de terciopelo negro aderezados con adornos y encajes, junto a una abundancia de collares de corales, zarcillos de tres gajos, cadenas, anillos, rosarios, cristos triperos y relicarios de plata, luciendo engalanadas con bordados sus picos de mantón merino, enaguas, calcetas y zapatos con sabor antiguo, el de antaño, portando en la mano una vara que simboliza el poder de mando del que gozan durante Las Águedas, rindiendo honores a la Santa, y dando a conocer así la tradición, la historia, el por qué, la gastronomía, la tierra, ataviadas con el traje típico segoviano en sus varias vertientes según la agenda de la fiesta, ornamentos todos ellos rescatados del baúl de las abuelas en esa herencia de pasar de una generación a otra como parte de la idiosincrasia y folklore de un pueblo, un patrimonio con un valor estético y sentimental muy importante.
En esta ceremonia de arraigo, donde se combinan lo religioso y lo pagano, cada año dos mujeres son nombradas alcaldesas de la fiesta, sin que falte la colaboración del resto de las mujeres de la localidad. Es uno de eventos más vistosos dentro y fuera de la provincia de Segovia, declarada de interés turístico nacional, donde destaca la “quema del pelele”, que representa todo lo malo que ha de arder como símbolo de las injusticias cometidas contra las mujeres, mientras se degustan viandas típicas de la gastronomía segoviana. Después de la misa las mujeres en animados grupos recorren las calles del pueblo en un auténtico desfile de danzas y música, vestidas con sus trajes regionales, cantando y bailando al son de la dulzaina y tamboril.
El empeño de festejar un hecho histórico que bien podría enmarcarse en cualquier época socialmente reivindicativa donde un acto lúdico nos sitúa en el contexto adecuado para apreciar el cariz que adquiría para la mujer ostentar el bastón de mando por un día. Un privilegio atávico concedido a la mujer segoviana en un tiempo donde liberarse por un día de las obligaciones cotidianas impuestas por las normas sociales y la autoridad masculina era un acontecimiento trascendental.
Una fiesta con gran acervo cultural y una forma de rendir un homenaje especial a las mujeres valientes de varias generaciones. Mujeres resistentes a los avatares de su propia vida, a los de la Historia, el clima, la adversidad y el destino, manteniéndose en pie con carácter recio y mirada acogedora, mujeres águedas bondadosas de condición robusta y espíritu inquebrantable capaces de reorganizar desastres, reconstruyéndose a sí mismas, mujeres comprometidas que han avanzado a pesar de los frenos establecidos a la condición femenina, mujeres zarandeadas por las piedras del camino, mujeres que han fabricado unas alas en plena caída, de corazón generoso y mejillas curtidas por el aire serrano, mujeres que con luz propia orientan a cuantos están cerca de ellas, madres incansables e incondicionales, mujeres que se animan a destacar por un día simbólicamente en el calendario, mujeres coraje, mujeres admirables que protegen, resisten, batallan, defienden y vertebran la vida de los que están a su alrededor, mujeres a las que jamás se les reconoce suficientemente su estoicismo, perseverancia, paciencia infinita, padecimiento, arrojo y determinación con la que logran afrontar su existencia.
A todas aquellas mujeres segovianas que contribuyen a que la fiesta de Las Águedas perdure a través de los siglos.
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