ENTRE PINTO Y VALDEMORO
Por cuestiones familiares y por cierta querencia y amor que profeso a la Guardia Civil voy con frecuencia a Valdemoro histórico lugar donde estaba emplazado un castillo. Allí fue presa la princesa de Eboli. Es tierra seca de olivares, alguna huerta y secarrales, buen vino tenía en tiempo de los romanos y como su propio nombre indica estuvo bajo dominio árabe. Sin embargo Pinto al otro lado de la carretera de Andalucía era cristiano desde mucho antes y de ahí viene el refrán que define el carácter y la vida española de estar entre Pinto y Valdemoro esto es así, así. Ni fu ni fa. Hemos pasado sí pero con pelos en la gatera. En Valdemoro en su iglesia renacentista fue bautizado mi nieto mayor Mario y su hermana Laura. Mario es un crack de las matemáticas, ha terminado el curso con todas las notas sobresalientes, cumplirá los quince este año el día de Santiago y está en trámites para ser fichado como portero por un club de juveniles local.
A mi Lauri ─yo la llamo la princesita de Valdemoro─ cuando recibió las aguas del bautismos por un curita muy majo, la elevó ante el altar de la Virgen María.
Yo capté ese instante histórico en una foto y lo guardo en mis archivos de abuelo orgulloso.
Porque ambos nietos, acogidos de por vida bajo el manto de Nuestra Señora, serán bendecidos.
En el trasaltar de la iglesia de Valdemoro resplandecía un cuadro de san Felipe Neri atribuido a Goya y en el cancel se reclinaba, arrinconada e inservible, la melena de una campana que debió de ser enorme.
Sólo quedaba la leña, el bronce se fundió para fabricar balas en la guerra civil pues allí en esa iglesia que tenía esa campana gorda de un badajo poderoso cuyos sones al tocar a misa se oían hasta en Toledo me hubiera gustado tener mi cantemisa que nunca fue.
Así pues, entre Pinto y Valdemoro se casaron mis hijos Antonio y Marta. Y fue cristianada la prole que nos dieron. Como va dicho.
A la salida del pueblo había un arroyo que delimitaba la jurisdicción de ambos concejos.
Una noche ─ cuenta la leyenda─ venía un labrador a su hogar desde Pinto a Valdemoro, después de las fiestas de la Virgen del Rosario, y subía cargado de mosto y algo piripi, tras haber alternado con los de su cuadrilla.
Conque saltando de un lado al otro del rio se decía a sí mismo el beodo: “estoy en Pinto jijí”. O bien, “estoy en Valdemoro jajá” y ese es el origen del nombre morisco de la localidad.
Los españoles, ya digo, siempre andamos entre Pinto y Valdemoro. Así, así. Pasar pasamos pero con pelos en la gatera.
Es una especie de statu quo nacional.
Si te lo saltas, vienen los líos. Un pueblo con alcurnia hidalga pero de mucha mezcolanza, hijos de muchas leches, y harto aguerridos: con tres componentes étnicos o tres sangres. Cristianos, moros y judíos.
Los moros eran los currantes, los judíos los negociantes y los cristianos trabajadores de sol a sol y propietarios pero aquí los que mejor vivían los curas.
Pegabas un saltito como los de la comba, en Pinto. Pegabas otro y en Valdemoro pero ay de ti como perdieras el equilibrio. Caías de culo en el charco.
Efectivamente somos la nación del statu quo. No rompamos la baraja.
Paso corto vista larga y ojo al cristo que es de plata o bien ojos de halcón, paso de lobo y hacerse el lobo que dicen los de la Benemérita. Un sabio consejo de su fundador el Duque de Ahumada.
lunes, 16 de junio de 2025