A ALCALÁ, PUTAS, QUE VIENE SAN LUCAS
Antonio Parra
Pues como íbamos diciendo, señores míos, a Alcalá, putas, que viene san Lucas. Y no se encuentra en qué acepción o correlación tengan ambos valores: un evangelista y las buenas y sufridas mujeres que aplacan los furores del mundo con sus caridades de alquiler. Sin su concurso perecerían las repúblicas y las monarquías coronadas y hasta las dictaduras. Tendréis que hacer la vista gorda y ser un poco más tolerantes que se os pone cara de inquisidores. Hay siempre ojos que vigilan al otro lado del muro que ven sin ser vistos, escudriñan, indagan, valoran, resuellan, cortan trajes y pegan tijeretazos pavorosos de indignación con sus palabras, almas podridas, sepulcros blanqueados, se indignan y se hacen cámaras y luego echan toda la mierda en el ventilador pues en verdad os digo que Alcalá putas que viene San Lucas y el que quiera saber que marche a Salamanca aunque la verdad sea dicha nunca me entusiasmó Salamanca vivero de muchos prejuicios carcas. Mi ánimo es alcalaíno, tolerante y liberal.
El alma mater instituida por Cisneros graduó en artes a los dos príncipes de nuestros ingenios. A Cervantes y a Quevedo. Y ahora que lo pienso me pongo a temblar del pavor ante la cólera de las feministas que tan poco femeninas y tan sesudas como inquisidor quieren borrar de los diccionarios esa infame y a la vez querida palabreja. Mas, cata ahí que podrán liquidar con la palabra. Nunca acabar con el oficio. Y que me perdonen esas buenas mujeres a las que amé tanto.
Uno ha aprendido tanto en los libros cómo escudriñando el mundo del barro caído de las daifas. ¡Pobres! No acantearlas, villanos, ni siquiera a las cantoneras de la Casa Campo pero traviesos estudiantes han venido y estamos todos al cabo de la calle. Tan lenguaraces y tan poco comedidos en sus bufonadas y chascarrillos siempre a verlas venir a pupilo en casas del hambre y aventajados discípulos del Domine Cabra que mantista me era yo pues mi colegio era sucursal de Alcalá y nuestro colegio o reformatorio de la piedad y cantera de vocaciones sacerdotales- había que ser santo no quedaba otro remedio aunque muy pecador soy Señor que el espíritu está pronto y la carne es flaca, ay pecadillos nuestros, le doy limpiaparabrisas de la memoria y se me empaña el cristal no sé si de remordimiento o de llanto pero no nos pongamos sentimentales- fue fundado por Diego Laínez aquel jesuita que sostenía que a Dios rogando y con el mazo dando y un ojo en el cielo y otro en el suelo.
Iba a ser mantista (por atuendo la pañosa parda y la beca roja y el bonete de tres picos que había que quitarse siempre este gorro picudo que tanto nos entusiasmaba al pasar por la puerta de una iglesia o ante una imagen de la Virgen María o cuando nos encobrábamos con un cura arropado en su capa y guardando bien el colodro de los vientos mortíferos de aquella ciudad con una teja de cachemir) y caminar por las veredas de la Escolástica. Tú vales mucho chaval. Tú tienes madera de santo. Lo mismo que llegas a cardenal. Ya veremos. Primero hacerme lo que se dice un hombre, pero antes hay que pasar por la tonsura y ascendiendo al ostiariado al subdiaconado para posteriormente ingresar las galas del diaconado. Todo era como muy jerárquico y no se podían pegar brincos en el escalafón. Después presbítero y con un poco de suerte hala obispo. Largo nos lo fiáis. Vocación y entusiasmo no nos faltaban pero los ventalles de una calle estrecha y larga a la umbría en Pontefractum subsidiaria de Complutum ya digo eran mortíferos. Se te paraban los pulsos o se congelaban las esperanzas y si levantabas el gallo eras un díscolo o te ponían el matasellos de rebelde. Aquel tiempo me enseñó a conocer a la SRI y amarla en sus grandezas y sus miserias. En la pureza de vida de algunos de sus ministros y las corrupciones de otros. Los peores los más taimados los que parecían más místicos.
Algunos de los gramáticos cogían catarro y otros pulmonía y a otros teníamos que cantarlos el “entierrillo” pues se morían. Los inviernos de por aquel entonces eran lo que se dice inviernos.¡Caía cada peladilla! ¡Y qué carámbanos en los aleros, madre mía! No teníamos agua corriente y muchas mañanas al levantarnos al toque de campana habíamos de romper el hielo de la palangana con la contera del zapato o la navajilla que todos usábamos para cortar el pan para lavarnos como los gatos. Más de quinientos tíos oye y escaseando el aseo debía de oler a montuno que tú no veas. El aire te cantaba al entrar los primeros días pero luego te ibas acostumbrando. Además desnudarse enfrente del compañero era una falta contra la modestia. Como en todos los sitios cerrados y aislados del mundo la mariconería a la que llamábamos amistades particulares eran también una peste mortífera (Ahora las cosas cambiaron gracias a Dios aunque el celibato sacerdotal siga siendo a nuestro juicio una asignatura en la iglesia latina).
Y luego había que confesarse si por casualidad habías visto al gramático Anastasio o al retórico Perico en calzoncillos ya estábamos con la canción guerrera de los escrúpulos. Pues todas aquellas escabrosidades pertenecían al capítulo de la concupiscencia de la carne. A veces el director de novicios intrigado preguntaba de qué color eran.
- Pues blancos, padre Muñana, blancos. ¡Como van a ser sino! Blancos y largos hasta la pantorrilla vulgarmente denominados marianos. Por el envés con palominos
Gastábamos marianos anda que si hubiéramos usado los slips o taparrabos de ahora. El padre espiritual nos hubiese marcado doble penitencia.
-Hay que tener guarda de la vista, hijo mío.
-Si, padre.
-Pídeselo a la Virgen.
-sí, padre.
Pero a todo esto y cuando impartía tan saludables recomendaciones hacía el padre Muñana unas aproximaciones que no eran tan santas. Te apretaba las mejillas y se acercaba carrillo con carrillo a ti que tú no veas. Parecía que estábamos bailando un tango o un fox en lugar de arrollidarnos ante el tribunal de la penitencia. Entonces inocentes de nosotros pipiolos no lo sabíamos pero eso hoy tiene un nombre. A mí aquellos apretones me alarmaron y desde aquélla sigo teniendo ciertas reservas con ese tipo de confesión auricular o exmolegesis y creo que con esta postura no cometo aberraciones contra el dogma. Pienso que todo lo que es morboso es pecaminoso y no puede ser de Cristo
Por otra parte la aglomeración o los miasmas del aire la higiene era harto deficitaria. Cuando la gripe del 56 cascaron unos cuantos seminaristas. Era por el mes de octubre que me acuerdo como si fuera ayer y enterramos a siete en quince días del Menor y a cuatro del Mayor. Mi padre que estaba de maniobras vino a verme y tuvo una agarrada con el rector y quería sacarme de allí casi a patadas. Pero hombre de Dios, don Julián ¿cómo tienen ustedes a estos hijos de tan mala manera hacinados? Pero mi madre no le dejó porque su gran sueño en el mundo era tener un ungido sacerdotal. Toda su vida de dios estuvo preparando mi madre mi cante misa
Se declaró cuarentena y allá abajo estaba en el patio mi progenitor una tarde de otoño con las estrellas de teniente recién estrenadas pues acababa de ascender llamándome por mi nombre.
-Antoñito... Antoñito
yo en pijama me asomé por la ventana y ante las voces cuarteleras de mi padre se preparó un pequeño cachondeo en el dormitorio corrido que era la enfermería. Mi padre tenía una voz potente de sargento mayor. Aparecí por la ventana de la enfermería que daba al callejón en la trasmuralla casi frente por frente de la Casa del gobernador civil, a la sazón, el murciano Pascual Marín Pérez. Me daba un poco de vergoña pues tenía casi 38 de fiebre y una tos perruna que no se me quitaba ni para la de dios. Le acompañaba un machacante que llevaba en la mano un talego blanco. A través de la reja me lo entregó. Era el añorado matute. Venían unos choricillos de Cantimpalos una hogaza de pan del pueblo y dos botellas con agua de limón.
-Ten para que hagas gárgaras.
-Sí, papá.
Repartí el yantar entre mis camaradas y no sé si del susto de ver a mi padre artillero que me llamaba desde la calle cuando estábamos rezando la sabatina o del gusto de los chorizos y de las lonchas de jamón se me pasó la fiebre y me dieron de alta. Siempre me acordaré de aquella experiencia en que estuvieron a punto de cantarme el gorigori porque la temperatura me subió a cuarenta y algo y yo creo que vi el túnel ese de calma que aseguran haber contemplado los que estuvieron a punto de tramontar la frontera entre la vida y la muerte, y flotar, empecé a flotar. Me veía flotar como si el alma se me saliese del cuerpo y se encaramarse al techo y colgada del globo de la lámpara circular contemplase a mi propio cuerpo yacente.
Tienes madera de santo nos decían. ¿Madera de perdedor? Nunca pondré la mano en el fuego pero aquella enseñanza fue tan penetrante y eficaz que lo que aprendí aquellos nunca se apartará de mí. El amor a la letra muerta. El entusiasmo con la grandeza y la belleza de la Iglesia. La liturgia. El paso del tiempo. La armonía de las estaciones del año o el movimiento cíclico del calendario, la carrera de los días que remeda a la de los astros. El amor a la vida. El complejo de culpa combinado con un cierto optimista a sabiendas que Dios perdona. Los terrores del infierno y una cierta prevención hacia la mujer. Cárcel de amor fueron aquellos años. A pesar de todo si volviese a nacer yo volvería a mi pupitre de aquel estudio de ventanales con vistas a la sierra donde la Dama Nevada era un testimonio estimulante a viajar a otros mundos -¿qué habría detrás de aquellas crestas de nieve? El mundo ¿Y qué era el mundo? Nos hicieron soñadores. Utopistas. Yo tenía una visión del mundo curiosa y pecaminosa pero había que ganar almas para Dios, ser apóstol etc., cabalgando en la escoba de la imaginación. La loca de la casa. Ya estamos. Yo era entonces y lo sigo siendo un fantasioso. Mi peregrinación por la tristeza y por la dicha. Amor profano y amor ideal. A Alcalá putas que viene san Lucas. O Petrarca y el Dante siempre buscando a su Beatriz o a su Laura. Hégiras místicas escalando las cimas de la santidad y bajads al valle o la sima de las tgabernas y guaridas de la Trotaconventos Antes morir que pecar. Más adelante iría al Toboso creyendo que allí encontraría a Dulcinea. Era solo Maritornes pero a mí Maritornes me hace mejor servicio que todas esas beldades que al fin serán también pasto de gusanos pero siempre con tales flaquezas fue tolerante como buen español que siente en lo más profundo la huella del catolicismo y mi olla mi misa y mi María Luisa; por eso siempre anduve a trompazos con las mentes de vía estrecha, los garbanceros, las inteligencias de mosquito, los rencorosos, los difamadores o los que no tuvieron la suerte de encontrar esa fe de principios que me inculcaron desde niño.
De la taberna al tabernáculo hay solo un paso y las casuchas de mala muerte se recuestan contra los muros altivos y solemnes de la catedral. Así que estos días he vuelto con tristeza a las aulas de lo que fuera mi alma mater. La casa está vacía pero la imponente fachada herreriana sigue ahí con sus impresionantes acroteras que abarcan la esfera armilar en redondeles del mundo y la cúpula en forma de alcuza. “Aceitera” llamábamos los estudiantes a aquella torre y paseado por los tránsitos filosofales donde estaba el edículo de la Señora a la que amé tanto, patio de un solemne renacentismo y lo que se dice una casa jesuitina pero han esquilmado la biblioteca, han quitado la campana cuyos golpes marcaron los pasos de nuestra vida colegial. Campanas de la torre alcuza que ya no retiñen. Las han vendido seguramente para fundirlas en balas o a lo mejor para fabricar teléfonos móviles. Ya por entonces empezaron a llegar las bandas rfapaces y meoredeadoras de los anticuarios. Se dedicaban al trato de obras de arte. Castilla se quedó sin las tallas de los santos de sus retablos y desnudo de sus piedras. Las ménsulas y las florituras en arenisca de sus capiteles historiados todos se los llevaron hombre por dios ¡Qué expolio! Fue mucho más temible la modernidad que la francesada y el propio judeomasón Mendizábal y su política de exclaustración monástica y desamortización de iglesias y conventos no acabó con tanto. Rapiñas y esquilmos. Todos a por el oro de la Iglesia. Las vírgenes negras amamantadoras de preces y sueños adornando los tálamos de los poderosos.
Tutora del reglamento aquel bronce nos mantenía derechos como una vela haciendo divisiones de los espacios del día. A cada actividad una cuadricula y parece que todo te lo daban hecho. A las seis y media tocaban diana. Y ahora a misa y luego estudio después bajada al refectorio más tarde quiete o recreación paseo clase estudio preces reserva del Santísimo el “sub tuum presidium” con el que nos acogíamos al manto de la Virgen meditatio mortis y a la piltra. Vida cuartelera.
No teníamos tiempo ni para pensar en nosotros mismos. Por eso entre nosotros se desconocía la depresión. Si dejabas la cama sin hacer o ponías el bonete de medio lado o la beca torcida- cuantas veces me acordé de aquella beca roja de mantista estola y escala de sabiduría- te caía un réspice o rapapolvos del presidente. El señor presidente, otro seminarista de los cursos superiores, era una especie de comisario que nos tenía a todos derechos como vela y nos hacía a todos guardar la linea. He vuelto al lugar y me he dicho. Aquí está mi hontanar. Aquí todo empezó. El alma mater en que me empedraron con sorites y silogismos. Aprendía a escanciar a Horacio y a traducir a Cicerón. Me hicieron un rebelde y un humanista. Aquella idea del mundo cabal total y congruente lógica como lógico es el catolicismo no se borrará de mi mente
La verdad es que la vida no es como me contaron aquellos buenos padres educadores. No guarda un rigor lógico. El bien y el mal no están trazados as cordel ni vienen marcados por una divisoria de la misma manera que los conventos y las catedrales suelen estar al lado de las mancebías. Todo es un magma común. Un totum revolutum y la vida no tiene argumento como tratan de explicarnos las malas novelas. No hay consecuencia temporum ni concatenación de acontecimiento. Es una cadena sin eslabón. Pero no me quejo. En aquella casa encumbrada en el cerro más alto de la ciudad fui feliz lo que me permite sonreír con benevolencia cuando alguien cuenta un chascarrillo. Bah chiquilladas. Nada tiene importancia y a Alcalá putas que llega san Lucas. En la ciudad complutense por lo que trasciende de lo que Quevedo escribió debía de ser memorable la feria del santo. Que hasta los más sesudos catedráticos se iban de picos pardos. Aliquando dormitat Homerus y no viene mal una canita al aire..
No hay comentarios:
Publicar un comentario